Antonio Gómez Romera
Domingo, 15 de octubre de 2023
En el LXXIX aniversario del primer ataque kamikaze japonés a la armada norteamericana
Hoy, domingo 15 de octubre, festividad de Santa Teresa de Ávila (Gotarrendura o Ávila, 1.515 – Alba de Tormes, 1.582), mística y escritora española fundadora de la Orden de Carmelitas Descalzos, cuadragésimo primera semana de 2.023, se cumplen 79 años (1.944) del primer ataque “kamikaze” japonés contra un navío de guerra norteamericano protagonizado por el contralmirante Masafumi Arima (Ijūin, actual Hioki, 1.895 – 1.944), comandante de la 26 Flotilla aérea de Manila, perteneciente a la 1ª Flota Aérea japonesa en las Filipinas. En palabras del almirante Kimpei Teraoka, uno de los mandos responsables de crear, formar y dirigir una de estas unidades de kamikazes entre 1.944 y 1.945, “Nuestros aparatos franquearon la resistencia de los cazas contrarios y se precipitaron hacia los portaaviones para lanzar sus torpedos. Sin embargo, a las 15.50 horas se produjo aquel hecho extraordinario que entusiasmó a todos mis pilotos: el avión del almirante Arima se lanzó deliberadamente contra un portaaviones que fue hundido por aquella carga heroica”. Arima, un soldado de casi 50 años de edad, taciturno, reputado e intelectual, conocido por su estilo de vida frugal, según dicta la disciplina Zen del verdadero Samurai, fue así el primero de los más de 2.500 kamikazes japoneses que se sacrificaron en los últimos meses de la Segunda Guerra Mundial para intentar defender a su patria, a su cultura y a sus familias, provocando casi 10.000 bajas y hundiendo alrededor de 49 buques de guerra de Estados Unidos.
Sobre el origen: “kamikaze”
“Kamikaze”, “Viento Divino”, es el nombre que recibió el tifón que asoló el Mar del Japón y las costas adyacentes el año 1.281 y destruyó a la flota combinada de Coreanos, Chinos y Mongoles enviada por Kublai Khan (1.215 – 1.294), nieto de Genghis Khan (1.162 – 1.227), para invadir el país de Wa, nombre dado por los mongoles al antiguo Japón.
La imagen que ha pervivido de las invasiones mongolas de Japón es la de la bahía de Imari cubierta por cientos de barcos destrozados como resultado de un tifón llamado “kamikaze” (“viento divino”). Mientras los barcos permanecían anclados entre la isla de Takashima y Kyushu, en Matsuura, se levantó un viento tremendo. Los barcos cercanos a la costa chocaron los unos con los otros y se vieron arrastrados por los cabos de protección con que estaban unidos. Las olas barrieron las cubiertas y muchos hombres perecieron ahogados. Algunos barcos se hundieron, otros se estrellaron contra las rocas o encallaron. Los que se encontraban en aguas más profundas cortaron las amarras de sus anclas y trataron de aguantar el temporal. Cuando el viento empezó a amainar, los defensores japoneses salieron de sus fortalezas. El Ejército de Kublai Khan estaba completamente desorganizado y sin posibilidad de recibir ayuda y refuerzos desde el continente, por lo que fue totalmente derrotado y los supervivientes fueron convertidos en esclavos. Este es el nacimiento de la leyenda del “Kamikaze”.
Dice el historiador Stephen Turnbull, de la Universidad de Leeds, en su artículo “Viento divino. Las invasiones mongolas de Japón” que: “Sin embargo, el carácter mitológico de las invasiones mongolas de Japón no paró de crecer con el tiempo. Es significativo que en las obras literarias de los siglos posteriores aparezca cada vez con mayor profusión la expresión “shinkoku” (“tierra de los dioses”) para referirse a Japón, una tierra excepcionalmente salvaguardada. De forma paralela comenzó a desarrollarse una cada vez mayor polarización entre la percepción que se tenía del guerrero japonés y los demonizados extranjeros. En una fecha tan tardía como 1.853, el año antes de que Japón abriera sus puertas al exterior tras tres siglos de aislamiento, se rezaban plegarias por la subyugación de los extranjeros cada vez que se avistaban barcos en aguas japonesas, plegarias basadas en maldiciones lanzadas contra los invasores mongoles 600 años antes. Finalmente, cuando en 1.945 Japón se vio de nuevo amenazado por una invasión extranjera, la desesperada defensa protagonizada por los pilotos suicidas compartía tanto el espíritu como el nombre del kamikaze. Eran los herederos del “viento divino”, y no dudaron en inmolarse estrellando sus aviones sobre las cubiertas de los portaaviones norteamericanos con la vana esperanza de emular a sus ancestros, que habían logrado rechazar la terrible invasión mongola”.
“Kamikaze” – 1.944
Aquella mañana, el contralmirante Masafumi Arima, se dirige al grupo de aviones estacionados en el aeródromo de Nichols, hoy Base Aérea Coronel Jesús Villamor, situado al Sur de Manila (Filipinas), vestido con un uniforme de vuelo sin insignias. Sube a un caza y rasca la palabra «Almirante» pintada en sus prismáticos. Dieciséis Zeros y setenta cazas del ejército despegan del aeródromo que queda después, en un silencio sepulcral. La Flotilla de aeronaves va a lanzar un ataque contra la TF 38, Fuerza de Combate de la Flota estadounidense. Horas más tarde, llega un despacho a Manila informando que la 26ª Flotilla ha descubierto a los norteamericanos a 240 millas y a 65º de Manila. El Contralmirante Arima se ha lanzado sobre el portaaviones norteamericano, USS “Franklin” (CV-13), impactando contra él, dando ejemplo de su entrega heroica al “Mikado”, término obsoleto que se usaba para denominar al Emperador de Japón y que ha sido sustituido por la palabra “tennō”. En realidad no le alcanzó, sino que se estrelló junto al casco, rociándolo de combustible en llamas y dando la impresión de haberlo alcanzado. Veinte aviones del ataque no regresan y, el de Arima, está entre ellos. Según un comunicado japonés, Arima había “encendido la mecha de los deseos ardientes de sus hombres”. Dos días más tarde, el 17 de octubre, llega a Manila el nuevo comandante en jefe de la 1ª Flota aérea en las Filipinas. Se trata del vicealmirante Takijiro Onishi (Ashida, hoy Tanba, 1.891 – 1.945) uno de los pioneros en la creación de las fuerzas paracaidistas de la Marina Imperial, que se ha forjado una gran reputación como combatiente en China. Apenas si cuenta con 200 aeronaves, menos de 100 según otras fuentes, con los que ofrecer cobertura aérea a la flota combinada del vicealmirante Takeo Kurita (Mito, 1.889 – 1.977) en la decisiva batalla de las Filipinas.
El vicealmirante Takijiro Onishi, hace suyas las palabras que le sugiere el capitán Ejichiro Jo al mando del portaaviones “Chiyoda”, tras la derrota en la batalla de las Marianas: “Ya no es tiempo de esperar a destruir por medios ordinarios los portaaviones enemigos, que son muy superiores en número. Pido, pues, que se forme rápidamente un cuerpo aéreo especial cuyos pilotos sean destinados a arrojarse directamente contra los navíos enemigos”. Y escribe una primera nota, pública y oficial, que dice: “Combatir de una manera clásica sería lanzar inútilmente mis jóvenes a la voracidad de un enemigo superior en número y en armamento. Lo que importa a un comandante, es encontrar una muerte útil y honrosa para sus soldados. Estoy convencido, de que las operaciones de sacrificio, no son sino un acto de amor grandísimo”. Y crea este Cuerpo Especial de pilotos, al que se le da el nombre de “Kamikaze” que, en principio, cuenta con cuatro escuadrillas que reciben los nombres de “Shikishima”, designación poética para Japón, “Yamato”, la región más representativa del Japón, “Asahi”, sol Levante, y “Yamazakura”, cerezo salvaje, según el poema de Norinaga Motoori (1.730 -1.801). «Si le preguntas a la gente sobre el espíritu Yamato de Shikishima, son las flores de cerezo de montaña las que brillan bajo el sol de la mañana».
La Wikipedia en su artículo “Nombres de Japón”, indica sobre “Yamato”: “Los chinos, coreanos y japoneses escribían regularmente Wa o Yamato, «Japón», con el carácter chino 倭hasta el siglo VIII, cuando los japoneses encontraron fallas en ello, sustituyéndolo por 和 «armonía, paz, balance». Retroactivamente, este carácter fue adoptado en el Japón para describir al país, a menudo combinado con el carácter 大(だい/dai), que literalmente significa «Grande», más parecido a los nombres usados por muchas naciones, para escribir el preexistente Yamato (大和) (como 大清帝國– Gran Imperio Qing, 大英帝國– Gran Imperio Británico). Sin embargo, la pronunciación Yamato no puede ser formada de los sonidos de sus caracteres constituyentes; se refiere a un lugar en Japón y se especula con que originalmente significaba «Puerta de la Montaña» (山戸). Otros nombres en textos originales chinos, eran País Yamatai (邪馬台国), donde la Reina Himiko vivió. Cuando hi no moto, la forma indígena japonesa para decir «origen del sol», era escrita en kanji, recibía los caracteres 日本. Con el tiempo, estos caracteres se comenzaron a leer con lecturas pseudo – chinas, en primer lugar Nippon y más tarde Nihon”.
A éstos pilotos especiales, a bordo de cazas y cargados con bombas de 250 kilogramos, se les encomienda la misión de sorprender al enemigo con una serie de ofensivas.
Colofón
Un anuncio oficial hecho por el Cuartel General de la “Teikoku Kaigun”, Armada del Gran Imperio Japonés al final de la contienda, refleja que 2.409 “kamikazes” del Ejército y la Armada Imperial cayeron en el cumplimiento del deber, con la consigna «un avión, un buque». Pero, por la poca experiencia de los pilotos “kamikaze”, unido a las numerosas defensas anti aéreas norteamericanas, el buen uso del radar y la efectividad de los cazas que los interceptaban, los ataques realizados con éxito contra buques norteamericanos, apenas rondó el 30 %. A pesar de los esfuerzos desesperados de los kamikazes, Japón terminó perdiendo Filipinas y firmando su rendición. Un duro golpe para un Onishi que se sintió responsable de haber llevado a la muerte a más de 2.000 jóvenes sin conseguir ninguno de sus objetivos. “A los kamikazes muertos. Habéis luchado con heroísmo y os estoy profundamente agradecido. Habéis perecido creyendo en la victoria final. Vuestra esperanza fue vana. Que mi muerte sirva de consuelo para vuestras familias y de alivio para vuestra alma”, dejó escrito, antes de suicidarse, en el verano de 1.945.
La ardiente mecha que prendió el contralmirante Masafumi Arima, se apaga con los luctuosos y crueles bombardeos atómicos norteamericanos a la población civil de las ciudades japonesas de Hiroshima y Nagasaki, el lunes, 6, y el jueves, 9 de agosto de 1.945.
En Mayo de 1.949, el Parlamento Japonés declaró a Hiroshima como “Ciudad de paz” y a Nagasaki como “Ciudad de la cultura internacional.