Domingo, 19 de junio de 2022
Antonio Gómez Romera
EN EL FARO, EFEMÉRIDES DE FIN DE SEMANA: EN EL 166 ANIVERSARIO DEL NACIMIENTO DEL EXPLORADOR AFRICANISTA MALAGUEÑO CRISTÓBAL BENÍTEZ GONZÁLEZ
Hoy se cumplen 166 años (jueves, 1856) del nacimiento en Alhaurín de la Torre (Málaga), del explorador africanista (viajero por Marruecos y el Sáhara Occidental), intérprete y canciller del Consulado de España en Mogador, Cristóbal Benítez González, uno de los primeros europeos en alcanzar la mítica ciudad de Tombuctú. Es hijo de José Benítez Carpio y de María González Serrano, naturales de Alhaurín de la Torre y de Coín (Málaga), respectivamente. Siendo aún niño, Cristóbal emigra junto con sus padres a la ciudad norteafricana de Tetuán, zona en la que España está empezando a introducirse, tras la victoria en la batalla de Wad-Ras (23 marzo 1860), logrando ampliar de esta manera su ámbito de influencia en torno a las ciudades de Ceuta y Melilla. Bajo estas premisas, se va a posibilitar la llegada de emigrantes españoles para dedicarse a la extracción del corcho en uno de los alcornocales más importantes del Mediterráneo, hoy, Reservas Naturales de Jebel Buhasen y Muley Abdesalam y Jebel Sougna. Desde el punto de vista de la historia, en 1860, se firma en Tetuán el Tratado de Amistad y de Paz entre la Reina Isabel II y Sidi Mohamed, Sultán de Marruecos, en el que se reconoce a España el derecho a establecer a perpetuidad una factoría de pesca en la costa del Océano junto a Santa Cruz de Mar Pequeña, tratado al que sucedieron largas negociaciones que terminaron con la identificación de Santa Cruz de Mar Pequeña con el actual emplazamiento de Ifni.
Poco se sabe de la infancia de Cristóbal, salvo que vive en Tetuán, donde trabaja como corchero. Conoce el árabe coloquial y la cultura local, así como el chelja rifeño y otros varios dialectos norteafricanos, posiblemente, por la labor desarrollada por el Padre Lerchundi (José Antonio Ramón Lerchundi Lerchundi; Orio (Guipúzcoa), 1836-Tánger, 1896), misionero franciscano que llegó a Tetuán en 1861, donde fundó escuelas de enseñanza media y de árabe para residentes españoles. Cristóbal acompaña como guía a algunos viajeros occidentales en pequeñas expediciones por el Norte de Marruecos. Por su buena relación con la colonia alemana en Tetuán, también conoce al profesor austríaco Oskar Lenz (1848-1925), geólogo y mineralogista, comisionado por la Sociedad Africana de Alemania para dirigir una expedición científica que va a recorrer Marruecos y la cadena montañosa del Atlas, para estudiarla en profundidad. La ambición, tenacidad y decisión del doctor Lenz le impulsan a ir más lejos, más allá, a recorrer una ruta nueva por la que nunca antes ningún europeo ha transitado y llegar a Tombuctú, aunque esto no aparece en las instrucciones de la propia comisión.
El doctor Lenz cuenta con Cristóbal como intérprete para iniciar su expedición, que pretende atravesar el desierto del Sáhara y llegar a Tombuctú. La travesía del desierto se hace mediante caravanas que surcan rutas prefijadas, marcadas por la existencia vital de pozos y oasis de agua de gusto salobre. En la zona occidental del Sáhara, la mayoría de las rutas tienen como objetivo principal la ciudad de Tombuctú, que es el punto de intercambio entre el Magreb y el África negra, además de encrucijada religiosa, cultural y comercial. Tombuctú, apodada «la de los 333 santos», es una ciudad situada a 7 kilómetros del curso del río Níger: la perla deseada por los exploradores europeos, donde llega el oro del «País de los Negros» y los productos manufacturados y la sal del Norte. Así lo dice un proverbio de Mali: “El oro viene del Sur, la sal del Norte y el dinero del país del hombre blanco; pero los cuentos maravillosos y la palabra de Dios solo se encuentran en Tombuctú”.
Desde el punto de vista de la historia, el poeta, alarife y diplomático granadino Abu Isaq Es-Sahili (1290-1346) construye en el año 1327, la gran mezquita de Djingareyber en Tombuctú, por encargo del emperador de Malí, el gran Kankou Moussa, considerado el hombre más rico de toda la historia. Según dice “Poeta soy y la arquitectura es la poesía del barro y la piedra, por eso al igual que canto y recito algún día levantaré palacios y mezquitas”. Resulta curioso, pero la obra de Es Saheli influye en artistas tan lejanos en el tiempo, como Antonio Gaudí Cornet (1852-1926) o Miguel Barceló Artigues (1.957). La gran mezquita de Djingareyber, pasa por ser la única mezquita en la que pueden entrar los visitantes no musulmanes y fue declarada Patrimonio de la Humanidad por la Unesco en el año 1.988.
La expedición parte de Tetuán el lunes, 1 de diciembre de 1879. Se dirige primero a Ceuta y luego a Tánger, donde inicia su recorrido de Norte a Sur. En Fez, Cristóbal se hace con un salvoconducto otorgado por el sultán Hasán I de Marruecos (1836-1894), por el que se ordena a los Gobernadores proteger al doctor Lenz y sus acompañantes. No obstante, Cristóbal, dudando de la efectividad del salvoconducto y utilizando la astucia, acuerda con el doctor Lenz cambiar sus atuendos habituales por otros más discretos: el típico jaique o almalafa, “derrah” (túnica), “serual” (pantalón), “eg-sat” (cinturón), escapularios y las “naalas” (sandalias de cuero) para intentar pasar desapercibidos. También que el guía de la expedición, el argelino natural de Orán Hach Alí Ben Thaleb (Boutaleb) se haga pasar por un gran Xerif descendiente de Muley el-Kader Yelali, enterrado en Bagdad, que se dirige a Tombuctú desde Bagdad después de haber visitado piadosamente el sepulcro de su falso familiar. Asimismo, el doctor Lenz y Cristóbal, van a ser asistentes del «supuesto santón»: Lenz va a ser un médico otomano, el doctor Haquim Omar, y Cristóbal va a ser Sidi Abdalah, mayordomo privado y jefe de la caravana. Un servidor judío y un criado marroquí completan el grupo. De esta forma, viajan hasta Mequinez y Marrakech. Más allá, los salvoconductos no tienen apenas ningún valor y las vidas de los expedicionarios están en manos de los caprichos de los jefes de las cabilas o de cualquiera de sus súbditos. «En el Sáhara ni se le paga al sultán, ni se le reza». Parten hacia Tarudant y la región del río Daráa (Draa), donde bien pudo haber finalizado aquella expedición de no haber abortado Cristóbal un complot, maquinado por el hijo de un jefe de una tribu, que pretendía robarles y asesinarles porque la altura, la tez blanca, el pelo rubio y los ojos azules del doctor Lenz, despiertan ciertas sospechas entre los nativos. Según Manuel Mulero Clemente, en su obra “Los Territorios Españoles del Sáhara y sus Grupos Nómadas” (1945), los parajes por donde trascurren se caracterizan por ser “Ríos de régimen torrencial cuyos secos cauces recogen las aguas en tiempo de lluvias, discurriendo por ellos en avalancha. Vegetación rala y dispersa; matojos de tallo reseco; arbustos achaparrados inclinados en la dirección del viento predominante y escasos parajes de suelo deprimido, generalmente arcilloso, con alguna vegetación de matorrales llamados «graras», que adquieren gran exhuberancia en épocas lluviosas y que los indígenas suelen convertir en campos de cebada, que en los años buenos les proporcionan el grano necesario”.
Continuando la ruta, la expedición cruza la bahía de Dajla hasta El Aargub, donde permanecen ajustando algunos detalles. En palabras del citado escritor Manuel Mulero Clemente se trata de “Extensas, áridas y monótonas llanuras formadas por altiplanicies que escalonadamente ascienden desde el litoral al interior; espacios recubiertos de arena; ásperos y rocosos pedregales de aspecto desolador que recubren grandes extensiones de terreno; pequeños y aislados núcleos montañosos de color negruzco; rosarios de colinas oscuras que, a modo de islotes, surgen del suelo llano; depresiones extensas a más baja profundidad que el nivel del mar; costa árida e ingrata con sus temibles playas y rompientes; y desentonando de este conjunto, un sistema montañoso asentado en la vertiente Sur del Drá, que como enlazados goterones del Antiatlas llenan la Zona Sur del Protectorado, a modo de balcón que se asomase hacia la llanura sin horizonte del Desierto. Parten desde El Aargub, en la costa del Sáhara español, y se adentran en el desierto hacia el Sudeste hasta alcanzar Auserd (200 km). Giran hacia el Sur, pasando por el oasis de Tichla (100 km). Nuevamente avanzan hacia el Sudeste hasta Azougui (250 km). De nuevo al Sur hacia Mhairit, Terjit, Sangrave (700 km), para evitar las tierras de los Ksar el Barka, una terrible tribu, verdaderos piratas de las dunas. Tuercen al Este, cruzando «la ardiente nada», hasta Tintane (500 km). Entre la fauna del desierto consiguen ver algunos ejemplares de Gacela (Legazal), Antílope (El Mohor), Oryx (El Meha), Urg, Arrui, Chacal, Hiena, Zorro (Fenec), Leopardo (Fahed), Jabalí (Haluf), Liebre (Larneb), Erizo (Guenfud), Serpiente (Saad), Víbora (Lefaa) y, sobre todo, Ratones (Lefar). Y sobrevolando los aires ven Palomas (Lehmama), Cernícalos (El Baz) y Cuervos (Grab). Luego afrontan las agotadoras jornadas hasta el lago Faguinibe (1.100 km), que les parece un paraíso.
El miércoles, 28 de abril de 1880, la caravana reemprende su marcha, y tras no pocas penalidades, alcanza la localidad de Tinduf, donde las primeras dunas anuncian la presencia desafiante del desierto del Sáhara, “el mar sin agua”. “Frente a nosotros abría su boca caliente el desierto. ¿Nos devoraría?”, se pregunta Cristóbal. La Expedición se incorpora a una caravana de mercaderes que se dirige a la feria de Sidi Hamed de Musa, nombre de un santón muy venerado en la zona y que les protege de cualquiera ataque, pues está prohibido robar ni asesinar a nadie quince días antes y quince después del acontecimiento. Aprovechan aquel zoco para abastecerse de abalorios y chucherías con los que obsequiar a los jeques de las tribus saharauis y, ya de paso, comprar camellos y víveres para el durísimo trayecto que les aguarda. Los criados moros que les acompañan les han abandonado, pero reclutan otros que según sus testimonios no eran muy de fiar. Llevan camellos, dos buenas jaimas (tiendas) de lona y otra de pelo de camello y de cabra, carabinas y revólveres, y los criados espingardas y gumías, además de latas de conserva, alcuzcuz (cous-cous, pasta de trigo granulada), café y un buen número de odres de agua. Hasta llegar a Tombuctú les espera cerca de mes y medio de camino, que hacen casi siempre de noche, para evitar el terrible calor. Los indígenas del Sáhara son todos mahometanos y no olvidan nunca las oraciones prescritas por el Corán. En los cinco momentos en que deben practicar la oración, al salir la aurora, a mediodía, una hora y media antes del ocaso, al ocaso, y una hora después de haber desaparecido el Sol en el horizonte, se les puede ver entregados a sus rezos y efectuando las abluciones de rigor con arena, como permite el libro sagrado para los lugares en que falte el agua. Tras 7 meses de viaje, llegan a la mítica ciudad de Tombuctú el jueves, 1 de julio de 1880.
Cristóbal Benítez y Oskar Lenz, un español y un alemán, son los primeros europeos en llegar a Tombuctú por esa nueva ruta que partiendo desde Tetuán transcurre por Tánger, Alcazarquivir, Fez, Rabat, Marrakech, Taroudant, Tinduf, las salinas de Taoudeni, los pozos de Araouane y las dunas de Azauane. Al llegar a Tombuctú, cada uno recupera su verdadera identidad. Tombuctú es un hormiguero humano, donde reina la confusión y el griterío y se dan cita beduinos, árabes del Atlas, comerciantes marroquíes, hebreos y negros que compran y venden de todo, aunque la más importante de las mercancías es la escasa sal, además de nueces de cola, camisas de seda con bordados, finas láminas de oro, anillos, manteca vegetal, tabaco, marfil, plumas de avestruz, arroz, frutas, esclavos…etc. Recorren con avidez la ciudad, visitando sus monumentos, palacios, mezquitas y mercados; empapándose de todo lo que allí acontece: de los santones, de los fumadores de kif, de los saltimbanquis que hacen las delicias de los viajeros a cambio de unas pocas monedas, de los camelleros..etc. Aquí culminaba, pues esa mítica y sugerente ruta que llevó a la expedición hasta la ciudad de Tombuctú, y para la historia queda que en ella estuvo presente el explorador español Cristóbal Benítez González.