EFEMÉRIDES DE FIN DE SEMANA

Antonio Gómez Romera

Domingo, 4 de agosto de 2024

EN EL CXLIX ANIVERSARIO DEL FALLECIMIENTO DEL ESCRITOR Y POETA HANS CHRISTIAN ANDERSEN

Grabado de Hans Christian Andersen – 1835.

Hoy, domingo, 4 de agosto, festividad de San Juan Bautista María Vianney (1786 – 1959), el Santo Cura de Ars, en su trigésimo primera semana de 2024, se cumplen 149 años (miércoles, 1875) del fallecimiento del escritor y poeta danés Hans Christian Andersen. Cuenta 70 años de edad, y el óbito se produce en la casa de campo conocida como “Rolighed”,palabra danesa que significa “tranquilidad” o “calma”, cerca de Copenhague, donde es huésped habitual del comerciante judío  (1816 – 1884) y de su esposa Dorotea Henriques (1823 – 1885).

Muere Hans Christian Andersen, pero sus maravillosos cuentos, como “La princesa y el guisante” (1835), “La sirenita” (1837), “El soldadito de plomo” (1838), “El patito feo” (1843), “La reina de las nieves” (1844) o “La pequeña cerillera” (1845) siguen vivos en el corazón de niños y adultos de todo el mundo. Los relatos de Hans, más de 200, son traducidos a numerosos idiomas, más de 125, y han inspirado diversas adaptaciones en el cine, el teatro, la danza, la escultura y la pintura. Gracias a estas historias, obtiene el reconocimiento en vida y su obra trasciende a lo largo de los años, consolidándose como uno de los pilares de la literatura infantil.

Retrato de 1836, pintado por Christian Albrecht Jensen.

Sus cuentos, mucho más que simples historias para entretener a los niños, están llenos de simbolismo, imaginación, humor y sensibilidad; son lecciones valiosas que cada lector puede aprender independientemente de su edad. Y abordan temas como la importancia de la perseverancia, la valentía, la belleza, el amor, la tristeza, la aceptación de uno mismo o la autenticidad de las cosas. Al final de su vida, Hans no es solo un escritor y poeta, sino un viajero empedernido (“viajar, es vivir”), un eterno soñador y, sobre todo, un narrador. Su legado perdura y su influencia sigue siendo palpable en la literatura y la cultura.

En la Navidad de 1872, Hans publica sus últimas historias. Sin embargo, en la primavera de ese año sufre graves lesiones al caerse de su propia cama. A pesar de sus esfuerzos, nunca se recupera por completo de este accidente. Poco después comienza a mostrar signos de padecer cáncer de hígado. Curiosamente, poco antes de su muerte, Andersen ha hablado con un compositor acerca de la música que desea que se interprete en su funeral diciéndole: “La mayoría de las personas que caminarán detrás de mí serán niños, así que haga el ritmo con pasos pequeños”.

Breves notas biográficas

Hans nace el martes, 2 de abril de 1805, en Odense (Isla de Fyn, Dinamarca). Hijo de Hans Andersen (1782 – 1816), un humilde zapatero y de Anne Marie Andersdatter (1774 – 1833), una hacendosa lavandera. La pequeña y humilde casa familiar, con sólo 3 habitaciones, se encuentra en la céntrica calle Munkemoellestraede. La familia pasa tantas penurias que conoce la mendicidad durante su infancia. Apenas puede estudiar, pero sus padres le introducen en el mundo del relato: su padre le lee las obras de teatro de Ludvig Holberg (1684 – 1754), el más popular de la época, y las historias de “Las mil y una noches”; su madre, le cuenta historias tradicionales nórdicas. Hans vive con gozosa intensidad esos momentos que contribuyen a su pasión por los cuentos y a su incipiente vocación artística y literaria.

Hans es un niño tímido, retraído, de aspecto desgarbado. A menudo se siente poco aceptado y aislado de los demás. Posee una enorme imaginación y juega con un teatrillo de títeres que le han regalado, inventando representaciones y hablando solo durante largas horas. Asimismo va a una escuela para niños pobres, donde cosecha pésimos resultados.

Retrato de H.C. Andersen, por Thora Hallager, 1869.

Con once años (1816) queda huérfano de padre. Trabaja como aprendiz de tejedor y, después, de sastre y en una fábrica de cigarros. Su madre vuelve a contraer matrimonio y Hans, sin haber conseguido concluir ninguna instrucción formal, con 14 años de edad (1819), se marcha a Copenhague con el sueño de poder trabajar en el mundo del teatro, que siempre ha ejercido una gran fascinación sobre él. Desea ser actor, dramaturgo o cantante de ópera, y parece tener una hermosa voz para cantar. Sin embargo, sus inicios en Copenhague son muy duros; no consigue ningún reconocimiento y pasa hambre y frío, hasta tal punto que las pésimas condiciones en que vive y el frío del invierno dañan su voz. William Edvard Bloch (1845 – 1926), dramaturgo y director teatral danés, lo describe así en aquella época: «Extraño y bizarro en sus movimientos. Sus piernas y sus brazos son largos, delgados y fuera de toda proporción; sus manos, anchas y planas, y sus pies son tan gigantescos que nadie piensa en robarle las botas. Su nariz es, digamos, de estilo romano, pero tan desproporcionadamente larga que domina toda la cara; cuando uno se despide de él, su nariz es lo que más recuerda». Y el dramaturgo y poeta alemán Friedrich Hebbel (1813 – 1863), dice de él en su “Diario” (16 enero 1843): “La figura alargada, desaliñada, encorvada como la de un lémur, con una cara excepcionalmente fea”.

Estatua con el patito feo en Central Park de Nueva York.

Algunas personas influyentes lo ayudan a prosperar, especialmente Jonas Collin (1776 – 1861), uno de los directores del Teatro Real de Copenhague y asesor del Rey Federico VI (1768 – 1839), le consiguió una beca para estudiar en el instituto de Slagelse. En 1826, Simon Meisling (1787 – 1856), filólogo y director de esta institución educativa, se traslada a Elsinore y lleva consigo a Hans. El joven vive una experiencia represiva a partir de la cual escribe el poema “El niño moribundo”. Collin saca a Hans del Colegio y lo lleva a Copenhague, donde recibe clases particulares hasta su graduación. Más tarde, en 1828, se matricula en la Universidad de Copenhague y aprueba los exámenes de ingreso para estudiar Filología y Filosofía. Allí toma contacto con la cultura moderna y puede concentrarse en su papel de escritor.

En 1829 publica su primer libro, “Un paseo desde el canal de Holmen a la punta Este de la isla de Amager”, que se adentra en el género fantástico, y tiene un éxito notable. En 1831inicia un viaje por Europa.En 1835 publica con éxito su primera novela, “El improvisador”. Ese mismo año empieza apublicar los cuentos para niños que le harán un escritor inmortal y le procuran una situacióneconómica más que holgada. Además, Hans también se hace popular entre los pequeñospor sus recortables de papel, elaborados diseños de muñecos con sus vestidos.Pronto puede viajar por Europa, lo que le sirve para escribir interesantes libros de viajes. Deesos desplazamientos nacentambién muchas de sus historias.

Escultura de Hans Christian Andersen en el Jardín de Rosenborg en Copenhague.

Durante su estancia en el Reino Unido, Hans entabla amistad con Charles Dickens (1812 – 1870) y queda fascinado por el poderoso realismo de su obra, hecho que le ayuda a encontrar el equilibrio entre la realidad y la fantasía, inspirándose en tradiciones populares y en la mitología alemana y griega, así como en experiencias particulares. Dickens, en una carta fechada en 1847, le escribe: “Haga usted lo que haga, no deje nunca de escribir, porque no podemos permitirnos el lujo de perdernos uno solo de sus pensamientos, son demasiado puros y bellos como para dejarlos encerrados dentro de su cabeza”.

Entre 1835 y 1872 escribe 168 cuentos protagonizados por personajes extraídos de la vida cotidiana, héroes mitológicos, animales y objetos animados. Los cuentos de Andersen se desarrollan en escenarios donde la fantasía forma parte natural de la realidad.

En 1862, Hans viaja a España, donde espera encontrar todo lo que ha leído y le han contado: un crisol de culturas, orientalismo puro, tradiciones salvajes, mujeres hermosas y restos de civilizaciones antiguas. El 4 de septiembre atraviesa la frontera por el paso de La Junquera y Barcelona le parece majestuosa por sus lujosos cafés y por la comida, algo que le extraña porque, curiosamente, ha leído que en España se pasa hambre. Después de dejar la ciudad condal, está tres días en Valencia recorriendo sus calles y también va a Murcia para ver «vestigios árabes», gitanos y los «atuendos más pintorescos». Como tantos otros, Hans, queda fascinado por Andalucía, donde hay “algo todavía más importante: gente amable”. En Málaga asiste a una corrida de doce toros, pero le parece una «diversión popular sangrienta y cruel» y también pasa tres semanas en una Granada engalanada para recibir la visita de la Reina Isabel II.

Hans Christian Andersen, autorretrato de 1830.

De Madrid sólo le gusta el Museo del Prado y los espectáculos de ópera italiana. Según sus palabras: “La ciudad era como un ‘camello derrumbado en el desierto”. Por aquel entonces, Hans es uno de los autores más famosos de Europa, pero desgraciadamente sus obras no han sido traducidas al castellano. Él se sorprende de ello, e intenta introducirse entre los grupos de intelectuales madrileños, pero nadie le conoce.

«Aquí nadie me conoce, ni desea hacerlo».

Tras una rápida visita a Toledo, y en un diciembre muy frío, Hans decide dejar España. El frío le atenaza: «¿Era esto estar en un país caliente?». El final de su viaje le parece como atravesar las montañas entre Noruega y Suecia. San Sebastián, es su última parada. Le parece una «ciudad genuinamente española». Cruza el punto de Behobia hacia Francia el 23 de diciembre de 1862, y Andersen escribe satisfecho: por fin he visto España y «no la olvidaré nunca».

Al año siguiente publica “Viaje por España”, obra que se traduce a todos los idiomas europeos. El libro ahonda en la imagen de un país exótico, lleno de gente abierta, pintoresca, aventurera y pasional. La traductora, antropóloga y folklorista afincada en Dinamarca, Marisa Rey – Henningsen (Madrid, 1936), viuda del hispanista danés Gustav Henningsen (1934 – 2023), responsable de la traducción del danés y de las notas de la edición de “Viaje por España” (Alianza Editorial), indica en su “Epílogo” que parece ser que Andersen no tuvo amigos íntimos, pero sí contaba con “muchos admiradores, y personas que le estimaban como escritor, le compadecían por su vanidad nunca satisfecha y le tenían simpatía como se le tiene a un niño superdotado, bondadoso e inocente. Porque Andersen era todo eso, además de ser insufriblemente vanidoso”.

Sello Postal de H. C. Andersen.

Cuando Hans, el 6 de diciembre de 1867, a las a las 11 de la mañana entra en el Ayuntamiento de Odense para recibir el “Certificado de Ciudadano Honorario”, pronuncia estas palabras: “El gran honor con el que me sorprende mi ciudad natal, me abruma y me eleva. Debo pensar en el Aladino de Øhlenschlæger, quien, cuando construyó su glorioso castillo junto a la maravillosa lámpara, se acercó a la ventana y dijo: «Allí fui como un niño pobre». Dios también me ha bendecido con tal lámpara del espíritu, la poesía, y cuando brilló sobre las tierras, y cuando la gente se regocijó por ella y le dio reconocimiento, dijo que brillaba desde Dinamarca, entonces mi corazón latía de alegría (…) la ciudad donde estuvo mi cuna, me brinda en este día una prueba tan honrosa de su participación, un honor tan abrumadoramente grande que sólo puedo decirle a usted mi más sentido agradecimiento, profundamente conmovido”.

Colofón

Hans Christian Andersen no tuvo hijos y tampoco se casó. El amor no correspondido fue un tema constante a lo largo de su vida. Tuvo múltiples desamores. Riborg Voigt (1806 – 1883), que le inspiró la delicada bailarina de papel de “El soldadito de plomo”, era la hermana de un compañero de colegio (Lauritz Petter Voigt, 1779 – 1859). Él le propuso matrimonio, pero Riborg ya se había comprometido con el que sería su marido (Poul Jacob Bøving, 1799 – 1885) y rechazó su propuesta. Hans escribió a Riborg: “Si realmente amas a otro, ¡entonces perdóname! Espero que ambos seáis felices y olvida a esta criatura que nunca, jamás, podrá olvidarte. Nunca seré feliz, ¡pero así es como debe ser! ¡Nunca me dediques un pensamiento! Tú serás feliz, y no hay nada que desee más. Sólo esta vez sabrás de mí, después ya no. Pero no sientas pena por mí, Riborg. Dios es bueno y misericordioso. ¡Ten una gran vida! ¡Ten una gran vida siempre!”.

Tumba de Hans Christian Andersen

La cantante sueca Jenny Lind (1820 – 1887), a quien él dedicó su cuento de hadas “El ruiseñor” (1843), rechazó ser su pareja, por considerarlo sólo como un amigo. Algunos biógrafos afirman, que sufrió toda su vida por una homosexualidad no asumida. Al joven aristócrata Edvar Collin (1808 – 1886), quien sucedió a su padre como mecenas de Hans, le declaró su amor, obteniendo como respuesta un desconsolado premio de consolación: amistad. Hans, para su desahogo, escribió el cuento “La sirenita”. Finalmente, su relación con el joven bailarín Harald Scharff (1836 – 1912), fue otro de los amores no satisfechos de Hans. Mujeres u hombres, ni unos ni otros le correspondieron.

Cada dos años, la “Organización Internacional para el Libro Juvenil”, IBBY, fundada en Zurich (Suiza), en 1953, otorga el “Premio Hans Christian Andersen”, el más alto reconocimiento internacional otorgado a un autor y a un ilustrador de libros para niños y jóvenes.

Quiero finalizar mi articulito en Memoria y Recuerdo de Hans Christian Andersen, con una frase suya: “La vida, en sí, es el más maravilloso cuento de hadas. El mundo entero, es una serie de milagros, pero estamos tan acostumbrados a ellos, que los llamamos cosas ordinarias”.

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