COMPARTIENDO DIÁLOGOS CONMIGO MISMO

LA ENZIMA DEL ESPÍRITU. (Nos eleva hacia esa herencia que el Señor ha preparado para todos)

Víctor Corcoba -escritor-

El mundo, ¡ay el mundo!, también tiene su alma,

la que habita en los imperecederos caminantes,

la que mora en sus más sublimes moradores,

más allá de este espacio visible e invisible,

hogar de conciencias, habitación de vivencias,

entretelas que son las que nos pueblan de vida.

Indiviso nace el océano adentro, muy adentro,

íntimamente dentro de sí, abierto a todos,

espiritualmente lo hemos de partir y compartir:

miradas que acarician, recogimientos que se viven,

manos que se abrazan, latidos que se hallan,

encuentros que se buscan, diálogos que nacen.

Si la pureza es un valor y también una valía,

que necesitamos para avanzar en unión,

para progresar en confianza y en unidad,

en apertura hacia otros pulsos, hagamos pausa,

pongámonos a crecer con la mente abierta

y orientémonos hacia el sol que nos regenere.

Vuelva la luz a injertarnos aliento en el andar,

reaparezca el amor como estado propio del ser,

regrese la belleza a nuestro abecedario interior,

renazca y florezca el alimento de la inspiración,

distribúyase  sin cesar el verso, de norte a sur,

de oeste a este, por la faz de todo el universo.

Antes de marcharnos hemos de corregirnos,

tras caernos además hemos de levantarnos,

que no se conozcan ni reconozcan malos hábitos,

que se adviertan buenas virtudes y bondades,

cuajadas de buenos deseos, pues los eslabones

de la esperanza, jamás los hemos de inutilizar.

Pensemos que el espíritu es la fuerza poética

por la que soy el que soy, una parte de ese poema

interminable de Dios, un atributo divino

en movimiento, siempre en caracol y en grandeza,

eternamente claro y tiernamente lunar,

porque así ha de ser el camino hacía sí mismo.

Desertamos por fin, de poner mancha en el cuerpo,

que lo más fructífero es quererse para donarse,

y así poder encontrarse con ese soplo de paz;

descubrirse al tiempo, con la nívea esencia del ser;

reconciliarse luego consigo, practicando el corazón;

pues fraternizados, ¡toda voluntad despertará feliz!

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