Según leo en noticias de agencia el prometedor cineasta Javier Balaguer Blasco anda por Marruecos embarcado en un documental sobre el último emir de Granada, el Boabdil de los cronistas castellanos y Muhámmad XII para sus correligionarios. Con un equipo en que se encuentra integrado el médico forense Francisco Echevarría, intenta excavar en el morabito donde se supone fue enterrado el desdichado monarca a las afueras de Fez, y analizar los restos exhumados para comprobar si en realidad le pertenecen, así como las posibles causas de muerte.
Algo de necrófilo y carroñero debe tener el ser humano que le lleva a perturbar el descanso de los que hace siglos pasaron a mejor vida, aunque siempre es laudable la curiosidad, motor fecundo del conocimiento. Si se llegase a verificar la tradición que dice estar allí enterrado Boabdil -misión problemática- se pondría fin a aquella versión interesada y ya poco creída que lo supone muerto en la batalla del río de los Negros defendiendo un reino ajeno.
Porque sobre la persona del desventurado hijo de Muley Hacén se ha tejido una maraña de infamantes leyendas que intentaban añadir el ridículo a la desgracia del vencido. Desde aquella en que al perder de vista a Granada recibe la áspera reprimenda de la amargada Aixa, con la cruel imprecación «Llora como mujer lo que no has sabido defender como hombre», debida al parecer a la tardía pluma del jesuita Juan Echevarría que la cuenta en sus Paseos por Granada y sus contornos comenzados a publicar en 1764, hasta la de su muerte en batalla contra los jerifes del Sur que, si en principio se podría interpretar en clave heroica, se procura presentar con tonos burlescos y ejemplarizantes.
Así Luis del Mármol, uno de los propagadores de esta especie, escribe en su Historia del rebelión y castigo de los moriscos del Reino de Granada lo siguiente: «…yendo con Muley Hamete el Meriní a la guerra contra los Xerifes hermanos, reyes de Marruecos, le mataron en la batalla del río de los Negros, en el vado que dicen de Buacuba. Escarnio y gran ridículo de la fortuna, que acarreó la muerte a este rey en defensa de reino ajeno, no habiendo osado morir defendiendo el suyo».
La tragicomedia se va ampliando en manos de sucesivos escritores con más imaginación que amor por la verdad, quienes añaden el detalle de que sus despojos se perdieron arrastrados por las impetuosas aguas del río que lo llevaron hasta el mar, lo que da pie a don Miguel Lafuente Alcántara para sentenciar que «ni el cielo de su patria, ni tierra amiga cubrieron su cadáver insepulto».
Parece sin embargo más fiable el testimonio de al-Makkari, según el cual la muerte acudió al encuentro del desventurado emir, cuando se hallaba debilitado por los estragos de la edad en los años de 1532-1533.
Es la novela llamada con sobrada manga ancha «histórica» la que más ha contribuido a divulgar las interpretaciones sesgadas de la Historia. Por los comentarios que percibo ha calado en buen número de lectores la versión de un escritor contemporáneo que nos pinta, arrimando el ascua a su sardina, un Boabdil entrado en años, de orientación sexual equívoca, retozante con efebos.
Si se encuentran -como se espera- restos humanos, serán analizados y comprobado el ADN con el de unos supuestos parientes del emir residentes en México, tarea peliaguda y de resultado incierto pues si bien su descendencia debe ser numerosa a la vista de tantos como proclaman venir de su linaje, después de los siglos transcurridos, los potenciales nacimientos adulterinos y las interesadas falsificaciones genealógicas, el asunto del parentesco debe ser tomado con prudencia.
En Marruecos, según se dice, existen familias que se proclaman descendientes de Boadbdil. Como afirmaba serlo aquel ingeniero tunecino llamado Ridwan Richico que años atrás solía aparecer por Granada el día de la fiesta de la Toma rodeado de una extravagante cohorte de seguidores y protagonizando unos pintorescos actos paralelos. Todos ellos poseían documentos acreditativos de su estirpe, que… «se han perdido»