CUANDO EL PUEBLO SE LEVANTA Y EMPIEZA A CAMINAR

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CUANDO EL PUEBLO SE LEVANTA Y EMPIEZA A CAMINAR

Manolo Velázquez -Párroco-

Para vivir, no basta con estar vivos… ni con sobrellevar el peso de los días.

Para vivir hay que dar pasos hacia una vida: más sana, más saludable y más sostenible. Y, sobre todo, hacia una vida con más calidad, más dignidad y más humanidad.

Esta es la vida que Dios quiere para sus hijos: una vida plena y «con sentido» .

Dios nos quiere vivos y despiertos.

Sin embargo, muchas veces, nos sentimos solos, desplazados, aburridos… enfermos, viviendo dentro de un cuerpo dolorido que no nos brinda felicidad, ni paz, ni consuelo… sin un motivo que nos haga despertar con alegría, cada mañana, sin nadie que nos sonría… y sin una musica contagiosa que nos invite a participar en el baile de la creación …

Es más, hay muchos seres humanos especialmente excluidos y olvidados… arrinconados y empujados hacia la total marginación.

Y esta es la situación que nos quiere describir hoy el evangelio.

En el texto aparecen dos mujeres convertidas en simbolo de todos aquellos que viven a medias, sin calidad de vida y abocados a la muerte:

1 – Una mujer que llevaba doce años padeciendo una enfermedad vergonzante que la dejó arruinada, estéril y además, declarada impura por la institución religiosa… por lo cual, no podía estar con nadie, acercarse a nadie, ni tocar a nadie…

2 – Una niña de doce años, postrada, indefensa… y condenada a muerte antes de alcanzar la madurez y antes de tener descendencia…

Las dos son imagen de un pueblo sometido, de una humanidad postrada, indefensa y reducida a una permanente minoría de edad.

Sin embargo, el Jesús picapedrero viene a decirnos que Dios lo único que quiere es que vivamos, que tengamos vida y que disfrutemos de la vida…

Por eso, cuando la mujer de las hemorragias de sangre se olvida de las leyes religiosas que la marginan y le impiden acercarse a la gente, se libra de su tormento y encuentra la felicidad.

Y cuando aquella «hijita» del jefe de la sinagoga dependiente hasta entonces de su padre y de la institución religiosa, se encuentra con Jesús que la llama por primera vez: «muchacha», como reconocimiento de su mayoría de edad, se sacude la situación de dependencia, recuperando así, la posibilidad de contraer matrimonio.

Es decir, que de la mano de Jesús, la gente del pueblo se levanta y empieza a caminar por sí misma adquiriendo la posibidad de vivir y ser fecunda… aunque para ello necesiten crecer y ser alimentados.

¡Bendito sea pues, el Jesús picapedrero que se atrevió a tender la mano y a tocar a los legalmente intocables, para sanar y dar vida!

¿Seremos nosotros capaces de tender también la mano hacia la miseria humana y la carne dolorida de nuestro mundo?

Aún quedan entre nosotros muchas situaciones de postración, de dependencia y de marginación…

¿Somos conscientes de estas situaciones?

¿Somos, en alguna medida, responsables de ellas?

Y sobre todo, ¿buscamos la solución por el camino adecuado?

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