¡Fuera caretas, Juan Manuel!
Ocho meses, solo ocho meses, los que van desde la consecución de la mayoría absoluta, hasta este mes de febrero, es lo que le ha durado la «moderación» y el «voy a gobernar para todos», al presidente todopoderoso de la Junta de Andalucía y parece que delfín de Feijóo, Juan Manuel Moreno Bonilla.
Tras la sonrisa beatífica y la pose querubinesca que acompaña de la mañana a la noche al presidente malagueño, empieza a asomar el rostro granítico del ultraliberalismo más duro en lo económico y lo público y del ordeno y mando en lo social. No le está sentando demasiado bien la mayoría absoluta a Juan Manuel y eso que aún no ha consumido ni el primer año de su segundo plácido mandato.
Si la llegada de Moreno al Palacio de San Telmo, fue fruto de una de las mayores carambolas políticas que uno recuerda, sus primeros cuatro años como presidente de la Junta de Andalucía, apoyados en la muleta del pagafantas mayor del reino que resultó ser Ciudadanos, se pueden resumir en no hacer ruido y en no pisar charcos. Ni un solo proyecto de gestión que quede en la memoria de los andaluces y andaluzas y ni una sola reforma de calado. Mucho eslogan y pocas nueces, o lo que es lo mismo, la nada con sifón.
A pesar de esos inanes cuatro años bonillescos, el desastre de la oposición de un PSOE desnortado, perdido y completamente fuera del foco de los intereses de la ciudadanía y de unos socios de gobierno, que las urnas andaluzas hicieron casi desaparecer, pensando que entre el original y la copia, siempre mejor el original, Juan Manuel arrasó en las urnas del pasado mes de mayo, consiguiendo una mayoría absoluta que pocos meses antes se antojaba irrepetible en el panorama político andaluz.
Y así comenzó su segundo mandato con una puesta en escena napoleónica, que más que dignificar el cargo, provocó vergüenza ajena por lo pretencioso, hortera y ególatra del protocolo de su toma de posesión, primera dama incluida. Fueron las primeras señales de lo que estaba por llegar.
Si en sus primeros cuatro años de gobierno, el «arcángel» Juan Manuel contó con Elías Bendodo, como su alter ego en el lado oscuro, en esta nueva etapa de mayoría absoluta se le ha acabado el blindaje que le proporcionaba un personaje capaz de concitar todas las antipatías y las críticas, ahorrando a Bonilla el más mínimo rasguño. Vivir políticamente sin escudero, aun en tiempos de mayoría absoluta, tiene sus riesgos y el otrora concejal malagueño está empezando a comprobarlo.
El caso es que, ocho meses después de aquel sonrojante descenso de la escalera imperial del Palacio de San Telmo, Bonillandia está dejando de ser la tierra de leche y miel que intenta vendernos Juan Manuel, sonrisa bobalicona mediante, para convertirse en una especie de «Madrid2», con un ataque sin precedentes al futuro de la sanidad pública, o con la advertencia a los municipios andaluces que no voten al PP en las próximas elecciones municipales, de que les va a ir mucho peor que si votan a sus candidatas y candidatos.
En solo una semana a Juan Manuel se le ha caído la careta de angelote de Murillo, y ha empezado a enseñarnos el verdadero rostro del ala más extrema del PP que para sí le hubiera gustado a la lideresa Ayuso.
Primero fue el fin de semana pasado, cuando rodeado por el «coro celestial» de sus entregados candidatos y candidatas de las ciudades andaluzas mayores de 20.000 habitantes y sentado a la diestra del «padre» Feijóo, Bonilla se vino arriba y advirtió a los andaluces, que si no votan al PP en las próximas elecciones municipales, sus pueblos y ciudades van a pasar las de Caín y eso, viniendo de quien tiene la potestad de distribuir millones de euros a las administraciones municipales de Andalucía, son palabras mayores, o por ser más explícito, son un chantaje en toda regla, impropio de cualquier gobernante con el más elemental talante democrático.
Pero mucho ojo, que lo más grave estaba por llegar. Solo 48 horas después, Adelante Andalucía desvelaba que la consejería de Salud, estaba ultimando una orden, que de llevarse a efecto, supondría una estocada de muerte a la sanidad pública andaluza, tal y como hasta ahora la conocemos.
Ríanse ustedes de la Emperatriz de Lavapiés. Juan Manuel, sonrisa seráfica por delante, tiene previsto empezar a mandar a la sanidad privada a las andaluzas y andaluces que necesiten los servicios de la asistencia primaria, pero es que además de esa descarada privatización del primer escalón del sistema sanitario andaluz, Bonilla eleva la apuesta y no contento con cambiar nuestro médico de cabecera público, por otro privado, va a abrir de par en par los hospitales públicos a esos médicos particulares, para que nos atiendan en centros que pagamos todos con nuestros impuestos.
Ante el tsunami de críticas, la Junta de Andalucía, primero ha intentado negar los hechos, así lo hizo con escasísima fortuna el consejero de Presidencia, Antonio Sanz, el lunes en Granada y después afirmar con todo descaro que eso es algo que hacen casi todas las comunidades autónomas, cosa que los presidentes de las mismas no han tardado en rebatir.
Pero es que además los hechos son bastante tozudos y todos apuntan a que la privatización de la sanidad pública andaluza es un camino por el que Juan Manuel transita con absoluto desparpajo y comodidad, quizás por aquello de que su esposa, Manuela, sea gerente de Relaciones Institucionales en una importante empresa farmacéutica.
Aquí les dejo unos datos que confirman la deriva privatizadora de Juan Manuel. Para este año, los presupuestos andaluces contemplan la derivación de 245.000 pacientes a hospitales concertados, un 25,16% más que en 2022. Las derivaciones para intervenciones quirúrgicas en hospitales concertados también se disparan este año con respeto al pasado. De las 82.200 llevadas a cabo en 2022, se han programado si 128.000 para este 2023, un 55,42% más. Los estudios diagnósticos en hospitales concertados se duplican para este año pasando de los 202.200 del año pasado, a las 486.000 de este año. Las hemodiálisis concertadas se incrementan más de un 58% en este 2023, en el que se atenderá a 722.100 pacientes, frente a los 456.000 del año pasado.
Datos son amores y no buenas razones. Si este panorama no es el comienzo de una privatización en toda regla de nuestra sanidad pública, se le parece bastante… Y saben lo peor, pues que la culpa de semejante panorama la tenemos nosotros, por haberle dado la mayoría absoluta a un lobo con piel de cordero.