(I) Jesús Abandonado
OLGA Y MACU, COCINERA Y DIRECTORA DEL CENTRO RESPECTIVAMENTE
EN CINCO AÑOS, LOS USUARIOS DEL COMEDOR DE JESÚS ABANDONADO SE HAN MULTIPLICADO POR NUEVE. AHORA SIRVEN CASI 300 COMIDAS AL DÍA. PARA OLGA Y MACU, COCINERA Y DIRECTORA DEL CENTRO RESPECTIVAMENTE, ES EL COMIENZO DE UNA INTENSA JORNADA.
REPORTAJE. Javier Pérez
Entro a Jesús Abandonado como a un santuario. Casi sobrecogido ante lo que encuentro tras pasar el quicio de la casa: el comedor silencioso, en penumbra, vacío e imponente. Los comensales no están, pero algo de ellos parece haberse quedado allí. Inmaculada Cabello, Macu, la directora del centro, me saca del trance y me lleva a la cocina. Olga, la cocinera, está sola, preparando las bases del día. En una sala anexa, una voluntaria se afana en trocear los frescos pepinos, presagio del revitalizador gazpacho. Es María Luisa, una burgalesa recia que lleva catorce años colaborando. Con ella está Rosa López, la presidenta, fundadora y alma máter de la Asociación Virgen de la Cabeza que gestiona el comedor social y el albergue . Me mira con timidez pero se nota que tiene carácter. No quiere fotos. Mi empecinamiento no la hará cambiar.
Es una casa grande, de patio luminoso, extensa terraza y frescos interiores. El establecimiento dispone de comedor social, albergue, duchas, ropero y un servicio de intermediación laboral, esencialmente para trabajo doméstico. «Años atras había más oferta que demanda», dice Macu, «la gente se ha quedado parada y ellos mismos cuidan de sus mayores y se hacen cargo de la limpieza. Antes nos llegaba un montón de ropa y ahora todo se aprovecha. Las cosas han cambiado mucho». Hablamos en un pequeño despacho de la primera planta. Rosa escucha. De vez en cuando, corrige o asiente. Queda rato hasta las diez, la hora de atención al público, el inicio bullicioso de unas tareas que acabarán cerca de la media tarde.
Entro a Jesús Abandonado como a un santuario. Casi sobrecogido ante lo que encuentro tras pasar el quicio de la casa: el comedor silencioso, en penumbra, vacío e imponente. Los comensales no están, pero algo de ellos parece haberse quedado allí. Inmaculada Cabello, Macu, la directora del centro, me saca del trance y me lleva a la cocina. Olga, la cocinera, está sola, preparando las bases del día. En una sala anexa, una voluntaria se afana en trocear los frescos pepinos, presagio del revitalizador gazpacho. Es María Luisa, una burgalesa recia que lleva catorce años colaborando. Con ella está Rosa López, la presidenta, fundadora y alma máter de la Asociación Virgen de la Cabeza que gestiona el comedor social y el albergue . Me mira con timidez pero se nota que tiene carácter. No quiere fotos. Mi empecinamiento no la hará cambiar.Es una casa grande, de patio luminoso, extensa terraza y frescos interiores. El establecimiento dispone de comedor social, albergue, duchas, ropero y un servicio de intermediación laboral, esencialmente para trabajo doméstico. «Años atras había más oferta que demanda», dice Macu, «la gente se ha quedado parada y ellos mismos cuidan de sus mayores y se hacen cargo de la limpieza. Antes nos llegaba un montón de ropa y ahora todo se aprovecha. Las cosas han cambiado mucho». Hablamos en un pequeño despacho de la primera planta. Rosa escucha. De vez en cuando, corrige o asiente. Queda rato hasta las diez, la hora de atención al público, el inicio bullicioso de unas tareas que acabarán cerca de la media tarde.
Familias en crisis
La crisis ha desmadejado sus estadísticas. En cinco años, los usuarios del comedor se han multiplicado por nueve. Ahora sirven casi 300 comidas diarias. Antes, la mayoría de las mesas eran ocupadas por traseúntes sin hogar, ahora son familias. Familias de la ciudad, cada una con su historia, con su peripecia personal: «Algunas vienen a las doce y se lo llevan a casa», nos dicen. Son hogares hundidos en el desempleo que recogen su ración diaria mientras los niños están en el colegio. Es la forma de protegerlos, de que vivan en una cierta normalidad. La paradoja: como no hay personal suficiente para hacer más turnos en el comedor, pueden prestar más ayudas externas. Son casos excepcionales, pero no son pocos. «O hacemos frente a la hipoteca o comemos», es una de las muchas letanías que escuchan, cuenta la joven directora. Y remata, casi advierte: «Algunos vienen de trabajos muy rentables».
La crisis también la nota la institución: las ayudas de las administraciones se recortan o se retrasan y hay que priorizar. El albergue solo abre los meses más fríos. El mantenimiento del comedor es lo esencial. La Presidenta quiere ser discreta y evita hurgar demasiado en la herida, pero hay ayudas que no llegan que les están ahogando. Es posible que además de dinero, a las administracions les falte algo de imaginación.
Sin embargo, en estos últimos meses se abrió parte del melón. Convergencia Andaluza denunció que el Ayuntamiento de Motril adeuda a la entidad benéfica cerca de 50 000 euros y que cerrar el único albergue social de la Costa era una de las consecuencias. El equipo municipal los puso a caldo y aseguró que después del verano se abonarán las deudas acumuladas hasta 2012, unos 32 000 del ala, gracias al nuevo plan de ayuda a proveedores del Gobierno.
La crisis ha desmadejado sus estadísticas. En cinco años, los usuarios del comedor se han multiplicado por nueve. Ahora sirven casi 300 comidas diarias. Antes, la mayoría de las mesas eran ocupadas por traseúntes sin hogar, ahora son familias. Familias de la ciudad, cada una con su historia, con su peripecia personal: «Algunas vienen a las doce y se lo llevan a casa», nos dicen. Son hogares hundidos en el desempleo que recogen su ración diaria mientras los niños están en el colegio. Es la forma de protegerlos, de que vivan en una cierta normalidad. La paradoja: como no hay personal suficiente para hacer más turnos en el comedor, pueden prestar más ayudas externas. Son casos excepcionales, pero no son pocos. «O hacemos frente a la hipoteca o comemos», es una de las muchas letanías que escuchan, cuenta la joven directora. Y remata, casi advierte: «Algunos vienen de trabajos muy rentables».La crisis también la nota la institución: las ayudas de las administraciones se recortan o se retrasan y hay que priorizar. El albergue solo abre los meses más fríos. El mantenimiento del comedor es lo esencial. La Presidenta quiere ser discreta y evita hurgar demasiado en la herida, pero hay ayudas que no llegan que les están ahogando. Es posible que además de dinero, a las administracions les falte algo de imaginación.Sin embargo, en estos últimos meses se abrió parte del melón. Convergencia Andaluza denunció que el Ayuntamiento de Motril adeuda a la entidad benéfica cerca de 50 000 euros y que cerrar el único albergue social de la Costa era una de las consecuencias. El equipo municipal los puso a caldo y aseguró que después del verano se abonarán las deudas acumuladas hasta 2012, unos 32 000 del ala, gracias al nuevo plan de ayuda a proveedores del Gobierno.
Un pueblo y 2000 pesetas
A pesar de las dificultades, no faltan las buenas noticias. «En estos años de crisis el pueblo de Motril se ha volcado totalmente con esta casa», dice Rosa. Y va desgranando un directorio de agradecimientos a los ciudadanos, dentro y fuera de las campañas de cuestación de alimentos, y a las empresas e instituciones como Mercomotril, Supersol, El Laguero, Alcampo o Banco de Alimentos… No quiere dejarse a nadie y pide disculpas. Mencionan, con particular interés, a las cofradías que también les sustentan. Como El Gran Poder, El Cristo del Silencio o La Divina Pastora, que compran las patatas o abren cuenta en establecimientos para adquirir carne y leche. Un gran esfuerzo de muchos para que otros sobrevivan. «Dar de comer a la gente todos los días es la recompensa, intentamos no ver lo negativo para no salir corriendo», dice Macu. No debe ser fácil aparcar los sentimientos, pero parece clave.
Al final de la charla, hacemos memoria. El comedor se abre, con dos mil pesetas, el 13 de enero 1985, en la primera planta del Teatro Calderón. Una ruina sobre la que prestan sus servicios durante dos años y medio. Fue la respuesta urgente tras conocer la existencia de casos de raquitismo infantil en la ciudad. Eran otras crisis, las mismas hambres. Rosa recuerda a Nicolás Barranco, Pepita Arenas y Ana Justicia, los primeros colaboradores. Pedían en las parroquias,en las casetas de la Feria de Motril o en el Corpus granadino, «que ahí me iba yo». Un día, el concejal Ángel Pacheco le advierte del peligro. Ella responde aquello de «esto se caerá cuando nosotros nos vayamos», que, como poco, te deja de piedra. Dos semanas después de trasladarse a su actual sede, la planta del Calderón se desploma, me dice sin titubeos. Y sigue: «Lo aguantó Dios que fue el primer puntal de esta casa. Él y su madre son los que han ayudado a llegar donde hemos llegado. Y el pueblo de Motril, que siempre nos ha tratado con mucho cariño». Me quedo sin palabras y algo desconcertado. Anoto un par de frases, alguna dirección, y bajamos a la planta baja para hacer fotos. Rosa desaparece.
Antes de terminar, Macu se ofrece a enseñarme el albergue. Atravesamos el patio mientras algunos voluntarios están discretamente ensimismados en sus rutinas. Accedemos a él desde la roja terraza. Se me grapan a la memoria las habitaciones de camas casi adolescentes; la sala de esparcimiento, con su gran tragaluz; el cuarto del vigilante, que no esperaba. Y un vacío pétreo. Me cuenta entonces que no es fácil lidiar con algunas personas. Que hay alcohol, machismo, desconfianza, toneladas de soledad y desarraigo. Pero como dichosamente escribe Luis Rosales: la casa está encedida. Como un faro.
(II): Banco de Alimentos
EN BANCO DE ALIMENTOS NECESITAN VOLUNTARIOS. SON MUCHOS KILOS 650 MIL KILOS ANUALES PARA NO MÁS DE 20 VOLUNTARIOS, EN SU MAYORÍA JUBILADOS. DE IZQUIERDA A DERECHA, FRANCISCO ALCARAZ, ANTONIO MALDONADO Y JUAN GUTIÉRREZ.
Un Banco para alimentarlos a todos
Las persianas azules de los soportales de Banco de Alimentos son un buen comienzo.
Hay movimiento de personas y vehículos. Allí está Juan Gutiérrez, el segundo de abordo de la Fundación, que me saluda familiamente y anuncia que Antonio Maldonado, el Presidente, no está, que hay que esperar.
Aprovecho para husmear. Veo un cargamento de agua mineral, cajas de cartón sin abrir y una pequeña sala donde se guardan productos envasados. Me encuentro a Pepe, un vecino de La Gorgoracha. Me cuenta que viene una vez en semana, que hay que ayudar. Lo hace sin darse importancia. Paseo por el almacén mientras Juan atiende algunas llamadas. «Hacen falta más voluntarios», me dice. Son dos toneladas de ayuda diaria, alimentos perecederos incluidos, que hay que repartir muy rápido.
La función de Banco de Alimentos es recoger excedentes alimentarios y repartirlos entre las instituciones o asociaciones legalmente constituidas. El presidente de la Fundación, gestor de los recursos generados en la Costa y la Alpujarra, lo quiere dejar claro: «no repartimos alimentos a personas físicas». La gestión personal de las entregas se realiza, básicamente, a través de los servicios sociales de los ayuntamientos. Eso ha evitado solapamientos y optimizado los recursos. Algunos zonas del norte de Granada, han reducido espectacularmente la ayuda alimentaria desde que los servicios sociales muncipales gestionan las entregas, «y las necesidades están perfectamente atendidas».
Hace unos años se acercaban al Banco entidades que atendían, fundamentalmente, a inmigrantes. Ahora la película tiene más protagonistas. Aunque con argumentos que se repiten. Por ejemplo, Motril Acoge, la asociación para la difusión y defensa de los derechos de los inmigrantes, reparte alimentos a más de un centenar de familias, la mayoría de origen subsahariano. Mientras hablamos, llegan de Stop Deshaucios buscando ayuda alimentaria para una familia. Los pequeños casos también son grandes, y urgentes.
Días de 2 toneladas
Las cifras hablan. En 2005 se donaban 50 000 kilos anuales, ahora se sobrepasan los 600 000, la mayoría frutas, verduras y hortalizas. Dos años atrás, un pequeño almacén de 10 metros cuadrados era suficiente para guardar las legumbres, las conservas, el aceite… Hoy disponen de naves frigoríficas y almacenes cedidos por los ayuntamientos de Motril y Salobreña, que permiten repartir casi 2 toneladas diarias de alimentos. Durante el 2012, en la provincia de Granada se distribuyeron 5500 toneladas de productos no perecederos, este año se superará esa cifra, incluido el millón de kilos procedente del Fondo Europeo de Garantía Agraria, que se canaliza a través del Ministerio de Agricultura. Pero siguen siendo insuficientes, nos advierte Francisco Alcaraz, voluntario desde hace un año. Aunque la campaña de cuestación entre supermercados tuvo tanto éxito que el almacén se colapsó el primer día. Habían calculado 8 ó 10 000 kilos por la campaña y se recogieron más de 30 toneladas. El Presidente dice sentirse agradecido y orgulloso de la ciudad y la gente de la comarca, «Hay conciencia de la penuria de muchas familias, de que le puede pasar a cualquiera». «Sabía que la gente era solidaria pero no podía imaginar que tanto», añade. Por algo la Fundación en Granada concedió su Premio Solidario 2012 a toda la sociedad granadina.
El campo solidario
La otra cara de la moneda. La generosidad del empresario agrícola de la Costa y la Alpujarra es tan extraordinaria que la fundación «es más donante que receptora», lo que le permite intercambiar productos frescos con otros Bancos de Andalucía. Hay una empresa que aporta cerca de 150 000 kilos anuales de fruta y verdura . «Una señora, que lleva una temporada trayéndonos tomates, nos ha telefoneado hace un momento para que fuéramos a recogerlos porque hoy no podía venir», cuenta Francisco. Las donaciones son tantas que a comienzos de verano fue inevitable que regalaran dos palés de hortalizas a una granja de animales.
Esa misma generosidad permite a la Fundación Banco de Alimentos gozar de cierta salud económica gracias a las aportaciones de empresas y particulares. Así pueden seguir ofreciendo sus impagables servicios. Y para muestra, varios botones: esa misma mañana se acercaron algunos donantes para ingresar 200, 100 ó 60 euros. Cualquiera. Y lo que se pueda. Hay que mantener un camión, tres furgonetas y hacer realidad el sueño de adquirir una pequeña grúa que facilite los trabajos de carga y descarga.
A punto de acabar, Antonio pide «un huequecillo» para solicitar voluntarios. «Gente joven y fuerte», matiza contundente. Son muchos kilos 650 000 kilos anuales «movidos a mano» por no más de 20 voluntarios, en su mayoría jubilados. Todos hacen de todo: atender el telefóno, solventar papeleos, descargar, cargar y ordenar mercancías, con la furgoneta de aquí para allá cuando las entidades no pueden recoger la ayuda. «Hay que mover mucha caja», dice Francisco mientras me enseña sus brazos, «los tengo hechos peazos».
III) Cruz Roja
SON MÁS LAS SOLICITUDES DE EMPLEO Y AYUDA ECONÓMICA QUE LAS ALIMENTARIAS. PETICIONES PARA PAGAR LA LUZ, EL AGUA, EL ALQUILER, PARA COMPRAR UNAS GAFAS A UN HIJO O MEDICAMENTOS. «NO PUEDES IMAGINAR CUANTOS DNI ESTAMOS PAGANDO ESTE AÑO».
Muy de Cruz Roja
En Cáritas Interparroquial son muy amables pero me dicen que no. La experiencia con los medios ha sido desigual y temen que la gente se confunda y haga colas en su sede tras la publicación del reportaje. Lo intento varias veces, y nada. Sin embargo, nos dan soluciones: ellos conceden ayudas alimentarias a traves de programas muy estrictos pero Cáritas Almuñécar entrega alimentos de forma autónoma. Allí iremos, unos días después. Ahora toca cambio de planes y pasear hasta la sede comarcal de la Cuz Roja. Llego después de cruzar la fachada del bar Dos Mundos. Y pienso en las casualidades.
El programa de alimentos por la solidaridad es un proyecto «muy de Cruz Roja», me dicen casi antes de sentarnos, aunque el abanico de prestaciones que ofrecen va mucho más allá. «La ayuda sicológica es tan importante como la alimentaria», describe Manuel Trinidad, Presidente Comarcal, especialmente para las familias procedentes de «contextos seguros», que nunca imaginaron llegar a esta situación. Pero me llevo una sorpresa: son más la solicitudes de empleo y ayuda económica que las alimentarias. Peticiones para pagar la luz, el agua, el alquiler, para comprar unas gafas a un hijo o medicamentos por los que hay que abonar el 40 por ciento,… Pequeños ladrillos que se convierten en muros insalvables. «No puedes imaginar cuántos DNI estamos pagando este año», dice Fuensanta Pérez, trabajadora social.
Sentados en torno a una gran mesa, en un amplio despacho, me describen situaciones que conocen bien. Como las de familias en «emergencia social», con todos sus miembros en paro, que han agotado sus prestaciones por desemplo, abocados al impago del alquiler o la hipoteca, quizá al deshaucio. Cruz Roja, que no puede asumir esas deudas, los deriva a sus servicios de vivienda para que negocien la dación en pago o el alquiler social. Por eso el programa de empleo es una de sus joyas más mimadas. Cerca de 200 personas han obtenido orientación laboral o prácticas en empresas. Medio centener de contratos justifica la satisfacción. Tambien apuestan por los menores de las familias que atienden. Les proporcionan material escolar, formación,organizan escuelas de verano y «meriendas solidarias» o procuran que no les falte una alegría el día de Reyes. Y asesoran legalmente, especialmente en derecho de extranjería.
Más que cifras
Hasta este verano, unas 400 familias han recibido ayuda alimentaria o económica. La previsión de este año era atender a 6000 personas. La expectativa, sin embargo, se cumplió a comienzos de 2013. Cada més se reparten 2 toneladas de alimentos no perecederos, a los que añade, habitualmente con sus propios fondos, productos de alimentación infantil, higiene y limpieza del hogar. La cuestación del Día de la Banderita, destinada especificamente a ayudar a personas afectadas por la crisis, recaudó el doble que en 2012. «La gente ha reaccionado de una forma tremenda», dice satisfecho Manuel Trinidad.
La organización sobrevive gracias a ese y a otros recursos propios, como el Sorteo del Oro o los 1500 socios que pagan cuota. También por las donanciones. Un establecimiento aportó ropa por valor de 6000 euros. Esas y otras ayudas han permitido la existencia de un pequeño ropero, básicamente para niños y transeuntes. A estos últimos, que han aumentado condiderablemente, se les entrega un kit de emergencia. Nunca dinero. Se les compra el billete de autobús o la medicina. Hay que evitar la picaresca
La cara de la Cruz
«Cruz Roja no existiría sin voluntarios», nos dicen unánimes. Su fama les precede y ni siquiera necesitan campañas de captación. «Además, este es un momento propicio para invertir tiempo en el servicio a los demás», asegura Nuria Ruiz, Coordinadora, «ellos son la cara de la Cruz Roja». Los voluntarios están involucrados en todos los procesos: la organización del almacén, los repartos, la escuela de verano, los talleres de formación para búsqueda de trabajo on line, la preparación del currículum o las clases de español o de árabe. Los hay con trabajo y desemplados, incluso jóvenes de 16 a 17 años que quieren echar una mano en sus vacaciones. Hay 300 voluntarios en activo y 900 adscritos.
La imagen más visible de Cruz Roja son los socorristas, las ambulancias, las pateras, pero hay mucho más, ya lo ven. Desde las 8 de la mañana hasta que cae la noche. Con el transporte adaptado o las tareas en pequeños poblados de inmigrantes subsaharianos, temporeros eternos, que no pueden acceder a un servicio público por falta de documentación. También están ahí, con ropa, mantas o el modesto papel higiénico… Y en otro nuevo núcleo de dolor: la llegada de pateras se ha reducido en un 80 por ciento pero los inmigrantes regularizados, que llevan residiendo muchos años en España, lo estan pasando mal. La mayoría trabajaban sin contratos en el sector de la construcción y no tienen, aseguran, derecho a prestaciones. Además, carecen de las redes familiares de los españoles, verdadero músculo anticrisis del país.
El músculo de Cruz Roja es tambien el de sus profesionales, empeñados en prestar una ayuda integral a los más desfavorecidos. Seguros de su filosía de dar peces y caña. Se congratulan de que los organismos y entidades estén coordinados a través de la Mesa de Atención a las Familias del Ayuntamiento Motril. «Creo que lo estamos haciendo bien», dice Fuensanta. Así parece. Son una decena de trabajadores que organizan y dan sentido a una obra de titanes. Ellos tambien son la cara de la Cruz. El mástil del banderín del córner.EN LA SEDE DE CÁRITAS ALMUÑÉCAR HAY UN GOTEO INCESANTE DE GENTE. ALGUNA MADRE CON SU HIJO. UN PEQUEÑO QUE LLORA. INMIGRANTES MAGREBÍES, TAMBIÉN JÓVENES. «POR ENCIMA DE LOS PAPELES ESTÁ LA CARIDAD», DICE D. EUGENIO, PÁRROCO DE LA CIUDAD.
EN LA SEDE DE CÁRITAS ALMUÑÉCAR HAY UN GOTEO INCESANTE DE GENTE. ALGUNA MADRE CON SU HIJO. UN PEQUEÑO QUE LLORA. INMIGRANTES MAGREBÍES, TAMBIÉN JÓVENES. «POR ENCIMA DE LOS PAPELES ESTÁ LA CARIDAD», DICE D. EUGENIO, PÁRROCO DE LA CIUDAD.
III) Cáritas
- EN LA SEDE DE CÁRITAS ALMUÑÉCAR HAY UN GOTEO INCESANTE DE GENTE. ALGUNA MADRE CON SU HIJO. UN PEQUEÑO QUE LLORA. INMIGRANTES MAGREBÍES, TAMBIÉN JÓVENES. «POR ENCIMA DE LOS PAPELES ESTÁ LA CARIDAD», DICE D. EUGENIO, PÁRROCO DE LA CIUDAD.
En el corazón de Cáritas
El particular arco del triunfo de Almuñécar anuncia un festival del teatro clásico en El Majuelo. Pero ahora, en lugar de aceite y salazones fenicios, me interesan los paquetes de alimentos que reparte Cáritas Parroquial en la iglesia de El Salvador. Son otros dramas, y se representan diariamente. Me sorprende el ambiente. Hay alegría, buen rollo. Incluso en los que esperan en el recibidor del local para recoger sus vales de alimentos. Son los primeros que veo. Me sorprende la juventud. La media es de 30 años. «Es una pena», dice Pepe, «pero aquí están, aunque los abuelos también abundan». Él ha informatizado la ayuda y le va pasando a Mariza los datos de cada usuario. Es un tipo listo y salado. Como María Victoria, pequeña pero con la energía de una bomba. «Ahora hay menos porque trabajan un mes o dos y hay inmigrantes que se han ido», dice. Me hacen reir. Y lo agradezco.
La oficina esta presidida por un cuadro del Cristo de Dalí. Al lado, un cartel del Plan de Ayuda Alimentaria de la Unión Europea «para las personas más necesitadas» y una copia de los requisitos de ayuda, para que quede claro que se hacen las cosas bien. Hay un goteo incesante de gente. Alguna madre con su hijo. Un pequeño que llora. Inmigrantes magrebíes, también jóvenes. Los usuarios firman, recogen su vale y bajan al sótano. Allí destacan los tronos vacíos, estacionados como coches, y la figura de un hombre grande y bonachón que entrega el paquete de alimentos correspondiente.
Llega Don Eugenio Valero, párroco de la ciudad desde hace de 30 años y presidente de Cáritas Parroquial Almuñécar. De presencia casi carísmática, rompe el hielo con cariño, como diculpándose por la tardanza: «cuando una sube, debe aprender a bajar».
Por encima de los papeles
En el ordenador están los datos de más de 500 familias que reciben ayuda entre una y tres veces al mes, según el número de miembros. Nos hablarán, sin embargo, de la flexibilidad con las normas. Don Eugenio lo dice muy claro, también muy despacio: «no podemos rechazar a una persona que no traiga unos papeles en un momento determinado, porque por encima de los papeles está la caridad». Ya habrá tiempo después para justificantes. Y algo más, también importante: «La ayuda no se reduce a a bolsa». En la entrevista a fondo con los posibles perceptores afloran otros problemas y necesidades. Ya se sabe que no solo de pan vive el hombre
La ambición es grande aunque los medios sean insuficientes. Por ejemplo, no disponen de cámaras frigoríficas y es imposible almacenar los alimentos no perecederos. «El otro día tuvimos que tirar tomates», dice Manuel Buendía, Director de Cáritas Almuñécar. Manuel es de historias. De contarlas y de vivirlas, digo. Se apasiona al describir la generosidad de la ciudad. Como la de un chaval que entrega un kilo de arroz en la colecta de ayuda solidaria del colegio y luego decubren que formaba parte de la bolsa de alimentos entregada a su familia. Historias de gente que no cuenta sus apuros y hay que ayudar casi en secreto o de visitas nocturnas, casi de madrugada, para que nadie se entere.
Con las manos abiertas
«Cáritas siempre se ha considerado como el corazón de la parroquia», dice Don Eugenio, «tenemos la alegría de que ha prendido fuertemente en medio de la gente, que la llevan dentro del corazón». Manuel Rodríguez, el ecónomo, lo rubrica: «Cáritas se ha hecho creible y la respuesta esta llena de generosidad».
Los sexitanos, empresas y particulares, también se han distinguido por los ingresos en efectivo. Y es que los frentes se diversifican, por ejemplo, en atención domiciliaria a personas mayores y enfermos. En estos días esperan incluso la resolución favorable de un alquiler social para evitar un deshaucio. La colaboración de asesores fiscales y abogados está siendo esencial.
En el inventario de donaciones y ayudas, destaca que en momentos puntuales han sido las aportaciones de la comunidad las que han resuelto un problema.Un billete generoso, entregado a las puertasdel centro por una mujer con prisa, que acaba con la escasez de azúcar o leche. Como eso, mucho, dice Manuel Buendía, el hombre de las historias, con los brazos crucificados. Donde no llega la ayuda oficial, llegan los ciudadanos y las empresas. Algunas han aportado grandes cantidades. Sus donaciones tienen una desgravación fiscal del 25 por ciento.
Mientras llega el inhabitable mediodía del verano, el párroco y el ecónomo, aseguran que siempre se ha dado «un fin útil» al dinero que les ha llegado. Y parece que ha sido mucho. Antes, reformando templos. Ahora, luchando contra el hambre y la falta de vivienda o ropa. Me hablan de los 40 000 mil ladrillos partidos que se utilizaron para cubrir los agujereados muros de la iglesia Mayor. De la pequeña travesía de un hombre diabético que qedó ciego, que confirma el respeto ciudadano hacia la institución. Y de la madre que gastó su pequeña herencia en comprar un sagrario a sus hijos.
El placer lento de la conversación complica la visita al ropero. En otra ocasión. Lo pienso mientras me dejo llevar por una cerveza glacial y una frase de Pepe, el hombre listo y salado: «Lo que haces bien, lo harás solo una vez». Pues eso.