“EL HONOR DE LOS VARGAS”. EL ASESINATO DE MARIA DE VARGAS EN EL MOTRIL DE 1673
La familia Vargas[1], seguramente de origen judeoconverso, era una de las más importantes de la ciudad de Motril en la segunda mitad del siglo XVII. Poseían muchos marjales de tierras de cañas y viñas de secano en el Magadalite y Cristobal de Vargas, el padre de la familia, era regidor del Concejo Municipal y había sido en varias ocasiones arrendador de ingenios de azúcar. Estaba casado con María de Lisón y Viedma perteneciente a una notable familia afincada entre Motril y Granada. Vivían en una gran casa en la calle calle Real, hoy Cardenal Belluga. Su primogénito, Rodrigo de Vargas, estaba casado con María Moreno de Caceres y Quesada, hija, también, de otra de las más ricas familias motrileñas.
Doña María Lisón con su fortuna personal había establecido un mayorazgo para su hijo Rodrigo y que, durante su minoría de edad, fue administrado por su marido pero al casarse, Rodrigo empezó a exigir a su padre que le entregara la administración del mayorazgo mientras vivise su madre. Esto dio lugar a que las relaciones entre padre e hijo fueran bastante tensas pero, por el momento, sin enfrentamientos directos. Don Cristobal ya había planificado lo que hacer con el mayorazgo, intentaría que su hijo mayor, que sólo tenía hijas, renunciase al vinculo y para que no pasase a manos extrañas y siempre quedase en manos de los Vargas, obligaría a su hijo Rodrigo para que todas sus niñas ingresasen en un convento y así no tendrían descendencia, con lo cual los bienes del mayorazo que ascendían a la importante cantidad de 25.000 ducados se quedarían en la familia. De esta manera su segundo hijo, Juan de Vargas y Lisón, terminaría haciendose con el mayorazgo y quedando todo bajo su apellido. En 1665 enferma doña María y su marido, apoyado por su hermana Inés de Vargas, prohiben que nadie entre en el dormitorio de la enferma, únicamenete podrían verla ellos dos y una criada llamada Catalina. En varias ocasiones le es negada la entrada a Rodrigo e, incluso, se le prohibe por su padre que llame al médico o al cura. La esposa de Rodrigo, María Moreno, sabía que todo eran maniobras para evitar que su suegra les diese la documentación y los títulos del mayorazgo o que de viva voz, ante testigos, diese su última voluntad.
María Moreno se presentó en la casa de los Vargas y exigio a Inés ver a la enferma o al menos que se le diesen los papeles del mayorazgo de su marido que se guardaban en una caja en el dormitorio. Inés se negó rotundamente y amenazó a María con avisar a don Cristobal. Al final, María, se tuvo que ir sin ver a la doliente por miedo a una reacción violenta de su suegro.
A los pocos días murió doña María Lisón sin asistencia médica ni espiritual y sin que los títulos del mayorazgo se entregaran a su hijo. A pesar del odio que Rodrigo tenía a su padre, decidió renunciar a la herencia materna y así evitar males mayores, ya que poseía una pequeña fortuna capaz de mantener a su familia holgadamente, Pero su mujer, María Moreno, no pensaba igual, se había sentido despreciada por los Vargas por que era de una familia que ellos consideraban de inferior categoría y, además, la ridiculizaban por que no tenía hijos varones.
Le requirió a su marido que luchara por lo que era suyo, ya que como primogénito le asistía todo el derecho al mayorazgo trasmitido por su madre y le aseguraba que alguna de sus hijas le daría un varón a quien poder trasmitir el nombre y los bienes.
Así que convecido decidió oponerse a los designios de su padre y fue a visitarlo con la intencion de que renunciara a la admintración y le cediera lo que por derecho le correspondía. Llegó a la casa de su padre y se reunió con él y sus tíos, Inés y Francisco, este último sargento mayor de Motril y de carácter muy violento.
Rodrigo exigió su herencia, a lo que su padre y tía se negaron y Francisco, muy alterado, sacó un cuchillo de caza que siempre llevaba y, amenazando a Rodrigo, lo clavó en la mesa. Se produjo un enorme tumulto y pronto las espadas salieron a relucir, los otros hermanos, armados, se unieron a la trifulca contra Rodrigo que consiguió salir a duras penas a la calle, donde lo esperaba su criado Feliciano de Mora que lo defendió y derribó al suelo a don Critobal con un golpe de palo en la frente. La tía, desde un balcon de la casa, daba grandes voces pidiendo que mataran a Rodrigo. Al final pudieron huir .
Rodrigo decidió recurrir a la Justicia y puso pleito a su padre ante la Chancillería de Granada. El juicio duró varios años y en 1669 el tribunal le otorgó definitivamente el mayorazgo que pasó a llamarse desde entonces de Lisón y Viedma.
A pesar de todo los enfrentamientos fueron continuados y algun criado se dejó la vida en ellos. Como la sentencia no era acatada, don Cristobal fue llamado por el presidente de la Chancilleria, Juan Golfín de Carvajal, que intentó convercerle para que cumpliese la sentencia y se reconciliase con su hijo. Vargas se negó y fue condenado por desacato a seis meses de cárcel en Granada. Cuando volvió a Motril parecía que los animos se habían calmado un poco. Pero Inés de Vargas seguía planeando la manera de conseguir el mayorazo para su sobrino predilecto, Juan, y humillar a Rodrigo y a su mujer. Poco a poco, taimadamente se fue acercando a la familia de Rodrigo, solicitaba que sus sobrinas-nietas la acompañasen a los oficios religiosos, que fuesen con ella al Cerro de la Virgen de la Cabeza o que ella las pudiese custodiar en los paseos que las niñas daban casi a diario. Insistía mucho a Rodrigo y a su mujer sobre la necesidad de dedicar sus hijas a Dios e, incluso, intentaba persuadirlas de que entrasen en un convento durante los rezos y paseos.
En 1670 su sobrina Isabel ingresó como novicia en el convento del Carmen de Granada, pero al poco tiempo, ante la ira de su tía, Isabel se volvía Motril ya que se había puesto enferma y los médicos recomendaban que dejase la vida monástica. Inés no quedó convencida por esta explicación y pensaba que lo que querian sus padres es que se casaran y les diesen nietos para alegrar su vejez.
Para Inés no quedaba mas solución que difamarlas para evitar que las muchachas se casaran y se dedicó a comentar por todo Motril la ligereza de sus sobrinas con respecto a los hombres. Sus nombres quedaron así manchados y ningun joven motrileño de buena familia quería pedirlas en matrimonio.
Todo se complica todavia más cuando el criado de la casa de Rodrigo, Feliciano de Mora, entrega un niño al ama de cría Francisca de Arjona, niño bautizado y apadrinado por el propio Rodrigo de Vargas.
Al dia siguiente Inés aparece en casa de Rodrigo y le espeta la vida deshonrosa de su hija mayor, María, que según Inés es la que había parido al niño y cuyo padre,decía, era el criado Feliciano. Rodrigo defendió la honestidad de su hija y no se atrevió a contarle la verdad y es que el niño era suyo, que lo había tenido con una mujer de Lobres y siendo varon lo quería bajo su protección y crianza. El abuelo don Cristobal se volvió loco de rabia, cuando por Inés y por las habladurías callejeras, conocióla historia de la supuesta deshonra de su nieta María y decidió limpiar, con la ayuda de sus otros tres hijos, el honor de los Vargas.
El dia 30 de noviembre de 1673 la criada Catalina y un criado de don Cristobal se presentaron en casa de Rodrigo solicitando que María les acompañara a casa de su abuelo, pues convencida su tía Ines de su honestidad quería disculparse ante ella y rezar juntas ante una estampa de la Virgen de la Cabeza que tenía en su cuarto y a la era especialmente devota.
Los padres lo creyeron y dejaron a María ir, pero cuando llegó a la casa, en la estancia no estaba su tía y sí su abuelo y sus tres tíos, Francisco, Juan y Cristobal. Francisco abrió el bufete de doña Inés y sacó el enorme cuchillo de caza del sargento mayor que, pasado de mano en mano, llegó hasta su abuelo y dandole un grito de puta, salto sobre su nieta clavandole el cuchillo con saña en todas partes del cuerpo mientras sus tios la tenían bien sujeta. La muchacha ensangrantada y ya muerta fue colocada por sus tíos sobre la cama de Inés. El abuelo Cristobal parecía algo más calmado pero de repente y para el horror de sus hijos y criados presentes, levantó el vestido de la muerta y hundió salvajemente el gran cuchillo entre sus piernas repetidas veces.
Al poco padre e hijos salieron embozados de la casa y se refugiaron en la Iglesia Mayor, mientras por Motril empezaba a circular la noticia del tremendo asesinato. La justicia de ls ciudad no consiguió que Cristobal de Vargas y su hijos salieran de la iglesia y se entregaran y cuando el corregidor ordenó al algualcil mayor que sitiase la iglesia, los Vargas, con seguridad ayudados por algunos amigos del Concejo, huyeron nocturnamente a Torrox donde tenían parientes y la justicia de su lado.
Cuatro hidalgos portaron el cuerpo de la doncella hasta su sepultura en el convento de la Victoria. Todo el pueblo de Motril asistió consternado al entierro.
Con la sangre de una inocente se había lavado la larga historia del enfrentamiento por los 25.000 ducados del mayorazgo de María de Lisón. Una familia motrileña quedó marcada para siempre por la terrible tragedia. Fue el honor de los Vargas.
Contaban, en el Motril
de mediados del siglo XX, que en esa casa que fue de los Vargas, sus propietarios
pudieron ver con cierta frecuencia la imagen espectral de una mujer muy joven
que los aterrorizó durante varios años.
[1] Este articulo está basado en el publicado por Luis Díaz de la Guardia titulado “La muerte de doña María Vargas”, incluido en el libro Sucesos curiosos en la Andalucía del Antiguo Régimen. Sevilla, 2009 y en los documentos originales del juicio que se consevan en el Archivo Historico Nacional y que hemos podido consultar.