EL VERBO PROSCRITO

¡NO ME TOQUES EL FACEBOOK!

JUAN JOSÉ CUENCA -Escritor-
Cuando hace unos días mi hija de 12 años se plantó frente a mí y me dijo: “papá, si me necesitas para algo estoy en mi habitación. Es que he quedado”, no pude por menos que echarme a reír por lo bajini, con una risita floja que variaba entre el estupor y el escepticismo. Entonces recordé con nostalgia cuando yo tenía su misma edad y también quedaba con mis amigos. En la calle, claro. O en algún portal o en la casa de algún compañero para charlar un rato y gorronear la merienda. Ya está. No había más misterio. Pero la proliferación en estos tiempos que corren de las llamadas Redes Sociales ha dado un giro radical al concepto de relacionarse. Y de paso, nos ha relegado a algunos al mismísimo Pleistoceno.

Nos guste o no, no queda más remedio que rendirse a las evidencias… y a las nuevas tecnologías. Todo se mueve en torno a Internet, Facebook, Tuenti, Twitter… Todo el mundo conoce todo de todo el mundo: no hay secretos, intimidad ni descanso. Y si se nos avería el ordenador (Dios no lo quiera), quizás aguantemos un par de días sin “conectarnos”, sin mirar el correo electrónico o sin chatear con alguien. Pero sólo un par de días, tres a lo sumo. Después de este tiempo sin sentir bajo las yemas de los dedos el suave y conocido tacto del teclado de nuestro PC, comienza en nosotros una transformación que ya quisieran para sí los mutantes de X-MEN: picores varios, sudores, irritabilidad y un acuciado don de la ubicuidad para estar casi a la vez en la casa del primo, vecino o amigo, en un intenso periplo buscando donde conectarnos. Porque ya no sabemos, podemos ni queremos vivir sin las comodidades que nos brinda la tecnología. Porque es muy difícil renunciar al placer que produce estar “hablando” a la vez y en tiempo real con varias personas tan distantes en el espacio entre sí como una cabra montés y una tortuga de las Galápagos.

Y volviendo a los hijos, a día de hoy ya no nos resulta extraño que no sepan lo que es escribir una carta con su papelito, su sobrecito y su sello como Dios manda, o que para descifrar lo que garabatean en sus “twitters”, correos electrónico y demás mensajes en la Red, donde brillan por su ausencia letras e incluso palabras enteras, necesitemos poco más o menos que a un equipo del C.S.I. Tampoco los castigos que les infringimos cuando han sacado los pies del tiesto son los mismos. Si antes se portaban mal, nos bastaba con amenazarlos sin tele o sin salir a la calle. Ahora eso no vale: ni les interesa lo más mínimo la caja tonta ni necesitan salir al exterior para realizarse y ver mundo. Pero probad a amenazarlos sin su ración diaria de Internet y para ellos será peor que un cataclismo que parece hundirles en la más negra de las miserias.

Vaya, ahora tengo que dejarles. Me acabo de dar cuenta de que en mi Blackberry tengo un aviso de un mensaje entrante vía Facebook. Y es que ya no recordaba de que había quedado…

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