FRACTURAS, CICATRICES Y REMEDIOS

Fracturas, cicatrices y remedios

Manolo Velázquez -Parroco-

Nuestro mundo está roto y con muchas heridas abiertas. Nuestra vida está llena de múltiples fracturas y experiencias dolorosas que van dejando en nosotros, profundas huellas físicas y emocionales.

Nos sentimos todos bastante heridos por muchas injusticias, profundos desencuentros y aparatosos derrumbes…

Vemos cómo se derrumba:

– nuestra confianza,

– nuestra autoestima,

– nuestras relaciones…

y a través de tanto derrumbe, vemos cómo se va desmoronando nuestra propia vida.

Y las únicas terapias que nos ofrece este mundo para afrontar tanto desajuste y tanto dolor suelen ser las puras evasiones de siempre:

– irse de compras,

– hacer un viaje para olvidar,

– inflarse de pastillas o

– dejar pasar el tiempo… porque dicen que «el tiempo lo cura todo».

Sin embargo, esto solo son chapuzas remiendos, huidas… que nos hacen sentirnos exiliados de nosotros mismos… y sin poder recuperar el equilibrio y la armonía pérdida.

Por eso, al comenzar este Adviento, una cierta emoción empieza a hacerme cosquillas en el alma cuando escucho la noticia buena de que ya ha salido a nuestro encuentro aquel que puede:

– restaurar,

– reconstruir y

– poner en pie

Todo aquello que se ha roto en nuestra vida personal y colectiva… aquel que puede volverlo todo a su estado original.

Solo hace falta que, en vez de huir, viajemos hacia adentro y liberemos el grito que hoy nos propone el Salmo 7:

«Oh Dios, restáuranos, que brille tu rostro y nos salve».

El Adviento es:

– Una oportunidad para enfocarnos en Dios y empezar de nuevo…

– Un tiempo propicio para la restauración total y puesta a punto de nuestra vida…

Pero, no desde los falsos criterios de ese postureo que ahora se lleva, de ocultar arrugas, usar maquillajes, añadir postizos o poner remiendos…

No.

Se trata de darnos un repaso en el taller de Dios, cuya manera de proceder es muy distinta.

Y para intentar explicar esa manera nueva que tiene Dios de trabajar en su taller, me viene a la memoria una técnica que utilizan los japoneses, para recomponer las piezas de cerámica que se les rompen.

Restauran las fracturas mezclando polvo de oro con resina… y así una pieza hecha añicos, reencuentra su utilidad a la vez que aumenta su belleza, resaltando con oro la unión de cada fisura…

Pero, eso sí, dejando completamente a la vista la cicatriz de la reconstrucción, sin disimular ni ocultar absolutamente nada.

Se nos propone pues:

– que dejemos a Dios restaurar nuestra vida, que para él es más valiosa que un cuenco de porcelana…

– que le dejemos tocar a través de su aproximación sanadora las heridas más profundas de nuestra carne débil…

– que no tengamos vergüenza de mostrar fragilidades e imperfecciones, ni de hacer visibles, con dignidad, las marcas y cicatrices que deja cada episodio en nuestra piel…

– que no impidamos a Dios hacer su obra en nosotros donde, sin duda, aparecerá siempre ese oro fino con el que va rellenando los profundos huecos de nuestra vida rota.

DEJA UNA RESPUESTA

Por favor, introduce tu comentario
Por favor, introduce tu nombre aquí