Antonio Gómez Romera
Domingo, 1 de octubre de 2023
En el CDXLV aniversario de la muerte de D. Juan de Austria, “Jeromin”, hijo bastardo del rey Carlos I
Hoy, domingo 1 de octubre, festividad de Santa Teresa del Niño Jesús y de la Santa Faz (1873 – 1897), trigésimo novena semana del año 2023, se cumplen 445 años (1578), del fallecimiento del serenísimo Príncipe Don Juan de Austria. El héroe de la batalla de Lepanto (1571) tiene un final poco glorioso, después de tener una breve vida de novela. El hijo bastardo del emperador Carlos I de España y V del Sacro Imperio Romano Germánico (1500 – 1558) terminó sus días en un insalubre campamento militar en Flandes, víctima de una fallida operación de hemorroides, tras sufrir durante meses del tifus.
Infancia
Nacido posiblemente en 1547, pues no se sabe con seguridad la fecha exacta, era hijo bastardo del emperador Carlos, entonces viudo, y de la dama alemana Bárbara Blomberg Lohman (1527 – 1597), apodada en España “La Madama”. El emperador y la dama se conocieron e intimaron durante la Dieta de Ratisbona, celebrada entre el 10 de abril y el 3 de agosto de 1546. Dice el escritor y periodista Antonio Pérez Henares (Bujalaro, Guadalajara, 1953) en su artículo “De Jeromín a hijo del Emperador y hermano del Rey Felipe II”, escrito para el “Diario de Burgos”, en fecha 14 de febrero de 2022: “Supo el César del embarazo, de la vida alegre de Bárbara y su gusto por la cerveza y la comida (su tersa belleza de juventud dio paso a una rolliza figura, por siempre risueña) y al conocer el nacimiento del niño estimó que no era la madre adecuada y con un pronto acuerdo y un estipendio adecuado lo tomó bajo su protección y custodia, pero se propuso y logró mantener en absoluto secreto que era fruto de sus aventuras amorosas. Para ello contó, desde el primer momento, con el concurso de su mayordomo y fiel ayuda de cámara, Luis de Quijada, el único casi en el conocimiento completo de la peripecia, tanto entonces como luego, durante una década. Este, por entonces soltero, busco nodriza de su confianza, y el niño, bautizado como Jerónimo, creció sano y robusto”.
Con apenas 15 meses, el niño es arrebatado a su madre para su crianza, primero a cargo de Adrián Dubois, ayuda de cámara del Emperador, hasta que en 1550 es trasladado a Leganés (Madrid) a educarse bajo la tutela de una familia de la pequeña nobleza formada por Francisco Massy, tañedor de viola de la capilla imperial y Ana de Medina. Francisco y Ana le llaman “Xeronimico”: “Jeromín”.
También, en 1.550, Bárbara, sola y privada del apego materno – filial, es obligada a desposarse con Jerónimo Píramo Kegel, un funcionario de la Corte, belga de nacimiento. Carlos V premió su lealtad otorgándole el título de Comisario de la Corte de María de Hungría en Bruselas, donde fijó su residencia. Como bien expone Matías Simón Villares, en “El emperador y la madame (de Santona a Extremadura”, Alcántara, 75 (2012), “decían de ella (Bárbara Blomberg Lohman) que poseía una belleza que hacía daño y una voz privilegiada para el canto de la época. Burguesa, independiente, indómita, libertina, gastosa, locuaz y muy ligera. La describen como una mujer nada usual para aquella época de conventos, guerras y crucifijos”.
Según se expone en “Siguiendo la estela de doña Bárbara Blomberg en Cantabria” en artesingularcantabria.blog, “Bárbara Blomberg falleció en Ambrosero (Cantabria) en 1.597 y sus restos reposan en el Monasterio de Montehano, en cuya cripta de la iglesia de San Sebastián Mártir es posible contemplar la sobria y discreta lápida de granito gris que está abierta al público todos los días. El tono monocromo y herreriano del sepulcro es quebrantado con la nota de color de los ramos depositados en honor de esta carismática mujer, que a la postre consiguió vivir una vida de paz y armonía”.
Cuando “Jeromín” tiene aproximadamente siete años de edad, se encomienda su crianza y educación al mayordomo y hombre fiel del emperador, el señor de Villagarcía de Campos (Valladolid), Don Luis Méndez de Quijada. Éste, presentó un buen día el niño a su esposa, Doña Magdalena de Ulloa, recomendándole que le atendiera y educara como si de su propio hijo se tratara, sin decirle de quien era hijo. Doña Magdalena, que no tenía hijos, y pensando que era fruto de algún desliz de su marido, cuidó del muchacho auxiliada por el maestro de latín Guillén Prieto, el capellán García de Morales y el escudero Juan Galarza, que según Antonio Pérez Henares: “lograron que el muchacho avanzara con mucho aprovechamiento en presteza en todo lo que de retraso traía, que era casi todo. Jerónimo gozaba con el cambio y los asombraba a todos por su curiosidad, inteligencia y disposición a aprender de todo. Doña Magdalena se ocupó, ella misma de formarlo espiritualmente, a base de lecciones de Religión, misa diaria y, sobre todo, incitación a la caridad, que ella misma practicaba con largueza. El capellán García Morales le aleccionó por su parte en Gramática, Retórica, Matemáticas, Astronomía y Latín. Fue discípulo adelantado en las dos primeras, expresándose en breve con gran soltura pero con muy escaso éxito en las otras. Sin embargo, la Historia le apasionaba y esperaba la llegada de don Luis a casa para escucharle con arrobo cuanto este le contaba de ello, así como de la política, de los protestantes, del turco amenazante, de la perfidia francesa y los vericuetos de la política así como de las campañas y de los triunfos del Emperador, sin saber que era su hijo. Solo había algo con lo que disfrutara más que con ello: ejercitarse con Galarza, el antiguo escudero de Quijada en equitación, espada, lanza y aprender tácticas militares”.
Pocos días antes de morir, el emperador Carlos incorpora a su testamento, redactado en Bruselas el 6 de junio de 1554, un codicilo, conocido como de Yuste que, entre otras cosas, dice: «por quanto estando yo en Alemania, después que embiudé, huve un hijo natural de una mujer soltera, el que se llama Gerónimo», donde lo reconoce de manera oficial como hijo suyo, dicta que pase a llamarse Juan, en honor a su propia madre, Juana. En el documento pide a su hijo legítimo y heredero en el trono, Felipe II, que lo trate como a un hermano y le dé todos los honores que le corresponden.
El emperador Carlos fallece en el monasterio de Yuste, el 9 de septiembre de 1558. Monasterio de La Santa Espina (Montes Torozos, Castromonte, Valladolid), 28 de septiembre de 1559. Cumpliendo la voluntad de su padre, Felipe II, ha ordenado que, con la excusa de una cacería, Luís Méndez de Quijada, le presente a su joven hermanastro. Felipe II lo reconoce y le pregunta cuál es su nombre, contestando que “Jeromín”, a lo que Felipe responde: “hoy dejas de llamarte Jeromín y de ahora en adelante serás Don Juan de Austria, mi hermano”. Posteriormente le manda a estudiar a la Universidad de Alcalá de Henares, junto con su hijo, el infante Carlos (1545 – 1568) y Alejandro de Farnesio (1545 – 1592), primo hermano del infante Carlos y sobrino de Don Juan de Austria.
Sobre su muerte (Flandes. Guerra de los 80 años)
Rafael Portell Pasamonte, economista y vicedirector de la Academia de Genealogía, Nobleza y Armas Alfonso XIII, dice: “A finales de Abril (de 1578) trasladó su cuartel general a Namur, pero al llegar el mes de septiembre se hizo trasladar, para estar más cerca de sus soldados, al campamento instalado a 3 km de Namur y a 6 km. de Tirlemont, sobre las colinas fortificadas de Bouges, desde donde se dominaba la confluencia del Sambre y el Mosa y no teniendo mejor sitio para instalar su puesto de mando, se eligió el palomar de una granja, que servía de alojamiento al capitán de Infantería, Bernardino de Zuñiga. El palomar que se hallaba destrozado por los cañonazos recibidos, fue limpiado a toda prisa y para hacerlo algo más agradable fue decorado con tapices, alfombras, damasquillos y cortinas, rociando toda la estancia con agua de olor. A mediados del mes de septiembre, en concreto al anochecer del martes 16, se sintió repentinamente enfermo, con gran calentura y desazón en todos sus miembros, que duraron toda la noche. Al día siguiente, aún con fiebre y dolorida la cabeza, se levantó a la hora acostumbrada, desayunó, oyó misa, despacho unos cuantos asuntos ordinarios y a continuación celebró Consejo, y terminado éste, visitó los cuarteles de la tropa en Tirlemont, pero al volver al inmundo cuchitril que le servía de residencia, tuvo que acostarse debido a la fiebre que le consumía”.
Según el cronista Baltasar Porreño de Mora (1569 – 1639), en septiembre de 1578: “Le dio a Su Alteza el mal de la muerte: no se sabe si se ocasionó de una enfermedad secreta que tenía de almorranas, si de la contagión del aire, si del trabajo en el ejército o de veneno”. Efectivamente, se sospecha de la posibilidad de envenenamiento. Por entonces, la medicina puede describir síntomas y efectos mostrados por el paciente, pero tiene más dificultades para detectar la enfermedad y, sobre todo, para tratarla. Además del veneno, se nombran otras causas de muerte como epilepsia, disentería, fiebre tifoidea y hubo quien dijo que Juan de Austria murió de amor. Sin embargo, Dionisio Daza Chacón (1510 – 1596), que fue cirujano de cámara de don Juan de Austria, habla de una negligencia médica, una mala operación de hemorroides: “El remedio de las sanguijuelas es mejor y más seguro que rajarlas con lanceta pues algunas veces se hacen llagas muy corrosivas y de abrirlas con lanceta lo más común es quedar con fístula y alguna vez causa de repentina muerte, como acaeció al serenísimo Juan de Austria el cual después de tantas victorias vino a morir miserablemente a manos de médicos y cirujano. Consultaron y decidieron darle una lancetada en una almorrana. Dieron la lancetada y sucedióle un flujo de sangre tan bravo que pese a hacerle todos los remedios posibles en cuatro horas dio el alma a su creador, cosa digna de llorar y de gran lástima. Si yo hubiera estado aún a su servicio no se hiciera un yerro tan grande como se hizo”.
Don Juan de Austria vio venir su final. Nombró a su sobrino, Alejandro de Farnesio como su sucesor en el puesto y explicó que no dejaba testamento porque: “Nada poseía en el mundo que no fuese de su hermano y señor, el Rey y que a éste, por tanto, tocaba disponer de todo”. Solo pidió ser enterrado junto a su padre, el emperador Carlos V, en el monasterio de SanLorenzo de El Escorial.Su cuerpo fue embalsamado en la cercana aldea de Bouges y sus entrañas colocadasdentro de una vasija. Pocos días después en cortejo solemne fue llevado a la Catedral deSaint – Aubain en Namur, capital de los Países Bajos españoles. El cadáver, al que se vistió con un jubón holandés con pasamanería de plata y oro, su armadura con el collar del toisónde oro al pecho y, en la cabeza, un bonete de raso carmesí, ya que había sido rapadocompletamente, y sobre este, una corona ducal de tela de oro adornada con piedraspreciosas en recuerdo de las coronas que nunca ciñó, a los pies, la celada y manoplas,fue colocado en un féretro de ceremonias ricamente adornado con brocados negros.Una placa conmemorativa en la Catedral de Saint – Aubain en Namur, dice textualmente enlatín: “El Serenísimo Príncipe don Juan de Austria, hijo del Emperador Carlos V, después de haber reducido en la Bética a los moros rebeldes, puesto en fuga y destruido por entero la inmensa flota turca en Patras, murió en la flor de la edad en Bouges, siendo Virrey en Bélgica, en recuerdo suyo su amado tío, Alejandro Farnesio, Príncipe de Parma y de Plasencia, sucesor en el Imperio por orden de Felipe, rey poderoso de España, mandó colocar esta lápida sobre su cenotafio. 1578”.
Cinco meses después, Felipe II y Alejandro Farnesio ordenan que se traslade a España el cuerpo de Don Juan de Austria. La operación es confiada a Gabriel Niño, caballerizo mayor de don Juan. Una tarea delicada, pues deben atravesar territorios en guerra y a Don Juan no le faltaban enemigos. Por lo que se procura un macabro sistema, para que no se sepa qué estaban trasladando, ni de quién eran los restos: El cuerpo embalsamado de Don Juan es desenterrado, desnudado y convenientemente perfumado, verificándose que tiene la nariz “un poco desgastada”. Para no tener que responder a preguntas embarazosas, se decide que el cadáver sea cortado. Se secciona la momia por dos sitios, una por el “cabo de la espina”, la base del cuello, y otra por la coyuntura de las rodillas, de tal forma que en el momento del entierro definitivo, el cuerpo esté otra vez entero. Se meten las tres partes en sendas bolsas de cuero, que son aromatizadas con hierbas olorosas y mirra, que a su vez se introducen en un cofre cerrado, forrado de terciopelo negro, que es llevado a lomos de caballos de los soldados, como bagaje personal.
La comitiva de un centenar de soldados inicia a pie el retorno hacia España el día 18 marzo de 1579 sin ningún tipo de estandarte ni bandera. Al llegar a la ciudad francesa de Nantes, embarcan con rumbo a Santander. En la abadía de Párraces, el 21 mayo de 1579, a 60 kilómetros al Norte de El Escorial, se recompone el cuerpo, sujetando los miembros con ligaduras de hierro y con hilos de bronce. Alcaldes, capellanes, frailes, caballeros e incluso Mateo Vázquez de Leca (1542 – 1591), secretario del Rey, y el Obispo de Ávila con su séquito, forman el cortejo fúnebre hasta el lugar donde descansan sus restos: el Panteón de Infantes de San Lorenzo de El Escorial, en la 5ª cámara.
El bellísimo sepulcro de Don Juan de Austria, es obra del siglo XIX, esculpido en mármol de Carrara por José Galleoti, en base a los dibujos del escultor Ponciano Ponzano (1813 – 1877). La estatua, a tamaño real, muestra el cuerpo de Don Juan, cubierto por una armadura, réplica de la más hermosa que luciese el emperador Carlos, fechada en 1525, obra del famoso orfebre augsburgués Colman Helmschmid (1471 – 1532), y que hoy puede contemplarse en la Real Armería de Madrid. La posición de las manos, aferrando la espada sobre el pecho, es atributo del noble y el guerrero. La espada, con gavilanes rectos, formando una cruz sobre el pecho de Don Juan, invoca simbólicamente, en sus distintas partes, las cuatro virtudes cardinales: el pomo, la fuerza; el puño, la prudencia; el áliger o guarnición, la templanza, y la hoja, la justicia. El pecho está protegido por un peto sobre el que descansa el Toisón de Oro, y cruzado por una banda que nos habla de su grado de Capitán General de las Fuerzas Reales. Los guanteletes, a ambos lados de los pies de Don Juan, informan que murió de forma natural y no en combate. A sus pies, un león vela su sueño eterno.
A Don Juan de Austria, Leyenda de la Historia de España, le dedica Lope de Vega (1562 – 1635), estos versos que titula “El Señor Don Juan”:
“Llamóme la dura muerte
en lo mejor de mi vida;
Lloró España la caída
de una columna tan fuerte.
Hízome eterno Lepanto,
mozo he muerto, viejo fui;
que al mundo en un tiempo di,
lástima, envidia, espanto”