RELATOS DE LA HISTORIA DE MOTRIL

¡VIVA EL PADRE DE NUESTROS HIJOS!

LA VISITA DEL GENERAL MARTÍNEZ CAMPOS A MOTRIL EN 1894

Manolo Domínguez García -Historiador y Cronista Oficial de la ciudad de Motril-

Arsenio Martínez Campos Antón. (Segovia, 1831-Zarauz, 1900) Militar y político español. A los veintiocho años comenzó a forjar su fama de militar profesional en la primera guerra de África, en la que combatió a las órdenes del general Juan Prim. Acabada ésta, participó en la campaña de México de 1862. (Fernández, Tomás y Tamaro, Elena. «Biografía de Arsenio Martínez Campos». En Biografías y Vidas. La enciclopedia biográfica en línea. Barcelona, España, 2004).

Al estallar la revolución liberal de 1868, sin intención de entrar en el juego de las rivalidades políticas, solicitó el traslado a Cuba. Poco antes se había producido allí el levantamiento conocido como el Grito de Yara a raíz de una abusiva subida de impuestos. Martínez Campos participó en la lucha contra los insurrectos hasta 1872, año en que fue repatriado con el grado de brigadier.

Motril a fines del siglo XIX.

Proclamada la Primera República, el gobierno lo nombró gobernador de Cataluña, donde, implicado ya en el campo político, comenzó a conspirar en favor de la restauración monárquica. El 29 de diciembre de 1874 se pronunció en Sagunto y proclamó a Alfonso XII rey de España. No obstante el protagonismo de su participación en la restauración de la monarquía, el soberano no lo incorporó al gobierno y lo puso al frente de la campaña contra los carlistas, quienes se habían alzado nuevamente en armas en Cataluña y Navarra.

Tras la derrota carlista, fue nombrado capitán general en 1876, y al año siguiente, Cánovas lo envió a Cuba, donde continuaba el conflicto con los rebeldes. El 3 de noviembre llegó a La Habana al frente de 25.000 hombres y, con el capitán general Joaquín Jovellar, emprendió una vasta ofensiva militar que combinó con gestos favorables a la negociación política. Después de que sus tropas apresaran a Tomás Estrada Palma, presidente de la República cubana, y matasen a Eduardo Machado, el 10 de febrero de 1878 firmó con los rebeldes Emilio Luaces y Ramón Roa la paz de Zanjón.

De vuelta en España, en 1879 presidió un gobierno conservador que cayó al poco tiempo a raíz de sus discrepancias con Cánovas del Castillo. Pasó entonces a las filas del partido Liberal-Fusionista de Práxedes Mateo Sagasta, quien en 1881 le confió el ministerio de Guerra. En el desempeño de esta cartera fundó la Academia General Militar.

En 1885, poco antes de la muerte de Alfonso XII, al parecer éste le encargó la mediación entre los jefes de los dos partidos dinásticos. Fruto de esta intervención y de los acuerdos a que llegaron Cánovas del Castillo y Sagasta se estableció el sistema de alternancia entre liberales y conservadores en el ejercicio del poder. Más tarde ocupó las capitanías generales de Castilla la Nueva y Cataluña.

En 1893, siendo capitán general de esta última, fue objeto en Barcelona de un atentado anarquista fallido, a raíz de la represión que había desatado contra organizaciones obreras. A finales del mismo año intervino en la breve guerra de Melilla. La delimitación del territorio español en torno a Melilla había desencadenado graves incidentes que acarrearon la muerte del general Margallo. El hombre elegido para dominar la situación, combinando la firmeza con la diplomacia, volvió a ser Martínez Campos. El 25 de noviembre de aquel año fue nombrado general en jefe del ejército de operaciones en África y rápidamente restableció el orden en la zona. Restaba concluir el acuerdo oficial que sancionara la pacificación.

El 28 de diciembre de aquel año se le otorgó el cargo de embajador extraordinario y plenipotenciario, cerca de Su Majestad Sheriffiana de Marruecos para estipular el arreglo conforme a las reclamaciones de España, que se concretó el 4 de marzo de 1894.

En 1895, ante el recrudecimiento de la guerra de emancipación en Cuba, fue enviado nuevamente a la isla, pero en esta ocasión sus tácticas no dieron resultado. Tras negarse a aplicar métodos represivos más violentos, regresó a España y se retiró de la vida pública.

Tras la derrota de España ante Estados Unidos en 1898, volvió a intervenir en la Cámara Alta preocupándose, sobre todo, de la suerte de las tropas repatriadas de las Antillas y Filipinas y su peripecia parlamentaria culminó con la presidencia del Senado para la legislatura de 1899-1900, un cargo que ya había ocupado anteriormente en las legislaturas de 1885-1886 y 1891. La muerte le sorprendió en este puesto.

Precisamente tras el acuerdo con el sultán de Marruecos y conseguir evitar la guerra en 1894, es cuando el general decide visitar Motril invitado por la marquesa de Squilache,María del Pilar de León y de Gregorio, con la que tenía una gran amistad. 

Motril en ese año era una ciudad de 17.000 habitantes, con grandes problemas de infraestructuras como eran las carreteras que comunicaban la ciudad con Granada, Almería y Málaga en mal estado y sin concluir, el ferrocarril que no se conseguía, no se terminaba de definitivamente el puerto de Calahonda y tampoco la margenación del rio Guadalfeo, que casi todos los años tenía avenidas que destrozaban una parte importante de la vega y arruinaba a muchos agricultores.

La vega tenía en cultivo 35.000 marjales de los cuales en 26.000 aproximadamente se cultivaban cañas de azúcar. De secano el término municipal tenía en cultivo 27.795 hectáreas donde se cultivaban principalmente almendros, olivos y viñas muy afectadas por la filoxera.

Existían cinco fábricas de azúcar funcionando: “Nuestra señora de la Cabeza” de la Sociedad Larios; “Nuestra Señora del Pilar” de la marquesa de Squilache; “Nuestra Señora de Lourdes” de López, Jiménez y Herranz; “Nuestra Señora de la Angustias” de Ramón de la Chica, “Las Tres Hermanas” de la duquesa de Santoña y el “Ingenio de San José” en el Varadero de Gerardo Ravassa y Emilio More.

En estos últimos años del siglo XIX, debido a las grandes producciones de azúcar cañero y remolachero, empieza a darse el fenómeno de la superproducción y los especuladores hacen su aparición.

Esta nueva situación provocó, junto al elevado número de azucareras y la competencia brutal entre ellas, la concentración de la propiedad de la vega, motivada por la política adquisitiva de tierras por las fábricas con el exclusivo fin de asegurarse la materia prima. Estas tierras adquiridas masivamente por las empresas fabricantes se entregaba en arriendo a los labradores con la obligación de cultivar cañas en un 75% de la extensión y llevarlas a moler exclusivamente a la fábrica propietaria de la tierra. Además, para promover el cultivo, los fabricantes comenzaron a anticipar fondos a los labradores para que atendiesen a los gastos del cultivo y plantación, anticipos que posteriormente eran descontados de los benéficos obtenidos tras la molienda. El labrador quedó así obligado por partida doble a los fabricantes.

Estas circunstancias acentuaron la especulación y la guerra de precios entre las azucareras, con lo que en el momento en que se produce la superproducción todo el sector entró de nuevo en crisis; inestabilidad que se agrava por el inicio de los enfrentamientos entre labradores cañeros y fabricantes, motivados por los desacuerdos en materia de precios y así, bajo un desequilibrio cada día más difícil de superar y con altercados casi todos los inicios de la zafra. Algunos labradores empezaron a plantearse la sustitución del cultivo cañero por el del algodón más beneficioso que las cañas.

La situación de las clases populares motrileñas, era realmente lamentable, había una falta endémica de trabajo y sueldos muy bajos, que ocasionaba una enorme miseria y hambre, era muy frecuente ver una importante cantidad de personas a las que no les quedaba más remedio que pedir caridad por la calles de la ciudad. Las autoridades locales poco podían hacer, si exceptuamos unas pocas obras públicas. En este año, un importante número de familias pobres motrileñas habían emigrado quería emigrar a América, fundamentalmente a Brasil y Argentina.

Las familias más poderosas y acaudaladas son los Moré, que poseen un banco al que había precedido una agencia de seguros, los Ravassa también banqueros que entroncan con otra familia relevante: los Esteva. La familia Jiménez Caballero sigue aportando sus miembros a la política local, provincial y nacional como es el caso de Manuel y José Jiménez Caballero o la familia Rojas Garvayo que, también aporta, algunos de sus miembros a la política local y provincial. Pero quizá los más influyentes son la familia Moreu y los Díaz Quintana.  La familia Burgos representada por Ricardo Burgos Careaga, aunque con importantes propiedades en Motril, centra más sus intereses en Granada y Almería. La lucha política por conseguir el poder es feroz y miembros de estas familias copan el poder económico y político de la ciudad. Hay que destacar dos nombres importantes, el almirante Emilio Díaz Moreu y José Martínez de Roda que ocupan cargos políticos nacionales.

Y en este contexto es cuando se produce la visita del general Martínez Campos a Motril, que recoge muy bien en sus páginas el diario “El Defensor de Granada”.

 A las 9 de la noche del día 9 de abril el alcalde accidental Florencio Moreu Auger ordenó que se pregonara la llegada del insigne general. La banda de música, dirigida por López Castro “tocando escogidas piezas” acompañaba a un oficial de la Secretaria municipal encargado de leer el pregón que comunicaba a los motrileños que al día siguiente a las a las 5 de la tarde Motril “tendría la honra de recibir la visita del Excmo. Sr. Arsenio Martínez Campos” e invitaba a los ciudadanos a “tributarle un recibimiento digno de sus grandes merecimientos y de su alta jerarquía”.

El pregón se dio con una pompa inusitada, porque, además de la Banda de Música, acompañaban al pregonero, la Guardia Municipal, al mando de Jefe del Orden Público, y varios funcionaros municipales que portaban antorchas encendidas, con lo que resultaba un gran espectáculo. Una inmensa multitud seguía por todas las calles a los encargados del pregonar el bando de la Alcaldía.

El día 10 por la mañana de nuevo, el alcalde, hace publicar un bando avisando que el general llegará a Motril este día, entre las cinco y las seis de la tarde, con objeto de visitar a la marquesa de Squilache en la fábrica del Pilar:

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El general Arsenio Martínez Campos.

“El pueblo de Motril en masa debe apresurarse a recibir a tan preclaro héroe, restaurador de la Monarquía española, pacificador de Cuba y del norte de nuestra Nación y embajador extraordinario del gobierno de S.M. cerca del sultán de Marruecos, que con su alta diplomacia y reconocida entereza, ha sabido evitar la guerra entre ambos Estado”.

El trayecto que el general recorrería por Motril sería: Calle Nueva, placeta de Bustamante, plaza Nueva, plaza de Larios, calle de la Muralla, Postigo de Beas, plaza de Pedro Moreu y calle de las Cañas hasta la fábrica  Nuestra Señora del Pilar.

“Motrileños: vuestro alcalde espera de vosotros que sois admiradores de todo lo grande y esforzado, que recibiréis engalanando vuestras casas sin distinción de matices y jubilo al que viene a horrándonos con su presencia”.

El día 10 a primera hora de la mañana se recibe un telegrama en Motril avisando que el general, acompañado de su esposa, María de los Ángeles Rivera y Olavide, y del anterior alcalde Granada, Francisco Campos Cervetto; habían salido de la capital con destino a la ciudad costera en la diligencia de “La Motrileña”.

 A las doce del mediodía se puso en marcha hacia Vélez Benaudalla la comisión encargada de recibirlo, integrada por el Ayuntamiento en pleno, el juez de Instrucción, el comandante de Carabineros, el administrador de Aduanas, el contador de Aduanas, el ayudante de Marina, el jefe de Sanidad Marítima, el clero, los actuarios del Juzgado, comisiones de todos los partidos políticos, la representación de la prensa local, el juez Municipal Bernardo Herrera, el fiscal Fernando Díaz, el abogado Díaz Pozas y los señores Emilio Moré y José Jiménez Caballero. Esta comisión fue seguida por muchos particulares. En total fueron a recibirlo a Vélez 203 personas. En el pueblo ya se encontraba la marquesa de Squilache, en la finca que a dos kilómetros poseía Tomás Martínez de Roda, cuya casa estaba engalanada con ricas telas en balcones y en el centro de la fachada la bandera nacional. La comisión procedente de Motril fue recibida en esta casa, donde ya estaban el alcalde y concejales de Vélez, el cura párroco, el médico, el maestro y otras muchas personas de la vecina localidad.

Un cohete disparado desde las alturas del pueblo anunció la proximidad del coche de “La Motrileña” y el vecindario en masa acudió a la afueras para saludar al general, que entró en Vélez a las tres y media de la tarde, siendo muy aclamado.

En la finca de Martínez de Roda fueron recibidos los viajeros, presentándole la marquesa a los miembros de la comisión. Martínez Campos exclamó: “Pero marquesa, si no ha quedado nadie en Motril”.

Fue servido un refresco y tras un corto descanso, salieron para Motril seguidos de la comitiva y de muchas personas de Vélez.

A las cinco menos cuarto llegaban los carruajes a dos kilómetros de la ciudad y ya les esperaban un gran gentío que entusiásticamente aclamaban al general. Allí empezó la triunfal entrada del general Martínez Campos en Motril. A las cinco entraba en la ciudad por la calle Nueva entre una inmensa multitud. Los balcones de las casas del centro estaban engalanados con vistosas colgaduras y las motrileñas saludaban con sus pañuelos al ilustre huésped.

Entró en la Iglesia Mayor, donde lo esperaba el clero, rezó por unos instantes se puso de nuevo en marcha hacia la fábrica del Pilar. A lo largo de la calle de las Cañas el recibimiento fue apoteósico, una gran multitud lo aclamaba. Un grupo de cien muchachas lo aplaudieron con efusión y al final de la calle un grupo de ancianos con lágrimas en los ojos se acercaron al carruaje gritando “¡Viva el padre de nuestros hijos!”.

Fue un momento emocionante, los ancianos no le aclamaban por sumisión, le vitoreaban porque el General había evitado dos guerras en Cuba y Marruecos y había salvado, así, la vida de muchos jóvenes soldados españoles y motrileños.

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La casa de la marquesa de Squilache en la fábrica del Pilar.

Llegado a la fábrica del Pilar, que estaba moliendo, fue saludado por los obreros y se alojó en la casa principal que la marquesa tenía en la instalación fabril.

En la noche de ese martes 10 de abril, Pilar de León recibió en sus salones, ricamente decorados, a las personas más distinguidas de la ciudad que fueron a saludar al ilustre general. Durante la recepción la banda de música ejecutó distintas piezas en la placeta de la fábrica, que lucía una vistosa y elegante iluminación a la veneciana.

El jueves 12, el acaudalado propietario Gerardo Ravassa y el banquero Emilio Moré ofrecieron al general un espléndido banquete que se sirvió en su ingenio de azúcar “San José” en el Varadero. Para ello se había levantado en una de las plazas de la fábrica, un “chalet” de madera con techo de lona de 27 metros de largo, 7 de ancho y 5 de altura, estando las paredes adornadas con flores, follaje y cañas de azúcar. La mesa se colocó en el centro, decorada con guirnaldas y festones de flores, especialmente rosas.

A las tres de la tarde los invitados se reunieron en Las Explanadas para trasladarse en el tranvía hasta el Varadero. Un poco después llegó en coche descubierto Martínez Campos, acompañado por el coronel Justo Banqueri, el alcalde y el juez de Instrucción Nicolás Company y se dirigieron hasta el santuario de Nuestra Señora de la Cabeza. Unos minutos después llegarían la señora del general, la marquesa de Squilache y Carlota Mantilla. La visita a la Virgen duró unos 15 minutos. Desde allí se dirigieron a la playa seguidos del tranvía con todos los invitados.

A la llegada al ingenio fue aclamado por más de 200 trabajadores y tras una partida de Tresillo, se sirvió el banquete con un profuso y excelente menú regado con los mejores vinos españoles y extranjeros.

Las damas que asistieron, además de la “generala” y la marquesa, fueron Carlota Mantilla, Josefa Ravassa, Camila de la Torre Moré, Magdalena Rubio de López de Atienza, María Peiró, Luisa Rojas de la Torre y la señoritas Concha y Matilde Cuevas, entre otras señoras de la alta burguesía motrileña.

A los postres y con el champagne, Emilio Moré hizo un brindis de bienvenida al general, a lo que este respondió agradeciendo las atenciones que le habían dispensado y brindando por la prosperidad de la ciudad. A las siete de la tarde se terminó el banquete regresando todos a Motril.

El viernes 13, Eduardo Díaz y Florencio Moreu, obsequiaron al huésped con un banquete en la playa. A las doce del mediodía estaban preparados los tranvías para conducir a los invitados a la playa, donde había sido construido un “elegantísimo chalet” con una gran mesa en forma de herradura para los comensales. El centro de la mesa fue ocupado por Martínez Campos, flanqueado por las señoras Eladia Cuevas y María Díaz de Moreu. Enfrente se situó la señora del general y a su lado los señores Eduardo Díaz y José Jiménez Caballero. Asistieron, entre otras, las señoras marquesa de Squilache, Matilde y Concha Cuevas, María Luisa Rojas de la Torre, María de la Cabeza Díaz Hernández, marquesa de Villa Mantilla, Carlota Mantilla, Laura Martínez de Banqueri y Consuelo Cappa de Parera. El número de invitados fue de 93, incluidos todas las autoridades y las personalidades más importantes motrileñas.

La calle Martínez Campos a principios del siglo XX (Hoy calle de Los Catalanes).

Se pronunciaron varios brindis, sobresaliendo el efectuado por Gaspar Esteva Ravassa que hizo un entusiástico elogio al insigne militar que había “sabido con tacto inimitable salvar el honor de la bandera española”.

Al terminar el banquete las señoras y señoritas estuvieron repartiendo los manjares sobrantes a los menesterosos, que se agolpaban para besar la mano de la ilustre señora del general, que había ya “distribuido secretamente cuantiosas limosnas a los pobres”.

Por la tarde el general, su señora y la marquesa, acompañados de varias personas de Motril visitaron la fábrica de azúcar que el conde de Agrela tenía en Salobreña. Tras recorren todas las dependencias de la industria fueron obsequiados con un “lunch”.

El domingo 15 a las 8 de la mañana salieron de la fábrica de Pilar el general y 49 invitados hacia la finca de “Los Bates”, propiedad de José Jiménez Caballero y próxima el rio Guadalfeo desde la cual “se descubren panoramas hermosísimos, viéndose el mar, toda la población de Salobreña , Motril y toda la vega”.

Cuando llegó el general fue vitoreado por 90 peones colocados en “ordenada formación” y la banda de música interpretó la “Marcha Real”. La mesa, puesta “con el mayor gusto artístico”, estaba colocada en el centro de una elegantísima tienda de campaña construida por López Atienza.

Tras una breve estancia en “Los Bates”, el general y acompañantes volvieron a la fábrica del Pilar, donde le esperaban la marquesa de Squilache, la señora Baqueri y otras damas. Se dirigieron la ermita de San Sebastián donde oyeron misa.

En el exterior del templo le esperaba la diligencia que había de llevarles a Granada. Antes de subir al coche Martínez Campos repartió dinero a los pobres entre los vítores de la multitud que había acudido a despedirle y la diligencia partió, seguida durante bastante rato por muchos motrileños que alababan al ilustre visitante.

Unos días después, el Ayuntamiento aprobó, en recuerdo de la visita, poner el nombre del general a la antigua calle de la Muralla, la que hoy conocemos como la calles de Los Catalanes.

Y así terminaba el viaje de Arsenio Martínez Campos a la ciudad y un tiempo memorable en la historia local; momentos de fiestas, banquetes y lucimiento de la gran burguesía motrileña. Pero pronto las disputas entre fabricantes y labradores por el precio de la caña, los enfrentamientos políticos entre las familias poderosas, la escasez de trabajo y la indigencia de las clases trabajadoras de la ciudad, harían olvidar los cinco extraordinarios días de la estancia del importante general en Motril.

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