La migración de los rorcuales
No hay mejor manera para celebrar el Día Mundial de los delfines en cautiverio, que observar cetáceos nadando en libertad. Estos días, la Blancazul de PROMAR, ha avistado en varias ocasiones un grupo de delfines comunes en las costas de Adra. También ha coincidido con la aparición de un neonato de delfín listado en las playas del mismo municipio que, por una orden errónea de los socorristas, se liberó al mar, saltándose el protocolo de llamar al 112 y condenándole a una muerte segura.
No es difícil, eso no quiere decir que sea fácil, ver cetáceos en libertad en el mar de Alborán, ya que este trocito del Mediterráneo, se considera como uno de los grandes puntos calientes de biodiversidad del planeta. Eso es debido, además de su morfología, al encuentro que se producen entre las aguas que entran del Océano Atlántico (más frías y menos saladas), con las que salen del Mar Mediterráneo. Este choque de masas de aguas, con diferente densidad, provocan lo que se conoce como el Giro de Alborán: un conjunto de ciclones y anticiclones marinos, que sumergen y emergen las aguas y con ellas una gran cantidad de nutrientes que dan lugar a una gran riqueza de ecosistemas y especies.
Hasta nueve especies de cetáceos surcan Alborán. Los odontocetos, delfines, mular, listado y común; Calderones, común y gris; Zifio de Cuvier; el cachalote; la orca y el misticeto rorcual común, el segundo animal más grande del planeta (23 metros y 80 toneladas) y que ahora, como otras especies del planeta, está realizando sus migraciones.
Se estima que existen dos poblaciones en el Mediterráneo. Una estable, catalogada como vulnerable y de unos 3.500-5.000 ejemplares, según la UICN, que se encuentra en el mar de Liguria, al norte de la isla de Córcega, y una población migratoria atlántica, en peligro de extinción, que pasa el invierno en nuestras aguas aprovechando el krill en la zona de Cataluña, y que en estos momentos está volviendo a aguas más frías, como las de Galicia, Noruega e Islandia.
En la Línea de la Concepción, Cádiz, hay un precioso proyecto de ciencia ciudadana, liderado por la entidad Ecolocaliza, donde un grupo de voluntarios están realizando un seguimiento, con prismáticos desde tierra, de todos los individuos que cruzan el estrecho buscando las aguas atlánticas. El año pasado, contabilizaron 159 ejemplares, y este año, desde marzo, han fotografiado, casi 80, entre las que se encuentran varias madres con sus crías.
Datos que son de vital importancia para entender lo que está pasando con estas especies, con el mar, y que necesitan de tiempo, inversión y mucha constancia para obtener resultados fiables y clarificadores, con el objeto de establecer estrategias de conservación. Porque aunque pueda parecer lo contrario, aún es muy poco el conocimiento y muy pocos los estudios realizados de estas especies, ya que son muy costosos al realizarse en el mar y porque son especies que generan poca riqueza.
De hecho, casi todo lo que conocemos de ellas, es gracias a la industria de la caza de ballenas, que en el Estrecho de Gibraltar, desde los años veinte hasta mediados de siglo pasado, fue la causante de que se redujese la población de rorcual común.
Como al final es la parte económica la que prima en esta sociedad, este proyecto pretende convertir a la Línea, en una zona emblemática en la observación de cetáceos, y convertir al rorcual común en el atractivo turístico que genere la ciencia de calidad necesaria, para encontrar el equilibrio entre economía y conservación.
Uno de los proyectos en marcha es el del montaje de un esqueleto de un joven rorcual que quedó varado en 2019 en sus costas, y que pronto lucirá en las calles del pueblo para el disfrute de los visitantes.
Aunque cuentan con el apoyo de la Universidad de Sevilla, y de las administraciones, no será fácil cambiar la conciencia de la población, porque no podemos olvidar que el Estrecho de Gibraltar es el segundo canal más transitado del planeta, casi 90.000 embarcaciones de carga y ferris lo cruzan cada año. A lo que hay que sumarle, las 4.000 embarcaciones recreativas registradas en el puerto de Algeciras, muchas de ellas dedicadas de forma ilegal a la captura de atunes, y la observación turística, que no dudan saltarse la ley y poner en peligro a los delfines comunes para conseguir su objetivo, una presa o una foto.
Por eso la apuesta por la ciencia y la educación ambiental es de lo más acertada, porque ante las falsas creencias y las bárbaras costumbres arraigadas en la población, solo la razón y los datos, pueden cambiarlas. Como dijo el poeta, golpe a golpe, verso a verso, y yo le añado, ola a ola.