SALVEMOS LA VEGA, AHORA DE LAS FOTOVOLTAICAS

Salvemos la Vega, ahora de las fotovoltaicas

Agustín Martínez -Periodista-

Hace tres años, por primera vez en la historia de esta ciudad, más de 50 asociaciones y colectivos, agrupados en la plataforma «Vega Sur te Quiero Verde», se sumaban a la petición de detener el proyecto de la VAU09, la Autovía de la Vega que se proyectaba para conectar los municipios de la zona sur y que, para muchos suponía asestar una nueva puñalada, la enésima, a este lugar donde muchas personas han descubierto el valor de caminar, correr, o montar en bicicleta, lejos del asfalto que nos asfixia y nos enferma.

La Vega de Granada, o lo que queda de ella, es un ecosistema verde que rodea a nuestra ciudad y se intercala entre los municipios del área metropolitana con huertos, caminos, acequias y cultivos, que amortiguan los nocivos efectos sobre la salud que provoca nuestro principal medio de transporte y nuestra forma de vida.

Durante mucho tiempo la principal amenaza que se ha cernido sobre la Vega, ha sido la de la especulación urbanística, con cada ayuntamiento “mordiendo” su trozo de Vega en favor del ladrillo, porque como todos hemos aprendido, primero se proyecta una carretera y poco después florecen en sus márgenes, urbanizaciones, y construcciones de todo tipo, a mayor gloria de los especuladores de toda la vida.

Ahora se da la paradoja de que la nueva amenaza para el futuro de nuestra Vega, viene de la mano de las plantas fotovoltaicas generadoras de una supuesta energía limpia, a las que en principio cualquiera con una mínima conciencia medioambiental apoyaríamos, pero que en el caso de la Vega sobrepasa todo lo admisible y puede suponer la puntilla para buena parte de lo que nos resta de este maravilloso espacio.

Las instalaciones generadoras de energías renovables están cambiando nuestros paisajes de forma acelerada. Al proceso que se inició lentamente con la aparición de los molinos de viento en las crestas de nuestra geografía, se suman las placas fotovoltaicas que arrastran nuevos tendidos eléctricos de alta capacidad, en su mayoría aéreos, y grandes torres metálicas. Todo ello a una enorme velocidad.

Como bien dicen Pedro Salmerón y Francisco Cordón: “el desarrollo incontrolado y devastador de estos megaproyectos están convirtiendo el territorio en un vertedero, en un espacio de sacrificio para el negocio de grandes grupos empresariales y de inversión. La falta de control está permitiendo que se fragmenten las actuaciones de forma impune para eludir trámites y está siendo habitual que unos promotores aleguen contra otros porque sus proyectos o líneas de conexión interfieren.”

En el corazón de la provincia, la nueva subestación de 400 kilovoltios “Promotores Caparacena”, al lado de la existente en Caparacena ya saturada, y la subestación de 220 kilovoltios “Seccionamiento Productores Atarfe”, al este de Sierra Elvira y por encima de la A-92, colocan el acceso energético a las puertas de la Vega de Granada. En esta transformación primero van las líneas de transporte de energía, que traen la capacidad a la conexión, y a renglón seguido los desarrollos de placas sin orden ni concierto, con sus líneas de evacuación y subestaciones de transporte.

Con este asunto nos estamos jugando nuestra salud, la de nuestros hijos e hijas y la calidad de vida de un entorno que ha vivido siempre en una maravillosa conexión con la naturaleza que la rodea, hasta que hemos llegado nosotros y primero con carreteras, después con edificios y ahora con placas solares, nos la estamos cargando.

Las enormes plantas fotovoltaicas de la Vega colisionan frontalmente con los objetivos de transición ecológica que deben marcar la recuperación económica. Suponen además un gravísimo atentado contra el patrimonio agrario y etnológico de la Vega, como parte integrante de la memoria territorial y paisajística de la ciudadanía granadina y atentan contra del Pacto por la Vega suscrito por todos los partidos políticos en febrero de 2015, que en su punto primero insta a que las consejerías con competencia en la materia, realicen los cambios normativos necesarios para proteger los suelos agrarios de la Vega de Granada, frente a cualquier otro uso no compatible con dicha actividad, así como iniciar los procesos para recuperar los espacios degradados de la misma.

La construcción de estas nuevas plantas y las “autopistas eléctricas” que deben trasladar la energía producida, fragmentaría aún más lo que queda de la Vega y haría más inviable si cabe la actividad agraria que le da sentido. Se destruirían muchas hectáreas de cultivo y acequias de riego, lo que supondría un grave perjuicio para las familias que se dedican a la agricultura, así como la liquidación del medio natural que ha proporcionado históricamente alimentos y sustento económico a Granada, con la consecuente degradación irreversible del paisaje y de los usos ciudadanos asociados a la trama de pequeñas explotaciones agrícolas conectadas por senderos, espacios para uso social y comunitario, deportivo, ocio saludable y desplazamientos alternativos.

La Vega es además una reserva natural de agua gracias a sus acuíferos, patrimonio colectivo que hay que proteger como garantía de reserva de abastecimiento. En resumen, nuestras tierras fértiles son una garantía de suministro local de productos de primera necesidad que es imperativo proteger.

Pero es que además, la construcción de estas nuevas plantas, supondría un derroche económico inaceptable, con una eficiencia y rentabilidad económica, social y ambiental seriamente cuestionada, ya que estamos hablando de un equipamiento cuya generación energética superaría con mucho nuestras necesidades y se dedicaría a cubrir la de los países europeos, convirtiendo a nuestra Vega en una especie de “batería” de Europa y lo que es peor, que tecnológicamente puede quedar obsoleto en muy pocos años, convirtiéndola en un auténtico vertedero de chatarra.

Unas plantas que si bien a día de hoy pueden suponer suculentos ingresos a los ayuntamientos en cuyos términos municipales se instalen, apenas si generan empleo más allá de su construcción y acaban con la actividad económica agrícola que ahora se desarrolla en esos terrenos. Es lo que solemos conocer con el dicho de “pan para hoy y hambre para mañana”. No lo consintamos.

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