Antonio Gómez Romera
Domingo, 6 de abril de 2025
En el CCCV aniversario del descubrimiento de la isla de Pascua
El marino holandés Jacob Roggeveen (1659 – 1729) cuenta 62 años de edad cuando al mando de 3 navíos de la Compañía de las Indias Occidentales [las fragatas “Arend” -32 cañones y 111 hombres- y “Thienhoven” -24 cañones y 80 hombres- y el hoeker “Afrikaansche Galei” -14 cañones y 33 hombres-], parte desde el puerto holandés de Texel, situado en la más grande de las islas Frisias, el viernes, 1 de agosto de 1721, y emprende un largo viaje hacia los mares australes en busca de una fabulosa isla llena de riquezas, la mítica “Terra Australis Incógnita”, nombre dado a un continente imaginario cuyos orígenes se remontan a la Grecia clásica y que solía aparecer en los mapas europeos entre del siglo XV y el XVIII, y de encontrar la “Tierra de Davis”, una fabulosa isla llena de riquezas frente a las costas de Chile, descrita por el bucanero inglés Edward Davis a finales del siglo XVII.
Tal día como el de ayer, sábado, 5 de abril, festividad de San Vicente Ferrer (1350 – 1419), catedrático de Teología, predicador, confesor y consejero, en la decimocuarta semana del 2025, hace 305 años (Domingo, Día de Pascua de Resurrección, 1722), después de varios meses de navegación, llega ante una pequeña isla de origen volcánico en medio del océano Pacífico que no figura en ninguna carta de navegación. Bautiza su hallazgo como «Paásh-Eiland», «Isla de Pascua», y fondean a unas 3 millas de la costa. Esta isla de la Polinesia ya tenía un nombre, “Te Pito o Te Henua”, “Ombligo o el Centro del Mundo”, el lugar habitado más aislado del mundo. Desde Chile solo hay una aerolínea -LATAM Airlines- que conecta en un vuelo diario Santiago de Chile y la Isla de Pascua, y el tiempo aproximado del viaje es de 5 horas. Está a 3.526 kilómetros de la costa continental más cercana y tiene una superficie de 163’6 km2 y 58 kilómetros de perímetro. Viven apenas 7.500 personas y más del 90% en la capital, Hanga Roa. Hoy la isla se llama “Rapa Nui”, «Isla Grande», y ese mismo nombre se da a sus habitantes y también a su lengua. Así relata Roggeveen lo sucedido en el Diario de Navegación: “Nuestra latitud, según los cálculos, era 27 grados 4 minutos Sur y la longitud 266 grados 31 minutos, rumbo Oeste ½ Sur, distancia 7 millas, viento Nor-Noroeste a Sur-Oeste, brisa inestable, con calmas, también tiempo denso y lluvias. Vimos una tortuga, algas flotantes y pájaros. Alrededor del décimo reloj de la guardia de la tarde, la Galera Africana, que navegaba delante de nosotros, se puso a esperarnos, haciendo la señal de tierra a la vista; cuando la alcanzamos, después de que se hubieran agotado cuatro relojes, porque la brisa era suave, preguntamos qué habían visto. A esto nos respondieron que todos habían visto muy claramente una isla baja y plana a estribor, a unas 5 ½ millas de distancia, al Norte y al Oeste. Entonces se consideró que era bueno permanecer a vela ligera hasta el final de la primera guardia, y luego ponerse a vela y esperar el amanecer. Decidido esto, se dio la información necesaria al capitán Bouman, que estaba a popa, y a la tierra se le dio el nombre de Paásch Eyland, porque la habíamos descubierto el día de Pascua. Hubo gran regocijo entre la gente y todos esperaban que esta tierra baja pudiera ser un presagio de la línea costera del desconocido continente del sur”.
Un par de días después, un isleño desnudo, con el cuerpo tatuado y una especie de turbante en la cabeza, navega en una pequeña canoa y se acerca a los navíos; Roggeveen le ofrece regalos, concretamente unas tijeras y un espejo. Pasan otros dos días de visitas amistosas de isleños que llevan de regalo gallinas vivas y asadas, ñames y plátanos fritos y cocidos. No piden nada a cambio, pero vuelven a la playa con objetos sin valor, en especial sombreros. Los holandeses se acercan a la playa de Anakena en dos botes, y son rodeados por ansiosos isleños en sus pequeñas canoas y flotadores de totora. Alcanzan a ver que visten telas blancas y amarillas (mahute), y algunos llevan aros plateados y collares de madreperla.
Al explorar la isla, los holandeses quedan muy sorprendidos, pues por todas partes se alzan colosales esculturas de toba volcánica erigidas en las laderas de la isla, los moais, y sobre altares ceremoniales de losas de basalto situados muy cerca de las playas, los ahu. Asociadas al culto a los antepasados, las figuras pétreas son de medio cuerpo, tienen una enorme y desproporcionada cabeza, los brazos pegados y están tocadas con enormes sombreros. Algunas de estas estatuas, de las que Roggeveen cuenta 276 y que son vestigios de una cultura desaparecida, miden más de 20 metros de altura y pesan unas 80 toneladas.
El día 10 de abril los holandeses deciden desembarcar. Los habitantes de la isla están reunidos en la orilla de la playa. La avanzada se compone de 154 hombres armados y se produce un fatal incidente cuando los marineros saltan de las chalanas a la playa: un grupo de ellos, asustados al verse rodeados por numerosos isleños, disparan provocando la muerte de uno de ellos. Ante el temor a las represalias, Roggeveen ordena a sus hombres que disparen. Hay 10 isleños muertos y otros tantos heridos. Finalmente, y gracias a la mediación de uno de los jefes y al trueque de varios productos y animales, los expedicionarios holandeses pueden partir de la isla sin daños y seguir su viaje.
48 años después de la visita de los holandeses llega a la isla (jueves, 15 de noviembre de 1770) la expedición española del capitán de fragata Felipe González de Ahedo (1714 – 1802), navegante y cartógrafo cántabro, natural de Santoña, que ha sido enviada por Manuel de Amat y Junyent (1704 – 1782), virrey de Perú (1761 – 1776), a instancias del rey Carlos III (1716 – 1788). La flotilla expedicionaria compuesta por el navío San Lorenzo, de 70 cañones y capitaneado por González de Ahedo, y la fragata Santa Rosalía, de 26 cañones y capitaneada por el capitán de fragata Antonio Domonte Ortíz de Zúñiga, (1719 – 1792), con más de 700 tripulantes y 2 religiosos, zarpa del puerto peruano de El Callao el miércoles, 10 de octubre de 1770. Fondean ambos buques en una ensenada de la parte noreste de la isla que llaman “Ensenada de González” en honor de su Comandante, aunque posteriormente sería rebautizada por una expedición francesa como Bahía de los Españoles. Es conocida en la actualidad con el nombre nativo de “Hanga Ho’onu”, traducida como Bahía de la Tortuga.
Al amanecer del martes, 20 de noviembre de 1770, el teniente de navío Cayetano de Lángara, el piloto Juan Hervé y el guardiamarina Pedro de Obregón embarcan en la lancha del San Lorenzo en conserva con la de la Santa Rosalía, mandada por el teniente Emeterio Heceta. Ambas van armadas con sus pedreros y tropa. Sus órdenes: dar la vuelta a la isla levantando su plano y examinando con el mayor esmero todos sus puertos, ensenadas, caletas, etc., que puedan contribuir a realizar un plano lo más exacto posible. Esa misma mañana, González de Haedo, comandante de la expedición, envía a tierra a dos grupos de gente armada. Uno, al mando del Capitán de Infantería Alberto de Olaondo con 250 hombres que desembarcan en la pequeña ensenada de Ovahe, muy cercana a donde están anclados los buques, con la orden de dirigirse a un montículo del interior de la isla para tomar una serie de demarcaciones y completar los datos del plano que están haciendo los pilotos de los buques. El segundo grupo, dirigido por el capitán de infantería Buenaventura Moreno y los oficiales Juan de Lángara, José Serrato, Nepomuceno Morales, el piloto Francisco Agüera, el guardiamarina José Morales, los contadores de navío Antonio Romero y Pedro Freire de Andrade, el maestre de jarcia José Antonio Areales, los capellanes Félix Camuñez y Francisco de Guevara revestidos con sobrepellices, y 60 hombres de tropa y 190 de marinería armados, se dirigen, marchando en columna, a la parte Noreste de la isla hacia un pequeño monte, cuyo nombre indígena es “Pua Katiki”, del que sobresalen tres cerritos, “Ma’unga Parehe” (cerro despedazado), “Ma’unga Vaitu-Roa-roa” (cerro próximo al mar) y “Ma’unga tea-tea” (cerro blanco). En cada uno de ellos se coloca una cruz en señal de toma de posesión de la isla para la corona española con el nombre de “Isla de San Carlos”. Tras un breve discurso del capitán de fragata José Bustillo, se ejecutó el saludo siete veces con la voz de “Viva el Rey”, acompañadas de una salva de fusilería contestada por otra de 21 cañonazos de cada uno de los buques, repitiendo luego otras dos de fusilería con lo que finalizó dicha ceremonia. El contador de navío Antonio Romero levanta acta del solemne acontecimiento, firmando los oficiales españoles y tres jefes isleños.
El día 21 de noviembre dejan la isla y navegan rumbo al oeste para ver si encuentran la isla o islas señaladas por el cartógrafo Johannes van Keulen (1654 – 1715) en la carta holandesa. El día 23 cambian de rumbo siguiendo la derrota en demanda de la isla Nueva o del piloto Luján, emplazada en los 38” 30’ de latitud y 269” de longitud de Tenerife. Al no encontrarla siguen rumbo a Chiloé donde llegan el día 14 de diciembre de 1770. A fines de marzo de 1771, después de más de cinco meses y medio de navegación por el Pacífico sur, regresan al puerto del Callao. La aportación española en la corta visita a la isla es muy importante, pues además de realizar el primer estudio cartográfico del territorio, tuvieron un papel determinante en el desarrollo del “rongo rongo” (glifos o representaciones gráficas en un sistema o forma de escritura compuesta por signos y símbolos grabados sobre un pedazo de madera), una enigmática escritura única en su género en el mundo. Las órdenes del virrey eran muy explícitas para superar la infranqueable barrera del lenguaje. Tras pacientes e infructuosos intentos de comunicarse con los autóctonos usando hasta una veintena de idiomas diferentes, incluido el euskera de uno de los pilotos, los expedicionarios apelaron a dibujos y signos con resultados inmediatos. A resultas de esta comunicación se realiza un rudimentario diccionario castellano – maorí compuesto por 88 palabras y los 10 primeros números. Esta valiosa joya lingüística se conserva en la actualidad en Madrid en el Museo Naval destacando en el conjunto el fragmento original del diccionario hoy llamado español – rapanui, realizado en su momento por el piloto Agüera.
Colofón
La Isla de Pascua es una isla de origen volcánico compuesta por tres volcanes unidos: Maunga Terevaka (al norte), Puakatiki (al sudeste) y Rano Kau (al suroeste). Existen varios volcanes menores y geoformas volcánicas como el cráter de Rano Raraku, el cono de escoria de Puna Pau y varias cuevas volcánicas, incluyendo algunos tubos de lava. En cuanto a su Patrimonio Ambiental, cuenta con el Parque Nacional Rapa Nui y el Área Marina Protegida más grande de América Latina. Posesión chilena desde 1888 (Región de Valparaíso, Provincia de Isla de Pascua, Distrito 7 – 6° Circunscripción) y declarada Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO en 1995, constituye uno de los museos al aire libre más grande del mundo. En la actualidad, salvo zonas de excepción, la isla ofrece un aspecto desolado, con un suelo extremadamente pobre y cubierto con una vegetación de tipo herbáceo; sin embargo, se han encontrado evidencias que demostrarían que en épocas remotas la isla habría estado poblada de bosques, hoy extintos. Se caracteriza por tener un clima oceánico subtropical, con un nivel de pluviosidad superior a los 1.100 mm al año y con temperaturas que oscilan entre los 15 y los 28°C.
Thor Heyerdahl (1914 – 2002), el reconocido explorador y antropólogo noruego, visitó la isla de Pascua en 1955 – 1956. Martin Biehl, director del Museo Kon-Tiki, en Oslo, cuenta que Thor Heyerdahl, en la expedición de 1955, vio un tocón de árbol con las raíces y unos pequeños brotes muertos. Observó que quedaban semillas, así que tomó algunas de ellas y se las dio a un botánico sueco, quien las plantó en el jardín botánico de la Universidad de Gotemburgo, en Suecia. El resultado fue que crecieron árboles de toromiro, árbol endémico pascuense que se usaba para la construcción y para el tallado de la madera, pero la sobreexplotación terminó con su extinción. Luego de eso, Heyerdahli tomó algunas de esas semillas, las envolvió y las devolvió a la Isla de Pascua para que las plantaran y volvieran a crecer Toromiros. «Incluso, he escuchado que la gente de Isla de Pascua va a Gotemburgo a abrazar el árbol, porque fue el primero que les dio las semillas devuelta».
El Aeropuerto Internacional Mataveri (AIM) construido entre 1965 y 1967, a 69 msnm, está considerado el aeropuerto más remoto del mundo. La terminal aérea más cercana es Mangareva, situada en las islas Gambier, Polinesia Francesa, que se ubica a 2.603 kilómetros. Tiene por coordenadas: Longitud 109°25′18″O Latitud 27°09′53″S. Pista: Asfalto de 3.318 metros de longitud y 44 metros de anchura.
El museo arqueológico Padre Sebastián Englert honra con su nombre al sacerdote capuchino Sebastián Englert, religioso alemán que llegó a Isla de Pascua en 1935, donde vivió más de 30 años hasta su muerte en 1969. Su labor misionera se vio complementada por un fecundo interés científico en la cultura Rapa Nui, dedicándose al análisis de su lengua, tradiciones orales y patrimonio arqueológico. El 10 de octubre de 1973 se firma el decreto que crea el Museo de Isla de Pascua bajo la tutela de la Dirección de Bibliotecas, Archivos y Museos (Dibam). Esta institución recibe los objetos, colecciones y documentos reunidos por el Padre Sebastián Englert quien las donó al Estado chileno para la creación de un museo.