EL PINO
Hay un pino que llora. Y no es broma.
Lo veía cuando pasaba por allí pero nunca me había fijado. No es que frecuentara mucho esa zona, pero en mi ruta comercial me la habían adjudicado por decreto ley y desde entonces me veía obligado a atravesar ese pequeño pueblo cada dos o tres días.
A pesar de estar relativamente cerca del municipio donde yo vivo hace más de quince años, nunca me había adentrado en él. Me gustaba más la montaña y cuando tenía tiempo y ganas de coger el coche , que la verdad al ser para mi una herramienta de trabajo eran mas bien pocas, me gustaba subir a la montaña, ya que mi casa estaba en la misma orilla del mar.
Pero al cambiarme la ruta, no me quedó más remedio que recorrer la costa dos o tres veces por semana. Por eso me había adentrado en ese pueblo, porque uno de los clientes que debía visitar, tenía un pequeño negocio de informática en él y yo debía abastecerlo de lo que necesitaba, que la verdad en los últimos tiempos, no era mucho
La primera vez que vi esa pequeña lluvia caer del pino pensé que, al ser muy frondoso, todavía goteaban de él las últimas gotas del temporal de los días anteriores y no le di mayor importancia que la que se le da a las cosas curiosas que nos llaman la atención.
Pero al pasar por allí dos días después y comprobar que el extraño fenómeno se seguía repitiendo, mi sorpresa fue tal, que no pude quitármelo de la cabeza en todo el día. Pero la noche y el sueño me hicieron olvidarme de lo que ocupó mi mente durante tantas horas.
Pasó una semana sin que el trabajo me volviese a llevar allí, la crisis empezaba a hacer mella en todos los sectores y cada vez eran menos las llamadas para reponer suministros de cualquier tipo.
Cuando volví a hacerlo me había olvidado totalmente del pino y del agua que de él salía, bastantes problemas tenía yo con mi situación laboral, que cada vez era más precaria, como para seguir dándole vueltas a algo así por muy curioso que me resultara.
El pino estaba situada al lado de la carretera, justo en el comienzo de un camino que se adentraba tras una curva, hacia la parte alta del pueblo.
Ese día eran apenas las dos de la tarde y había terminado mi ruta, que por otro lado, cada día era más corta.
De manera que paré a picar algo en un bar de la plaza y le pregunté al dueño del mismo que a donde conducía el camino que había justo al salir del pueblo, a mano izquierda.
Al cementerio, me dijo con cara de pocos amigos. Y viendo que el hombre no tenía ganas de conversar, no le dije más. Pero al terminar de comer decidí dirigirme hacia allí y ver por mi mismo si de cerca el fenómeno que contemplaba cada vez que transitaba con mi coche por esa carretera, se podía apreciar a simple vista.
La tarde era agradable. A esas horas no había casi nadie por las calles, pero el sol de Marzo invitaba a pasear y me dispuse a hacerlo.
Tras la curva que enlazaba con el puente, apareció mi pino. Y al igual que en otras ocasiones pude ver perfectamente como una especie de fina lluvia caía de él. Parpadeé por dos veces. Era una visión tan sutil que bien podría ser producto de una vista borrosa, pero curiosamente solo lo veía cuando la dirigía hacia él.
Lo alcancé y me situé bajo sus ramas. Nada, una vez allí, ni sentía caer nada húmedo sobre mi, ni veía nada más que los rayos de ese cálido sol primaveral filtrarse por entre sus ramas. Me alejé de él y me giré para verlo a lo lejos. Y de nuevo estaba allí, la fina lluvia caía con una claridad tan pasmosa que me hizo retornar al punto de partida. Volví de nuevo y de nuevo volví a marcharme sin aclarar en absoluto el origen del extraño fenómeno.
Por último me senté en un banco que había un poco mas arriba, casi en la curva desde la que ya sí se divisaba el cementerio.
Tu también lo ves ¿verdad? -Me volví asustado, no había visto a nadie acercarse, pero allí frente a mi en una pequeña caseta, había una anciana haciendo croché sentada a la puerta.
– En ese árbol paran las comitivas que suben a los difuntos. En este pueblo las mujeres no entran al cementerio -me dijo– y hacen ahí una parada para que puedan despedir a sus muertos. Llevan años y años haciéndolo y han sido tantas las lágrimas derramadas a sus pies, que hace años que el pino también llora. Hasta ahora nadie más que yo lo había visto, pero me alegro de que compartas mi secreto. Aunque si quieres seguir un consejo, mejor no lo comentes con nadie, no te creerían y te tomarían por loco.
He tardado casi diez años en atreverme a contar esta historia, pero ayer, paseando de nuevo por allí, vi a una joven mirando, yendo y viniendo igual que hice yo hace tanto tiempo. Por eso me he atrevido a narrar lo que me sucedió con el pino, porque ahora sé que no soy solo yo quien lo ve llorar