Domingo A. López Fernández
Fotos: EL FARO
Antonio M. García Ruiz, Hermano Mayor de la Hermandad de las Angustias, pregona a los titulares de la corporación del jueves santo
En la tarde del pasado sábado, tras la eucaristía de la tarde, tenía lugar en el Santuario de Nuestra Señora de la Cabeza Coronada la edición del XIII pregón de exaltación a Nuestro Padre Jesús de Pasión y María Santísima de la Amargura, sagrados titulares de la hermandad del mismo título que les da culto y veneración. Este año de 2023, el pregón ha quedado a cargo del Hermano Mayor de la Real Hermandad de Nuestra Señora de las Angustias, Antonio Manuel García Ruiz, nombramiento que fue tomado en acuerdo de junta de gobierno en el mes de octubre de 2022 y que le fue comunicado personalmente el día 9 de octubre de dicho año, a la conclusión de la procesión de alabanza de sus sagradas imágenes. Con la lógica sorpresa y con enorme satisfacción personal, Antonio Manuel García aceptaba su nombramiento, sabedor del reto de pregonar a una de las imágenes más queridas de la ciudad y a la que tiene especial devoción dado que ha sido hermano costalero de la cuadrilla portadora del paso durante once años. En el plano simbólico, y de hermandad a hermandad, la efigie de María con su hijo muerto y descendido de la cruz se iba a alzar sobre el altar de la Patrona para inspirar las palabras del pregonero en esa sin igual alabanza que ha de ensalzar a la figura de Cristo el Nazareno en una de sus caídas y su bendita Madre en la advocación de María Santísima de la Amargura.
El pregón de exaltación ha tenido lugar a la conclusión del tercer día del triduo, tres jornadas que han contado con gran participación de hermanos de hermandad, cofradías y hermandades de penitencia y gloria, feligreses y autoridades invitadas a su celebración. Concretamente, la exaltación se verificaba tras la misa de tarde, que ha oficiado el consiliario de la hermandad y rector del Santuario, D. Daniel Barranco Rodríguez. Finalizada la misma, tras un pequeño receso, subía hasta el altar el nuevo secretario de la corporación, D. Enrique Osuna Villa, para saludar a los fieles presentes y agradecerles su acompañamiento en un acto que viene a engrandecer a los sagrados titulares. De seguida daba inicio al acto en sí presentando a Tamara Bonilla Ortega, presentadora del pregonero, a la que invitaba a subir hasta el atril.
Con las salutaciones de rigor, Tamara Bonilla iniciaba su discurso agradeciendo al pregonero su decisión de que fuera ella quien hiciera su presentación. Por ello, dirigiendo su mirada al pregonero y su voz al público le reconocía que aquella decisión fue “una demostración más del cariño que sé que me tienes y que es mutuo. Gracias Antonio, es para mí todo un honor y un privilegio poder presentarte hoy, a la vez que una gran responsabilidad y sólo espero estar la altura”. También tuvo palabras para el hermano mayor de la hermandad de Pasión, Sergio Segura Chamorro, al que agradeció su insistencia por querer hacerle partícipe de la junta de gobierno que preside y al que le espetó: “te felicito, lo has conseguido”.
Entrando de lleno en la misión encomendada, la de presentar a Antonio Manuel García Ruiz, refería que nació un 2 de septiembre de 1966 en la popular calle de las Monjas. Es, pues “Hijo del barrio de las Angustias, su barrio de siempre, donde sus padres Paco y Mari Carmen y sus abuelos lo educaron en la Fe Cristiana”. Su niñez y juventud las pasó ayudando a su padre en las labores agrícolas hasta el momento en que hubo de cumplir el servicio militar. De su ámbito personal destacó su honestidad, bondad, generosidad, solidaridad y humanidad, valores todos que ha conseguido en la “universidad de la vida”. Tuvo también palabras de cariño para su mujer, Mariví, de la que es inseparable, y de sus dos hijos, Samuel y Antonio Manuel, así como sus nietos, a los que han sabido inculcarles los valores que él atesora como persona.
En el ámbito profesional Tamara Bonilla refería que Antonio Manuel García empezó a trabajar con las máquinas que heredó de su padre y que a base de duro trabajo ha conseguido elevar a una de las empresas más punteras de Motril en lo que a labores agrícolas se refiere. Ese gesto ya referido de la generosidad y solidaridad es puesto de manifiesto, entre otros, en la cabalgata de la ilusión que todos los años recorre la ciudad cada cinco de enero, donde pone su flota de tractores de manera desinteresada, al igual que lo pudo hacer igualmente en el inicio de la pandemia colaborando en la desinfección de calles y plazas de la ciudad.
Tamara Bonilla refería ahora el papel de persona de fe de Antonio M. García para afirmar que “estamos ante un cristiano comprometido con Dios, comprometido con su parroquia y con su iglesia y con todo el que le pide ayuda. Prueba de ello es su compromiso como Hermano Mayor de la Hermandad de la Virgen de las Angustias durante más de dos décadas”. En el ámbito cofrade expuso que el pregonero iniciaba su senda como costalero de su Virgen de las Angustias, “su mayor tesoro junto con su familia”, cuando contaba catorce años de edad. Años después se integra en la Escuela de Costaleros de Motril, que supuso toda una revolución en la semana santa de los años ochenta, y en los que va a poder portar a hombros a Nuestro Padre Jesús Nazareno y a la Virgen de la Soledad. De aquí pasó a tomar el martillo del trono de Nuestra Señora de las Angustias, de la que ha sido su capataz durante más de treinta años. Igualmente, ha formado parte de la Hermandad de Jesús de Pasión, en la que se pudo integrar en la cuadrilla portadora de su titular durante once años hasta que la salud se lo pudo permitir. En su propia hermandad, la de la Virgen de las Angustias, ha sido un puntal básico en la que ha luchado y perseverado en todas cuantas actividades ha necesitado, ya sea “tallando con sus propias manos una cruz de madera o soldando la estructura para las esponjas del exorno floral”. Por esta y otras cualidades humanas pudo afirmar que la “Hermandad de Pasión ha sabido bien elegir su pregonero. Sin duda, será un pregón nacido desde lo más hondo del corazón. Un pregón lleno de verdad, de autenticidad y del sentir cofrade en su más pura esencia”. Y sin más, le cedía la palabra para que “tus palabras sean la llave de oro que abra la puerta a nuestro jueves santo”.
Presentadora y pregonero se fundían en un hermanado abrazo para dejar rienda suelta a su discurso. Y allí, frente al atril, Antonio M. García Ruiz entonaba unas frases que se trasmutaban en sentido rezo: “Señor, hoy vengo a hablar contigo, a mostrar mis sentimientos y a rezar ante ti. Pero no quiero mirarte así…, tu siempre estas por encima de mí. Por eso te pido perdón por estar hoy en este púlpito a mayor altura que tú, pues un hijo siempre tiene que estar por debajo de su Padre y Maestro.., quiero seguir siendo tus pies, seguir tu ejemplo y seguir tu caminar”.
Tras las salutaciones de rigor, el pregonero relataba el momento en el que tras la procesión de la Virgen de las Angustias del año de 2022 la hermandad de Pasión le trasmitía su deseo de ser el pregonero del año 2023, algo que según afirmó, le vino de grande, pues era demasiada responsabilidad para un hombre al que el verso y la prosa se le resisten por su timidez. Fueron muchas las dudas, dijo, pero decidió que sí lo haría, “y esto que hoy os pregono me lo tomo como un diálogo con mi Padre, con mi amigo, Jesús de Pasión, de igual manera que con su Madre, María en su Amargura”. También tuvo palabras para la pregonera, amiga y compañera de hermandad, a la que agradeció su presentación “y si nervioso estaba, más me he puesto al escucharte”. Asimismo, supo valorar públicamente que le acompañara en este día en el que su marido, Jesús Ortega, no ha podido estar presente, pues presentaba el cartel de la Semana Santa de Padul.
Antonio M. García comenzaba la primera parte de su discurso recordando su entrada en la corporación nazarena. Fue allá por el año 1998 cuando la hermandad pasaba por duros momentos, pues faltaban costaleros, penitentes y demás hermanos en el cortejo. Antonio tuvo su petición de ayuda y allí se hizo presente, no solo él, sino también su familia para abrir la cabeza de procesión con los ciriales y cruz de guía. Y él, de costalero, pues el Maestro no podía quedarse en el cerro sin procesionar. Era la primera vez que se metía debajo de un paso a estilo “granaino”, en el que sin ningún tipo de experiencia pudo aprender con prisa sus pasos, que eran totalmente distintos a los que practicaba en el de su Virgen de las Angustias. Así pues, como muy bien dijo, acudía al Santuario para ser los pies de Jesús de Pasión, “para cargar con el peso del madero y para aliviar su caída en el camino hacia el calvario”. Y, rodilla en tierra, efectuó su salida por el pórtico de la iglesia “entre una lluvia de lágrimas que caían como lo hacían las pavesas en las campañas de la caña de azúcar, entre una nube de incienso que olía como huele la melaza, los nardos y los claveles reventones de nuestra tierra que alfombraban tu camino hacia el calvario”.
En una oración introspectiva el pregonero refería a los presentes que no sabía si fue el quien acudió a Jesús de Pasión, o Él quien le llamó a cargar su cruz. Así transcurrieron once años siendo sus pies, “quien lo diría”. La hermandad de Pasión salía por aquel entonces a las diez de la noche y su encierro se efectuaba cerca de las tres de la madrugada, marcando el paso un “simple y ronco tambor”. Con la seriedad que caracteriza al pregonero hizo trasladar a los presentes que “ si difícil es bajar, que decir de subir el cerro, quedándome admirado por el respeto y el silencio de la gran cantidad de fieles que llenaban las calles, pese a que Motril no estaba acostumbrado a las madrugás”.
Las anécdotas brotan ahora en la mente del pregonero para recordar momentos que le llegaron al alma. Así relató cómo bajando la cuesta del Cerro, cuando el peso del paso se hace más duro, pudo ver a través de los faldones a un niño de cuatro o cinco años que miraba la cara de Jesús de Pasión, “y las lágrimas le empezaron a brotar desde sus ojos. En aquel momento dejé de sentir el peso, sentí que aquel duro esfuerzo que estaba haciendo ya había merecido la pena al ver el sentimiento que una persona tan pequeña podía llegar a sentir viendo a Jesús cargando su cruz”. Y también, el encuentro del paso de Jesús de Pasión con el del Santísimo Cristo de la Buena Muerte en la plaza de Canalejas, “los dos Cristos frente a frente, Pasión el camino y Buena Muerte el final, todo a oscuro y con sólo la luz de los hachones de cera de ambos pasos”. Eran, dijo, “aquellos encuentros parte de la esencia y el arraigo de nuestra semana santa…, aquellos encuentros, ahora mal vistos, estaban llenos de verdad, de autenticidad y de respeto”. Su memoria trae ahora el señero paso de Cristo por la carrera oficial de la Plaza de las Palmeras. “Estaba repleta y el paso de costero a costero iba abriéndose camino en tan sólo una “chicotá” a redoble de tambor”. Y, ya de regreso, la parada a los pies del Cerro para tomar fuerzas y subir la cuesta en una sola chicotá. Con mucho cansancio llegaba el cortejo hasta la puerta de la iglesia y allí “nuestro Cristo nos daba el último impulso para terminar la estación de penitencia” y, ya dentro, el fuerte, largo y sentido abrazo entre todos los compañeros “que aunque apenas nos conociéramos, en aquel momento todos éramos uno bajo el Señor”.
La segunda parte de su pregón centra su discurso bajo el título genérico de “las cruces de cada día”. Sin más, expone a los presentes que el señor de Pasión es para él un reflejo de valores, de actitud y de vida cotidiana. Y “su cruz es nuestra cruz, él también la encontró en su camino al igual que nosotros nos la encontramos cada día. A nosotros se nos presentan de pronto como las enfermedades, la cruz del cansancio y el estrés, la del dolor por el desprecio de alguien o la soledad de ese anciano en la residencia que no recibe la visita de nadie”. Por eso, dijo, yo también cargo mi cruz y por eso traía hasta su mente el grave accidente que sufrió y que le hizo nacer de nuevo cuando todos ya daban su vida por perdida. Y ahí, “como Jesús de Pasión, me apoyé sobre la roca de la vida, me levanté y seguí caminando”. Así lo quiso afirmar, pues “quizá aquel no era el momento, el señor y su bendita Madre en sus Angustias y Amargura, me tendieron la mano, me sentí querido y afortunado por ser de Ellos”. Y fue ecuánime cuando refirió que a veces nos olvidamos de Cristo y de su Madre cuando todo va bien, pero cuando la vida nos pone zancadillas es cuando volvemos a mirarles. Acertaba, pues en su mensaje cuando decía que en realidad invocamos sus nombres pidiendo protección, ayuda o perdón, pero con frecuencia se nos olvida darle las gracias.
Refiere ahora momentos para el recuerdo que son sublimes y de grandeza, desde luego, cuando habla de las tres caídas del Señor, uno de los pasajes que plasma Jesús de Pasión. La primera caída tiene lugar a la salida del santuario, con únicamente 15 costaleros metidos bajo el paso. Aquí Jesús nos invita a tomar su cruz y caminar junto a Él, como lo hacemos cada jueves santo y como yo lo hacía bajo las trabajaderas. “A caminar y a tropezar y caernos, pero siempre apoyarnos en la fe que nos recompone y nos hace seguir”. El pregonero afirmaba a todos los presentes que pudo sentir los “quejíos” que salían del alma de los costaleros, que eran reflejo del sufrimiento de nuestro señor. Tal es así que “en el costalero veía su cara de sufrimiento y veía la cara del señor, en otro veía su boca abierta y su aliento como la boca de nuestro Cristo, que es un Cristo vivo”.
La segunda caída tenía lugar a la altura de calle Comedias, “calle estrecha pero llena de vivencias y sentimientos a flor de piel, calle en la que teníamos un paso propio, picado y de frente, sin mover apenas las caderas”. Y la tercera y última caída, tenía lugar a la llegada al cerro en su inminente encierro. Subíamos en una sola chicotá y otra vez a gatas, posesionándome ahora en la trasera del paso.
Casi en el fin de su discurso, el pregonero reconocía su gran devoción a Jesús de Pasión, pero también la hacía extensible e inconmensurable hacia su Virgen de las Angustias. Fui, dijo, “costalero del Señor, pero he de decir que mi corazón es y será siempre mariano, pues nací en un barrio en el que todas las miradas confluyen en la virgen titular, la vecina más antigua y querida. Allí, en lo más alto mi Angustias. No es muy difícil que mi corazón sea mariano”. Llegó a afirmar ante los presentes que nació con esa particular devoción y “todo lo bueno y lo malo, gira alrededor de mi Virgen de las Angustias, una Madre que presenta a su hijo muerto en su regazo”.
En ese fervor que anida en lo más hondo de su corazón recordaba, asimismo, con enorme pasión, el día en el que su ermita acogió a la Virgen de la Cabeza en los días previos a su coronación, la Madre con su hijo recién nacido en brazos frente a la madre con su hijo ya muerto y descendido de la cruz. Fue aquella, la primera ocasión en la que tuvo el honor de portar a la patrona de Motril y llevarla al convento de las RR.MM. Nazarenas.
Pidiendo la venia a Nuestra Señora de la Cabeza, el pregonero se dirige ahora a la Virgen de la Amargura, aquella Madre que acompaña a su hijo por el camino del Calvario a morir en la cruz. Y con ello, refiere la historia de la llegada de la imagen de la Virgen a Motril. Había solo un pequeño altar improvisado y en la salida procesional la ciudad entera pudo ver como Jesús de Pasión no caminaba solo, lo hacía contigo, así hasta el momento en el que desapareciste de la hermandad, dejándonos huérfanos de tu presencia.
Por todo lo referido, la tarde del jueves santo es para el pregonero un ir y venir de sentimientos encontrados. Por una parte la nostalgia de la canastilla de Cristo y la veneración por su madre María Santísima de la Amargura. La busco pero no la encuentro y no sabes cuánto deseo volver a encontrarme contigo y estar a tu lado. Hoy, Madre, de nuevo me presento ante ti como el hijo pródigo que regresa a su casa humilde y lleno de amor a darte las gracias. Gracias a ese 2 de enero de 2011 en el “que pudimos conocer tu nuevo rostro, que desde entonces nos acompaña y que refleja esa espada de dolor que atraviesa tu alma. Sé que cada espina de la corona que lleva tu hijo en su frente la llevas clavada en tu corazón, al igual que cada gota de sangre es un suspiro que sale de tu boca porque su dolor es tu dolor y a su lado sufres todos los martirios de su pasión, a él le han destrozado su cuerpo, pero a ti, Madre, te han roto el alma”. Y, finalmente, exclamó, “Hoy reina y madre de la Amargura deseo más que nunca volver a verte acompañando a tu Hijo por las calles de Motril, porque el jueves santo motrileño no será completo si tu no estas. Que Pasión no se entiende sin tu Amargura, ni Amargura sin Pasión, ¡queremos verte de nuevo no nos dejes otro año sin verte bajar cadenciosa entre las ramas de los pinos de tu cerro. Madre de la Amargura, derrama tus lágrimas por plaza de España que nosotros sabemos recogerlas, pero vuelve Madre, vuelve pronto, vuelve mi amargura”.
Con esta frase final se daba por concluido el pregón, suscitándose de seguida un sonoro y continuado aplauso con el público puesto en pie en orden a trasmitir al pregonero que su mensaje, su sentido discurso, les había llegado al alma. Tras ello, llegaba el momento de los agradecimientos por parte de la hermandad, que hizo entrega a Tamara Bonilla del cuadro conmemorativo de la salida penitencial de este año. Y al pregonero, el tradicional penitente de plata con su nombre grabado en una plaquita que le identifica como ilustre pregonero del año de 2023. Todavía hubo un reconocimiento más, el conferido al Coro Parroquial Virgen de las Angustias, que igualmente recibía el cuadro con el cartel de la salida procesional de 2023, en agradecimiento a su participación en la misa de los tres días del triduo.
Solemnidad, pues plena para un día grande en el que los sagrados titulares de la hermandad de Pasión han quedado encumbrados en espíritu con un verbo serio, prudente y reflexivo, el de un pregonero de la tierra que lleva en su ser el intenso amor y la devoción a su Virgen de las Angustias y, con ella, al que por siempre será su Maestro y la que es su bendita Madre, la Virgen de la Amargura.