LOS CUENTOS DE CONCHA

EL MUNDO INVISIBLE

Concha Casas -Escritora-

Un golpe de viento azotó la ventanilla y la luna, que aparecía redonda y poderosa en su fase más plena, se ocultó tras una nube negra, que se empeñó en cubrir su luz y en dejar esa noche tan oscura como su ánimo y tan triste como su corazón. 

Sentía como si el mundo invisible, a través de esos fenómenos meteorológicos, le quisiera hacer llegar un mensaje, un aviso, una señal.

Se había marchado del pueblo hacía mucho tiempo, demasiado rencor acumulado entre los muros de aquella casa, y demasiados momentos angustiosos. Se prometió a sí misma que nunca volvería, que todo aquello había muerto para ella… pero ahí estaba, en plena tormenta dirigiéndose al  lugar donde menos le hubiese gustado ir. 

Su madre había muerto. Aunque en realidad su madre había muerto hacía mucho tiempo. Posiblemente en el mismo momento en que le dio el sí, al que sería su marido y el tormento de su vida. 

Nunca le contó cuando comenzó a maltratarla, quizás  lo hizo desde siempre. Al menos desde que ella tenía uso de razón así había sido. El miedo había dominado sus vidas, como uno más. Por eso ella sabía mucho del mundo invisible, que puede llegar a paralizar, o mover vidas a su antojo. 

Intentó llevársela con ella, salvarla del tirano y quizás de ella misma, pero su voluntad estaba sometida y posiblemente su destino también.   

No la había matado él, como siempre sospechó que acabaría ocurriendo, un infarto fulminante la sorprendió mientras dormía. 

Fue la vecina, Asunción,  quien la llamó para darle la noticia y fue ella también quien le hizo saber, que su padre llevaba seis meses postrado en la cama, a  consecuencia de un ictus cerebral, que había paralizado todo su cuerpo. 

Curiosamente su madre no le había comentado nada sobre ello. Hablaban cada sábado, a escondidas de su padre, quien le prohibió cualquier contacto con los hijos, al fin y al cabo unos ingratos que los habían abandonado. También era cierto que jamás hablaban de él. Ambas sabían que era mejor así, ignorarlo, actuar como si el monstruo no existiera, como si no lo hubiese hecho nunca. 

A ella le apenaba aún más, sentía que privaba a su madre de lo único que podía darle, el desahogo de escucharla. Pero su madre había asumido su papel y sufría en silencio, como había hecho siempre.  

Primero se fue ella, apenas cumplió los dieciocho años. Quiso llevarse a su madre y al niño, pero no fue posible.

Su hermano no tardó tanto, apenas cumplió los dieciséis se embarcó en un barco de pesca y nunca volvieron  a saber de él. Cada Navidad, su madre recibía una postal, pero siempre el matasellos era de un lugar del mundo diferente, por eso nadie pudo avisarle, le dijo Asunción, y por eso, ella debía ir, porque era el único miembro de la familia capacitado para hacerse cargo de la situación, o más exactamente para hacerse cargo de su padre, ya que no quedaba nadie más, ni tías, ni primos, ni abuelos, nadie… 

Iba pensando todo eso, cuando un rayo iluminó el cielo y las nubes que cubrían la luna cobraron forma. Una forma, que le resultó tan familiar que el corazón le dio un vuelco y se aceleró en su pecho, tanto, que por unos segundos perdió el control del vehículo. Frenó en seco y cuando reaccionó, se apartó de la carretera.  

Lo que había visto en el cielo era la figura de su madre. Sí, era una nube, pero una nube idéntica a ella. Intentó serenarse para intentar aclarar lo que su instinto parecía querer decirle. 

Respiró profundo y las lágrimas se precipitaron por sus mejillas. Entonces entendió. No debía ir, lo único que la unía a aquel lugar, ya no estaba. Allí solo quedaba el tirano que destrozó sus vidas. Y precisamente ese era su castigo y esa la mejor venganza que jamás pudo soñar su sufrida madre. Se quedaría solo, solo e inútil.

Sonrió y enjugándose las lágrimas, dio la vuelta a su coche en dirección contraria. En ese mismo instante, la tormenta cesó y una luna brillante y hermosa pareció sonreírle desde el cielo. 

El mundo invisible le había hablado, y ella lo había escuchado. 

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