LOS CUENTOS DE CONCHA

EL MELÓN

Concha Casas -Escritora-

María tenia a claro que ese melón no se iba a tocar hasta que su Luis volviera. Hacia mas de tres años que se había ido al frente, o mejor dicho, que se lo habían llevado al frente. A una guerra que no era la suya, ni la de ninguno de los suyos. En aquella perdida tierra en la que nacieron ellos, sus padres y los padres de sus padres,  nadie sabía muy bien ni porqué había empezado esa matanza entre hermanos, que quería arrebatarles a los pocos hijos que aún  no se había llevado el hambre.

Ningún político se había acordado de las Urdes hasta entonces y cuando por fin lo habían hecho, había sido para arrebatarles lo mejor que tenían, sus hijos.

Eran tiempos duros, aunque allí, los tiempos siempre lo habían sido. El hambre más que una situación transitoria, era la norma, por eso habían aprendido a convivir con ella,  con la relativa normalidad que da lo cotidiano.

Aquel primer verano de la marcha de su Luis, la cosecha del bancal de Jacinto había sido tan buena, que además del escaso jornal con que les pagaba el patrón, le había regalado dos melones. Dejó uno en la cocina y con el otro, sin mediar palabra con nadie, se dirigió a la troje y lo colgó, como se hacía habitualmente, para después abrirlo en Navidad.  

Cuando todos se reunieron en torno a la mesa, les comunicó que bajo ningún concepto, ni tan siquiera bajo una necesidad extrema, se tocaría la fruta que había arriba, hasta que Luis volviera.

Nadie protestó ni hizo el menor comentario, primero porque la autoridad de Petra era incontestable, aquella mujer menuda y fuerte reinaba en su casa, con la misma solemnidad de quien gobierna un estado  y segundo porque en principio, todos pensaron que el hermano ausente regresaría enseguida.

Sin embargo no fue así. Llegó el otoño y tras él los primeros fríos. A los rigores del invierno, como siempre, les acompañó la escasez que se había hecho endémica en la zona desde tiempos inmemoriales, pero como la palabra de Petra era ley, el melón de la troje se volvió invisible a los ojos de quienes compartían techo con él, y a pesar de que el hambre apretó en muchas ocasiones, nadie pareció reparar en la fruta que esperaba al ausente.

Con el nuevo año llegó la primera y la única carta que recibirían de quien se fue de allí siendo un niño, y cuya infancia  se quedó para siempre entre los zarzales del camino, donde se la arrebataron aquellos que juegan con los destinos de los pobres, sin importarles más que su supuesta y más que dudosa gloria.

Alentada por la presencia cálida que esas letras, apenas garabatos sobre un papel, le dieron a su espíritu, Petra consiguió que los últimos fríos de Marzo se convirtieran en cálidas brisas.

Pero a esa primavera le siguió un verano y un otoño y otro invierno, sin noticias, ni apenas esperanza. La espera se convirtió en angustia cuando llegó otro nuevo año y esta en desesperación al terminar el tercero.

Mientras,  la invisibilidad del melón fue cada vez más intensa, hasta tal punto, que ya ninguno de los miembros de la casa era capaz de verlo aunque pasaran rozándolo, es más, llegaron a olvidar su existencia y el propósito de la misma.

Por eso esa noche, cuando habían transcurrido ya mas de tres años sin noticias de Luis, al sentarse a cenar las escasas viandas, que tras la guerra había dejado la victoria, el sonido de unos pasos en el exterior de la casa, los hizo a todos guardar silencio. A esas horas nadie se aventuraba por esos resecos páramos y en la mesa estaban todos los que quedaban tras la marcha del pequeño.

En ese momento, un golpe seco resonó en la estancia. Venía de arriba, de la troje. Era el melón. Un grito agudo salió de las entrañas de Petra, que corrió desbocada a abrir la puerta y tal y como su intuición le había anunciado, Luis estaba tras ella.

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