OPORTUNIDADES Y RIESGOS. “Los Estados sociales y democráticos de derecho, tendrán que atajar ese maligno reino de desigualdades y reivindicar la justicia, con acciones contundentes para provocar una mayor equidad e inclusión social en todos los continentes”
Es verdad que el mundo ha cambiado sustancialmente, en parte porque la vida es una oportunidad continua, pero también los riesgos nos desbordan en ocasiones, dejándonos sin nervio ni corazón, hundidos en el miedo y en la desesperación. Para remate de males, nadie suele considerar a nadie, sobre todo si es pobre. El respeto camina ausente y la alegría de vivir suele apagarse con multitud de lágrimas, ante la crecida de hechos violentos, que nos dejan sin palabras. Todo se mueve bajo la presión inhumana, deshumanizante por completo, puesto que la misma economía es excluyente. Tampoco se puede tolerar más, que mientras unos privilegiados derrochan, otros se mueran de hambre o caminen por las esquinas, sin una palabra de aliento. Me niego a que los poderosos continúen comiéndose al débil. Desde luego, los Estados sociales y democráticos de derecho, tendrán que atajar ese maligno reino de desigualdades y reivindicar la justicia, con acciones contundentes para provocar una mayor equidad e inclusión social en todos los continentes.
Cada día hay más vidas truncadas por falta de espíritu cooperante entre análogos. La irresponsabilidad suele germinar, hasta en los mismos gobiernos, que han activado el no hacer nada ante los clamores de los demás. Fruto de este espíritu cruel, es que se ha desarrollado una globalización pasiva e indiferente, que nos deja sin alma. Realmente, somos una generación que necesitamos aprender a reprendernos, cuando menos para aminorar la multitud de riesgos que nos acorralan. Hoy, la historia nos ha demostrado, -como bien indica Naciones Unidas-, que las tragedias humanas y medioambientales resultantes de ensayos tan mezquinos como los nucleares, u otro tipo de armas atómicas contemporáneas, son cada vez más poderosas y destructivas. Ante este cúmulo de riesgos, no podemos permitir que el mundo camine ciego hacia una nueva carrera armamentística. De hecho, pensando en el aluvión de conflictos, que pone en peligro la tranquilidad, alimentando el odio, la rabia, la frustración y el radicalismo, deberíamos interrogarnos más, hacer memoria del pasado, y ver nuevas circunstancias que la propia vida nos ofrece por sí misma. Aprovechar la oportunidad en todas las cosas es demostrar un espíritu renacentista. El ánimo no puede fallar nunca.
Sin riesgos en la lucha por un mundo más habitable, perdemos hasta la esperanza del cambio. Ahora bien, por más que nos empeñemos, no hay seguridad acumulando artefactos, sino estableciendo puentes de apertura y de diálogo, de diplomacia y entendimiento. Sin duda, necesitamos un nuevo sistema mundial de control de armas; pero también se requiere de otras actitudes más solidarias y menos egoístas. Los pedestales hay que destruirlos y que gobierne el sentido común, con su afán de amar y de búsqueda de la verdad. Sólo así disminuirán los riesgos de destrucción. Ciertamente, a poco que trabajemos unidos, bajo el paraguas de una solidaridad comprometida y desinteresada, con el regreso a una economía sin caudales corruptos, notaremos otras atmósferas más éticas; y, por ende, nos llenaremos de ilusión, que buena falta nos hace. Sea como fuere, la humanidad tiene que despertar, no generar más violencia por sí misma, con la retórica del odio y la discriminación sistemática; ya que, lo que se requiere, son certezas que nos fraternicen, para que cesen los conflictos y las violaciones de derechos humanos.
Nuestro planeta, en continua transformación, tiene que mejorar esas nuevas condiciones de existencia de sus moradores. Lo que no es de recibo es continuar batallando unos contra otros en un hábitat que ha de ser para todos, aunque haya diversidad de rostros. El horizonte de la concordia tiene que tomar nuestra vida por entero. Ser agentes conciliadores y reconciliadores ha de formar parte de nuestro diario existencial, lo que nos exige la valentía de dar el primer paso, reconociendo los propios errores y las propias debilidades. Aquí entra en combate el riesgo de la hipocresía, el colmo de todas las maldades, que debe hacernos repensar sobre esa vida franca y sincera que todos nos merecemos, entregada a los demás, lo que contrarresta este círculo vicioso en donde una situación putrefacta te conduce a otra. Los dirigentes no pueden lavarse las manos como Pilatos, ante escenarios anormales. Esto, además, aumenta el riesgo de que, al final, la que pierde y es pisoteada sea la dignidad humana y las propias obligaciones. De ahí, lo importante que es educar en la igualdad para que no se pierda un solo talento en la formación de esa piña ingeniosa.