LA CRISÁLIDA
Me asomo a la ventana y el mar sigue ahí enfrente. Salvaje, inmenso, a veces como hoy, brutal. Las gaviotas graznan alegres, el levante les trae comida y además ahora son las dueñas absolutas de la playa.
La naturaleza se ha tomado unas vacaciones del virus más mortal que existe para ella, el ser humano. Y se nota. El aire huele a limpio, la atmósfera luce mejor y los pocos animalillos a los que les hemos permitido vivir, están pletóricos. Lo noto en el vuelo de las aves, en la alegría de los gatos, que campan a sus anchas y en un sentir general que aunque no se ve, se siente.
Estamos castigados sin salir, en el rincón de pensar. Y eso es algo a lo que la mayoría no están acostumbrados.
Mucha gente está pasando esta cuarentena con su familia, gente con la que conviven a diario, pero a la que apenas conocen y con la que tienen muchas más cuentas pendientes de las que se creían.
Y en este encierro en el que la mayoría ha decidido hacer limpieza, sin darse cuenta de que como es adentro es afuera, se está limpiando lo que hacía mucho tiempo se había atascado ahí.
Rencillas ocultas que la cotidianidad tapaba con una ligera capa de polvo que por costumbre ya ni se tocaba. Celos enfermizos que se habían convertido en odio sin saberlo y que estallan a la mínima…
A la par que limpiamos tiramos trastos que almacenamos desde siempre y que ni siquiera recordábamos que estaban ahí… y a la vez, gentes con las que manteníamos absurdas relaciones ya insostenibles, se derrumban y desaparecen de nuestra vida, así como en un soplo de viento que hacía mucho tiempo debería haber barrido todo lo sobrante.
Mientras esto ocurre puertas adentro, que por una vez es donde está situada toda nuestra atención, puertas afuera se desarrolla un movimiento de solidaridad impensable hace unos días. Ayudamos a nuestros vecinos, a las autoridades que se han convertido en los padres a quienes todos obedecemos sin rechistar… por nuestro bien, nos dicen y como niños obedientes acatamos normas que ni siquiera nos planteamos…
Nos han noqueado. Asistimos incrédulos a una de esas películas amarillistas americanas de desastres, pero ahora los protagonistas somos nosotros.
Creo que en realidad estamos ante una oportunidad sin precedentes. Como una crisálida nos hemos metido en nuestro capullo, lo que salga de ahí sí es responsabilidad nuestra.
Quien sabe, quizás lo que está ocurriendo mientras toda esta locura pasa, es que nos están creciendo las alas, y cuando la crisálida se rompa y salga de su confinamiento podremos volar.