Como gigantes con pies de barro

Ignacio Peláez Pizarro. Grupo HOAC de Motril

Creo que todos estamos consternados ante la catástrofe ocurrida en Japón: un terremoto de nivel 9 en la escala Richter y un tsunami desolador, que ha arrasado y catapultado todo lo que encontraba por delante. Y por si fuera poco, el problema en las centrales nucleares, también inducido por las fuerzas de la Naturaleza, que amenaza con la desolación, el cáncer y la muerte.

Un manto de dolor, de negro silencio y de muerte se ha extendido sobre el pueblo nipón, que no es la primera vez que sufre un desastre nuclear, producido en esta ocasión por las fuerzas imparables naturales.

De todos es conocido que Japón es un pueblo laborioso, unido y con tesón, que logrará salir de esta catástrofe como salió de la de Hiroshima y Nagasaki.

Pero este desastre natural y sus consecuencias en la industria humana nos plantea, a mi modo de ver, un serio problema y un cúmulo de preguntas, que se alzan ante nosotros de forma insistente.

Porque Japón es uno de los países más avanzados en la ciencia y en la tecnología, hasta conseguir hacer frente al problema de los terremotos sin que sus edificios se vengan al suelo. Un terremoto en cualquier otro país causa cien veces más víctimas que en Japón. Pero, a pesar de su espectacular desarrollo tecnológico, no ha logrado dominar el mar bravío, ni impedir que éste se lleve por delante todo lo que se opone a su paso.

Y aquí empiezan las preguntas: ¿es que la ciencia y la técnica no pueden dominar a la Naturaleza? ¿o será sólo cuestión de tiempo? Porque en la historia de los avances tecnológicos y científicos vemos que lo que en un tiempo era invencible, tiempo después terminó siendo vencido. ¿Ocurrirá lo mismo con todo? ¿llegará el día en que el hombre, guiado por su razón, <omnisciente y omnipotente>, podrá dominar todas las fuerzas de la Naturaleza? ¿es ilimitado el progreso?.

Estas cuestiones nos plantea la catástrofe de Japón. Pues si el progreso es ilimitado, el hombre podrá llegar a dominar del todo a la Naturaleza: el agua, el viento, el sol, los movimientos de la tierra, etc.

O por el contrario, ¿tendrá el progreso unos límites infranqueables? Vemos que a nuestro derredor todo tiene un límite: un árbol no crece y crece sin parar; nuestro cuerpo se desarrolla hasta un límite; y cualquier fruta lo mismo; y la rotación y traslación de la Tierra;…

¿No tendrá la Naturaleza un halo intangible, casi sagrado, como obra de Dios? Los pueblos que llamamos, con algún menos-precio, «indígenas», tienen para con la Naturaleza, con la Madre Tierra, una actitud de respeto, de veneración. Pero el hombre occidental, con su razón instrumental y tecnológica, la ha reducido a un objeto de estudio, dominio y explotación. ¿No se revolverá la Naturaleza contra un tratamiento así?

El hombre es limitado; eso es algo evidente. Y algo limitado ¿podrá generar algo ilimitado, como sería un progreso permanente y sin final?. ¿No sería más razonable que el hombre adoptara una actitud de respeto y humildad ante la Naturaleza, de la que somos parte? ¿no seremos como gigantes con pies de barro?

Si, como dijo Martín Heidegger, «el preguntar es la piedad del pensar», hagámonos preguntas. Quizá así nos hagamos mejores y todos ganaremos.

Quizá la imagen de un soldado japonés en actitud de oración ante el cadáver de un compatriota, sea un buen ejemplo de la actitud que el hombre debería adoptar ante la Naturaleza: una actitud de humildad y menesterosidad.

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