EFEMÉRIDES DE FIN DE SEMANA

✍Antonio Gómez Romera

Domingo, 23 de marzo de 2025

En el CCLIX aniversario del motín de Esquilache

Placa conmemorativa del motín.

Hoy domingo, 23 de marzo, festividad de Santa Rebeca de Himlaya, (Rafka Choboq Ar-Rayes, 1832 – 1914), religiosa maronita libanesa cuya vida es un testimonio de amor en medio del sufrimiento, en la decimosegunda semana de 2025, se cumplen 259 años (Domingo de Ramos, 1766) del estallido en Madrid del conocido popularmente como, motín de (o contra) Esquilache.

Carlos III retratado hacia 1765 por Anton Raphael Mengs.

ANTECEDENTES

En toda España, durante los dos últimos años, las cosechas han sido malas y la gente tiene que hacerse nuevos agujeros en sus cinturones, pues hay que apretarlos. Durante los primeros meses de 1766 el pan ha subido de 0,7 reales a 1,4, mientras que el jornal de muchos trabajadores es de 4 reales. Lo mismo sucede con el tocino, el vino, la leña y otros productos de primera necesidad.

Carlos de Borbón, que ocupa el trono de Nápoles y Sicilia entre los años 1731 y 1759, accede al trono español en 1759 tras el fallecimiento de su hermano, el rey Fernando VI (Madrid, 23 de septiembre de 1713 – Villaviciosa de Odón, 10 de agosto de 1759), llamado «el Prudente» o «el Justo», y reina con el nombre de Carlos III (1716 – 1788). Viene acompañado de una serie de colaboradores italianos, entre los que destaca, por su máxima confianza y más alta estima, el militar y político siciliano Leopoldo de Gregorio y Masnata, marqués de Esquilache (Mesina, Italia, 23 de diciembre de 1699 – Venecia, Italia, 15 de septiembre de 1785), titular además de los marquesados de Trentino, de Valle-Santoro, príncipe de Santa Elía, gentilhombre de cámara y teniente general. Además de haber sido premiado con las grandes cruces de San Genaro y del Águila blanca de Polonia, ya ha ocupado la cartera de Hacienda del Reino de las Dos Sicilias.

Retrato del marqués de Esquilache – óleo de Guiseppe Bonito – 1759.

España atraviesa una serie de cambios que, si bien buscan modernizar el país, también generan resistencias y tensiones en distintos sectores de la sociedad. El marqués de Esquilache es uno de los ministros de confianza de Carlos III y nombrado Secretario de Hacienda y de Guerra, se convierte en una figura clave en la implementación de las reformas del rey.

Merced al apoyo del rey, Esquilache se dedica a establecer monte píos para socorrer viudas y huérfanos de militares y de otros servidores del Estado; crea la lotería en España (1763), importada desde el sur de Italia; legisla a favor de la liberalización del mercado de granos, empiedra las principales calles de Madrid y cuida de su limpieza y alumbrado público; manda abrir pozos negros en las casas y prohíbe arrojar inmundicias por la ventana. También ordena construir edificios civiles como  la Real Casa de Correos y la Casa de la Aduana, y religiosos como el convento de San Francisco el Grande. Entre sus principales desvelos, como persona adscrita al ideal ilustrado, está el situar la calidad de vida madrileña a la altura de las grandes ciudades europeas. Sin embargo, su origen extranjero y su carácter autoritario lo convierten en el blanco principal del descontento popular español. Sus nuevas normativas son vistas por muchos como un ataque a las costumbres locales y un símbolo de la influencia extranjera en la corte de Carlos III. Su poder llega a ser tan alto que, ya fuera de manera oficial u oficiosa, acaba metido en tantas y tales incumbencias, tanto en la península como en América, que se le multiplican los enemigos. Y con ello, una coplilla satírica corre, de boca en boca, entre el pueblo de Madrid: «Yo, el gran Leopoldo Primero, Marqués de Esquilache Augusto, rijo la España a mi gusto y mando a Carlos Tercero. Hago en los dos lo que quiero, nada consulto ni informo, al que es bueno le reformo y a los pueblos aniquilo. Y el buen Carlos, mi pupilo, dice a todo: “me conformo”».

Imposición de la capa corta y el tricornio, litografía de Eusebio Zarza, 1864.

En general, la visión de la política ejecutada por Esquilache ha sido positiva para autores liberales decimonónicos como Antonio Ferrer del Río (1814 – 1872), quien le atribuye las bondades económicas de los primeros años del reinado de Carlos III porque “aun desviándose pocas veces de los caminos rutinarios, se esforzaba en desterrar abusos; hacía inspeccionar las rentas de las provincias por visitadores especiales; activaba la reversión a la Corona de las numerosas enajenaciones que daban testimonio del desgobierno antiguo; disminuía los empleados para simplificar la acción administrativa, y aumentaba los sueldos para que la moralidad y la pureza dilataran más y más sus raíces”.

Las mejoras de Esquilache contrarían a los privilegiados, nobleza e iglesia, y algunas de sus disposiciones molestan al pueblo. Que un político extranjero comience a reformar algunos pilares de la estructura del Estado en España y quiera modificar en clave moderna algunos usos y costumbres arraigados en la población se interpreta como una provocación. Así, cuando prohíbe, por razones de seguridad, el uso de capas largas que permiten embozarse y ocultar el rostro y de sombreros redondos, de amplias alas, atuendo típico y tradicional de los españoles, la paciencia del pueblo, casi agotada por la carestía, termina y los privilegiados ayudan a que termine fomentado la rebelión como una forma de defender sus propios intereses y mantener el “status quo”. El texto del decreto prohibitorio especifica en concreto sobre el: “perjudicial disfraz o abuso de embozo con capa larga, sombrero chambergo o ancho, montera calada, gorro o redecilla”.

Casa de las Siete Chimeneas.

EL MOTÍN

Madrid. Sobre las 4 de la tarde del día 23 de marzo (Domingo de Ramos), después de 13 días durante los cuales varios sastres acompañados de alguaciles recorren las calles cortando las capas y apuntando los sombreros, numerosos grupos de personas vestidas con el traje tradicional se reúnen en la Plaza de Antón Martín para protestar contra estas medidas. Empiezan a pasear provocativamente frente a los cuarteles. Y, lo que comienza como una manifestación relativamente pacífica, rápidamente se transforma en una violenta algarada en forma de motín.

Los amotinados, a los gritos de “¡Viva el Rey!, ¡Muera Esquilache!”, hacen retroceder a la guardia de palacio, atacan casas de ministros y altos funcionarios y se dirigen al Palacio Real para expresar su descontento directamente al rey. Según el relato del embajador de Saboya, el motín estalla entre las seis y las siete de la tarde e implica a una muchedumbre de tres o cuatro mil personas en torno a la “Casa de las Siete Chimeneas”, residencia del marqués de Esquilache, “con intención de matarlo a él y a su familia y de quemar el edificio”. Esquilache no se encuentra en casa y más tarde se refugiará en el Palacio Real, mientras que su esposa busca refugio en casa del embajador de Holanda antes de trasladarse a un convento. Los amotinados destrozan cristales y enseres del edificio al grito de “viva el rey y que se ahorque la casa de Esquilache y muera el mal gobierno”.

La maja y los embozados (1777) de Goya.

Por el relato del embajador de Austria sabemos que la multitud no solo destroza, haciendo gala de una furia desatada, todas las farolas de Madrid y varias ventanas de edificios principales que encuentran a su paso, sino que detienen el tráfico de carruajes como le ocurre al que transporta al diplomático de Austria para obligar a sus ocupantes, a punta de navaja, a declarar su deseo por la pronta muerte de Esquilache y por el triunfo de la protesta popular. A quienes no paran, les tiran piedras. Unos proyectiles improvisados que, paradójicamente, son obtenidos por los amotinados de los empedrados que el propio Esquilache ha hecho colocar en las calles de Madrid. Se dice que unas cinco mil personas que caminaban hacia la Plaza Mayor para asistir a la procesión de las Palmas típica del Domingo de Ramos se movilizaron para participar en el motín al grito de “¡Viva el sombrero redondo! ¡Viva España!”.

Carlos III desecha la idea de reprimir el motín como le aconsejan algunos allegados. Y con el objetivo de evitar una carnicería que le muestre ante el pueblo como un monarca autoritario, hace caso a sus consejeros más prudentes y envía al duque de Medinaceli y al capitán de la Guardia de Corps, el duque de Arcos, con 600 efectivos para contener y calmar a los amotinados en las cercanías del Palacio Real. Al caer la noche del día 23, la revuelta se ha cobrado 17 muertos y unos 30 heridos de más o menos gravedad.

Durante las primeras horas del lunes, 24 de marzo, la situación se radicaliza: el pueblo asalta las armerías de los cuarteles de Inválidos donde incautan todos los fusiles, bayonetas, espadas, sables y tambores. Liberan a la presas de la Galera, la cárcel de mujeres, y de las Recogidas de San Nicolás de Bari, y se registra el primer choque contra la Guardia Valona, la tropa extranjera poco querida por los madrileños que ya se ha usado en fechas anteriores durante la boda de la infanta María Luisa y que deja varios muertos por ambas partes.

Tras estos enfrentamientos violentos, el rey convoca a sus consejeros. Las opiniones se dividen entre los partidarios de la mano dura y los que quieren evitar un baño de sangre. Carlos III opta por salir a un balcón del palacio para calmar al pueblo. Las reivindicaciones que los amotinados transmiten a Carlos III son claras: quieren mantener la vestimenta española, el cese de los políticos extranjeros, especialmente del marqués de Esquilache, la supresión de la Guardia Valona, la rebaja de los precios de los alimentos básicos, la anulación de la Junta de Abastos, el acuartelamiento de las tropas y que el rey conceda estas gracias al pueblo personalmente. El rey, inicialmente, acepta las peticiones del pueblo logrando así calmar el tumulto.

Motín de Esquilache, atribuido a Francisco de Goya (ca. 1766, colección privada, París).

Carlos III marcha hacia el Sitio Real de Aranjuez acompañado por la familia real, Esquilache y su familia, 350 Guardias de Corps, miembros del gobierno y algunos diplomáticos europeos. Una vez en Aranjuez, ordena al marqués de Esquilache embarcarse en el puerto de Cartagena hacia Nápoles y dispone que la capa larga y el chambergo sean el atuendo oficial de los verdugos, personaje que suscita recelo popular.

Las protestas se extienden a 36 ciudades y 64 municipios y se saldan con 40 muertos, mitad paisanos y la otra mitad militares. La algarada termina tres días después cuando los amotinados deponen su protesta colectiva entregando voluntariamente las armas incautadas, casi 4.000 fusiles y la mitad de bayonetas, y reciben el perdón real. Y, con ello, se continúan celebrando los actos y oficios festivos y religiosos propios de la Semana Santa como si durante casi 48 horas antes no se hubiera vivido ninguna alteración del orden público.

Las peticiones de los amotinados madrileños son declaradas ilegales por el Consejo de Castilla y no se llegan a cumplir totalmente; se mantiene el libre mercado de grano, pero la Junta de Abastos no se restaura; se da más participación popular en la vida municipal y se concede un indulto general a los amotinados, pero muchos terminan encarcelados por su condición de gente antisocial y peligrosa.

Tras el regreso de Carlos III al Palacio Real de Madrid el 1 de diciembre de 1766, éste contenta al pueblo impulsando festejos taurinos, celebrando obras de teatro, óperas y bailes de máscaras, e inicia un imponente programa de obras públicas para reactivar el mundo laboral popular capitalino y seguir cumpliendo con el programa urbanístico ilustrado.

Un episodio del Motín de Esquilache – óleo de José Martí y Monsó (1864).

COLOFÓN

El Motín de Esquilache tiene un impacto profundo en la política española. La revuelta obliga a Carlos III a destituir a Esquilache y a exiliarlo de España. Esta decisión, aunque necesaria para calmar los ánimos, es vista por muchos como una muestra de debilidad del rey. Sin embargo, también permite a Carlos III reorganizar su gobierno y continuar con su programa reformista, aunque de manera más cautelosa.

El motín revela las limitaciones del poder real en una sociedad profundamente dividida y Carlos III se da cuenta que las reformas deben ser implementadas con mayor sensibilidad hacia las tradiciones y necesidades del pueblo. Como resultado, el rey adopta una política más conciliadora y trata de involucrar a las élites locales en sus proyectos de modernización. También tiene repercusiones en el plano internacional. La destitución de Esquilache y la revuelta popular son vistas con preocupación por otras monarquías europeas que temen que el ejemplo español pueda inspirar movimientos similares en sus propios países.

Un año después del motín, Carlos III firma la “Pragmática Sanción”, que dicta la expulsión de los Jesuitas de todos los dominios de la Corona de España, incluyendo los de Ultramar, y decreta la incautación del patrimonio de la Compañía de Jesús. Este preludio español de la Revolución francesa, tal y como lo han visto varios especialistas, es un hito dentro de la cronología de la historia de la crisis del Antiguo Régimen europeo.

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