Aun por el centro de Motril, en sus corrales, los gallos cantaban. Y por Calle las Cañas, había aperos, rebosantes de forasteros que venían a las campañas temporeras de la zafra. Por Capuchinos los arrieros de vara en faja, se arrimaban al vino peleón de aquellas, tascas que del techo colgaban, en papel engomado gran cosecha de moscas muertas. Y por doquier hombres con hoces y hachas y mujeres con manguitos. Y por doquier burros cargados de cañas camino de las fábricas azucareras, que con sus voces afónicas de humo partían el tiempo en turnos de ocho horas. Y por doquier carcamuces encargados de que la mercancía llegara a destino sin merma. Y las acequias con el agua lenta y oliendo a melaza. Y aquellos ingenios, con sus molinos de dientes gigantes, gemían al triturar la caña. Y mi padre, mecánico de la Fabrica de el Pilar, era piloto que regulaba a esos trituradores gigantes que en la madrugaba aullaban como lobos. Aun lo recuerdo joven, con su brazos velludos y fuertes, dominando a esos fantasmas.
Era un Motril antiguo de caciques que arrendaban con ventaja. Un Motril de alpargatas y agobias. De una «limosna por dios que Dios se lo pagará, donde aun se recordaban las «caídas» del Pardico y las gracias del Pisao. Por entonces cantaba Pepe Pinto, Juanita Reina, Manolo Caracol, Lola Flores, Juanito Valderrama, Gracia de Triana y el maestro de maestros Pepe Marchena. Y el Señoriíto Pepe, gitano de mimbre y ojos soñadores, con su duende, le sacaba al laúd sus boleros mejores y el mejor sentimiento de la copla, en noche de serenata y en las casa de vida «ligera». Y por aquellos entonces de fielatos y renteros los Jefes del Cultivos de las azucareras, paño de lágrimas del labrador corto en «marjalao» iban en coche de caballos como auténticos emperadores. Y por las calles colas ante el Coliseo Viñas para ver a Cantinflas y «Lo que el viento se llevo» Y por ese tiempo había dos Banco Hispano Americano, y Banco Español de Crédito, cuyo director, don Emilio Martín Moré pasado el tiempo me nombró Corresponsal de Banesto en cinco pueblos y tuvo la deferencia de creer en mi y aceptar que a la vez fuera Director de la entonces Caja General de Ahorros y Monte de Piedad de Granada. Es decir servir a dos señores. Ya no hay directores, con ese talante y valentía. Y esos gestos nunca se olvidan. Siempre en mí serán V agradecimiento.
Y cuando aun cantaban, en sus corrales por el centro de Motril los gallos, y por San Antonio algunos gitanos lanzaban en seguirillas sus cantes de quejas, don Emilio Martín Moré Cuevas, trajo como esposa a Motril a Doña Maru, es decir doña María Gomez-Acebo de Carlos, todo un lujo de apellidos y toda una estampa de señora por dentro y por fuera. El 14 Junio fallecía bendecida por un enjambre de años. Y le agradezco que cada vez que paraba para saludarla me recordaba «Fulgencio cuanto cariño te tenía mi esposo…» La misma doña Maru que yo le tenía a él a usted y a su gente, aunque no lo supiera manifestar. Hombres como su esposo y señora tan señora como usted ya no nacen. Siempre serán referencia.
Buena evocación del antiguo Motril por parte de Fulgencio Spa. . Solo echo en falta en el mismo la descripcion del sonido de las sirenas de las fábricas azucareras. Conoci de cerca a los personajes citados, pues vivia en la calle Vistabella, cerca de Banesto.. Enhorabuena a Fulgencio por la memoria.
Todo nuestro agradecimiento a Fulgencio por el cariñoso recuerdo que guarda de mis padres. Y que le quede la seguridad de que en mi casa siempre fue una referencia de señorío y honradez. Y de sincera amistad. No es poco.
Paco Martin-More
Muchas gracias por el cariño con el que hablas de mis padres. Un abrazo.
Muchas gracias por hablar así de mis abuelos…Pensábamos que «la abuela Maru» iba a estar siempre ahí, pero no ha sido así, aunque con palabras como éstas mentendremos siempre vivo su recuerdo. Al abuelo no tuve la suerte de conocerlo, pero la abuela supo acercarme a él, tanto que lo quiero tanto como a ella…Gracias