Antonio Gómez Romera
Domingo, 17 de septiembre de 2023
En el CCXXXII aniversario del fallecimiento del escritor y fabulista Tomás de Iriarte
Hoy, domingo 17 de septiembre, festividad de San Roberto Belarmino (1542 -1621, “El Martillo de los Herejes”), trigésimo séptima semana del año 2.023, se cumplen 232 años (sábado, 1791), del fallecimiento en Madrid del escritor, traductor y fabulista Tomás de Iriarte y Nieves Ravelo (Puerto de la Cruz, Tenerife, 18 de septiembre de 1750), antes de cumplir los 41 años de edad, de una enfermedad de su época, llamada “de la gota”, una afección producida por la acumulación de sales en el cuerpo, siendo sepultado en la parroquia de San Juan.
Llama la atención y resulta paradójico, el desconocimiento actual que existe sobre Tomás de Iriarte y su obra. Y que quien tanto hizo por elevar el nivel cultural de la sociedad de su época, sea sólo conocido por sus “Fábulas literarias” (1782), cuando realmente aportó aires nuevos a otras vertientes del panorama literario y cultural español, como el periodismo, el teatro, la oratoria, la teoría poética y las artes musicales. Como caballero ilustrado, cultivó la esgrima, la música, el baile, los flirteos galantes y sus actividades, públicas y privadas, siempre estuvieron regidas por la estética del buen gusto, adelantándose a los “decadentes” de finales del siglo XIX.
Notas biográficas
Tomás nace en la casa familiar, situada en la calle San Juan del Puerto de la Cruz (Tenerife). Es el decimotercer hijo del matrimonio formado por Bernardo de Iriarte y Cisneros (1705 – 1772) y de Bárbara de las Nieves Ravelo y Hernández (1713 – 1798), ambos naturales de La Orotava. Es bautizado en la iglesia parroquial de Nuestra Señora de la Peña de Francia, el 27 de septiembre, 9 días después de su nacimiento, por el licenciado Andrés José Cabeza, abogado de los Reales Consejos y examinador sinodal de este Obispado y beneficiado de la Iglesia Parroquial Ntra. Sra. de la Peña de Francia, imponiéndosele los nombres de Tomás Francisco Agustín; el padrino fue su hermano Fray Juan Tomás, de la orden de Predicadores.
El apellido Iriarte tiene su origen en el País Vasco y esta rama procede de la villa de Oñate (Guipúzcoa). En vascuence, Iriarte quiere decir “entre pueblos” y su escudo de armas es: “De oro, con dos onzas o leopardos”.
En 1.760 marcha a La Orotava: “A los diez años de su edad, pasó a la villa de La Orotava, a estudiar la lengua latina, bajo la enseñanza de su hermano fray Juan Tomás de Iriarte […] Vivía Tomás dentro del convento y en la celda de su hermano y maestro. Al cabo de dos años, o algo menos, traducía bastante bien a Cicerón, Virgilio, Ovidio, etc., y componía versos latinos con afición y gusto en cuanto lo permitía su edad de doce años”.
Tomás es sobrino de Juan de Iriarte (1702 – 1771) Bibliotecario del Rey, Preceptor del Infante don Manuel de Portugal, Académico de la Española y de la de San Fernando y notable literato y humanista. A los 13 años, se traslada a Madrid para vivir con su tío Juan y, bajo su atenta mirada, Tomás aprende francés e inglés, perfecciona el latín, se inicia en el griego, estudia y cultiva la música (toca violín, viola y bandolín), traduce obras latinas y francesas y realiza copiosas lecturas sobre retórica y arte poética. Como escribe Emilio Cotarelo y Mori (1857 – 1936), en “Iriarte y su época” (1897): “Niños aún, fueron llegando a su lado varios de sus sobrinos, a quienes, primero con instrucción esmerada, y después con importantes destinos que para ellos obtuvo, puso en camino de alcanzar posición social y literaria envidiables”.
Según comenta Carlos Pignatelli, amigo de Tomás, en su “Correspondencia relativa a la noticia histórica de la vida y escritos de don Tomás de Iriarte”, éste había terminado su comedia “Hacer que hacemos”, antes de cumplir 18 años. En su ilustrada formación, sólo parece haber faltado el “grand tour” por Europa, que los hijos de la nobleza solían realizar antes de aposentarse en su país.
Gloria Ángeles Franco Rubio, Catedrática y Doctora en Historia (Universidad Complutense de Madrid), en su trabajo “Tomás de Iriarte y la Señorita Malcriada” (2.005), dice sobre Tomás: “En 1771 obtuvo el nombramiento de oficial traductor de dicha Secretaría, dotado con el sueldo nada despreciable de doce mil reales al año, desarrollando toda una carrera profesional en su interior mediante sucesivos ascensos en el escalafón; un año después se le pone al frente del importante periódico “Mercurio histórico y político” y en 1776 es nombrado archivero del Archivo del Consejo de Guerra, dotado con doce mil reales anuales y compatible con la oficialía anterior, lo que le reportaría importantes emolumentos y un salario fijo que le permitieron dedicarse a la literatura, su gran pasión, y que también le dio la oportunidad de formar parte de las elites administrativas de la nueva burocracia borbónica”.
Su actividad social le facilita el trato con diversas familias de la nobleza, y con personalidades literarias como Nicolás Fernández de Moratín (1737 – 1780) o José Cadalso (1741 – 1782). A Cadalso, retirado en Salamanca tras la muerte de su amada “Filis”, la actriz María Ignacia Ibáñez, (1745 – 1771) dirige, entre 1774 y 1777, sus epístolas en verso I, II, V y XI (Colección de obras, 1787) y mantiene con él una correspondencia en la que se manifiesta el afecto entre ellos y las quejas acerca de la ruidosa mezquindad de la vida literaria madrileña. A modo de ejemplo, éste fragmento: “Y por más que te dé melancolía / carecer de este mundo literario, / yo la suerte contigo trocaría, / y en Montijo viviera solitario, / donde tratara simples labradores, / y no idiotas preciados de doctores” (“Epístola I”, de 11 de noviembre de 1774).
Al calor de las relaciones con su mecenas, María Josefa Pimentel y Téllez-Girón (1752 – 1834), XII condesa de Benavente, en mayo de 1779 concluye su poema didáctico / pedagógico “La música”, que publica en edición ilustrada a finales de ese año. El poema está articulado en cinco cantos: consideraciones generales, afectos y pasiones expresados a través de la música, música del templo, música teatral, música en diversiones privadas o en la soledad. La obra tiene gran éxito editorial y pronto es traducida al inglés, francés, italiano y alemán. Entre los elogios recibidos por Tomás, estaba orgulloso de la carta que le dirigió el anciano Pietro Metastasio (1698 – 1782), quien lo reputó como uno de los pocos autores “quos æquus amavit Iupiter”.
Corno tantos intelectuales ilustrados, por sus ideas y sus ataques al poder temporal de la iglesia, tuvo también Iriarte problemas con La Inquisición. Acusado de delitos de proposiciones y de la lectura y tenencia de libros prohibidos, fue condenado a abjurar “de
Levi” y fue absuelto “ad cautelam”, con la obligación de cumplir determinadas prácticas religiosas, en agosto de 1779.
Tomás de Iriarte, un tanto presuntuoso, está convencido de su superioridad absoluta en todos los terrenos de la vida y no puede tolerar que nadie le supere o intente hacerlo. Ésta actitud personal le vale para entablar agrias polémicas con casi todos los escritores de su época, principalmente, con su colega y rival, Félix María de Samaniego (1745 – 1801). El verso de Iriarte es claro, elegante y de gran sencillez, como exigían los gustos neoclásicos. Su idea de la poesía era propia de la Ilustración: «Los pueblos que carecen de poetas carecen de heroísmo; la poesía conmemora perdurablemente los grandes hechos y las grandes virtudes».
En 1790, se traslada a Sanlúcar de Barrameda (Cádiz), buscando algún alivio a su enfermedad y alejarse de las peleas de escritores. Escribe “El don de gentes”, comedia en 3 actos, y “Donde menos se piensa, salta la liebre”, zarzuela en 1 acto – juguete cómico.
Ambas obras son representadas en los salones de su mecenas, la condesa de Benavente e impresas en la “Colección de obras en verso y prosa” en 8 tomos, de 1805. También en Sanlúcar escribe “La librería”, drama en 1 acto.
El 26 de febrero de 1791 estrena en el madrileño Teatro del Príncipe, “Guzmán el Bueno, escena trágica unipersonal, con música en sus intervalos”, obra con la que introduce en España el género denominado “melólogo” y que está inspirada en el “Pigmalión” (1762) de Jean – Jacques Rousseau (1712 – 1778).
Las obras teatrales de Tomás de Iriarte son antecesoras de las comedias de Moratín y de la alta comedia del siglo XIX.
Sobre Tomás de Iriarte y sus Fábulas
En el siglo XVIII se produce un movimiento impulsado por las mentes más claras de la época: La “Ilustración”. Uno de sus objetivos es aumentar el nivel cultural de los pueblos y, para “ilustrarlos”, ¿Qué mejor que enseñar deleitando? De esta idea, surge el desarrollo de un género literario: la fábula, que es un relato de corta extensión, generalmente en verso, que suele estar protagonizada por animales que hablan y razonan y del que se desprende una intención educativa o moralizante. Tomás de Iriarte es uno de los mejores fabulistas en lengua castellana y el típico exponente de “hombre de la Ilustración”, como lo demuestran las moralejas de sus fábulas.
Las “Fábulas literarias” de Iriarte, se imprimen a comienzos de 1782 y consisten en una colección de 67 fábulas en verso. Posteriormente, tras su muerte, se le añadirán otras nueve más, que había dejado sin concluir. Está claro que Tomás de Iriarte no es el inventor del género de la fábula, pero le aporta novedades de gran importancia: desplaza el papel primordial de la “moraleja” a un segundo lugar, para dar un mayor protagonismo a la anécdota que narra. Por otra parte, sus “Fábulas literarias” son completamente nuevas, no se basan en otras fábulas precedentes, como hacían la mayor parte de los fabulistas, que rehacían las fábulas clásicas. Además, su temática, predominantemente filológica, trata sobre la lengua y la literatura y les concede un carácter completamente novedoso y original.
La publicación de sus “Fábulas literarias” supone todo un acontecimiento en el mundillo social y cultural de la época. La creencia de que en ellas se alude de forma más o menos velada a escritores y figuras destacadas de entonces, hace que, aguijoneados por la curiosidad, todos quisieran tener un ejemplar para investigar quiénes eran los retratados.
Tomás de Iriarte, conocedor a la perfección del panorama en el que se mueve, coloca en el principio de su libro la fábula que titula “El elefante y otros animales”, en la que refuta, de antemano, las posibles acusaciones que pudieran hacerle, al darle a sus fábulas un sentido general: “Ningún particular debe ofenderse de lo que se dice en común”. A pesar de esa precaución de Tomás de Iriarte, no tardaron en aparecer textos injuriosos y descalificantes, tales como “El asno erudito”, de Juan Pablo Forner (1756 – 1797) o las opiniones de Félix María de Samaniego. Tomás les responde con un texto titulado “Para casos tales suelen tener los maestros oficiales: Epístola crítico – parenética…”, al que intenta replicar Forner con “Los gramáticos: Historia chinesca”, donde no sólo ataca a Tomás, sino a toda su familia.
Colofón
Quiero finalizar mi articulito, en memoria y recuerdo, del gran Tomás de Iriarte y Nieves Ravelo (1750 – 1791), en el CCXXXII Aniversario de su fallecimiento, con una de sus moralejas y un poema, dedicado a su pueblo: “Si querer entender de todo es ridícula presunción, servir sólo para una cosa, suele ser falta no menor”: El manguito, el abanico y el quitasol, “Fábulas literarias”.
CANTO A MI PUEBLO:
“Junto al mar siempre agitado
y en el valle de Taoro
se alza un pueblo, que de oro
la vid hizole agraciado
él, recuerdo, fue mi encanto
al ver mis ojos la luz…
y al él le ofrezco este canto
por ser Puerto de la Cruz
solar a quién quiero tanto”.