Antonio Gómez Romera
Domingo, 27 de agosto de 2023
En el CCCLXXXVIII aniversario de la muerte del poeta y dramaturgo Lope de Vega, el “Fénix de los Ingenios”
Hoy, domingo, 27 de agosto, festividad de Santa Mónica, trigésimo cuarta semana del año 2.023, se cumplen 388 años (lunes, 1.635) del fallecimiento del poeta y dramaturgo Lope de Vega (Félix Lope de Vega y Carpio, Madrid, 1.562 – 1.635), llamado “Fénix de los Ingenios”. Según los registros históricos, muere a causa de una enfermedad conocida como «hidropesía» o edema pulmonar, que afecta los pulmones y provoca dificultad para respirar. Después de su muerte, el Teatro Español es ya un género literario maduro y popular, enriquecido con sus innovaciones y hallazgos, virtudes debidas a su talento y a sus aportaciones. Miguel de Cervantes (1.547 – 1.616), a pesar de su antipatía por Lope, lo llama “Monstruo de Naturaleza”, admitiendo su gran fecundidad literaria, pero criticando irónicamente el anteclásico desarreglo de su poética teatral, a semejanza del monstruoso hircocervo de la “Ars poetica” de Horacio (65 a.C. – 8 a.C.). El «monstruoso hircocervo» es una criatura mitológica que aparece en algunas obras literarias y el folclore europeo que se describe como una extraña combinación de un ciervo y una cabra, con cuernos y pezuñas afiladas. Esta criatura, a menudo simboliza la dualidad, la ambigüedad moral y la naturaleza híbrida.
Sus últimos días
Madrid, calle Francos. El viernes, 24 de agosto, día de San Bartolomé, Félix se levanta muy temprano, dice misa, cuida de su jardín como lo hace cada día y se encierra en su estudio, a trabajar. Al mediodía, se nota los primeros síntomas. Por la tarde, sale de casa, para asistir en el Seminario de los Escoceses a unas conclusiones de Medicina y Filosofía y, durante la ceremonia, sufre un desmayo. Un médico amigo, Sebastián Francisco de Medrano, le atiende y se ocupa de que le lleven en una silla a su casa, donde, por la alta fiebre, se le purga y practica una sangría.
Al día siguiente, sábado, 25 de agosto, todavía puede escribir un poema y un soneto, y recibe la visita del doctor Juan de Negrete, médico de cámara de Su Majestad, quien recomienda que le den el Santísimo Sacramento. El domingo, 26 de agosto, otorga y firma testamento, con gran esfuerzo, ante el escribano Francisco de Morales y Barrionuevo y cinco testigos, Felipe de Vergara, médico, Juan de Prado, platero de oro, José Ortiz de Villena, presbítero, Juan de Solía y Diego de Logroño, en el que nombra heredera a su hija, Feliciana. En el testamento que dicta Lope, precisa: “Lo primero encomiendo mi alma a Dios nuestro Señor, que la crió y hiço a su ymagen y semexança y la rredimió por su preciosa sangre, al qual suplico la perdone y lleve a su santa gloria; para lo qual pongo por mi yntercesora a la Sacratísima Virgen María conceuida sin pecado original, y a todos los santos y santas de la corte del cielo; y difunto mi cuerpo, sea restituido a la tierra de que fue formado. Difunto mi cuerpo sea bestido con las ynsignias de la dha rrelixión de San Juan, y sea depositado en la yglesia, lugar que hordenare el Exmmo. Señor Duque de Sesa, mi Señor, y páguese los derechos. El día de mi muerte, si fuera ora, y si no otro siguiente, se diga por mi alma misa cantada de cuerpo presente, en la forma que se acostumbra con los demás relixiosos. Y en quanto al acompañamiento de mi entierro, onrras, novenario y demás osequias y misas de alma y rreçadas que por mi alma se an de decir, lo dexo al parecer de mis albaceas o de la persona que lixítimamente le tocare esta disposición.”
Esa noche del domingo, recibe el viático y la extremaunción. El lunes, 27 de agosto, a las cinco y cuarto de la tarde, fallece sin haber articulado una sola palabra. El certificado de defunción constata; “Frey Lope Félix de Vega Carpio, presbítero de la Sagrada Religión de San Juan, calle de Francos, casa propia, murió en veinte y siete de agosto de 1.635. Deja como albacea al Sr. Duque de Sessa y a su voluntad, su funeral y misas.”
Funeral y entierro
El VI duque de Sessa, D. Luís Fernández de Córdoba y Aragón (1.582 – 1.642), organiza y paga las honras fúnebres, que duran nueve días y sus restos son depositados el martes, 28, en la Iglesia de San Sebastián, en el barrio de las Letras, situada en el número 8 de la Calle Príncipe, en pleno centro de Madrid. La iglesia, dedicada a Santiago el Mayor, también es conocida como de San Sebastián, y fue construida entre los siglos XV y XVI en el lugar donde en el año 1.412, se ubicaba una antigua capilla.
Martes, 28 de agosto, 11 A.M. El cortejo fúnebre, por expresa petición de la hija de Lope, Sor Marcela de San Félix (1.605 – 1.688), pasa frente a las celosías del Convento de las Trinitarias Descalzas y sigue calle arriba por Cantarranas hasta la calle León, calle Atocha o calle Huertas, para finalmente salir a la Iglesia de San Sebastián. Del inmenso fervor popular que se atisba da testimonio Francisco Ximénez de Urrea (1.589 – 1.647) al exponer que «hubo muchas mujeres. Acabaron [el entierro] a las dos de la tarde, y a las cinco de la mañana no se podía entrar en la iglesia».
También Juan Pérez de Montalbán (1.602 – 1.638) nos ofrece un relato detallado del entierro y de las honras fúnebres celebradas en los días posteriores: «Tratose de su entierro, de que se encargó el señor Duque de Sessa, como su dueño y albacea, y como tan magnánimo príncipe, y determinose para el martes siguiente a las once. Repartiéronse muchas limosnas de misas, que es la más importante honra para el que yace. Convocose todo el pueblo sin convidar a ninguno; vinieron cofradías, luces, religiosos y clérigos en cantidad, la Orden de los Caballeros del hábito de San Juan, la de los Terceros de San Francisco, la Congregación de los Familiares [del Santo Oficio] y la de los Sacerdotes de Madrid, compitiendo piadosamente sobre quién había de honrar sus hombros con llevar su cuerpo, y consiguiolo la Venerable Congregación de los Sacerdotes. Empezose el entierro según estaba prevenido, y fue tan dilatado, que estaba la cruz de la parroquia en San Sebastián y no había salido el cuerpo de su casa, con ser tanto el distrito y haber rodeado una calle a petición de Sor Marcela de Jesús, religiosa de la Trinidad descalza y muy cercana deuda del difunto, que gustó de verle.
Las calles estaban tan pobladas de gente, que casi se embarazaba el paso al entierro, sin haber balcón ocioso, ventana desocupada ni coche vacío. Y así, viendo una mujer tanta grandeza, dijo con mucho donaire: «Sin duda este entierro es de Lope, pues es tan bueno.» Iban con luto al remate del acompañamiento don Luis de Usátigui, yerno de Lope, y un sobrino suyo en medio del señor Duque de Sessa y de otros grandes señores, títulos y caballeros. Llegaron a la iglesia, recibioles la Capilla Real con música. Díjose la misa con mucha solemnidad, y al último responso, viéndole quitar del túmulo para llevarle a la bóveda, clamó la gente con gemidos afectuosos. Depositose en el tercero nicho por orden del señor Duque de Sessa, con permisión del doctor Baltasar Carrillo de Aguilera, cura propio de la parroquia de San Sebastián, y con declaración de la justicia por el secretario Juan de Piña. Vaciole en cera la cabeza Antonio de Herrera, excelentísimo escultor de Su Majestad, y despidiéronse los amigos, llorando la soledad que les hacía Lope, como quien echa menos una joya que le han hurtado«.
Colofón
El duque de Sessa, que ha costeado las honras fúnebres, incumple en cambio su promesa de edificarle un mausoleo y sólo paga la primera anualidad del depósito, que asciende a 400 reales, sin que él, ni los familiares de Lope, paguen nunca más. Pasados cinco años, los monjes amenazan con que “se sacarán los huesos del susodicho y se pondrán en la bóveda con los demás que generalmente se echan en ella”. Y, en 1.660, los restos de Lope son sacados de su nicho y arrojados, definitivamente, al osario común. Sin embargo, Ramón Mesonero Romanos (1.803 – 1.882), menciona que Lope fue arrojado al osario hacia 1.805, pero no al del templo, bajo el coro o en las mismas criptas, sino en el que había en el pequeño cementerio en las afueras de la parroquia, en la calle Huerta, hoy convertido en vivero de plantas y flores, bajo el nombre de “El Jardín del Ángel”. Finalmente, en alguna de las muchas revueltas del tumultuoso siglo XIX, sus restos desaparecen, mezclados con otros en el osario de la parroquia de San Sebastián.