LOS CUENTOS DE CONCHA

LAS CASAS PERDIDAS

Concha Casas -Escritora-

A veces la vida se puede escribir a través de los objetos o bienes materiales que la han acompañado. Y quizás uno de ellos, por lo simbólico, sea la casa que acogió a los protagonistas de cualquier historia.

La de ella podría decirse, quizás como la de todos, que era la historia de las casas perdidas. 

El primer recuerdo precisamente era de una que ni siquiera conoció, aquella de la que sus abuelos maternos  tuvieron que salir corriendo para salvar sus vidas, como tanta gente en aquella infame guerra que puso fin a tantas cosas.

Sin embargo su esencia acompañó toda su infancia. Casi podría describir lo que contenían aquellos muros que nunca la albergaron a ella y que nunca llegó siquiera a ver.

La cómoda de su abuela, que causó una revolución cuando la llevaron al pueblo, ya que nadie había visto una cosa igual. Aún recordaba como en sus primeros viajes las más mayores del lugar le hablaban de ella, como de algo que se quedó grabado para siempre en sus memorias. De los espejos que se abrían, del mármol que coronaba su superficie, de las puertas y cajoncitos…

Las fotos con los marcos de plata que reflejaban imágenes de los antepasados más ilustres, que ya nunca vería nadie, porque se perdieron, como todo, como todos…

Luego estaba la otra casa, la de los abuelos paternos. Esa sí llegó a vivirla y a sentirla, porque aunque digan que las cosas materiales carecen de alma, no es verdad, se quedan con una parte de todos los que la habitaron y a esa en particular solo le faltaba hablar.

Allí estaban las escaleras de mármol, los armarios tan grandes que parecían pequeñas casas dentro de la casa, como si fuera un juego de muñecas rusas. Las mecedoras de mimbre, los espejos y tapices, los patios, las habitaciones que de tantas no sabría ni contarlas…

Apenas tenía 8 años la última vez que entró en ella, cuando la tragedia ya se había cebado con los que allí se albergaban. Murió el más joven de la familia en un terrible accidente y tras él, apenas en cinco años, se fueron primero el padre y luego la madre, los abuelos.

Los que quedaron vendieron el patrimonio familiar. Seguro que con mucho dolor… pero allí se quedó todo, las vivencias de tiempos más felices, las risas, y los llantos y penas del final.

Y con su venta, pasó a engrosar la lista de casas perdidas, de sueños frustrados, de tiempos pasados que como casi siempre, se recordarían mejores…

Y con su venta también se compró otra casa que sería la suya, donde sus padres hicieron nido, donde crecieron todos los hermanos e incluso los primeros hijos de estos. También las ausencias, siempre a destiempo, siempre dolorosas…  Allí dejaron la infancia y luego la juventud y con ella se marcharon a crear sus propias vidas… aunque siempre volvían, por Navidad, cumpleaños… era el sitio al que volver.

Y la rueda continuó girando, imparable, implacable.

Y así llegó la primera casa que habitó cuando se independizó de la que siempre sería la familiar… Todavía soñaba con ella, no por su belleza, que no la tenía, sino por la felicidad inmensa de aquellos lejanos tiempos, perdidos ya para siempre de la juventud, de empezar la aventura de la vida como un ser independiente y adulto. Todo era posible entonces, los sueños eran todos y las posibilidades de lograrlos también.

Pero poco a poco empezaron a pesar las ausencias, cada vez más dolorosas, en una balanza que cada vez se inclinaba más hacia la tristeza que a la alegría.

Aún así siguió la vida y siguieron llegando casas nuevas, en cada mudanza, en cada cambio, la perspectiva de empezar de nuevo, con toda la carga de emociones que lleva consigo alentaba la sensación de que siempre había esperanza.

Hasta que de pronto pasó la vida y como un tsunami que lo arrasó todo, se volvieron a repetir viejas historias, finales nunca imaginados los llevaron a desprenderse de nuevo del que había sido su hogar… y ya no hubo donde volver.

Entonces miró su casa con una mirada nueva. Cuando ella faltase volvería a repetirse la misma historia y serían sus hijos los encargados de finiquitar los restos de lo que había sido su proyecto de vida y esa casa que era la suya, volvería a sumarse a todas las pérdidas que la habían acompañado desde siempre… A todas las casas perdidas que podían contar su historia.

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