Manuel Domínguez García
-Cronista Oficial de la ciudad de Motril-
MOTRIL 1833-1834
LA CIUDAD EN TIEMPOS DEL CÓLERA
Durante el siglo XIX aparece un nuevo factor epidémico. Se trata del cólera morbo que, proveniente de Asia, se expande a partir de 1830 por toda Europa y América en cuatro oleadas sucesivas de una extraordinaria irradiación. Las epidemias de 1833-34, 1855, 1860 y 1885 afectan a toda España y por supuesto a Motril, siendo la primera la que vamos a tratar en este artículo.
En 1833 se produce la primera epidemia en la Península Ibérica; Portugal primero y España después sufrirán el primer contagio del siglo. Para entonces el desconocimiento etiológico y terapéutico de la enfermedad era total, motivo por el cual se presentaba como contagio nuevo, terrible y de consecuencias nefastas. Su expansión iba precedida de una alarma general, un miedo generalizado.
En septiembre de ese año ocurrió la muerte de “El Deseado”, Fernando VII; en octubre se inicia la Primera Guerra Carlista y para Motril parecía que se empezaba a desarrollar una época de relativa bonanza económica, después de un largo periodo de crisis desde la Guerra de la Independencia; pero al final este año y 1834 fueron unos años trágicos.
La enfermedad se detectó por primera vez en Vigo y llega a Andalucía en el verano de 1833. Las autoridades motrileñas desarrollaron pronto la preocupación por el riesgo de contagio y se pone en funcionamiento en septiembre la Junta Municipal de Sanidad integrada por el nuevo gobernador político y militar de la ciudad, Francisco Strauch, varios de los regidores y los cuatro médicos que ejercían su profesión en la localidad: Francisco Javier Pintor, Antonio Ocete, Félix de Federico y Manuel de Góngora.
Las primeras medidas, para una ciudad de 10.300 habitantes, fueron encaminadas a garantizar normas preventivas como pedían los médicos: mejorar la condiciones de vida, la higiene de la población y la limpieza y erradicación de aquellos puntos que se consideraban insalubres como era el caso de la cárcel. De todas maneras el ambiente general de Motril era de miseria y necesidad que sufría gran parte de los habitantes y una falta de agua corriente, de aseos, de saneamiento y las escasas fuentes públicas en los barrios, empeoraba la ya deficiente situación de higiene personal de las clases populares. Se establecieron dos lazaretos, es decir sitios donde cumplir cuarentena, en las ermitas de san Antonio y de Nuestra Señora del Carmen.
El 9 de noviembre llega a Motril, tras cuatro días de marcha, una compañía de soldados del Regimiento de Infantería de la Princesa que procedía de Málaga y por motivos de seguridad sanitaria el gobernador ordena que se alojen en los lazaretos constituidos al efecto.
Al día siguiente un soldado llamado Agustín Lafuente, de los alojados en la ermita de san Antonio, enfermó y murió. En principio su muerte fue calificada por el jefe de la compañía como un envenenamiento casual. Según informaba, a las 3 de la madrugada el citado soldado entró de guardia de imaginaria y bebió agua a las 4 de una de las tinajas. A las 6 de la mañana al llamar al que le seguía en la guardia, se puso muy enfermo “con dolor terrible y semblante cadavérico”. Todos pensaron que se lo provocó el agua y al revisar la tinaja de donde había bebido vieron que tenía residuos en el fondo de haber contenido jabón y que durante la noche se había diluido en el agua, con lo cual se pensó que el soldado se había envenenado a beber esa agua con sosa caustica.
Viendo que por momentos su estado se salud se agravaba, se dio aviso al gobernador que de inmediato envió a un médico para que lo atendiera, pero todo fue inútil y el soldado murió a las 5.30 de la tarde. El médico afirmó que en realidad era cólera y se dispuso que la compañía se trasladase en cuarentena al castillo de Carchuna. Por parte de las autoridades locales, se habían tomado las precauciones convenientes y se esperaba que la muerte del soldado no tuviese consecuencias en la salud de los motrileños, ya que era un caso único y aislado.
Pero a los pocos días muchas de las enfermedades en la población tomaron formas coléricas, hasta que a mediados de noviembre se presentó un caso de cólera muy bien caracterizado. El día 16 se daba por positivo el cólera en la ciudad. Había llegado la epidemia a Motril.
Se inicia diciembre con bastantes enfermos de cólera. La Junta de Sanidad decreta el aislamiento de la ciudad y la expulsión de vagabundos. Se organiza una guardia de vecinos para impedir la entrada a Motril de personas y mercancías sospechosas de estar infestadas de cólera y se establecen cuatro controles sanitarios y de fumigación en las Ventillas, ermita de san Sebastián, Ventorrillo del Lobo y Varadero.
Los médicos propusieron, y así se hizo rápidamente, ante el posible elevado número de fallecimientos, la construcción de un nuevo cementerio alejado de la ciudad, ya que la necrópolis existente tras la ermita de Nuestra Señora del Carmen se consideraba pequeña, insalubre y ubicada dentro de casco urbano. Se eligió unos terrenos situados en el pago de la Cruz de Roelas, a noreste de Motril, alejado más de un kilómetro de las últimas casas. Se razonó por los facultativos Francisco Javier Pintor y Félix de Federico, que estos terrenos parecían los más apropiados para un nuevo cementerio por la altura, distancia, suelos arcillosos y con una permeabilidad adecuada que facilitaba la práctica de las inhumaciones y lejos de fuentes de agua que se pudiesen contaminar y amenazar la salud pública. Este nuevo cementerio para fallecidos por el cólera, no era más que un recinto de unos 2.100 metros cuadrados cercados de tapias, hoy es el segundo patio del camposanto actual, previsto para enterramientos en grandes fosas comunes, aunque se reservaba una parte del solar para párvulos.
Plantearon, también, la necesidad de habilitar un local acomodado para hospital de coléricos y trasladar allí a todos los enfermos invadidos, de manera que se pudiese centralizar la atención médica. Esto no lo consiguieron. El hospital de Santa Ana era muy pequeño, por lo que los médicos se prestaron para asistir los enfermos en sus domicilios.
El 26 de diciembre el brigadier gobernador de Motril y presidente de la Junta de Sanidad, informa a la Junta Provincial que el estado de salud de la población era bueno a juicio de los cuatro médicos:
Pero entre enero y marzo de 1834 la epidemia tuvo un fuerte brote invernal que suponemos bastante grave.
A pesar de la epidemia las autoridades locales no habían dudado de celebrar las fiestas necesarias para conmemorar la subida al trono de la reina Isabel II y la regencia de la reina madre María Cristina.
El 9 de febrero por la mañana, se reunió la Corporación Municipal presidida por el gobernador y salieron a la plaza Mayor, hoy de España, donde el capitán de la Milicias Provinciales, Pedro Nolasco de Llanos, tremoló el pendón nacional proclamando a la nueva reina. A continuación toda la Corporación precedida del alguacil mayor, dependientes de la Justicia, procuradores, escribanos y maceros de la ciudad, todos a caballo y acompañados de las tropas de caballería, infantería y banda de música; inician una gran procesión por las calles principales de Motril. La asistencia de público fue enorme.
Por la tarde se organizó una reunión de las personas más principales y se repartieron 500 raciones de pan a los pobres y presos de la cárcel. Por toda la ciudad circulaban en gran número personas disfrazadas y comparsas al coincidir con el Carnaval. Las casas estaban adornadas y por la noche muy iluminadas. Las calles estaban recorridas por bandas de música y a las 21 horas dio comienzo el gran baile de máscaras en la casa de la Aduana, antigua casa de los Herrera en la hoy plaza del Tranvia, cuyo salón principal estaba muy adornado.
Al día siguiente, 10 de febrero, se hizo una solemne función religiosa con sermón y Te Deum en la Iglesia Mayor, con asistencia del cabildo eclesiástico, Corporación Municipal, autoridades civiles y militares, comunidades religiosas y personas distinguidas. Por la tarde, música en las calles, máscaras, comparsas y por la noche baile.
El día 11 se lidiaron varios novillos en la plaza Mayor y posteriormente música, iluminaciones y baile. Convite a las autoridades en la el Ayuntamiento y en la plaza se quemó un árbol de fuego con las palabras “Viva Cristina”, mientras tocaba la banda de música desde el balcón del Ayuntamiento.
Es posible todo este concurso de grandes multitudes durante estas celebraciones oficiales y el carnaval, dieran lugar al exacerbamiento de la epidemia que desgraciadamente se cebó con los motrileños, especialmente en los barrios más pobres a partir de marzo y se dejó sentir con gran gravedad los meses de abril y mayo, sobre todo este último mes fue terrible. Sobre el día 15 se decía que gracias a los fuertes vientos de poniente, habían disminuido los invadidos y los fallecidos y se esperaba que cesase la enfermedad que se desarrollaba de forma muy alarmante; pero a partir del 21 el cólera se desenvuelve furibundamente, con enorme número de contagiados y muchos fallecidos. La gente decía que esto se debía a alteraciones meteorológicas, ya que en esos días “hacia un frio en Motril como si fuese enero”.
A partir del 24 de mayo parece remitir algo y a finales del este espantoso mes, se consideraba que continuaba descendiendo el número de infestados y muertos.
En el mes de junio se vio claramente que el cólera remitía por fin. Entre el 2 y el 4 el gobernador informaba que solo había enfermado una persona y fallecido tres. Y a partir del día 12, empezaban a pensar que se podía cantar el Te Deum en acción de gracias, porque a juicio de los tres médicos, Félix de Federico había fallecido, la enfermedad que afligía al vecindario había desaparecido casi por completo. Para el día 16 prácticamente no había afectados y no había fallecido nadie ni de enfermedades comunes. Se dio por terminada la aterradora epidemia colérica, no sin cobrarse un enorme tributo: 4.900 contagiados, de los cuales fallecieron casi 800 personas en los seis meses y medio que prácticamente duró la epidemia, un largo periodo de latencia quizá debido al mal estado del sistema de fuentes de agua y de las pésimas condiciones de saneamiento urbano.
La normalidad por fin volvió a Motril, volvieron a sus hogares las familias que se habían ido a vivir a los cortijos e incluso el 24 de julio de ese año de 1834 se festejó en la ciudad el día de la reina gobernadora María Cristina y la solemne apertura de las Cortes. Hubo misa solemne en la Iglesia Mayor con asistencia de todas las autoridades y se cantó el Te Deum acompañado de una orquesta. En la plaza la compañía de Milicia Urbanas disparó las tres salvas de rigor y tras la misa se ofreció en el Ayuntamiento un banquete a los invitados, mientras que en la plaza se disparaban cohetes y desde el balcón se arrojaban dulces a la multitud congregada. Por la tarde se corrió un toro.
Por ahora el cólera desaparecía de Motril, pero 1833-1834 quedaba grabado en la memoria de los motrileños como otro de los episodios infaustos de la historia local. Todos recordarían el miedo y la imagen el tristemente famoso carro de los muertos camino del cementerio.
Pero la historia del cólera en Motril no acabaría aquí, volvería con fuerza en octubre de 1854. El médico motrileño Manuel de Góngora, que ya sabía por experiencia los importantes estragos que ocasionaba, hizo al gobierno de la ciudad las siguientes preguntas: ¿Se han estudiado las circunstancias de nuestra población en su actual estado social para aplicar los medios indispensables al socorro del cólera morbo asiático? ¿Se ha establecido algún sistema sanitario, alguna organización positiva en el ramo de la beneficencia?
Las respuestas fueron, naturalmente, contestadas con la negativa.