EL AROMA DEL RECUERDO
Cerró la puerta tras de sí e inspiró profundamente. ¿Cómo era posible que su compañera de habitación no hubiese notado el maravilloso aroma que invadió la atmósfera del cuarto? Por primera vez, miró a su alrededor inspeccionando el frasco que contenía tan maravilloso perfume. Se dirigió hacia la ventana y descorrió las cortinas. La belleza del entorno la hizo estremecerse.
La situación del hotel desafiando las leyes de la gravedad, sobre ese abrupto acantilado, producía la sensación de hallarse en la proa de un barco. Solo se divisaba agua en su dimensión más profunda e inmensa. Una agradable sensación de vértigo la embargó. Ahora lo entendía menos aún. Acababa de caer en la cuenta de que siempre que ese olor anulaba sus sentidos, se encontraba cerca del mar. Lo miró. ¡Qué fuerza tenía! Sentía que quisiera hablarle, decirle algo, pero la magia no acababa de producirse, a pesar de que las circunstancias siempre eran las mejores.
Giró sobre sí misma y cerró los ojos, no podía dejarse llevar por esa laxitud casi cercana al éxtasis, había ido allí a trabajar. Apenas le habían concedido tres días para terminar el reportaje “El submarinismo, deporte urbano de principio de milenio”. Ana la había acompañado para hacer las fotos, pero se marcharía al día siguiente. A ella le concedían dos días más.
Fue ella también quien eligió esa pequeña escuela de buceo, tras estudiar distintas posibilidades. En su publicidad prometían un fondo marino tan rico, que solo era comparable a ciertas zonas del Caribe. El Mar de Alborán, su nombre tenía cierta evocación de misterio, piratas, romanos, fenicios… Sacudió la cabeza y se dirigió a la puerta de salida, llevaba más de una hora soñando despierta y tenía una cita, había que ponerse en marcha.
Se dirigió hacia el mar. La embrujaba. Era como si el murmullo de las olas, la hipnotizase nublando sus sentidos y su voluntad. Movió la cabeza intentando escapar y centrarse en lo que la había llevado hasta allí. Estaba citada a las cinco con el dueño de la escuela. Fue puntual y absolutamente encantador, le enseñó las instalaciones y la invitó a hacer una inmersión con el grupo de la mañana. Le entusiasmó la idea. Su corazón se aceleró al imaginar el fondo del mar, a la vez que ese extraño aroma la envolvía de nuevo. Por un momento creyó atrapar su significado, pero como en tantas ocasiones se le escurrió entre los dedos.
Esa noche soñó con corales y caracolas, con medusas y peces de mil formas y colores, y sintió que todo le era familiar y cercano.
Al día siguiente cuando acudió a la cita, iba entusiasmada como una niña, ansiosa y divertida, ante la inesperada aventura. Había engañado al monitor. Le aseguró que había realizado varias inmersiones. No lo hizo adrede, sencillamente la conversación la llevó a ello y casi fue un malentendido, cosa que no se molestó en aclarar, por eso él insistió en que los acompañara. Dilató su turno todo lo que pudo, para observar cómo lo hacían los demás y no le pareció especialmente complicado. Cuando por fin llegó el suyo, lo hizo con tanta soltura que nadie hubiese pensado que era la primera vez que se sumergía.
Lo primero que la sorprendió fue el silencio y la cortina de luz que formaban los rayos del sol, dando una luminosidad al fondo marino que nunca hubiese sospechado. Su propia liviandad la sorprendió aún más, sentía que volaba. Contrariamente a los comentarios que había escuchado sobre la presión y sus terribles consecuencias, ella se sentía cada vez más ligera. Tanto es así, que poco a poco se fue alejando del grupo. Sabía que iba demasiado rápido y que podría perderse, pero le daba igual, algo dentro de ella la animaba a seguir, sentía que estaba en su casa.
Y fue entonces cuando lo sintió. El aroma misterioso la embargó completamente. ¿Cómo era posible? Su nariz estaba dentro de las gafas, aprisionada como una ventosa, ¿cómo podía percibir ese olor? Sin embargo su intensidad crecía por momentos, haciendo que su corazón se desbocase con él.
En un irresponsable gesto se arrancó las gafas y el respirador, milagrosamente comprobó que podía respirar sin ayuda externa, es más, podía oler ese aroma cada vez más intensamente. Se dejó llevar por él y de repente, el silencio también se quebró. Podía oír sonidos que nunca había imaginado, pero que a la vez le eran familiares. Embriagada por los descubrimientos que sus sentidos no alcanzaban a catalogar, siguió nadando dejándose arrastrar por las corrientes. Un murmullo que fue in crescendo, la hizo cambiar de dirección, hasta que de repente las vio.
Tumbadas sobre el fondo marino, sentadas sobre enormes peces manta, un grupo de hermosísimas sirenas la miraban anhelantes, como si la esperasen desde el principio de los tiempos.
En un impulso irracional se miró y comprobó entre asombrada y temerosa, que sus piernas habían desaparecido y en su lugar una fantástica cola la impulsaba por la inmensidad del mar a su antojo.
De repente todo cobró sentido, por fin identificó el origen de ese olor que la había acompañado desde siempre y en un grito de alegría incontrolada, se lanzó hacia sus hermanas que la esperaban con los brazos abiertos.