Fracturas, cicatrices y remedios
Nuestro mundo está roto y con muchas heridas abiertas. Nuestra vida está llena de múltiples fracturas y experiencias dolorosas que van dejando en nosotros, profundas huellas físicas y emocionales.
Nos sentimos todos bastante heridos por muchas injusticias, profundos desencuentros y aparatosos derrumbes…
Vemos cómo se derrumba:
– nuestra confianza,
– nuestra autoestima,
– nuestras relaciones…
y a través de tanto derrumbe, vemos cómo se va desmoronando nuestra propia vida.
Y las únicas terapias que nos ofrece este mundo para afrontar tanto desajuste y tanto dolor suelen ser las puras evasiones de siempre:
– irse de compras,
– hacer un viaje para olvidar,
– inflarse de pastillas o
– dejar pasar el tiempo… porque dicen que «el tiempo lo cura todo».
Sin embargo, esto solo son chapuzas remiendos, huidas… que nos hacen sentirnos exiliados de nosotros mismos… y sin poder recuperar el equilibrio y la armonía pérdida.
Por eso, al comenzar este Adviento, una cierta emoción empieza a hacerme cosquillas en el alma cuando escucho la noticia buena de que ya ha salido a nuestro encuentro aquel que puede:
– restaurar,
– reconstruir y
– poner en pie
Todo aquello que se ha roto en nuestra vida personal y colectiva… aquel que puede volverlo todo a su estado original.
Solo hace falta que, en vez de huir, viajemos hacia adentro y liberemos el grito que hoy nos propone el Salmo 7:
«Oh Dios, restáuranos, que brille tu rostro y nos salve».
El Adviento es:
– Una oportunidad para enfocarnos en Dios y empezar de nuevo…
– Un tiempo propicio para la restauración total y puesta a punto de nuestra vida…
Pero, no desde los falsos criterios de ese postureo que ahora se lleva, de ocultar arrugas, usar maquillajes, añadir postizos o poner remiendos…
No.
Se trata de darnos un repaso en el taller de Dios, cuya manera de proceder es muy distinta.
Y para intentar explicar esa manera nueva que tiene Dios de trabajar en su taller, me viene a la memoria una técnica que utilizan los japoneses, para recomponer las piezas de cerámica que se les rompen.
Restauran las fracturas mezclando polvo de oro con resina… y así una pieza hecha añicos, reencuentra su utilidad a la vez que aumenta su belleza, resaltando con oro la unión de cada fisura…
Pero, eso sí, dejando completamente a la vista la cicatriz de la reconstrucción, sin disimular ni ocultar absolutamente nada.
Se nos propone pues:
– que dejemos a Dios restaurar nuestra vida, que para él es más valiosa que un cuenco de porcelana…
– que le dejemos tocar a través de su aproximación sanadora las heridas más profundas de nuestra carne débil…
– que no tengamos vergüenza de mostrar fragilidades e imperfecciones, ni de hacer visibles, con dignidad, las marcas y cicatrices que deja cada episodio en nuestra piel…
– que no impidamos a Dios hacer su obra en nosotros donde, sin duda, aparecerá siempre ese oro fino con el que va rellenando los profundos huecos de nuestra vida rota.