CENIZAS, AMOR Y LOCURA
El sol caía con toda su fuerza sobre su torso desnudo. Sabía que si continuaba más tiempo en esa posición acabaría chamuscado y pasaría a engrosar la lista de candidatos a padecer un carcinoma. Pero le era indiferente. Su voluntad estaba anulada. Y ese calor sofocante no hacía sino anularla aún más.
Le gustaría saber cuando empezó todo, pero no encontraba el momento exacto en que su vida se derrumbó como un castillo de naipes. ¿Fue por ella?… Solo evocar su recuerdo le produjo un agudo dolor en el corazón.
¿Qué había fallado? ¿En qué momento cambió la dirección del viento?
Todos sus amigos le avisaban, pero no solo no quiso escucharlos, sino que cegado por sus sentimientos fue borrándolos de su agenda primero y de su vida después, sin ningún reparo ni consideración a los años pasados en cordial camaradería… Hasta que su vida desembocó en la situación en que se encontraba ahora, solo y hundido.
La había querido hasta la locura. Debió darse cuenta de que su cambio de actitud, tan drástico, no podía conducirle a nada bueno.
Recordándose a sí mismo le costaba reconocerse. Había anulado todo a su alrededor, su único fin en la vida era ella, llamarla, verla, tenerla, volverla a llamar, besarla. Su olor, su risa, ella, ella, ella…
Lo había embrujado, decía su madre, de quién también se apartó; y quizás tuviera razón. Un cambio tan drástico de personalidad… primero fue la obsesión, aunque satisfecha con lo que el placer compensaba. Aunque apenas se separaba de ella, la angustia lo atenazaba pensando en lo que se podría dilatar el próximo encuentro. Por eso cuando la abrazaba se la bebía, la hubiera succionado si hubiese podido, se imaginaba libando en ella, no le hubiese importado morir en ese momento.
Después cuando se volvió fría y distante, cuando empezó a alejarse, la locura se apoderó de él. Se convirtió en un ser agresivo, violento, desquiciado, un enfermo cuya única medicina era ella. Pero las dosis eran cada vez más pequeñas y su necesidad cada vez mayor.
El día en que desapareció de su vida para siempre, creyó morir. El desgarro se instaló en su interior y podía sentir los gritos de sus entrañas clamando por su amor.
Después el silencio, el vacío ocupó todos los huecos que ella había dejado y la vida se alejó de él.
A partir de ahí apenas recordaba. Se convirtió en nada.
De médico en médico, atiborrándolo a pastillas, ¡pastillas contra el amor, que absurdo! Pero ¿había sido amor?, más bien locura, el amor no puede destruir de esa manera.
Lo que él había sentido debía ser otra cosa, pasión enfermiza, así lo había calificado el último psicólogo que lo había tratado. Y eso debió ser. Desde luego enfermo se sentía, al menos ahora que el verbo sentir volvía a cobrar algún significado.
Lo peor era el miedo que se había apoderado de él, miedo a no poder volver a querer de una manera normal, miedo a ese “otro” que lo habitaba convirtiéndolo en un ser obsesivo.
Ahora tenía un largo y penoso camino por delante, tenía que rehacerse a sí mismo. De la nada volverse a crear cual Ave Fénix.
Quizás por eso no le molestase tanto ese sol abrasador, debía quemarse, convertirse en cenizas para desde ellas renacer, y recuperarse a si mismo.