Domingo, 25 de diciembre de 2022
Antonio Gómez Romera
EN EL 81 ANIVERSARIO DEL NACIMIENTO DEL CANTAOR ENRIQUE MORENTE
ALFA
Tal día como hoy, hace 81 años (jueves, 1.941), nace en el barrio del Albaicín de Granada, en el número 9 de la Cuesta de San Gregorio, el cantaor flamenco, Enrique Morente Cotelo, conocido en sus inicios artísticos como el «Ronco del Albaicín». Aunque Enrique siempre creyó que tenía un año menos y que había nacido en 1.942, la inscripción en el Libro de Bautismos de la Parroquia de San José dice que nació en 1.941. Para hablar de su vida, voy a ceder la palabra a su familia, Aurora, Estrella de la Aurora, Soleá y José Enrique -Kiki-, y a personas allegadas que lo conocieron y trataron, día a día, o que han estudiado su venturosa vida con sus sombras de posguerra y sus destellos geniales. Así, el productor y artista Julián Méndez Podadera, en su colaboración de “Las apreturas de doña Encarnación”, de 14 diciembre de 2.010, expone que “La víspera de nacer Morente, el día de Navidad, Encarnación Cotelo, no se resignó a festejar en silencio la Nochebuena. Así que aquella noche, con sus comadres del Albaicín, cantó y brindó con anís hasta las del gallo. Eso sí, para que el niño Enrique no viera la luz antes de tiempo, la mujer bailó, jaleó y dio palmas de rodillas, como un duende chiquito en mitad de una parranda estruendosa”. Sobre ello, el propio Enrique Morente llegó a afirmar que “Creo que esas cosas influyen en la vida de uno”.
Otro personaje de nuestra época, Eduardo Vázquez Martín, en su artículo “Enrique Morente: la voz del Albaicín y los poetas” (Letras Libres, nº 113 – 28 febrero 2.011), revela que “Morente nace en Granada, la ciudad más morisca de España. Ahí la cultura gitana se refugió en las cuevas del Sacromonte durante cientos de años, y su arte antiguo, alimentado en su diáspora desde la India hasta la península ibérica por las influencias de todas las tierras andadas, se sumó a las músicas de los califas, a las oraciones y cantos de las iglesias, sinagogas y mezquitas, así como a los versos que nacían en los diversos territorios de la lengua española”.
Enrique es el segundo hijo de Encarnación Cotelo y Juan Morente. Como bien recoge el escritor, periodista y reputado flamencólogo español Balbino Gutiérrez Quesada (Campillo de Arenas, Jaén, 1.944 – Madrid, 2.019) en su contribución “Morente, un genio entrañable”, confirma que “Nace en el seno de una familia muy humilde de “castellanos”, que es como los gitanos granadinos denominan a los payos. El padre, Juan Morente, la abandona dejando a la esposa Encarna Cotelo sola con dos niños: Enrique con unos meses de edad y una hermana, también llamada Encarna, pocos años mayor que él. Enrique no conocerá nunca a su padre, del que le llegan sólo noticias por las que sabe que tiene un hermanastro, y volcará todo su amor en su madre y su hermana, fallecidas ambas en el 96 y en el 92, respectivamente. La madre tiene que ganarse la vida trabajando de cocinera, una magnífica cocinera, en algunas casas de ricos granadinos como la de Rodríguez Acosta, banqueros y mecenas de la ciudad. Vive su infancia en el Bajo Albaicín, entonces un barrio marginal y castigado duramente por la Guerra Civil y durante la larga posguerra que se vive en Granada. Realiza sólo estudios primarios y entra como monaguillo de la Catedral cantando en el Coro de niños de la misma o Seises”.
Desde muy pequeño, canta en el Coro de la iglesia y hace de seise ataviado con el roquete rojo y el bonete negro en la Catedral de Granada hasta que un canónigo acabó echándolo a patadas por pelearse por la propina de un americano, delante de la imagen de la Purísima. Tiempo después el mismo Enrique Morente afirmaría que “No lo entendí hasta muchos años después. Aquella Purísima era de Alonso Cano. Puro arte”.
Otro personaje de relieve, el periodista y escritor José Luis Masegosa Requena, recordaba su figura en el artículo “Los hijos de las panaderas”, publicado el 20 de diciembre de 2.021, donde el recuerdo y la memoria “nos lleva, con templanza y sosiego, a la grisura de la postguerra en aquella capital nazarí donde faltaba de todo menos el hambre. El hambre que paliaba la venta callejera y a domicilio de pan (de estraperlo) a manos de Encarna Cotelo y de Engracia Fernández, madres respectivas del cantaor Enrique Morente y del guitarrero Francisco Manuel Díaz”. Y el ya citado Julián Méndez Podadera, en el artículo “Las apreturas de doña Encarnación”, publicado el 14 de diciembre 2.010), venía a recordar que “Para salir del tabanco oscuro donde ejercía de zapatero remendón tuvo Morente que convertirse en “rebuscador de oro”, rescatando cantes viejos de los que se empapaba en noches de boda, duelo y convites en el Sacromonte. No era gitano. Ni falta que le hizo. Se abrió paso con su Enciclopedia vieja del cante, escuchada en los labios de sabios humildes que reinaban en tabernas como Tumbalobos y El Faquilla”.
Enrique siente pasión por el ambiente flamenco de las reuniones familiares y vecinales. Aprende así las bases de este Arte, especialmente de mano de “Aurelio de Cádiz” (Aurelio Sellés Nondedeu, Cádiz (de padres alicantinos), 1.887 – 1.974), que cantó en Granada a Falla y a García Lorca. En su afán por aprender, en 1.962, se marcha a Madrid y se aloja en una pensión en la calle Embajadores. Allí contacta con un grupo de jóvenes aficionados, universitarios en su mayoría, que le llaman “El Pijón” y junto a ellos acude casi a diario a locales oscuros en donde aprende el Arte de mano de “Pepe el de la Matrona” (José Núñez Meléndez, Sevilla, 1.887 – Madrid, 1.980), cantaor octogenario que vive en la Calle Amparo, en el Lavapiés, que tuvo el honor de conocer a todos los grandes y de haber sido alumno de Antonio Chacón García (Jerez de la Frontera, Cádiz, 1.869 – Madrid, 1.929), que presidió en junio de 1.922, el “Concurso de Cante Jondo de Granada”. Enrique canta flamenco con una inspiración en los cánones tradicionales, pero con una creatividad y un espíritu profundamente renovador, revolucionario para quienes mantienen posturas y planteamientos más puros y ortodoxos.
Debuta profesionalmente en 1.964, como “Enrique el Granaíno”, en el Colegio Mayor “Francisco Franco” y graba por vez primera en 1.967, con el sello “Hispavox”, su disco “Cante Flamenco”, acompañado por el guitarrista Félix de Utrera (Félix García Vizcaíno, 1.929 – 1.989). En su particular visión, Enrique llegó a reconocer que “La ortodoxia debe servir para invitar a recorrer nuevas sendas, nuevos caminos y, si todo está hecho con sinceridad y honestidad, siempre sirve para ver nuevas experiencias y los errores sirven para abrir nuevas ventanas. Cuando se intentan nuevas cosas, no todo va a salir perfecto, todo va a salir bien. Eso siempre es un riesgo: para mí sería mucho más cómodo estar cantando siempre la malagueña de El Canario, etc. Me aburre cantar siempre igual y pienso que la ortodoxia hay que cogerla e inspirarse, desarrollarla para hacer cosas que inviten a crear «arte nuevo».
La profesora Elizabet Fernández Lam-Sen, en el artículo que bajo el título “La poesía en la vanguardia o la singularidad flamenca de Enrique Morente” publicó en la Revista de Investigación sobre Flamenco “La madrugá”, en el nº 18 correspondiente al mes de Diciembre 2.021 reconoce que “La singularidad flamenca de Enrique Morente puede concebirse como un alegato hacia la poesía. La construcción de su discografía (1.967 – 2.011) se apoya en un universo poético del que participan un total de cuarenta autores, pertenecientes a distintas escuelas líricas, pero que, sin embargo, aparecen vinculados por la admiración que profesaron a la palabra popular. El cantaor nunca romperá con la tradición, pero logrará trascenderla gracias a una lectura personal de la poesía culta, la cual le ayuda a trazar las coordenadas de su vanguardismo que se revela como un proceso abierto de metamorfosis. Así la lógica de la creación morentiana se apoya en un diálogo de respeto y libertad donde la toma de conciencia, como artista y ser humano, se convierte en raíz de su arte. Asumiendo de esta manera que la vanguardia resulta un ámbito de responsabilidad donde la poesía pone la palabra”.
OMEGA
Enrique Morente, en diciembre de 2.010, tras ser intervenido quirúrgicamente de un tumor en el esófago en el madrileño Hospital La Luz (C/ Maestro Ángel Llorca, 8) entra en coma por una hemorragia interna y sufre un infarto cerebral. El lunes, día 13, aproximadamente a las 5 de la tarde, tras 7 días de inconsciente agonía, fallece, inesperada y desafortunadamente, a punto de cumplir los 69 años de edad, en la plenitud de su carrera musical y de su obra, dejando un irreparable vacío en la música popular que en la actualidad impulsan y recrean sus hijos Estrella de la Aurora, Soleá y José Enrique. Su hija mayor, Estrella de la Aurora Morente Carbonell (Las Gabias, Granada, 1.980), recuerda de su padre que: “Él siempre me decía que el arte nos salva de todo, nos tiende una mano y nos da aliento fresco” (…) “En el Carnegie Hall de Nueva York me colé en el escenario, me senté a su lado y empezamos a hacer la Nana de los pastores. ¡Les encantó!”... y de su abuelo materno, el guitarrista Montoyita: “Cuando me ponía a berrear, al poco de nacer, venía con la guitarra para tranquilizarme, y dicen que ya le seguía a compás con mi llanto”.
Su hija pequeña, Soleá Morente Carbonell (Madrid, 1.985), ha dicho: «Mi padre fue alguien ejemplar como referente de lo que es no tener miedo (…) (Por él) Es por lo que vivo, por lo que trabajo, por lo que me dedico a la música, por lo que intento ser cada día mejor ser humano. Es porque amo profundamente a mi padre y le echo mucho de menos». Y su hijo, José Enrique ‘Kiki’ Morente Carbonell (Granada, 1.989), el menor de los 3 hermanos, dice que su padre aportó al Flamenco “algo diferente, tan moderno y vanguardista que ha superado las expectativas (…) Él nos decía ‘vengo de lo más humilde y me he metido solo en el mundo de la música´ (…) Me enseñó a valorar todo tipo de música y canto (…) Él me inculcó la guitarra. Fuimos al Conservatorio y se apuntó conmigo para que no hiciese pellas. Gracias a ello estuve 11 años haciendo la carrera musical, empecé a tocar en los conciertos pero al final salí cantando. Y él me dijo, ‘si te gusta, échale papas’” ysiempre me recordaba que “había que estudiar y trabajar mucho, que cada día hay que aprender y superarse».
Por lo que respecta a su viuda, Aurora Carbonell Muñoz (su “Pelota”) en “Recuerdo y Confesión”, nos dice: “Enrique decía: “Canto por una extraña ley de la naturaleza”, y gracias a esa ley de la naturaleza hemos podido disfrutar del talento de Morente. Ahora, pasados los años, queremos seguir recordando a Enrique como siempre fue, el más grande, el genio Morente, el más punk de los cantaores, aquel que revolucionó el flamenco sin perder la esencia del cante grande… Queremos recordar a Enrique Morente como siempre lo vivimos: lleno de grandeza, de honestidad, de generosidad, de humildad; como un gran ser humano siempre fiel a los corazones; como poeta, creador, investigador y revolucionario del flamenco; como el padre, el compañero y el amigo que a mis hijos y a mí nos enseñó que lo más importante en esta vida es ser mejor persona cada día. Queremos evocarlo como el único cantaor que ha puesto el cante boca abajo y ha sido capaz de echarle dos narices y dos bocas acordándose de Picasso, como el único que se ha tirado al vacío sin paracaídas cada vez que hacía un espectáculo. Revolucionó el flamenco tras navegar en las raíces del cante y de la música en general: igual cantaba rock que una misa en latín, y siempre con el cante clásico como bandera. Pero Enrique no solamente era un cantaor; era alguien muy especial, de esas personas que nunca deberían desaparecer. Como ser humano fue ejemplar y, como artista, realmente único por su forma de ser y de crear arte. Gracias por haber existido, compañero del alma, compañero. Siempre en mi corazón”.
COLOFÓN
El sábado, 23 de agosto de 2.014, amigos y vecinos del Albaicín, tributan un sentido homenaje a Enrique, frente a su Casa natal y tras inaugurar la placa que se ha colocado en la fachada que dice“ En esta casa nació el cantaor Enrique Morente 1.941- 2.010”, el poeta jiennense y vecino del Sacromonte, Alfredo Lombardo Duro, acompañado a la guitarra por “Yerbita” (Patrice Jean Marcel Jeanneau), recita algunos poemas de Antonio Machado, Federico García Lorca y Miguel de Unamuno, así como algunos propios dedicados a Enrique y a su hija Estrella Morente, además de leer un romance sobre Valparaíso, el valle del río Darro que sirve de inspiración a los flamencos. La familia de Morente, no pudo estar presente en el homenaje, pero su hija Soleá, valoró el gesto e hizo llegar su agradecimiento a los vecinos.