Cercanas ya las fechas de nuestras fiestas patronales, EL FARO da a conocer hoy un artículo de investigación histórica del que es autor el motrileño Pablo Castilla Domínguez en el que se pone de manifiesto una antigua devoción perdida. Se trata del Cristo del Valle Tembleque, advocación instada en la ermita de Nuestra Señora de la Cabeza por una familia motrileña en el año de 1702 y al que se va a erigir una capilla cuyo costo y ornamentos van a ser asumidos por los donantes. Por desgracia, la guerra civil va a extinguir todo rastro de ella, aspecto que hoy, afortunadamente, sale a la luz para reivindicar el honroso gesto de Francisco de Villanueva para con la ermita y todos los motrileños.
EL CRISTO DEL VALLE DE TEMBLEQUE
UNA DEVOCIÓN MANCHEGA EN EL SANTUARIO DE LA PATRONA DE MOTRIL
Pablo Castilla Domínguez
Cuando accedemos al interior de la Iglesia de Nuestra Señora de la Cabeza, patrona de Motril, descubrimos en su estructura características de toda edificación religiosa del momento de su construcción –1641–: una es la simetría. Efectivamente, si trazamos una línea imaginaria desde la puerta que da a las Explanadas hasta su altar mayor vemos cómo cada mitad es reflejo de la que tiene enfrente. Este equilibrio solo es roto por una pequeña capilla situada en el lado de la epístola –el de la derecha mirando al altar–. Un hecho que apunta a que sea un añadido al edificio original, idea que se refuerza al ver su exterior en fotografías de comienzos de siglo XX, donde claramente se descubre su diferencia constructiva con el resto de la ermita (imagen 1). La pregunta, entonces, se hace inevitable: ¿Cuál es el origen de esa capilla?
Para responder esta cuestión debemos retroceder a julio de 1702. En esa fecha el arzobispo Martín de Ascargorta (imagen 2), gran promotor de las artes en su tiempo, recibió una petición del motrileño Francisco de Villanueva solicitando licencia para «hacer una capilla en dicho Santuario, la cual he de hacer a mi costa, sacándola de cimientos, que tenga su arco y puerta principal inmediato al arco principal de la media naranja del dicho Santuario hacia el lado del mar».
El matrimonio formado por Francisco de Villanueva y por Ana García, por tanto, promovió la obra de esta capilla, de la que no cabe duda de su identidad por la detallada ubicación. Propietarios de varias parcelas de caña de azúcar en la vega, ambos formaban parte de ese estamento mejor posicionado que solía patrocinar una capilla destinada al entierro propio y de su familia. De ahí que, en la misma petición, solicitasen al arzobispo que en ella «hemos de tener nuestro entierro yo y D. ª Ana García, mi mujer, y los demás nuestros sucesores y herederos». Este sería, por tanto, el motivo de esta construcción, realizada en el Cerro porque, en palabras suyas, «de muchos años a esta parte tengo particular devoción a la gloriosa imagen de Ntra. Sra. de la Cabeza, que tiene su santuario extramuros de dicha Ciudad de Motril, a cuya gloriosa imagen y santuario referido he dado y doy las limosnas que puedo de mi hacienda y caudal».
Según la misma petición al arzobispo Ascargorta, Francisco de Villanueva también se encargaría de su decoración: «Luego que esté fenecida y acabada ha de ser asimismo de mi cuenta el ornamentarla de todo lo necesario para que esté con la mayor decencia que sea posible». Y en el centro de toda esa ornamentación presidiría la nueva capilla una imagen concreta: «He de colocar en dicha capilla la gloriosa y milagrosa imagen del Santísimo Cristo del Valle de Tembleque, que lo tengo retratado en las casas de mi morada con la mayor decencia que puedo».
La nueva capilla edificada por Francisco de Villanueva y Ana García, y que enriquecería el santuario de la Virgen de la Cabeza, se dedicaría al Santísimo Cristo del Valle –también llamado en otros documentos «de la Palma»–, que se venera en la población manchega de Tembleque, en la provincia de Toledo, entonces perteneciente al Priorato de San Juan. Una advocación bastante desconocida por nuestra región granadina –lo cual redunda más si cabe en su interés– y que pertenece a ese grupo de pinturas de Cristo crucificado que desde una población específica extendieron su devoción y presencia mediante reproducciones por toda la geografía española, propiciado por milagros y prodigios acontecidos entre sus fieles.
La tradición sitúa el origen del Cristo del Valle, según la fuente que consultemos, en junio o julio de 1688. Dos peregrinos que pedían limosna solicitaron hospedaje en una casa ubicada en el paraje donde hoy se alza el santuario del Cristo, a unos quince kilómetros de Tembleque. Allí les ofrecieron para su refugio un silo subterráneo, que es una edificación común en aquella comarca para almacenar los alimentos. En agradecimiento por la caridad recibida se comprometieron a pintar a Cristo crucificado. Para hacerlo se valdrían de unos pigmentos que ellos mismos llevaban, y como soporte utilizarían la pared del habitáculo en el que habían sido alojados.
A la mañana siguiente, cuando los hospederos asomaron al lugar, descubrieron allí «una pintura tan bella que los robó los afectos. […] Era la Imagen de Cristo en el divino Madero, tan tierno, que parecía que estaba allí vivo y muerto. Junto a la divina Cruz estaba el retrato bello del Archivo de la gracia, de la Reina de los Cielos, de la Madre de Jesús, de la de todos Consuelo. […] Mirando al Hijo y llorando con muestras de sentimiento», en palabras del romance sobre el origen y milagros del Cristo del Valle.
En torno a esta imagen originaria –que, lamentablemente, no se conserva– desde bien pronto comenzaron a multiplicarse los milagros, propiciándose así la afluencia de un número cada vez mayor de devotos que terminarían erigiendo su actual Santuario. Estos fieles, a su vez, conforme retornaban a sus lugares de origen, se encargaron de extender la fama y la devoción del Cristo del Valle, llevando muchas veces consigo estampas y reproducciones de la pintura original que no tardó en ser enriquecida con la presencia al otro lado de la cruz de los dos peregrinos, y de la colocación al pie de la misma de la cruz de ocho puntas emblema de la Orden de San Juan de Jerusalén, en cuyo territorio se alzaba el santuario (imagen 3). Estos mismos elementos son los que encontramos en la copia que hemos podido identificar en el lateral izquierdo del altar mayor de la parroquial de Cúllar Vega, en el cinturón de Granada (imagen 4). Un cuadro que, hasta ahora, ningún feligrés asociaba a esta secular advocación, y que supone un ejemplo más de la extensión de esta devoción en nuestra diócesis.
Una observación detallada de este ejemplar revela que se encuentra recortado en su parte inferior, pues solo aparece la mitad superior de la cruz de San Juan. En el fragmento que le falta poseería, con toda seguridad, otro elemento que se añadió a todas las reproducciones: una cartela que señalaba la advocación. Por ejemplo, la del que había en Baena –hoy inexistente– decía: «Verdadero retrato de la milagrosa imagen del Santo Cristo de Santiago de la Palma del Valle de Tembleque, pintado por dos peregrinos desconocidos el día 25 de junio viernes del año 1688. El Excmo. Señor Cardenal Nuncio
ha concedido cien días de indulgencia a todas las personas que rezaren un Padrenuestro y un Avemaría por la exaltación de nuestra santa fe católica delante de este Divino Señor». En Cubel (Zaragoza) se conserva otro, este sí, con una inscripción similar (imagen 5).
Volviendo al que nos ocupa, por la documentación consultada desconocemos si el hecho de que Francisco de Villanueva poseyera una de estas copias se debió a que el mismo matrimonio peregrinara a Tembleque, o a que les fuese regalado por algún devoto que lo visitara. De lo que no cabe duda, en base al testimonio del motrileño, es que para el año 1702 –solo catorce años después del origen de la advocación– ya poseían el venerado simulacro en el oratorio de su morada.
La respuesta arzobispal a la petición se firmaría el 17 de julio de 1702. Ascargorta concedía su licencia para todo lo que Villanueva solicitaba: la edificación de la nueva capilla añadida a la fábrica originaria del Santuario, su ornato, su consagración al Cristo del Valle de Tembleque y el carácter de sepultura para el matrimonio.
Hasta ahora no podemos dar fechas exactas del inicio y de la finalización de las obras, si bien con toda seguridad la capilla ya estaba finalizada en el año 1706. En 1708 Francisco de Villanueva se refiere a ella en su testamento como ya acabada al indicar que «…mi cuerpo vaya […] sepultado en la capilla y entierro que doña Ana García, mi mujer, y yo, con licencia del Ilustrísimo Señor Arzobispo de Granada, labramos en la ermita de Nuestra Señora de la Cabeza, extramuros de esta dicha Ciudad, donde colocamos al Santo Cristo del Valle de Tembleque».
La siguiente pregunta lógica que podemos hacernos es por el aspecto de la capilla. En los textos hasta ahora referidos no encontramos ninguna descripción, más allá de que el matrimonio se comprometía a «ornamentarla de todo lo necesario» y de que en ella «colocamos al Santo Cristo del Valle de Tembleque». Para encontrar una respuesta hemos de esperar a 1722. En ese año Ana García, ya viuda, pide la celebración de unas misas «en la Capilla que el dicho Francisco de Villanueva y la otorgante hicieron y labraron en la ermita de Nuestra Señora de la Cabeza, extramuros de esta dicha ciudad, donde está colocado una pintura copia del Santo Cristo del Valle de Tembleque, que la tiene adornada de todos los ornamentos precisos y necesarios, e hicieron un tabernáculo pequeño donde está depositado el Santísimo Sacramento». La referencia, aparte de indicarnos que el matrimonio dotó la capilla de ornamentos –expresión con la que podemos entender tanto las vestiduras como los vasos sagrados–, también señala la existencia de un pequeño retablo al hablarnos de un sagrario donde se reservaba el Santísimo. Retablo que cobijaría la «pintura copia» –pintura, no grabado– del Santo Cristo del Valle de Tembleque.
Un texto de 1891 nos ofrece una descripción más detallada al hablarnos del «altar del Sagrario» del Santuario en estos términos: «El Retablo tallado y dorado. Un Santo Cristo en lienzo embutido en el mismo retablo, con puerta de cristales. A los lados San Antonio Abad y San Diego de Alcalá. Una cruz de metal dorado. Cuatro candeleros de metal dorado. Dos sacras marco dorado. Un cuadro grande de lienzo con la Virgen del Regalo. Otro ídem con un Santo Cristo. Una baranda de madera, torneada».
Con este texto, a pesar de su carácter telegráfico, podemos hacer una reconstrucción de cómo sería aquella capilla. Un retablo «tallado y dorado» se alzaría ocupando todo su testero; en su centro una «puerta de cristales» protegería el principal elemento devocional: el «Santo Cristo en lienzo», nuestro Cristo de Tembleque; su hornacina estaría flanqueada por las imágenes de San Antonio Abad y San Diego de Alcalá, proporcionadas con el tamaño del cuadro; la parte baja del retablo la ocuparía una mesa de altar con todo lo necesario para celebrar en ella la Santa Misa; dos cuadros grandes flanquearían el retablo, seguramente ubicados en las secciones transversales al testero principal –esto es, sobre las aberturas que comunican con el crucero y con el coro, uno enfrente del otro–; en el suelo, ante el altar, se hallarían los enterramientos de Francisco de Villanueva y Ana García, debiendo alguna losa inscrita identificarlos de algún modo; por último, una baranda de madera se encargaría de cerrar todo el espacio.
Lamentablemente hoy día no conservamos nada de este patrimonio, único en su especie en nuestra comarca, tanto por la devoción que albergaba como por su origen. La destrucción anticristiana de julio de 1936 arrasó por completo el Santuario de la Virgen, acabándose en horas con un patrimonio artístico del que no podemos llegar a hacernos una idea. También con esta capilla (imagen 6). Con los años nuestro Cerro resurgió para custodiar a la Patrona de Motril, si bien desprovisto de la magnificencia con que la devoción de generaciones de motrileños y motrileñas lo había enriquecido. El espacio que otrora ocupara el Cristo de Tembleque ahora lo ocupa una Dolorosa, salvada de la barbarie junto con la Virgen de la Cabeza (imagen 7). Nada queda en esa capilla que recuerde la advocación que motivara la construcción de ese espacio.
Aunque todavía existe algo que evita el olvido y que nos ofrece una fecha cierta para la capilla: un copón que, por medio de la inscripción que circunda su base, sigue testimoniando la presencia en nuestra costa granadina de una importante advocación manchega: «ESTE COPÓN LO YZO POR SU DEVOZIÓN FRAN.CO VILLANUEBA Y D.A ANA GARZ.A SU MUGER P.RA LA CAPI.A DEL SS.MO XP.TO DE TEMBLEQUE Q.E FUNDARON P.R SU DEV.N EN LA YG.A DE N.A S.A DE LA CABEZA DE MOTRIL A.O DE 1706».
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Agradecemos la información amablemente facilitada por Pedro Casas, administrador del blog «Todo Tembleque», y por Pedro Antonio Fernández Fernández-Peinado, cronista oficial de la villa de Turleque (Toledo), así como la consulta de documentación histórica por este último para la elaboración de este artículo.