EFEMÉRIDES DE FIN DE SEMANA

Antonio Gómez Romera

Domingo, 13 de octubre de 2024

EN EL LII ANIVERSARIO DE LA TRAGEDIA DE LOS ANDES: “UN VIAJE SIN DESTINO”

Vuelo 571 de la Fuerza Aérea Chilena.

Tal día como hoy, domingo, 13 de octubre, festividad de San Eduardo el Confesor (1003 – 1066), rey de Inglaterra y constructor de la Abadía de Westminster en Londres, en la cuadragésima primera semana de 2024, se cumplen 52 años (15:34 horas, viernes, 1972) del “Viaje sin Destino”: la tragedia y el milagro del vuelo chárter 571 de la Fuerza Aérea Uruguaya en la Cordillera de los Andes. El avión Fairchild F-227, un turborreactor de dos motores gemelos y fuselaje de color blanco, con 792 horas de vuelo y sólo 2 años de antigüedad, es alquilado a la Fuerza Aérea Uruguaya. Parte desde el Aeropuerto Internacional Carrasco (Montevideo, Uruguay) el sábado, 12 de octubre, a las 8 de la mañana, con destino a Santiago (Chile). En él viajan 45 personas: 5 miembros de la tripulación y 40 pasajeros, incluidos 19 miembros del equipo de rugby “Old Christians”, formado por ex-alumnos del “Colegio Stella Maris” de los Hermanos Cristianos Irlandeses, junto con algunos familiares, simpatizantes y amigos.

Equipo de rugby “Old Christians Club”.

El plan inicial de vuelo es dirigirse desde Montevideo a Santiago de Chile, pasando sobre Buenos Aires y Mendoza, con lo que cubren una distancia de unos 1.500 kilómetros. El viaje va a durar unas 4 horas aproximadamente. El vuelo transcurre con normalidad hasta que se aproximan a Mendoza y el auxiliar de vuelo y sobrecargo, Ovidio Joaquín Ramírez Barreto, comunica por megafonía que debido a las malas condiciones meteorológicas en los Andes, es imposible atravesar la Cordillera. Aterrizan en el aeropuerto “El Plumerillo” de Mendoza, para esperar a que mejore el tiempo. La previsión meteorológica dice que, para la tarde del día siguiente, domingo, 13 de octubre, el paso de Planchón, situado a unos 160 km al Sur de Mendoza, esté despejado, por lo que se cita a los pasajeros en el aeropuerto a las 13 horas. El avión despega a las 14:18 horas.

Algunos supervivientes entre los restos del avión destrozado.

A las 15:08 vuelan a una altura de 6.000 metros sobre la ciudad de Malargüe, momento en que giran hacia el noroeste para tomar la ruta de la aerovía G17 sobre la cordillera, hoy UB684. Calculan que alcanzarán Planchón, el punto de las montañas donde se pasa del control de tránsito aéreo de Mendoza, a las 15:21 horas. Comienza a aumentar la nubosidad, cosa que no entraña problema alguno, y se intensifica el viento de cola, por lo que reducen la velocidad de crucero de 210 a 180 nudos.

A las 15:21, el copiloto, Dante Héctor Lagurara Guiado, comunica con el control de tránsito aéreo de Santiago de Chile para decirles que sobrevuelan el paso Planchón y que alcanzarán Curicó, una pequeña ciudad al oeste de los Andes, a las 15:32 horas. El mal tiempo y una lectura incorrecta de los instrumentos de navegación del avión hacen que el piloto, Julio César Ferradas Benítez, coronel de la Fuerza Aérea, inicie el descenso antes de tiempo, perdiéndose el contacto con la torre de control del aeropuerto de Pudahuel de Santiago de Chile, distante unos 170 km y 25 minutos de vuelo aproximadamente. El avión termina estrellándose contra la ladera de la montaña, en el lugar conocido como “Glaciar de las Lágrimas”, situado a 3.675 m.s.n.m., entre una de las estribaciones del volcán Tinguiririca (4.260 m.s.n.m., Chile) y el Cerro El Sosneado (5.169 m.s.n.m., Argentina). El momento queda perfectamente narrado por Roberto Canessa Urta, uno de los sobrevivientes, al traer a su mente que: “El avión intentó trepar y ganar altura. El piloto llevó los motores al máximo y éstos rugieron impotentes porque no tenían la fuerza suficiente. Un minuto después vino aquel golpe funesto, el ala derecha golpeó contra la cumbre, cortó el avión al medio, con una explosión seca, violenta, con ruido de hierros que se destrozan entre sí. Y una caída vertiginosa. Nos sacudimos como si estuviéramos en el ojo de un huracán. Comenzó una sucesión de saltos, golpes y explosiones estridentes que me aturdieron. Cuando el avión se deslizaba por la pendiente de la montaña, a lo que me parecía una velocidad supersónica, me di cuenta de que estaba protagonizando un accidente aéreo en la cordillera de los Andes, y de que me iba a morir, porque a un accidente de ese tipo sólo le sigue la aniquilación de todo lo existente: los cuerpos y las máquinas, la carne y el acero, retorcido y roto. Me aferré tan fuerte de la base del asiento que arranqué trozos del cojín con la presión de mis manos, mientras los sacudones me revolvían las entrañas. Incliné la cabeza, aguardando la inminencia del impacto que me destrozaría” (Roberto Canessa Urta, sobreviviente y PabloVierci, escritor:” Tenía que sobrevivir”, Editorial Alrevés, 2016).

Vista de los supervivientes desde el helicóptero de rescate.

Trece personas murieron inmediatamente, y cuatro más, víctimas de sus graves heridas, en la primera noche. Fernando -Nando- Parrado Dolgay describe este momento  en su libro “Milagro en los Andes”, publicado por la Editorial Orión en 2006. En el recuerda que “Durante las primeras horas no había nada, ni miedo ni tristeza, ni la sensación de que pasaba el tiempo, ni tampoco pensamientos ni recuerdos, tan sólo un silencio negro y perfecto. Entonces se hizo la luz, un haz fino y gris de luz solar, y salí de las tinieblas como un buceador que nada lentamente hacia la superficie. La consciencia fue fluyendo por mí cerebro como si fuera una lenta hemorragia y me desperté, con gran dificultad, en un mundo sombrío a medio camino entre el ensueño y la realidad. Oí voces y noté movimiento a mí alrededor, pero tenía la mente confusa y la vista borrosa. Mientras miraba fijamente esas vagas formas desdibujadas, vi que algunas de las sombras se movían y finalmente me di cuenta de que una de ellas se inclinaba sobre mí. – Nando, ¿puedes oírme? ¿Me oyes? ¿Estás bien?”. El autor de este fragmento, Fernando Parrado Dolgay, conocido como Nando, era estudiante de Ingeniería Mecánica y viajaba con su madre, Eugenia “Zenia” Dolgay Diebug de Parrado, y su hermana Susana en el avión. Ambas pierden la vida en el accidente: su madre en el impacto y su hermana, días después. Él estará 3 días inconsciente, debido al fuerte golpe que sufrió en la cabeza. Una vez recuperado, lidera la expedición que propicia el esperado rescate. Al volver a Montevideo dejará sus estudios y se convierte en un prestigioso hombre de negocios, deportista, productor de programas de televisión y orador reconocido internacionalmente.

Los supervivientes entre los restos del avión siniestrado.

El Servicio Aéreo de Rescate Chileno les da por muertos a los 10 días de buscarlos sin ningún resultado positivo, y los supervivientes se enteran de que ya no los buscan: “Fabricamos una antena con un cable largo del avión y la unimos a un transistor que nos encontramos. En todo momento estuvimos informados de la última hora del rescate”.

En la noche del domingo, 29 de octubre, poco más de dos semanas después del accidente, mientras los supervivientes duermen en su improvisado refugio, una avalancha de nieve se precipita ladera abajo y sepulta el avión: fallecen 8 personas más. No solo ven morir a sus familiares y amigos, sino que también tienen que hacer lo inconcebible para seguir con vida: comer la carne de los compañeros que ya han fallecido. Las condiciones climáticas los enfrentan a la muerte, pero a la vez, aquel frío de alrededor de 30º bajo cero, evita que posibles infecciones se generen en sus cuerpos lastimados. Los últimos días de noviembre intentan utilizar la radio de la cabina para pedir ayuda, pero necesitan baterías. Divisan la cola del avión a 2 km de altura, y trepan hasta allí. El peso de las baterías hace imposible trasladarlas, por lo que desmontan la radio e intentan conectarla en la cola, pero la radio está dañada. Es imposible pedir auxilio.

Fernando, Roberto y su salvador, Sergio.

El 10 de diciembre, desesperados, deciden ir en búsqueda de auxilio. Roberto Canessa, Antonio Vizintín y Nando Parrado parten rumbo al poniente. Después de 3 días de ardua caminata, Vizintín, en muy malas condiciones físicas, da media vuelta para intentar regresar a los restos de la nave. Fernando y Roberto continúan caminando, durante 7 días hasta que el miércoles, 20 de diciembre, al otro lado de un río que no pueden vadear por el gran caudal del deshielo en la zona de Los Maitenes, encuentran a la primera persona, un arriero llamado Sergio Catálán Martínez que va a caballo. Le lanzan una nota manuscrita con una piedra y éste, la recoge e, incrédulo, la lee: “Vengo de un avión que cayó en las montañas. Soy uruguayo. Hace 10 días que estamos caminando. En el avión quedan 14 personas heridas. Tenemos que salir rápido de aquí y no sabemos cómo. No tenemos comida. Estamos débiles. ¿Cuándo nos van a buscar arriba? Por favor, no podemos ni caminar. ¿Dónde estamos?”.

Sergio da a Fernando y a Roberto, su primera comida “decente” desde el día del accidente y después cabalga durante 10 horas hasta llegar a Puente Negro, el lugar más cercano habitado, situado a 80 kilómetros de distancia, para avisar a las autoridades. Así, 72 días después, entre el 22 y el 23 de diciembre de 1972, son rescatadas mediante 3 helicópteros de la Fuerza Aérea Chilena 16 personas, el resto han fallecido a causa de las avalanchas, la gangrena causada por sus heridas y el hambre.

Roberto recibe asistencia médica cuando llega el equipo de rescate.

La noticia del llamado «milagro de los Andes» se extiende rápidamente por todo el mundo. La euforia por el rescate pronto da paso al horror cuando los supervivientes admiten que han comido carne humana para mantenerse con vida. Defienden sus acciones. Así lo hace ver Roberto Canessa en “The Washington Post” en 1978, al referir que: “No puedes sentirte culpable por hacer algo que no elegiste hacer”. Los supervivientes van a llevar consigo el recuerdo del canibalismo en las décadas siguientes. En sus “Memorias”, Roberto Canessa explicará que: “Para nosotros, dar ese salto fue una ruptura definitiva, y las consecuencias fueron irreversibles: nunca volvimos a ser los mismos”.

El periodista y escritor norteamericano Clay Blair Jr. (1925 – 1998), basándose en los hechos del accidente aéreo, escribe la novela “Supervivientes de los Andes” (1973). También el escritor e historiador británico Piers Paul Read (1941), después de entrevistar a algunos supervivientes del accidente escribe el libro – reportaje: “¡Viven!”, publicado por la Editorial Barreiro y Ramos en abril de 1974. En México se rueda la película “Supervivientes de los Andes” (1976), dirigida por René Cardona (1905 – 1988), basada en la obra de Clay Blair Jr., que es criticada por falsear los acontecimientos del accidente. Inspirada en la novela de Piers Paul Read, el director y productor Frank Marshall (1945), rueda la película “¡Viven!”, de 1993, protagonizada por Ethan Hawke y Vincent Span. La película muestra una versión distorsionada de lo que realmente pasó: “Ojalá hubiéramos tenido luces en la montaña, cajones y guitarras para quemar. La película es una mega producción americana, hecha por ‘Disney’ (Paramount Pictures), con eso está dicho todo. La realidad fue mucho más cruda que lo que refleja la película” (Roberto Canessa).

Foto de los restos del avión tras el accidente.

Cincuenta y un años después del accidente, el director Juan Antonio Bayona (1975) ha revivido esta historia a través de su película “La sociedad de la nieve”, adaptando la novela del mismo título (2009) del escritor y periodista uruguayo Pablo Vierci (Montevideo, 1950): una película estrenada en el Festival de Venecia el 9 septiembre 2023 que ha logrado numerosos premios y ovaciones por parte del público y los propios protagonistas.

La alegría del regreso de los supervivientes.

Colofón

De los 16 supervivientes, hoy solo quedan 14. Javier Methol falleció a los 79 años de edad de cáncer el 4 de junio de 2005. José Luis “Coche” Inciarte murió a los 75 años de edad, tras una larga enfermedad el 17 de julio de 2023. Los restos de los que no sobrevivieron nunca abandonaron los Andes. Fueron enterrados cerca del lugar donde murieron, en un promontorio rocoso, a unos 800 metros de donde estaba el fuselaje, a excepción de los restos de Rafael Echavarren, que fueron llevados por su padre a Montevideo para ser enterrados en el panteón familiar. Sobre la fosa común fue colocada una sencilla cruz de hierro.

Tumba en el Valle de las Lágrimas

El Valle de las Lágrimas se ha convertido en un lugar de peregrinación y todos los veranos se organizan excursiones para visitar los restos del fuselaje y la tumba. Los “Old Christians” nunca llegaron a jugar contra los chilenos “Old Boys” aquel partido de rugby de octubre de 1972. Pero, desde entonces, cada 13 de octubre, se celebra una misa en memoria de los fallecidos y un “partido de la amistad” entre los dos equipos protagonistas de esta historia, el Old Christians Club de Uruguay y el Old Boys Club de

Chile, para conmemorar aquella fecha que les marcó para siempre.

DEJA UNA RESPUESTA

Por favor, introduce tu comentario
Por favor, introduce tu nombre aquí