Granada no es ciudad para alquilar
Permítanme que parafrasee en esta columna el título de la maravillosa novela del estadounidense Cormas MacCarthy, “No es país para viejos” para, a la vista de los datos, llegar a la conclusión de que Granada no es ciudad para alquilar, ni por jóvenes, ni por viejos, ni por mediopensionistas. Me dirán que peor están otras ciudades, como la vecina Málaga, y les diré que mal de muchos, consuelo de tontos.
Durante la última década el precio de los alquileres ha aumentado en Granada más del triple de lo que lo han hecho los salarios, lo que hace que cada vez sea más más difícil, especialmente para la población joven, pero no solo a ella, acceder a una vivienda.
Si hace diez años, el precio medio del alquiler en la provincia de Granada estaba en 5,2 euros por metro cuadrado al mes, por lo que rentar una vivienda de 100 metros cuadrados salía por 520 euros mensuales de promedio, diez años después, según los últimos datos de Idealista, el precio roza los nueve euros por metro cuadrado, por lo que esa misma vivienda de 100 metros, se acerca peligrosamente a los 900 euros al mes. Un 67,3% más que hace diez años.
La situación aún es peor en la capital, donde la vivienda de alquiler se ha vuelto casi inaccesible y si hace una década se podía alquilar un piso de 100 metros por poco más de 600 euros, ahora ese mismo piso es muy difícil encontrarlo por debajo de los 950, o lo que es lo mismo, un 52,5% más que diez años antes.
Es cierto que en ciudades próximas, como Málaga, los alquileres aún están más altos, el problema es que en los últimos diez años los salarios en Granada han subido poco más del 23%, según acreditan los datos de la Agencia Tributaria, pasando de una media de 15.084 euros anuales en 2012, o lo que es lo mismo 1.257 euros al mes, a 18.658 en 2022, últimos datos que vienen a suponer 1.555 euros mensuales.
Pero ese es el promedio, porque la población joven tiene unos ingresos muy inferiores a esas cifras, lo que hace prácticamente imposible, en la mayoría de los casos, que los más jóvenes puedan acceder a un alquiler al que puedan hacer frente, con lo que ello supone de retraso en su emancipación y en poder iniciar su proyecto vital.
Según los datos de ingresos salariales los sueldos en Granada para quienes tienen entre los 18 y los 25 años, no llegaron, en promedio, a los 7.000 euros anuales en 2022, diez años antes estaban en 5.753, por lo que en una década han crecido un 21,5%, mientras que los alquileres han aumentado más del triple, un 67%.
Esa cifra de 6.989 euros de promedio anual supone menos de 600 euros mensuales. No significa que el sueldo haya sido ese, sino que en muchos casos se trata de jóvenes que han trabajado solo una parte del año, o con contratos a tiempo parcial, pero en cualquier caso pone de manifiesto que entre los 18 y 25 años no se tienen ingresos suficientes para alquilar una vivienda cuyo precio se ha situado en máximos históricos.
Algo mejor, pero aún muy lejos de alcanzar ingresos que les permitan acceder a un alquiler, se encuentran los granadinos que tienen 26 a 35 años, una edad en la que la mayoría de sus padres ya se habían comprado su piso, aunque no hubieran terminado de pagarlo. En ese tramo los ingresos son algo más altos, pero siguen estando por debajo del promedio, y es en esa franja de edad cuando la mayoría de jóvenes intenta independizarse de sus padres o formar una familia, la media de rentas salariales es de 15.231 euros anuales, una cifra por debajo de los 18.658 euros de promedio provincial y que en diez años ha aumentado un 24,7%, muy por debajo del 67% que han subido los alquileres.
Todo lo anterior nos lleva a la triste conclusión de que si hablamos de la capital, el alquiler resulta una misión imposible para la población joven que tendría que dedicar al arrendamiento, nada menos que el 73% de sus ingresos.
Se da la paradoja de que, según datos del INE, en la capital tenemos 12.000 viviendas vacías y más de 90.000 en la provincia, aunque también se da la circunstancia de que los pisos turísticos en Granada se han cuadruplicado en una década, con un total de 6.380 viviendas destinadas a estos menesteres y que en el último año, el incremento ha sido de 600 viviendas turísticas en la provincia, un crecimiento nunca antes visto.
Mal haremos si nos tomamos muy en serio este asunto, porque lo que no puede ser, es que, además de que nuestros hijos no vayan a vivir mejor que sus padres, como venía ocurriendo hasta ahora, vayan a tener muy difícil percibir una pensión digna, tengan una sanidad y una educación públicas hechas unos zorros, ni siquiera vayan a tener un lugar digno en el que vivir. No es eso lo que les prometimos, ni lo que se merecen.