SOBREVIVIR EN TIEMPOS DIFÍCILES. MOTRIL A MEDIADOS DEL SIGLO XVII
Durante el reinado de Felipe IV las graves perturbaciones de la economía española perjudicaron enormemente a las clases más modestas, a los perceptores de rentas fijas y a los trabajadores asalariados; ocasionado un gran malestar a muchas gentes que, en numerosas ciudades y pueblos de España, salieron a la calle pidiendo remedio a su hambre a unas autoridades que a veces no estuvieron a la altura de su misión.
En Andalucía el descontento se agravó extraordinariamente y donde factores climatológicos, sociales, económicos y políticos se conjuraron para exasperar los ánimos, creando una sensación de agravio generalizado que se concretó en levantamientos populares en muchas ciudades y pueblos, en un fenómeno que el profesor Domínguez Ortiz denominó “alteraciones andaluzas”.
También en Motril en 1648 se produce esta expresión de insurrección popular en contra de la pésima situación de subsistencia en la que se encontraban la mayor parte de los 4.000 o 4.500 motrileños y la ineptitud del Concejo para resolver los problemas. Desde primeros de ese año, la entonces villa, se encontraba en un deplorable estado de miseria y empezaban a aparecen enfermedades entre los habitantes de los barrios pobres. La situación se venía arrastrando por malos años agrarios antecedentes, escasez y carestía del trigo. A partir de 1645 se suceden años de malas cosechas, el clima estaba muy alterado y se alternan periodos de extrema sequía con años excepcionalmente lluviosos. El precio de los cereales, y consiguientemente el del pan, sube constantemente en estos años, lo que afecta principalmente a las clases más menesterosas cuya dieta estaba basada básicamente en su consumo. La fanega de trigo llega a alcanzar los 35 reales, precio muy elevado para la época y más en Motril donde no se cultivaba apenas trigo, ya que casi todas las tierras disponibles estaban plantadas de cañas de azúcar y el abastecimiento de la población tenía que hacerse trayendo el cereal de otras localidades, lo que encarecía su precio por el transporte.
Desde finales de 1647 ya no entraba casi nada de trigo, había hambre generalizada y la gente estaba inquieta por las noticias de contagios y tumultos en otros lugares de Andalucía que hacían correr los médicos y los sacerdotes desde los púlpitos.
En los primeros días de abril el hambre y algunas enfermedades contagiosas eran fehacientes en las casas más miserables y el Ayuntamiento, falto de recursos terrenos, acude a implorar la ayuda divina pidiendo al Cabildo Eclesiástico de la Iglesia Mayor y a los religiosos de los conventos que hiciesen rogativas por la salud de los motrileños; implorando, también, para que acabase la prolongada sequía que amenazaba las cosechas desde el año anterior. A mediados de este último mes seguía sin entrar apenas trigo y el poco y malo que llegaba alcanzaba el exorbitante precio de 90 reales la fanega, cuando el costo normal era de 18. El día 27 llegaba la noticia que Granada se estaba guardando de un contagio, lo que implicaría que Motril tuviese que aislarse para protegerse del mal, añadiendo aún más dificultades a la entrada de cereales. La inquietud aumentó considerablemente en los barrios más indigentes.
Una carta del presidente de la Chancillería granadina, recibida en Motril el 2 de mayo, comunicaba que había peste en Valencia y Murcia y ordenaba que se cerrasen por tierra y por mar todas las villas y ciudades del reino a productos y gentes procedentes de los lugares infectados, so pena de la vida y el embargo de bienes. De nuevo otra mala noticia para los motrileños que esperaban recibir trigo levantino. Ante una amenaza tan cercana el cabildo motrileño empieza a adoptar medidas extraordinarias tendentes a evitar la propagación del mal, tales como limpiar las calles, cercar la ciudad, señalar las puertas de la muralla como únicos lugares de entrada y salida, establecer guardas de la peste e impedir que descargasen en el Varadero navíos sin que se hubiese comprobado la patente de sanidad.
La hambruna y las enfermedades hacen su aparición en los barrios más pobres.
En junio la situación se alivia algo al llegar al Varadero un navío francés con 400 fanegas de trigo que son compradas por el Concejo por 8.000 reales, a pesar de que estaba prohibido el comercio con el vecino país. Pero el respiro dura poco y a fines de julio había de nuevo hambre y enfermedades y algunos conatos de alborotos en los barrios de Capuchinos y Esparraguera.
El 30 de agosto desde el amanecer se producen tumultos y disturbios en los barrios que no pueden reprimir la escasa fuerza pública y que se generalizan pronto en un motín donde miles de personas armados de herramientas de labranza, palos y piedras recorren las calles gritando que no había pan. Hacía tres días que la gente no comía.
A las 3 de la tarde, hora en la que se había de celebrar cabildo en el Ayuntamiento, la Plaza Mayor estaba llena de gente y de muchos soldados de infantería armados, concentrados ante el insistente rumor de que los regidores habían impedido la entrada de trigo para evitar la bajada de precios y con el grito “Viva el rey y muera el mal gobierno”. Sólo la cordura de los amotinados impediría un baño de sangre en Motril.
Cuando llegaron las autoridades municipales se produjeron furiosos enfrentamientos y hasta el propio teniente de Corregidor fue maltratado, saliendo en su defensa regidores y religiosos de los conventos que habían acudido a la plaza para prevenir actos violentos. Los más agitadores, unos 400 hombres, no habrían dudado matar a las autoridades y fue necesario que los sacerdotes de la parroquia sacasen en procesión al Santísimo Sacramento para calmar los ánimos de la gente que golpeaban a regidores y religiosos con armas, palos y piedras.
Por fin pudo reunirse el Concejo y, ante la presión de los amotinados, acordaron que los munícipes visitasen hornos, molinos y casas particulares donde pudiese haber trigo, sacándolo usando incluso la fuerza, y lo llevasen a la alhóndiga para ser vendido a precios asequibles. El propio Concejo solicitó al corregidor la intervención de las milicias de Granada para resolver la revuelta.
Toda la tarde siguieron los tumultos y a las 10 de la noche, ante el temor de que se amotinasen también los miles de trabajadores forasteros de la zafra y de los ingenios, se volvió a reunir el Concejo en la casa del teniente Corregidor, solo quedaban dos regidores ya que el resto habían huido, donde estuvieron acompañados por numerosas personas de las familias más importantes y religiosos para evitar que fuesen atacados por los sublevados.
En la madrugada, con el paso de las horas, el motín se fue apaciguando y en la mañana del día 31, con la noticia de que la Corona había autorizado al Ayuntamiento motrileño para comprar trigo francés y de Berbería, la tranquilidad volvió a la villa y los amotinados empezaron a retornar a sus casas, poniéndose fin al levantamiento popular.
De todas maneras el fin del año de 1648 no fue mucho mejor que al principio, seguía la falta de trigo y amenaza de epidemias y 1649 se iniciaba con el signo de la escasez y ánimos bastante caldeados, pero posiblemente el aviso de peste en Granada sosegó a los motrileños que se concentraron ahora en aislar la villa para evitar un nuevo contagio, ayudados por la estricta orden del Concejo de rebajar el precio del pan a 5 cuartos y que los panaderos lo hiciesen de calidad sin subir el precio, bajo la pena de cárcel y azotes.
El día de Reyes de 1649 llega una carta de Granada avisando que hay peste en Sanlúcar de Barrameda. El cabildo, reunido urgentemente, acordó que se guardase ciudad por tierra, dando aviso a los oficiales de las compañías militares para que los soldados vigilen los caminos, y por mar inspeccionando los regidores y el alcalde mayor los barcos que llegaban a la playa por si traían enfermos y ordenando a los dueños de barcas y laúdes, bajo pena de muerte, que no trasportasen a ninguna persona forastera. Se decidió, también, que los alarifes y maestros de obras revisaran la muralla para la ver la necesidad de reparos.
A fines de enero se sabe que la epidemia avanzaba por muchas partes de Andalucía y el 27 de ese mes el Ayuntamiento acordó que, por lo calamitoso de los tiempos, se hiciese una procesión general llevando a San Matías desde la Iglesia Mayor al Cerro y que volviese acompañado con la Virgen de la Cabeza, quedando las dos imágenes expuestas en el presbiterio de la Iglesia, realizándose un devoto octanario de misas para pedirles por la salud de los motrileños.
A fines de abril y primeros de mayo había peste en Cádiz, Sevilla y Málaga, asustados los regidores acuerdan levantar aún más las murallas, colocar guardias recorriéndolas las veinticuatro horas, limpiar calles y solares y de nuevo realizar un novenario y rogativas a la Virgen de la Cabeza.
El 4 de junio los regidores visitaron las boticas para comprobar las medicinas que había y las que era necesario comprar y visitaron la cárcel, donde estaban encerrados los soldados y el capitán que se habían rebelado en 1648. Verificaron que las condiciones higiénicas eran pésimas con lo que se podía causar una enfermedad grave, decidiendo trasladar a los presos a otra casa en el cuerpo de guardia y lavar todo el edificio de la cárcel con vinagre.
De nuevo el día 9 el Ayuntamiento acuerda otra procesión general para el día 13, rogando para que la ciudad no se contagiara. Sacarían por las calles a San Francisco de Paula, Santo Tomás, San Roque y San Antonio de Padua; irían después a la ermita de la Virgen en el Cerro y retornarían con su Sagrada Imagen a la Iglesia Mayor donde serian colocados todos en el altar mayor para hacerles rogativas y un novenario.
Durante la primavera y el verano la ciudad se libra de la peste y el 2 de septiembre nuevamente se acordó hacer plegarias y misas por la salud de la villa a la Virgen de la Cabeza, Santo Tomás, San Roque, San Sebastián, San Francisco de Paula y a todos los santos abogados contra la peste. Se harían en todos los conventos, ermitas e Iglesia Mayor.
El 7 de octubre se recibe noticia de que había peste en Granada, pero por lo pronto en Motril se seguía gozando de buena salud y así se termina ese infausto año de 1649.
A mediados de febrero de 1650 se realiza otra procesión y novenario a la Virgen de Cabeza en acción de gracias porque, por su intercesión, se gozaba de salud en Motril.
En mayo la situación se complica de nuevo, hay peste en Almuñécar y Salobreña con gran mortandad entre sus vecinos. Los motrileños están aterrorizados y Ayuntamiento tiene que tomar una serie de medidas drásticas para proteger la ciudad del contagio:
- De las cuatro puertas de entrada que tenía Motril se cerrarían la del camino de Salobreña, la del ingenio del Toledano y la del camino de Granada. Para todas las personas y trajineros que venían de Granada de abriría un portillo detrás del convento de Capuchinos en la calle de la Alfarería. También se mantendría abierta la puerta de la mar para los pescadores y la gente del campo.
- Estas dos puertas permanecerían abiertas desde la 6 de la mañana a las 8 de la tarde y serían guardadas por soldados y regidores. Los soldados rondarían las murallas día y noche y los regidores y alcalde mayor visitarían las puertas y postigos también durante las veinticuatro horas.
- Las eras para los cereales se harían dentro de lo cercado de la villa.
- Se vedaba la entrada a Motril a gitanos y bergantes forasteros y a los que estaban en la ciudad se les prohibía salir de ella.
- No se consentiría a ningún arriero que trajese ropa de ningún género y de ninguna parte para vender en Motril.
- Visitar las boticas para que provean de las medicinas necesarias y que médicos, cirujanos y barberos tengan particular cuidado en las curaciones. Los barberos y cirujanos no sangrarían ni recetarían nada sin orden de los médicos, comunicándoles los enfermos que visitasen para que la Junta de Salud tenga aviso.
- Se vigilaría día y noche todo el término motrileño desde el Guadalfeo y lugar Pataura hasta la desembocadura del rio. Para ello se comprarían dos caballos.
- Todos los trabajadores del campo que saliesen de la ciudad necesitarían una cédula que estaría refrendada por los cabos de las puertas y a su vuelta serian reconocidos cada uno.
- En la torre de la mar en el Varadero, se nombraría un cabo que vigile día y noche la gente que allí acude y a las barcas.
Todas estas medidas que tomó el Ayuntamiento parece que fueron las adecuadas. Motril no sufrió los embates de la peste de 1649-50. De esta epidemia los motrileños salieron prácticamente indemnes, al contrario que muchas villas y ciudades cercanas, como Lobres, Salobreña, Almuñécar, Granada o Málaga, donde el contagio se cebó con la población provocando una tremenda mortandad. Terminaba 1650 con la villa en relativa tranquilidad y con enormes precauciones para evitar contagios. Superado el trance, la vida, la economía y el comercio fueron poco a poco recobrando su pulso y así terminaba este largo episodio de tres infaustos años de hambres, enfermedades y alteraciones populares, cuyos acontecimientos que aquí relatamos están muy bien recogidos en los libros de actas del Cabildo que se conservan en el Archivo Municipal de Motril.