Cada vez que los sucesivos gobiernos aprueban un nuevo plan de estudios para la enseñanza secundaria quienes todavía amamos la cultura clásica nos echamos a temblar. Y no me refiero a los docentes que imparten latín o griego en los institutos, entre los que no me encuentro, que pueden ver peligrar sus puestos de trabajo o tener que dedicarse a otras materias que no son aquellas para las que se prepararon, sino simplemente a los que deseamos que nuestros hijos y nietos adquirieran una formación humanística integral.
No parece a la vista del texto de la LOMCE (Anteproyecto de Ley Orgánica para la Mejora de la Calidad Educativa) que las cosas vayan a mejorar. Ya deja claro que en las asignaturas instrumentales «se prima lo útil, lo que debe aplicarse, como Matemáticas, Lengua e Idiomas. Las optativas se reducen». Cuando cita los idiomas se refiere a los modernos.
Aunque expresada de forma más fina, la anterior frase entrecomillada me recuerda en su sentido profundo algunas afirmaciones de caciques del ayer con respecto a la educación de las clases populares en el sentido de que para cultivar la tierra no eran necesarios latines ni filosofías. Así que quienes habíamos puesto nuestra esperanza en una imprescindible reforma vemos nuestro gozo en un pozo.
Y en verdad cuesta refrenar la sospecha de que nuestros políticos -sean cuales sean las siglas bajo las que se cobijan- no ven en la educación una forma de elevar a la persona a un plano intelectual superior sino una estrategia que propicia la adquisición de aptitudes útiles para aumentar el PIB, de manera que se atiborre la bolsa con los impuestos para meter luego en ella sus manos codiciosas.
Con tal criterio la formación que nuestros escolares recibirán en la lengua y cultura de la antigua Grecia sigue su caída hacia la nada. La historia del pueblo que inventó la filosofía, el teatro y la democracia, que nos legó las dos epopeyas más hermosas, la patria de Pericles, Aristóteles, Fidias y Policleto es una antigualla que no produce divisas.
Y quien por afición aspire a obtener unos conocimientos que en la enseñanza oficial no se le dieron tendrá que adquirirlos por sí mismo con todos los inconvenientes que el autodidactismo implica.
Por eso se deben recibir con alegría iniciativas como la de National Geographic que con el número 112 de su revista de Historia ha puesto a la venta un ejemplar de la Historia de Grecia de Hermann Bengtson. Se trata de un magnífico libro de más de seiscientas páginas con la historia del pueblo griego desde la época arcaica, que incluye el periodo helenístico y el romano hasta Justiniano. Y aunque digo «puesto a la venta» es casi un regalo pues el importe total de libro y revista no alcanza los siete euros, cuando sólo el libro en su edición de 2008 tenía un precio de unos treinta y cinco.
En él se podrá documentar el curioso y joven lector -también el maduro que ya la tenía casi olvidada- sobre la gesta del rey espartano Leónidas y sus trescientos iguales, con más fidelidad y tanta fascinación como en el cómic 300 de Frank Miller o la película del mismo nombre de Zack Snyder, y acompañar al macedón Alejandro en su marcha de conquista hacia los confines de Oriente con tanta emoción y una historicidad mayor que en el film Alexander de Oliver Stone.