Este semanario, en su número correspondiente al día 21 de octubre de 1975, insertaba en sus páginas una emotiva crónica de nuestro inolvidable colaborador, Paco Pérez, para saludar al que era nuevo alcalde de Motril. Con el peculiar gracejo que siempre le caracterizó, decía de Pepe Molina que era «persona sencilla y modesta. Motrileño de cepa. Ahora hace falta que el cargo no se le suba a la cabeza». Paco Pérez acertó en sus comentarios y el cargo nunca se le subió a la cabeza, pero nadie se ocupó de reconocerle sus méritos. Pepe Molina fue un hombre honrado y un buen alcalde, el de la transición. Su papel en la historia fue difícil, pero con su carácter, su modo de ser, su inteligencia natural, su diplomacia, su motrileñismo, supo salir airoso del envite. He aquí, integro, aquel artículo memorable que hace justicia a quien tuvo el honor de acceder a la alcaldía de Motril en el ya lejano mes de octubre de 1975.
Ya sabéis, José Molina Navarrete es el nuevo alcalde de Motril. No le digo D. José, porqué se de fijo que se molestaría. La obligación del periodista es escuchar opiniones y comentarios y resumirlos en su crónica. Las opiniones coinciden. Molina Navarrete es hombre trabajador, servicial, comunicativo, simpático y muy motrileño. Un labrador, un hombre del pueblo. Ha sido designado oficialmente, pero pudiera haber sido elegido por votación popular.
Es cierto que también se dice que no es universitario y es verdad. Molina Navarrete no tuvo tiempo ni medios para seguir una carrera. Bastante tenía con ayudar a sus padres y labrar el campo desde la pubertad. Estos antecedentes me agradan porque tienen una resonancia en mi infancia que no fue ciertamente un lecho de rosas. No es universitario Molina Navarrete, repito, pero es doctor en experiencias vitales, conocimiento de las gentes, saber donde le aprieta el zapato y guiñar el ojo cuando algún gran señor sienta plaza de sacrificado por la causa. Eso de las carretas tiene algo de mito. Lo que la Naturaleza no da, Salamanca no presta. Hay tarugos con carrera que dan lástima que alternen en la sociedad, porque están a contrapelo con la lógica, y hay personas que no pasaron de la primera enseñanza que tienen unas luces naturales, intuición, sentido de las cosas y saben más que Lepe, Lepijo y su hijo. A esta segunda clase pertenece nuestro nuevo alcalde.
Además, para ser alcalde motrileño no hay que tener el premio Nóbel. Basta con conocer al pueblo y a sus gentes y tener nociones generales de política. Yo creo que Molina Navarrete, tanto años al lado de Escribano, algo habrá aprendido. El alcalde de un pueblo -lo he repetido en muchas crónicas- es como un ama de casa. Debe tener la casa a punto, ocuparse de las pequeñas-grandes menudencias de cada día. Tiene que ocuparse u ordenar a los empleados municipales que arreglen las aceras, que pongan la tapadera en el cauchil roto, que reparen la tubería del agua rota, de avisar con tiempo cuando ésta se corta, de que los recibos se cobren por trimestres y no por años; que los vecinos blanqueen las fachadas de sus casas, multar a los que ensucian las esquinas con anuncios y cartelones cascarriosos, procurar que los escombros o materiales no ocupen la vía pública, que la Casa de Socorro funcione, que las playas estén limpias cuando menos en el verano, escuchar las quejas de los vecinos, ser amable con los contribuyentes, obligar a los señores morosos a que paguen sus trampas, disminuir fiestas, recibimientos y bambollas que tanto recargan el presupuesto, procurar que el pueblo esté limpio, que el servicio de riegos funciones y no solo cuando viene un alto funcionario¡, etc. Administrar con honradez y equidad. Para lo demás, los proyectos y mejoras importantes, están los técnicos. El alcalde solo debe impedir que no nos hagan otro apero como el local que sirve para flamante y decorativa central telefónica.
Recuerdo que en un almuerzo de fraternidad que me ofrecieron los periodistas granadinos, en medio de los discursos del ritual, surgió un espontáneo, Molina Navarrete, que hizo una improvisación tan oportuna como graciosa. Los periodistas granadinos me preguntaron: ¿Quién es ese hombre?, y yo les contesté: un motrileño de solera y de salero.
Su nombramiento ha sido una sorpresa; pero Molina Navarrete puede proporcionar otras sorpresas. Oído al parche. Porque conoce a fondo a las personas de viso de la población, y porque tras su campechanía y buen humor hay una fuente de energía capaz de cortar con muchísimo respeto un abuso y de pedirle perdón al abusador.
Persona sencilla y modesta. Motrileño de cepa. Ahora hace falta que el cargo no se le suba a la cabeza.