RENOVAR NUESTRO CARNET DE IDENTIDAD
Un día el Jesús picapedrero sintió como le ardía por dentro el fuego de todos los profetas y decidió subir a la montaña, como hizo un día Moisés, pero no cargado con dos losas de piedra para grabar diez mandamientos, sino empujado por la fuerza del Espíritu para proclamar a los cuatro vientos alegres promesas de felicidad: «dichosos, dichosos, dichosos…» Porque resulta que la felicidad es lo único que Dios quiere para sus hijos.
Por eso, Jesús nos hace una insistente llamada a la felicidad que no consiste en cumplir un decálogo de mandatos, sino asumir una nueva manera de ser y de vivir:
– Felices los que comparten todo con los que no tienen nada, porque Dios será su mejor tesoro.
– Felices los que tienen un corazón grande y generoso y son buenos con todos, porque Dios será su recompensa.
– Felices los que responden con bien al mal que reciben, porque Dios será su consuelo.
– Felices los que cumplen la voluntad de Dios, porque nunca se equivocaran y harán siempre lo mejor.
– Felices los que son compasivos con los demás, porque serán como Dios que es misericordioso.
– Felices los que perdonan siempre, porque Dios los perdonará a ellos.
– Felices los que construyen la paz, porque la recibirán como un regalo que Dios da a sus hijos.
– Felices los que siempre son amigos y dan la cara por el evangelio, pase lo que pase, porque vivirán en el mismo corazón de Dios.
Estas son las señas de identidad del mismo Jesús y de todos aquellos que quieran seguirle.
Pero el gran reto que nos plantea este camino es que nos hace ir contracorriente ya que en él se ven trastocados todos los criterios habituales de felicidad que nos propone este mundo.
Por eso, existe el peligro de que muchos que nos consideramos cristianos perdamos, con el tiempo, nuestras señas de identidad y sigamos circulando por la vida con un carnet ya caducado… De aquí, la urgente necesidad de renovarlo.
