Domingo, 5 de enero de 2025
En el LXXXIX aniversario de la muerte del dramaturgo, poeta y novelista español D. Ramón María del Valle-Inclán
Tal día como hoy, domingo, 5 de enero, festividad de Santa Amelia de Gerona (288 – 304), virgen y mártir que murió decapitada en tiempos del emperador romano Diocleciano, en la primera semana de 2025 se cumplen 89 años (domingo, 1936) del fallecimiento de Ramón María del Valle-Inclán (Ramón José Simón Valle Peña – Ramón por su padre, José por el patrono de su madrina y abuela materna y Simón por ser el Santo del día en que nació – toma su nombre artístico de uno de sus antepasados paternos: Francisco del Valle Inclán), dramaturgo, poeta y novelista de la corriente literaria del modernismo, creador del “esperpento”, género literario que busca el lado cómico en lo trágico de la vida. Ramón María del Valle-Inclán es uno de los más importantes escritores del siglo XX y el segundo gran manco de la literatura española.
Su muerte acaece a las 2 y ½ de la tarde, a la edad de 69 años, en un sanatorio de Santiago de Compostela (La Coruña), de “un coma rápido después de una grave enfermedad de vejiga urinaria complicada con carácter de malignidad”. Cuentan que murió bramando ingeniosas proclamas y juicios antológicos. Se desesperaba en la interminable agonía: «¡Me muero! ¡Pero lo que tarda esto!» Y mascullaba unas últimas palabras para la posteridad: «Aquí he cogido la enfermedad hace treinta años. Aquí he vivido y aquí dejo mi cuerpo». Pero, según los únicos tres presentes, los doctores Villar Iglesias y su hijo Carlos, transitaba entre la inconsciencia y el delirio. Fue sepultado al día siguiente, en el Jardín de Ilustres del Cementerio Municipal de Boisaca, situado en las afueras de la ciudad de Santiago de Compostela, hacia el norte, en una ceremonia civil y en humilde féretro sin esquelas. Tal y como dispuso días antes de su muerte, precisó que: «No quiero a mi lado ni cura discreto, ni fraile humilde, ni jesuita sabiondo».
El escultor Francisco Asorey González (1889 – 1961) realizó la mascarilla mortuoria de su faz en su lecho de muerte y el pintor Juan Luis López García (1894 – 1984) lo dibujó de cuerpo yacente. Manuel Azaña escribe al día siguiente del entierro: «Él hubiese querido ser, no el hombre de hoy, sino el de pasado mañana». Se dice que en el cementerio, mientras la muchedumbre y los poderes públicos locales al completo daban su último adiós al escritor bajo una lluvia torrencial, un anarquista de nombre Modesto Pasín Noya se abalanzó sobre el ataúd para arrancar la cruz. La tapa se rompió, el cadáver quedó al descubierto ante el horror de los asistentes y el furioso ácrata cayó rodando al hoyo de donde tuvieron que rescatarle. El periódico carlista ‘El siglo futuro’ emitió al día siguiente su desabrido juicio: «A las dos de la tarde del día de ayer ha muerto en un sanatorio de Santiago de Compostela el escritor don Ramón del Valle-Inclán, que contaba setenta y seis años de edad, cuyos escritos, en su mayor parte, caen de lleno bajo las más graves prohibiciones canónicas, y cuya actuación y significación en los últimos años de su vida coincidían totalmente con los enemigos del Catolicismo, de España y de la Monarquía. Dios le haya perdonado».
Apuntes biográficos
En su juventud, se traslada a México, donde, para sobrevivir, se alista en el ejército. Nunca tuvo la virtud del ahorro y la paga de un soldado mexicano, que en 1892 no era precisamente espléndida, por lo que cuando quiso regresar a la nación, el cónsul de España en México tuvo que pagarle el viaje, ya que, de otra forma, no hubiese sido de extrañar que hubiera permanecido en México por el resto de sus días.
Valle Inclán llama la atención por su indumentaria y su aspecto personal: capa, al principio, poncho mexicano, chalina, sombrero, polainas blancas, bastón, gafas redondas con montura de carey y, sobre todo, sus luengas barbas, las “barbas de chivo” de que habla el poeta Rubén Darío en un soneto que le dedica, y su antebrazo izquierdo amputado. El mencionado soneto se encuentra incluido en “El canto errante” (1907) y dice así: “Éste gran don Ramón, de las barbas de chivo / cuya sonrisa es la flor de su figura. / Parece un dios, altanero y esquivo / que se animase en la frialdad de su escultura / El cobre de sus ojos por instantes fulgura / y da una llama roja tras un ramo de olivo. / Tengo la sensación de que siento y que vivo / a su lado una vida más intensa y más dura. / Este gran don Ramón de Valle-Inclán me inquieta. / y a través del zodiaco de mis versos actuales / se me esfuma en radiosas visiones del poeta, / o se me rompe en un fracaso de cristales. / Yo le he visto arrancarse del pecho la saeta / que le lanzan los siete pecados capitales”.
Por lo que respecta a su brazo amputado, tiene su origen en una discusión en el Café Nuevo de la Montaña que se ubica en la planta baja del Hotel París, en el nº 2 de la Puerta del Sol de Madrid, el lunes, 24 de julio de 1899. El problema surge con un amigo, el periodista Manuel Bueno Bengoechea (1874 – 1936), sobre la legalidad de un duelo que iba a celebrarse, debido a la minoría de edad de uno de los duelistas. En la refriega llegan a agredirse y Manuel le causa una herida en el antebrazo izquierdo con su bastón, herida que termina gangrenándose y se hace necesaria su amputación. El sábado, 12 de agosto de 1899, el médico y cirujano Manuel Barragán Bonet (1861-1932) le amputa el brazo y queda manco. De éste hecho, arrastrado por su imaginación, Valle-Inclán da otras versiones: en “Sonata de Otoño. Memorias del marqués de Bradomín”, primera obra en la que la crítica y el público reconocieron su gran talento. Explica en él que el heroico marqués de Bradomín, que era portador de un mensaje del rey carlista Carlos VII (1848 – 1909), fue herido por una bala enemiga al atravesar un río. La bala le hirió en el brazo izquierdo y hubo de amputársele, y es que, a Valle-Inclán, le gustaba identificarse con los personajes de sus obras.
Ramón María del Valle-Inclán, en la revista “Alma Española” (1903), se describe a sí mismo con la siguiente expresión: “Éste que veis aquí, de rostro español y quevedesco, de negra guedeja y luenga barba, soy yo: Don Ramón del Valle-Inclán. Feo, católico y sentimental. Estuvo el comienzo de mi vida lleno de riesgos y azares. Fui hermano converso en un monasterio de cartujos y soldado en tierras de Nueva España. Una vida como la de aquellos segundones hidalgos que se engancharon en los tercios de Italia por buscar lances de amor, de espada y de fortuna».
Es un arquitecto del lenguaje. Cierto que muchos de los vocablos que utilizaba estaban de moda entonces y no lo están hoy, y además inventó no pocos. Pero su riqueza léxica y su profundo conocimiento del lenguaje siguen asombrando tantos años después de su muerte. Jugaba con palabras como borrachón o verdilarga, inexistentes, pero de fácil comprensión, o como las más desusadas, burlería, justillo o gachón, todas ellas profundamente españolas y que gente como Valle-Inclán impidió que desaparecieran para siempre.
Es el primer escritor español en emplear el término “marihuana”, palabra que proviene del náhuatl “malihuana”, término compuesto por “mallin” que quiere decir prisionero, “hua” que significa propiedad, y la terminación “ana”, que significa coger, agarrar o asir. Se cree que los indígenas al identificar a la planta con el nombre de “malihuana” quisieron expresar que la planta se apodera del individuo. Según expresa, “La marihuana me ahorra el trabajo de regresar a mi casa cuando salgo del café a las tres de la madrugada, porque simplemente ordeno: «Que se eche a andar la calle y que mi casa venga por mí», y mi casa se va acercando como un barco”. Los estadounidenses creen que es una contracción de los nombres propios María y Juana y la han convertido en marijuana.
Valle Inclán contrae matrimonio con la actriz de teatro Josefina Blanco Tejerina (1878 – 1957) en la mañana del sábado, 24 de agosto de 1907, en la iglesia madrileña de San Sebastián. Él tiene ya 40 años y ella sólo 28. Van a tener 6 hijos: María de la Concepción (1908), Joaquín María Baltasar (1914 – 1914), Carlos Luís Baltasar (1917 – 2006), María de la Encarnación Beatriz Baltasar “Mariquiña” (1919 – 2003), Jaime Baltasar Clemente (1922 – 1985) y Ana María Antonia Baltasar (1924).
El miércoles, 2 de septiembre de 1931, el Gobierno de la República le nombra Conservador General del Patrimonio Artístico Nacional y, 5 meses después, de la Dirección del Museo de Aranjuez, pero en junio de 1932 dimite por los desacuerdos con el Director General de Bellas Artes, Ricardo de Orueta Duarte (1868 – 1939).
En octubre de 1935, a iniciativa de su paisano, Victoriano García Martí (1881 – 1966), se abre en Galicia una suscripción pública para regalar a Valle Inclán un pazo. Lo cierto es que el autor de las ‘Comedias bárbaras’, las ‘Sonatas’ o ‘Luces de Bohemia’, «el más vivo de los escritores del 98″ según Francisco Umbral (1932 – 2007), «se pasó media vida de gerifalte y media vida de dandi», y llegó a Santiago de Compostela desde Madrid para curarse del cáncer de vejiga que le perseguía desde hacía años en manos de su amigo, el doctor Manuel Villar Iglesias (1879 – 1949), que ya lo trató en 1924. El resto del año renquea entre recaídas y mejorías alternas, intentando dar fin a una última novela –‘El trueno dorado’-, además de las tribulaciones del divorcio en marcha con su mujer, la actriz Josefina Blanco, que le priva de la mitad de sus ingresos mensuales y le aleja de toda su familia, y el golpe que le supone la muerte de su amigo, el escritor y periodista Luis Bello Trompeta (1872 – 1935).
A la muerte de Valle-Inclán, la que fue su mujer y madre de sus hijos, que se halla viviendo en Barcelona, consigue una pensión compensatoria del Ministerio de Instrucción Pública del Gobierno del Frente Popular para la educación de sus hijos.
Mateo Hernández Barroso (1874 – 1963) dedica un cálido recuerdo a Valle-Inclán en “El oso y el madroño” (México, Imprenta Azteca, 1954), una recopilación de artículos sobre Madridpublicados originariamente en el diario “Novedades”: “Era don Ramón un gran señor. Le creía la gente carlista; pero era tradicionalista; y lo era en lo que de bello y venerable tiene la tradición. Tuve el honor de ser invitado por él a pasar una temporada, en el verano, cuando vivía en Puebla del Caramiñal en una casa solariega, no sé si de sus antepasados, o si era donación del Municipio al ilustre gallego. Allí era, ciertamente, un señor: a determinadas horas recibía a los aldeanos, paternal y digno; contestaba a sus consultas, les daba consejos sobre cualquier cuestión, de familia, de hacienda, de pastoreo, de lo que fuere; distribuía limosnas, y los días de fiesta, en la capilla que tenía la casa señorial, acudía un vicario a decir misa que él oía, con su familia, instalado en la tribuna que había en el lugar en que suele estar el coro en las iglesias y capillas. Después, sentaba al cura a su mesa, y pasaba solemne el yantar. ¡Era un señor!”.
El erudito, bibliógrafo, editor, académico y político Pedro Sainz Rodríguez (1898 – 1986), en “Testimonio y Recuerdos” (Madrid, Planeta, Col. Espejo de España, nº 41, 1978), nos dice: “Valle-Inclán, con su fama de muy violento -y lo era en ocasiones-, era también un hombre lleno de ternura. Nunca recuerdo a un Valle-Inclán airado; lo que conservo presente son unos ojos claros que se emocionaban con gran facilidad, casi al borde de las lágrimas, cuando se tocaban determinados temas. También me he explicado, para mi uso particular, por qué Valle-Inclán adoptó aquellas grandes barbas, las grandes barbas de chivo, de que habló Rubén en su poesía. Muchas veces estuve sentado en los sofás de las tertulias inmediatamente al lado de don Ramón y podía ver, a través de la luz, lo que había debajo de la barba. Es decir, que contemplé a Valle-Inclán una y otra vez y me di cuenta de su perfil de pájaro, con un mentón huidizo; tenía una cara que seguramente él no estimaba mucho, porque le restaba energía; creo que llevaba barba por estar convencido de que la actitud heroica y violenta de su personalidad fuerte que él había adoptado, reñía constantemente con su fisonomía, con su mentón: esa barba era el verdadero disfraz de Valle-Inclán”.
Por su parte, el actor Juan Echanove Labanda (1961), en el programa de TVE “El mejor de la historia”, dice: “Valle-Inclán es un poco un refugio de perdedores: por iconoclasta, por enfrentarse a lo establecido, por borracho, por mentiroso… por una gran cantidad de cosas con las que la gente se siente identificada”.
T, el filólogo y catedrático Manuel Alberca Serrano (1951), en “La espada y la palabra (Vida de Valle-Inclán)” (Tusquets, 2015, XXVII Premio Comillas), dice: “Valle-Inclán era un mentiroso genial. El mayor creador del lenguaje del siglo XX. Un hombre reservado e introvertido que dedicó su vida a construir su propio personaje: descarado, provocador, oportunista, fabulador o pendenciero. Tenía una tendencia compulsiva a la notoriedad pública, donde brillaba con su máximo esplendor. Fue ante todo un tradicionalista que creía que los problemas del país se arreglarían volviendo al pasado (…) A los españoles de la época les parecía increíble que su estampa inconfundible, omnipresente en todos los foros y en la prensa de la época, hubiera desaparecido para siempre. Se le había dado tantas veces por muerto, había superado tantas operaciones y situaciones críticas, que les parecía eterno. Tal vez por esto su leyenda no murió con él sino que siguió creciendo, agrandada por el imaginario colectivo. Era una prueba más de la empatía que siempre despertó el personaje público y sus máscaras en la gente”.
Colofón
El Teatro Valle-Inclán está situado en la plaza de Lavapiés de Madrid, en el solar que antes ocupó la Sala Olimpia, antiguo cine Olimpia. Desde 2005 es la segunda sede del Centro Dramático Nacional, cuya sede principal es el teatro María Guerrero, y cuenta con dos salas: el propio teatro Valle-Inclán, con 450 butacas y la sala Francisco Nieva con 150 localidades dispuestas como teatro a la italiana.
Los premios más importantes del teatro español, son los “Max de las artes escénicas”, en honor a “Max Estrella”, (“hiperbólico andaluz, poeta de odas y madrigales”), protagonista de la esperpéntica “Luces de Bohemia” (1920), y cada 27 de marzo, Día Mundial del Teatro, los profesionales, aficionados y amantes de los escenarios le hacen un homenaje a la estatua de Ramón María del Valle-Inclán, situada en el madrileño Paseo de Recoletos y le imponen la tradicional bufanda blanca “como símbolo del reconocimiento de los autores españoles vivos a la vigencia de la obra de los autores de todas las épocas”.