Mayores pero no tontos
El pasado domingo se celebrará el Día Internacional del Mayor y con ese motivo he tenido el honor de pregonar la semana que la asociación de mayores está organizando en Granada. Un encargo que me ha servido para reflexionar sobre un grupo de población cada vez más numeroso y relevante en el conjunto de nuestra sociedad.
Saber que todos envejecemos, prepararnos para hacerlo bien y sacarle mayor provecho posible a esos años, es un aspecto importante de nuestra educación. Hablamos de un proceso dinámico, gradual, natural e inevitable. Nos vamos dando cuenta de que nos hacemos mayores por el reconocimiento de nuestro cuerpo cambiante, del espejo, de la mirada del otro y de la exclusión de la sociedad en la mala interpretación del proceso productivo.
A diferencia de lo que muchos creen, la mayoría de las personas mayores conservan un grado importante de sus capacidades, tanto físicas como mentales, cognitivas y psíquicas y además atesoran un capital impagable como es el de la experiencia, gracias a la cual pueden ser de extraordinaria utilidad a una sociedad, que lamentablemente tiende a arrinconarlos y a prescindir de lo mucho que pueden aportar.
Existe una obsesión patológica con la juventud, con mantener a toda costa un aspecto y actitud que se asocia con la belleza y el éxito, al tiempo que se desprecia a quienes no se consideran productivos y se observa que para muchos trabajos, si tienes más de cincuenta años, «no sirves», sin valorar la experiencia u otras cualidades que se adquieren con la edad.
Necesitamos una reflexión en este tema, hacer pedagogía y tratar de quitar el peso excesivo que tienen tanto la juventud como la vejez, la primera sobrevalorada en muchos aspectos y la segunda infravalorada en otros. Y es que, como decía Mark Twain, «Las arrugas deberían indicar simplemente donde han estado las sonrisas».
«Edadismo» y «gerontofobia». Así se denomina a ese incomprensible rechazo hacia las personas mayores. Durante la infancia nos preparan para ser adultos, pero cuando pasamos por la etapa de la “adultez”, dejan de prepararnos a nivel social para una etapa posterior. Como si hubiéramos llegado al “top” de nuestra existencia. Parece que la misma sociedad que nos prepara para ser adultos no nos quiere preparar para ser viejos porque viejo parece ser una etapa terrible.
Así que por favor, no nos traten como niños, no se dirijan a nosotros como a seres que no entienden nada de lo que ocurre a su alrededor, no nos hablen como si no tuviéramos uso de razón. Ser mayor no es sinónimo de ser idiota ni disminuido mental.
Uno de los fenómenos más indignantes que nos esta tocando vivir es ese intento de enfrentar a los mayores con los jóvenes, a los abuelos con sus nietos, a cuenta de la precariedad en que viven estos últimos, frente a la relativa seguridad económica de que disfrutan los mayores, eso sí después de cuarenta años de cotizaciones.
Quienes pretenden trasladar el relato de que para pagar mejor a los nietos, hay que precarizar a sus abuelos, son unos indecentes que se olvidan de que en lo peor de las crisis económicas, han sido siempre sus pensiones las que han salido al rescate de hijos y nietos, o que son sus avales, quienes les permiten acceder a su primera vivienda. Esas pensiones tienen que seguir manteniendo su poder adquisitivo, primero por dignidad, segundo porque se lo merecen y tercero porque en el caso de que vuelvan a venir mal dadas, son la garantía de que todo el tinglado no salte por los aires.
Es cierto que muchos jóvenes se sienten frustrados ante las numerosas dificultades para acceder al mercado laboral y mantenerse en este dignamente, así como para acceder a la vivienda, ahorrar, moverse en la escala social en sentido ascendente, etc. Generaciones de jóvenes sienten cómo la sociedad los excluye y las políticas no los apoyan, y advierten, además, que sus proyectos de vida se tornan cada vez más complejos… Pero la culpa de ese desastre no es de los mayores y esquilmar sus pensiones no se traduciría en mejorar automáticamente el poder adquisitivo de sus nietos
Señores políticos y señores empresarios, no cuenten con los mayores para hacerle imposible la vida a nuestros nietos. La dignidad de sus pensiones no es la causa de los sueldos de miseria que se pagan a nuestros jóvenes. Solo tienen que mirar a sus propias cuentas de resultados, los millonarios dividendos que reparten a sus accionistas y los vergonzosos bonus que se embolsan sus directivos, para darse cuenta de que si no pagan sueldos decentes a los jóvenes, no es porque las pensiones de los mayores lo impidan, sino por otra cosa.
La denuncia de Carlos San Juan -médico valenciano de 80 años- ha conseguido centrar la atención en la falta de adecuación del servicio prestado al colectivo de seniors que -conviene recordarlo- suponen más de 16 millones de españoles, 200.000 en nuestra provincia. Los bancos y las administraciones públicas con su atención telemática han dejado “indefensos” a millones de clientes que no se desenvuelven correctamente en internet.
Casi al mismo tiempo el gobierno reclamó la inclusión financiera. Pero, como si de un boomerang se tratase este asunto golpea ya al sector público, que tendrá que aplicar sus propias normas para evitar la exclusión administrativa de los mayores, ya que la pandemia ha derivado gran parte de los trámites administrativos a la red de redes. Querida alcaldesa, adelántese y suprima de una vez por todas la obligatoriedad de conseguir una cita previa por internet para cualquier trámite que tengamos que realizar con este Ayuntamiento.
¿Qué decir de los trámites con la seguridad social, para solucionar cualquier asunto relacionado con nuestras pensiones, o con la Junta de Andalucía, para tramitar la dependencia? Pero sin duda lo que más inquietud provoca es la infame práctica de depender de internet para conseguir una cita médica, o de tener que ser atendidos telefónicamente. La inmensa mayoría de nuestros mayores no están acostumbrados a ello, máxime en un tema tan sensible como es el de su salud y no se le olvide a nadie que tienen todo el derecho del mundo a ser atendidos de la manera más rápida, digna y eficaz.
No seré yo el que se apunte a lo de que los sesenta son los nuevos cuarenta, ni es cierto, ni falta que hace. Cada año, cada arruga, cada cana que nos adorna son fruto de una experiencia, una vivencia o un recuerdo y esos son tesoros a los que no debemos renunciar por intentar vivir ese absurdo complejo de Peter Pan que a nada conduce.
Como decía Ingmar Bergman, «Envejecer es como escalar una gran montaña: mientras se sube las fuerzas disminuyen, pero la mirada es más libre y la vista más amplia y serena.» No piden imposibles, tan solo respeto, salud, dignidad y servicios públicos que les permitan tener una vida digna siempre.