NUNCA MÁS
Entre los meses de abril y septiembre de 1985, el fiscal Julio Strassera, junto a un grupo de jóvenes colaboradores, armaron una demoledora acusación contra las Juntas Militares que sembraron el terror en la Argentina.
El 15 de diciembre de 1983, el entonces presidente, Raúl Alfonsín, ordenó someter a juicio sumario a nueve militares de las tres armas que integraron las Juntas que dirigieron el país desde el golpe militar de marzo de 1976, hasta la Guerra de las Malvinas en 1982: Jorge Rafael Videla, Orlando Ramón Agosti, Emilio Eduardo Massera, Roberto Eduardo Viola, Omar Graffigna, Armando Lambruschini, Leopoldo Fortunato Galtieri, Basilio Lami Dozo y Jorge Anaya. El expediente se tramitó por la desde entonces emblemática «Causa 13/84 y la fiscalía utilizó como base probatoria el informe «Nunca más», realizado por la Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas.
La sentencia, dictada el 9 de diciembre de 1985, condenó a cinco de los militares acusados y absolvió a cuatro. Videla y Massera fueron condenados a reclusión perpetua con destitución. Viola, a 17 años de prisión, Lambruschini a 8 años de prisión, y Agosti a 4 años y 6 meses de prisión; todos con destitución. Graffigna, Galtieri, Lami Dozo y Anaya fueron absueltos. El tribunal consideró que las juntas militares habían elaborado un sistema ilícito para reprimir a la subversión, que llevó a que se cometieran «gran número de delitos, desde privación ilegal de la libertad, a la aplicación de tormentos y a homicidios», garantizando su impunidad.
Sirva este recordatorio para lamentar que nada parecido haya ocurrido en España, donde un régimen, igual de sanguinario, solo que mucho más prolongado en el tiempo, fue «absuelto» en una impresentable ley tácita de punto final, que permitió a los jerarcas de aquella infame dictadura mantener los privilegios, riquezas y prebendas, atesorados durante aquellos oprobiosos 40 años. Nadie en España se sentó en un banquillo, los jueces que condenaban a decenas de años de prisión, utilizando unas leyes represoras de cualquier atisbo de libertad y los policías que torturaban y asesinaban en las comisarías del régimen, se acostaron un día franquistas y se levantaron al siguiente demócratas de toda la vida. No hubo depuración alguna. No se exigieron responsabilidades. Los verdugos siguieron «disfrutando» de la posición conseguida con sus infamias, mientras que las víctimas no obtuvieron la más mínima reparación.
47 años después, los herederos -biológicos e ideológicos- de quienes sumieron a este país en aquella pesadilla de cuatro décadas, siguen sentados en los consejos de administración de sus principales empresas, controlan la Justicia y gobiernan ciudades, comunidades autónomas y probablemente alcancen el Gobierno del Estado, todo ello sin haber condenado aún aquella infamia y lo que es peor, en cada momento que tienen ocasión, poniéndose siempre en lugar de los verdugos y no de las víctimas, como han hecho, hace solo unos días, Feijóo, Ayuso y Almeida, no acudiendo el pasado 31 de octubre, a los actos con motivo del Día oficial del Estado español para recordar y homenajear a todas las víctimas del golpe militar, la Guerra y la Dictadura, recogido así en la recién aprobada Ley de Memoria Democrática.
Por todo lo anterior, me ha parecido oportuno recordar alguno de los pasajes del alegato final del fiscal Strassera, contra aquellos criminales vestidos de uniforme que tanto dolor sembraron en Argentina. Un alegato que lamentablemente no hemos tenido la ocasión de escuchar en España, contra aquellos colaboradores imprescindibles del franquismo, para quienes, alguna de las cosas que dijo Strassera en el juicio de Buenos Aires, hubieran podido ser perfectamente aplicables…
«Este proceso ha significado, para quienes hemos tenido el doloroso privilegio de conocerlo íntimamente, una suerte de descenso a zonas tenebrosas del alma humana, donde la miseria, la abyección y el horror registran profundidades difíciles de imaginar antes y de comprender después.
Dante Alighieri –en «La Divina Comedia»– reservaba el séptimo círculo del infierno para los violentos: para todos aquellos que hicieran un daño a los demás mediante la fuerza. Y dentro de ese mismo recinto, sumergía en un río de sangre hirviente y nauseabunda a cierto género de condenados, así descritos por el poeta: «Estos son los tiranos que vivieron de sangre y de rapiña. Aquí se lloran sus despiadadas faltas».
Yo no vengo ahora a propiciar tan tremenda condena para los procesados, si bien no puedo descartar que otro tribunal, de aún más elevada jerarquía que el presente, se haga oportunamente cargo de ello…
Por todo ello, señor presidente, este juicio y esta condena son importantes y necesarios para la Nación argentina, que ha sido ofendida por crímenes atroces. Su propia atrocidad torna monstruosa la mera hipótesis de la impunidad. Salvo que la conciencia moral de los argentinos haya descendido a niveles tribales, nadie puede admitir que el secuestro, la tortura o el asesinato constituyan «hechos políticos» o «contingencias del combate».
Ahora que el pueblo argentino ha recuperado el gobierno y control de sus instituciones, yo asumo la responsabilidad de declarar en su nombre que el sadismo no es una ideología política ni una estrategia bélica, sino una perversión moral. A partir de este juicio y esta condena, el pueblo argentino recuperará su autoestima, su fe en los valores sobre la base de los cuales se constituyó la Nación y su imagen internacional severamente dañada por los crímenes de la represión ilegal…
Los argentinos hemos tratado de obtener la paz fundándola en el olvido, y fracasamos: ya hemos hablado de pasadas y frustradas amnistías. Hemos tratado de buscar la paz por la vía de la violencia y el exterminio del adversario, y fracasamos: me remito al período que acabamos de describir.
A partir de este juicio y de la condena que propugno, nos cabe la responsabilidad de fundar una paz basada no en el olvido sino en la memoria; no en la violencia sino en la justicia. Esta es nuestra oportunidad: quizá sea la última.
Señores jueces: quiero renunciar expresamente a toda pretensión de originalidad para cerrar esta requisitoria. Quiero utilizar una frase que no me pertenece, porque pertenece ya a todo el pueblo argentino. Señores jueces: “Nunca más».
Cambien ustedes Argentina por España y no me digan que ese alegato de Strassera, no hubiera sido perfectamente aplicable a tantos y tantos, que hoy pululan por escaños, tribunales y consejos de administración ¡Qué envidia!