EFEMÉRIDES DE FIN DE SEMANA

Antonio Gómez Romera

Domingo, 11 de febrero de 2024

En el CLI aniversario de la abdicación de Amadeo I como rey de España

Óleo de Amadeo I obra de Vicente Palmaroli González 1.872.

Hoy, domingo 11 de febrero, festividad de Nuestra Señora de Lourdes, advocación mariana de las apariciones en la gruta de Lourdes en 1.858, sexta semana del año 2.024, se cumplen 151 años (martes, 1.873) de la abdicación ante las Cortes de Amadeo I (1.845 -1.890) como Rey de España.

“Al Congreso: Grande fue la honra que merecí de la Nación española eligiéndome para ocupar el trono, honra tanto más por mí apreciada, cuanto que se me ofrecía rodeada de las dificultades y peligros que lleva consigo la empresa de gobernar un país tan hondamente perturbado.

Alentado, sin embargo, por la resolución propia de mi raza, que antes busca que esquiva el peligro; decidido a inspirarme únicamente en el bien del país y a colocarme por cima de todos los partidos; resuelto a cumplir religiosamente el juramento por mí prestado ante las Cortes Constituyentes y pronto a hacer todo linaje de sacrificios para dar a este valeroso pueblo la paz que necesita, la libertad que merece y la grandeza a que su gloriosa historia y la virtud y constancia de sus hijos le dan derecho, creí que la corta experiencia de mi vida en el arte de mandar sería suplida por la lealtad de mi carácter, y que hallaría poderosa ayuda para conjurar los peligros y vencer las dificultades que no se ocultan a mi vista, en la simpatía de todos los españoles amantes de su Patria, deseosos ya de poner término a las sangrientas y estériles luchas que hace ya tanto tiempo desgarran sus entrañas.

Óleo de Amadeo I obra de Antonio Gisbert 1.872.

Conozco que me engañó mi buen deseo. Dos años largos a que ciño la corona de España y la España vive en constante lucha, viendo cada día más lejana la era de paz y de ventura que tan ardientemente anhelo. Si fuesen extranjeros los enemigos de su dicha, entonces al frente de estos soldados tan valientes como sufridos, sería el primero en combatirlos; pero todos los que con la espada, con la pluma, con la palabra, agravan y perpetúan los males de la nación, son españoles, todos invocan el dulce nombre de la Patria, todos pelean y se agitan por su bien; y entre el fragor del combate, entre el confuso, atronador y contradictorio clamor de los partidos, entre tantas y tan opuestas manifestaciones de la opinión pública, es imposible atinar cual es la verdadera y más imposible todavía hallar el remedio para tantos males.

Lo he buscado ávidamente dentro de la ley, y no lo he hallado. Fuera de la ley no ha de buscarlo quien ha prometido observarla.

Fotos de Amadeo I y de su esposa.

Nadie achacará a flaqueza de ánimo mi resolución. No habría peligro que me moviera a desceñirme la Corona si creyera que la llevaba en mis sienes para bien de los españoles: ni causó mella en mi ánimo el que corrió la vida de mi augusta esposa, que en este solemne momento manifiesta como yo el que en su día se indulte a los autores de aquel atentado.

Pero tengo hoy la firmísima convicción de que serían estériles mis esfuerzos e irrealizables mis propósitos.

Estas son, Señores Diputados, las razones que me mueven a devolver a la Nación, y en su nombre a vosotros, la Corona que me ofreció el voto nacional haciendo de ella renuncia por mí, por mis hijos y sucesores.

Estad seguros de que al desprenderme de la Corona no me desprendo del amor a esta España, tan noble como desgraciada, y de que no llevo otro pesar que el de no haberme sido posible procurarle todo el bien que mi leal corazón para ella apetecía”.

El reinado de Amadeo de Saboya es calificado como efímero, por el corto espacio de tiempo en el que ocupa el trono español (1.871-1.873) y, también, por la precariedad y el clima de inestabilidad que tiene que afrontar antes de su abdicación.

Pintura Miniatura de Amadeo I obra de Antonio Tomasich 1.871.

Emilio Castelar redactó la respuesta de la Asamblea Nacional al mensaje de renuncia de la Corona: “Señor: Las Cortes soberanas de la Nación española han oído con religioso respeto el elocuente mensaje de V.M., en cuyas caballerosas palabras de rectitud, de honradez, de lealtad, han visto un nuevo testimonio de las altas prendas de inteligencia y de carácter que enaltecen a V.M. y del amor acendrado a ésta su segunda Patria, la cual, generosa y valiente, enamorada de su dignidad hasta la superstición y de su independencia hasta el heroísmo, no puede olvidar, no, que V.M. ha sido jefe del Estado, personificación de su soberanía, autoridad primera dentro de sus leyes, y no puede desconocer que honrando y enalteciendo a V.M. se honra y se enaltece a sí misma. Señor, las Cortes han sido fieles al mandato que traían de sus electores y guardadoras de la legalidad que hallaron establecida por la voluntad de la Nación por la Asamblea Constituyente. En todos sus actos, en todas sus decisiones, las Cortes se contuvieron dentro del límite de sus prerrogativas, y respetaron la autoridad de V.M. y los derechos que por nuestro pacto constitucional a V.M. competían.

Proclamando esto muy alto y muy claro, para que nunca recaiga sobre su nombre la responsabilidad de este conflicto que aceptamos con dolor, pero que resolveremos con energía, las Cortes declaran unánimemente que V.M. ha sido fiel, fidelísimo guardador de los respetos debidos a las Cámaras; fiel, fidelísimo guardador de los juramentos prestados en el instante en que aceptó V.M. de las manos del pueblo la Corona de España. Mérito glorioso, gloriosísimo en esta época de ambiciones y de dictaduras, en que los golpes de Estado y las prerrogativas de la autoridad absoluta atraen a los más humildes no ceder a sus tentaciones desde las inaccesibles alturas del Trono, a que sólo llegan algunos pocos privilegiados de la tierra. Bien puede V.M. decir en el silencio de su retiro, en el seno de su hermosa Patria, en el hogar de su familia, que, si algún humano fuera capaz de atajar el curso incontrastable de los acontecimientos, S.M., con su educación constitucional, con su respeto al derecho constituido, los hubiera completa y absolutamente atajado.

Pintura Miniatura de María Victoria de Saboya, obra de Antonio Tomasich 1.871.

Las Cortes, penetradas de tal verdad, hubieran hecho, a estar en sus manos, los mayores sacrificios para conseguir que V.M. desistiera de su resolución y retirase su renuncia. Pero el conocimiento que tienen del inquebrantable carácter de V.M.; la justicia que hacen a la madurez de sus ideas y a la perseverancia de sus propósitos, impiden a las Cortes rogar a V.M. que vuelva sobre su acuerdo, y las deciden a notificarle que han asumido en sí el Poder supremo y la soberanía de la Nación para proveer, en circunstancias tan críticas y con la rapidez que aconseja lo grave del peligro y lo supremo de la situación, a salvar la democracia, que es la base de nuestra política, la libertad, que es el alma de nuestro derecho, la Nación, que es nuestra inmortal y cariñosa madre, por la cual estamos todos decididos a sacrificar sin esfuerzo no sólo nuestras individuales ideas, sino también nuestro nombre y nuestra existencia. En circunstancias más difíciles se hallaron nuestros padres a principios de siglo y supieron vencerlas inspirándose en estas líneas y en estos sentimientos.

Abandonados por sus Reyes, invadido el suelo patrio por extrañas huestes, amenazado de aquel genio ilustre que parecía tener en sí el secreto de la destrucción y la guerra, confinadas las Cortes en una isla donde parecía que se acababa la Nación, no solamente salvaron la Patria y escribieron la epopeya de la independencia, sino que crearon sobre las ruinas dispersas de las sociedades antiguas la nueva sociedad. Estas Cortes saben que la Nación española no ha degenerado, y esperan no degenerar tampoco ellas mismas en las austeras virtudes patrias que distinguieron a los fundadores de la libertad española. Cuando los peligros estén conjurados; cuando los obstáculos estén vencidos; cuando salgamos de las dificultades que trae consigo toda época de transición y de crisis, el pueblo español, que mientras permanezca V.M. en su noble suelo ha de darle todas las muestras de respeto, de lealtad, de consideración, porque V.M. se lo merece, porque se lo merece su virtuosísima esposa, porque se lo merecen sus inocentes hijos, no podrá ofrecer a V.M. una Corona en lo porvenir; pero le ofrecerá otra dignidad, la dignidad de ciudadano en el seno de un pueblo independiente y libre. Palacio de las Cortes, 11 de Febrero de 1.873”.

Moneda de Amadeo I.

Colofón

En la despedida a los reyes, de los 14 Diputados y Senadores elegidos para acompañarles, solo se presentan 4. No están para despedirles Ruiz Zorrilla, que se declara rápidamente republicano, o Cristino Martos. La reina, muy delicada de salud, es conducida en silla de manos al tren. En este clima, la marcha del rey y de la reina se convierte en el epílogo de su reinado. Los dos se muestran sumamente entristecidos, especialmente la reina, que todavía no se ha repuesto del alumbramiento de su tercer hijo. Aunque no encuentran el apoyo necesario para reinar, en el momento de partir, sus escasos partidarios continúan hablando del “rey generoso y leal y de la reina pía y buena que la maledicencia de los partidos había obligado a dejar España, convertida por ellos en una tierra inhóspita”. Su reinado fue descrito por el escritor Juan Eslava Galán como “la tragedia de un hombre que fue llamado para ser rey de un país en el que ninguno de sus súbditos quiso concederle la menor oportunidad”.

Sello Postal de Amadeo I.

La reina María Victoria muere a los 29 años, el 6 de noviembre de 1.876. Su enfermedad y rápida muerte se atribuyen a los 2 años de reinado en España, considerados como la causa de sus padecimientos físicos y psíquicos. Le afecta especialmente el aislamiento al que es condenada por las damas de la aristocracia. Sus biógrafos contraponen la imagen de un pueblo ingrato e ingobernable con la de una mujer virtuosa que nunca pronunció “una palabra de desdén ni de rencor contra la nación que le había causado tanto daño”. Aquel “infausto reino” fue el verdadero motivo de la infelicidad de la reina y de su muerte.

Amadeo de Saboya murió el 18 de enero de 1.890. El regreso a Turín le permite retomar antiguas costumbres y amistades, sin que aparentemente le hubieran afectado demasiado los acontecimientos. En 1.887 Amadeo acepta el cargo de inspector de caballería y se dedica a recorrer Italia visitando cuarteles y caballerizas. A los 43 años se casa con la hija de su hermana Clotilde, María Leticia, de 21 años, y tienen un hijo, Humberto, que es nombrado Conde de Salemi. Su prematura muerte, a los 45 años, también se vincula con los años de reinado que le dejaron “mustio y triste hasta el final de su vida”.

Cromolitografía donde se muestra a Amadeo I contemplando el cadáver de Juan Prim 1.871.

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