Día del Libro y Sábado de Gloria

Begoña Ramírez Joya

Y dijo el Quijote a Sancho,»Amigo Sancho con la iglesia hemos topado».

En la esquina un reciente marido abotarga la tarde, haciendo engordar su estómago, comiendo todo lo que solícitamente le ofrecen esposa y suegra una a cada lado, mientras deshoja la margarita del aburrimiento bien avenido, con la bendición de la santa madre iglesia. La procesión ya ha salido, la amenaza de lluvia la ha retenido casi media hora pero las calles se han impregnado de olor a incienso y poco a poco va tomando forma la representación. Los de los carritos de chuchearías se incorporan con cara desnortada, sin saber muy bien a qué carta quedar, pues la lluvia los ha mantenido bajo cobijo toda la mañana. Quitan cuidadosamente el plástico que envuelve la mercancía, a lo mejor todavía la tarde se enmienda y mejor para todos. Menuda Semana Santa sin santos en la calle, dónde y cómo ahuyentar la sombra del temido aburrimiento. En la acera de enfrente Pilar ,la hija del médico ,el único que entonces había en el pueblo, le arregla al lazo a una niñita, reciente abuela es de suponer. Todos viven en la capital, los pueblos no sirven para educar a los hijos de la gente con posibles, como se decía antes. Al pueblo se vuelve para las fiestas de guardar. En mi niñez visité un par de veces a su padre. Como no había seguro social la gente se pagaba el médico como podía. Y siempre me llamó la atención que su casa estuviera justo enfrente de la Iglesia. La lucha por la vida y los misterios de la muerte se daban la mano, puerta con puerta, por así decir. El olor a incienso es tan fuerte que te embriaga en una especie de sopor no sé si denominarlo místico. El caso es que entre la representación de la pasión de cristo tan vehemente llevada a cabo por todos los penitentes y el fuerte olor entra uno casi en una especie de trance, en el que se mezclan tradición y fe sin que llegue uno a distinguir exactamente donde empieza una y termina la otra. A mi lado unos púberes confunden sabiamente Santidad con fiesta y para ellos está claro que el paso procesional es sólo el aperitivo de la fiesta que vendrá después. De repente suena el himno, y te preguntas qué tiene que ver el himno nacional con la fe religiosa o lo que fuere que queramos llamarlo. Pues nada, mires por donde mires, pero ahí suena en los oídos de todos los presentes dejando claro que en el mundo terrenal religión y política han ido siempre de la mano y aún más que la política se ha servido de la religión al igual que la otra ha hecho ídem llegado el punto y la necesidad. La simbiosis ha sido tal que en la guerra civil española se quemaron Iglesias como forma de protesta contra el poder político. Por eso cuando escucho esta musuquilla patria a las puertas de una iglesia y desfilan gota a gota mantillas y penitentes y penitentes y mantillas y autoridad competente, me vienen a una memoria que no tengo pues no es mi época sino otra, esas otras procesiones marcadas por la intolerancia y el autoritarismo donde o se estaba donde se tenía que estar o no se estaba. Y luego la mirada vuelve a posarse en esos rostros satisfechos al tiempo que compungidos, no olvidemos que es cristo muerto el que pasean por las calles. La orgullosa con su mantilla, y qué bien le queda la peineta y que mal los zapatos que he escogido, que aunque son muy bonitos me van a matar los pies toda la noche, pero sarna con gusto no pica y y toca hacer penitencia aunque sea con el tacón de aguja. En otro tiempo tal vez un adinerado cacique hubiera esperado ansioso a quitarle la mantilla a una supuesta conquista. Escondiendo el deseo entonces llamado pecado bajo la oscuridad de cualquier portal. Para al día siguiente ir a confesarlo y quedarse tranquilo y amparado en el secreto de confesión, rezando tres avemarías y un padre nuestro. O quizá ni eso porque ese cuento del pecado se lo creen sólo los cuatro mentecatos que trabajan para mí de sol a sol. Yo ya sé que el único Dios es el dinero y para ese vivo y trabajo y es el que purga mis deseos y mis pecados. Pero eso no ha de saberlo nadie, al pueblo hay que tenerlo despistado y entretenido con santones y vanas esperanzas de un mundo mejor, pero no en este mundo que en este mundo con los que disfrutamos el banquete ya somos muchos y sobramos la mitad. Y si hace falta se aniquilan unos cuantos en el nombre del padre, del hijo y del espíritu santo, amén. ¿No es verdad señor cura? Que si uno mata a uno de estos infieles indeseables que a veces ni fe tienen no comete uno pecado? Y el señor cura se relame el resto de flan de huevo recién hecho que le acaban de servir de postre en casa del señor alcalde y dice que sí pausadamente inclinado la cabeza hacia adelante. Y por encima de todo esto y por detrás y por delante y por dentro y por fuera, la fe de verdad de la gente de verdad que cree lo que hace y hace lo cree. Porque al fin y a la postre todo creencia es respetable si respeta, todo credo, toda fe, toda idea que defienda la integridad de las personas y defienda la vida. Por eso ahora posas la mirada en ese río de gente con la vela en la mano y sientes el mismo respeto que desearías para ti, para todos en cualquier época, en cualquier lugar, con cualesquiera que fuera tu-su pensamiento.

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