EFEMÉRIDES DE FIN DE SEMANA

Domingo, 28 de agosto de 2022

Antonio Gómez Romera

EFEMÉRIDES DE FIN DE SEMANA: 101 ANIVERSARIO DEL NACIMIENTO DEL ACTOR FERNANDO FERNÁN GÓMEZ

Hoy se cumplen 101 años (domingo, 1921) del nacimiento en Lima (Perú) del escritor (notable), actor (carismático) y director de cine y televisión, capaz de lo mejor y lo peor, Fernando Fernán Gómez, “el galán más feo y el actor cómico menos gracioso”. Uno de los actores más importantes de la escena y el celuloide español, que también desempeña una destacada labor como director de cine y de sus trabajos para Televisión Española. Son gratamente recordados, por ejemplo, su telefilme «Juan Soldado» (1973) y la serie «El Pícaro» (1974). En palabras del escritor Rafael Marí Sancho, “Fernando Fernán Gómez, genial… a veces” (29 diciembre 2016), “Definir en pocas palabras a Fernán-Gómez no es sencillo. Pero lo intentaré. Casi todo en él era una cosa y también su contraria. Madrileño nacido en Lima (Perú), fue un perezoso muy trabajador, un ciudadano de izquierdas que participó en decenas de películas de ideología franquista, un pelirrojo tirando a feúcho y de figura desgarbada, que enamoró a mujeres muy bellas (María Dolores Pradera, Analía Gadé, Emma Cohen), un señor de genio endiablado pero también divertido, solidario y tierno”. Igualmente, el escritor José Miguel García de Fórmica-Corsi,  en su obra “Infeliz, atribulado, genial Fernando Fernán Gómez (I)” (22 abril 2021), dice de él que “Era alto, era flaco, era desgarbado. Tenía la voz profunda, incluso engolada. Por si fuera poco, era pelirrojo. Parecía destinado a llamar la atención, y es fama que el consagrado autor Enrique Jardiel Poncela, atraído por sus dotes y su configuración física, cambió el nombre del personaje que le estaba asignado en la obra que iban a estrenar, la famosa “Los ladrones somos gente honrada”, llamándolo el Pelirrojo, y así ha quedado”.

Notas biográficas

Su madre, la bella y excelente actriz Carola Fernán Gómez (Carola Fernández Gómez, Madrid, 1899 – 8 junio 1967) estaba de gira con la compañía de comedias Antonia Plana (1889 – 1952) y Emilio Díaz por Hispanoamérica y esa fue la razón por la que su partida de nacimiento fue expedida en el Consulado de Buenos Aires (Argentina). Su padre, también actor, Luís Fernando Díaz de Mendoza Guerrero (Madrid, 5 marzo 1897 – Océano Atlántico, 27 septiembre 1942: hundimiento del buque “Monte Gorbea”, torpedeado por el submarino alemán U-512), hijo de la gran actriz y empresaria María Guerrero (María Ana de Jesús Guerrero Torija, 1867 – 1928), que impidió que se casaran y que reconociera a su hijo.

A los 3 años, su abuela, Carolina Gómez López, lo traslada a Madrid, donde vive en la Chamberilana calle del General Álvarez de Castro y desde pequeño le inculca las ideas socialistas y la conciencia obrera. Según afirmaba el propio Fernando Fernán Gómez: “No guardo la impresión de haber sido un niño mimado, pero sí un niño muy querido y atendido”. “Vivíamos a dos pasos de la Puerta del Sol, pero casi nunca pasábamos por ella. Mi abuela (aquejada de reumatismo, aunque muy vigorosa) prefería dar largos rodeos o atravesarla en tranvía para ir a otros barrios. También es verdad que era más de mi abuela el Madrid antiguo, el castizo, el de la Puerta del Sol para allá, que el de la Puerta del Sol para acá (escribo desde Chamartín). Las calles de la Cruz, Espoz y Mina, Concepción Jerónima, Postas, Magdalena, o las plazas del Ángel y del Progreso (hoy Tirso de Molina) eran sus espacios más frecuentados”. “Mi abuela me enseñó a leer en una cartilla, cuyas letras grandísimas me parece ver ahora y con un alfabeto, que quizá me regalara mi madre, de cartoncitos cuadrados en los que cada letra iba ilustrada con una figura: la e con un elefante, la f con un faro, la o con un oso… Cuando me supe la cartilla, me compró un libro de lectura para párvulos, “El Cantarada” y en él leímos los dos. Rompí, sin querer, una página y ella la pegó con papel de goma transparente. Muy poco después, me llevó al Colegio. Era uno que estaba muy cerca, en un piso de la calle de la Cruz, frente a la célebre tienda de capas de Seseña. Desde sus balcones se veía un anuncio de la crema para los zapatos “Eclipse” inmenso, con las dos enormes caras del sol y de la luna. El primer día, al verme allí solo, con el maestro y ante tantos niños desconocidos, cogí un berrinche tremendo. Mi abuela se marchó y yo me quedé allí sólo, abandonado, quizás para siempre, sin faldas a las que agarrarme”.

Estudia en el Colegio «San José» de los Maristas y, años después, inicia la carrera de Filosofía y Letras e ingresa en el Sindicato Español Universitario. Sin embargo, su creciente interés por el teatro le lleva a dejar sus estudios. En 1936, se afilia al Sindicato de Actores de la CNT y en 1938, emprende su carrera de actor en la compañía de Laura Pinillos (1900 – 1970), grupo donde conoce al dramaturgo Enrique Jardiel Poncela (1901 – 1952), renovador del teatro humorístico, con el que llega a tener una gran amistad y, gracias a él, consigue el papel del pelirrojo en la obra «Los ladrones somos gente honrada», el primero de cierta envergadura que efectúa su estreno en el Teatro de la Comedia de Madrid, el 25 Abril 1941. Enseguida entendió que el cine era mucho menos sacrificado que el teatro, con esas largas giras y esa tentación hacia el hastío.

En 1943, da el salto a la gran pantalla con «Cristina Guzmán», una película de Gonzalo Delgrás (1897 – 1984) basada en la novela «Cristina Guzmán, profesora de idiomas» (1936) de Carmen de Icaza (1899 – 1979) y en la que Fernando hace el papel de Bob. Según reconoce, «por mi primer trabajo cinematográfico cobré cuatro mil quinientas pesetas, un traje gris a rayas, un esmoquin y un abrigo de sport». “Estudié el papel de Bob en Cristina Guzmán, profesora de idiomas, con muchísimo cuidado, con gran atención durante horas y horas de soledad, aunque el personaje no intervenía en muchas escenas y su texto no era demasiado extenso. Hasta entonces no había trabajado más que en teatro y mi gran ilusión era actuar en el cine. Todo lo estudiado se vino al suelo en el momento de rodar la primera escena. Gonzalo Delgrás, el director de la película, mi descubridor, me dijo: “Pero usted tiene que hablar con acento americano”. Me quedé perplejo. “No me lo he estudiado así…Yo no sé imitar el acento americano”. Los demás actores, los técnicos, los obreros, todo el personal del plató estaba en suspenso, pendientes de nuestra conversación. ¿No sabe usted imitar el acento americano? –preguntó, sorprendido, Delgrás. No, no señor, respondí avergonzadísimo. Bueno, pues hágalo con acento extranjero en general. Lo arreglaremos en el doblaje. Argumenté que otros personajes de la película también eran extranjeros y hablaban con acento castellano. El director me explicó que aquéllos otros personajes eran dramáticos y el mío cómico. Los personajes dramáticos nunca hablaban con acento. No me pareció muy sólida la razón, pero comprendí que el papel podía resultar más gracioso. Como la película había que doblarla dos meses después me pasé aquél tiempo viendo películas de Laurel y Hardy… A estos actores se les doblaba siempre con acento americano. Cuando la película se estrenó, la dueña de la pensión en que vivía en Barcelona fue a verla y me felicitó por lo bien que imitaba el acento francés. Y lo sabía de buena tinta porque había tenido muchos huéspedes franceses. El día en que me convocaron para mi primera intervención, además del problema del acento americano, había tenido otro. Debió de llegarme esta convocatoria un poco antes de lo que esperaba pues no tenía aún el cuello de pajarita necesario para llevar con el esmoquin, ni dinero para comprarlo. Costaba, poco más o menos, cinco pesetas. Mi madre estaba de tournée y en casa se esperaba el giro y no había nada de dinero. Como la cantidad era tan escasa no le di demasiada importancia y me eché a la calle para pedir el dinero a un amigo. Ninguno de los tres que pude encontrar tenía un duro. La situación no era insólita. El escaso dinero que había en España estaba en muy pocas manos. No debe olvidarse que recién terminada la guerra Franco anuló el valor de la mayor parte del dinero que estuvo en circulación en la zona republicana, con lo cual infinidad de españoles se encontraron con que el dinero que habían reservado para hacer frente a la nueva situación se había transformado en cromos repetidos de una colección imaginaria. Aún hay por ahí gente, quizás mal informada, que considera aquello como un robo con alevosía que el Estado hizo a los individuos. Se acercaba la hora de presentarme en el estudio para mi primera actuación. Tenía el esmoquin y los cabos, calcetines, zapatos, camisa, gemelos, corbata de lazo, botonadura, pero me faltaba el cuello. De pronto tuve una idea luminosa: la persona más interesada en que yo cumpliese mi obligación de trabajo era Francisco Ávila, el sastre, que aún no había cobrado el esmoquin ni el traje a rayas ni el abrigo de sport. A su casa me dirigí y él pidió a su mujer el duro que me libró de hacer el ridículo el día de mi bautismo de celuloide” (YouTube: Fernando Fernán-Gómez [Queridos Cómicos] – Barreiros Dodge)

La boda de Fernando y María Dolores Pradera se celebra el 28 de agosto de 1945.

Curiosamente, el mismo día que el actor celebra su 24º cumpleaños (ella cumple años justo un día después también). Se habían enamorado tres años antes cuando ella era una jovencísima actriz en la compañía en la que el actor comenzaba a tener éxitos teatrales. Lo reconoció un día, “Tenía prisa. Me había enamorado. De aquella chica rubia que apareció por el teatro como meritoria o comparsa cuando me repartieron el papel de esqueleto. Me había enamorado y era necesario que el tiempo corriese. Porque yo necesitaba ser alguien. Para que no fuese un disparate llevarme a la chica. Quería éxitos, fama, no por los éxitos y la fama en sí, sino para que me proporcionasen dinero y me librasen de ser un pobre ridículo. ¿Cómo iba un pobre ridículo a llevarse a la chica rubia?”.

Tres días antes del enlace había fallecido la abuela del actor y el ramo de novia, hecho con flores de azahar, lo depositaron sobre su tumba tras la ceremonia. Enseguida llama la atención y alcanza papeles protagonistas, si bien en películas perfectamente olvidables, muchas de las cuales, apenas llegan a estrenarse. “El tiempo amarillo” ilustra muy bien la picaresca que envuelve a muchos proyectos cinematográficos pensados para beneficiarse tan solo de las ayudas económicas del Estado, en las que el estreno, si llegaba a producirse, era lo más secundario. Incluso se dedica un tiempo a equilibrar el presupuesto familiar trabajando nada menos que en el doblaje: su inconfundible voz se distingue en alguna que otra producción de la “Metro Goldwyn Mayer” de la época. Posiblemente, sus personajes más relevantes de esa década sean los que interpretó el mismo año de 1.945 para dos de los grandes de nuestro cine: uno, secundario, en “El destino se disculpa”, para José Luis Sáenz de Heredia (1911 – 1992), a quien siempre consideró el director más decisivo de su carrera, pues lo llamó para varios papeles importantes en su etapa de ascenso; el otro, protagonista para uno de los mejores títulos de otro director fundamental en su carrera, Edgar Neville (1899 – 1967), el de “Domingo de carnaval”. Los dos triunfos que encarrilaron su carrera son dos películas de resonante éxito en su momento, pero que hoy están olvidadas, en parte por su condición de propaganda de los valores del régimen (militarista y de exaltación católica): “Botón de ancla” (1948), de Ramón Torrado (1905 – 1990) y “Balarrasa” (1951), de José Antonio Nieves Conde (1911 – 2006),  a las que suceden trabajos con directores como José Luis García Berlanga o Juan Antonio Bardem, iniciando así una prolífica carrera de actor de cine que consolida sin fisuras a partir de la década de 1960.

Colofón

De sus interpretaciones más tardías merecen una especial atención las que Fernando realiza en el papel de don Rodrigo de Arista, para «El abuelo» (1998), de José Luis Garci, por la que recibe en la XIII edición de los Premios Goya, el de «Mejor Actor Protagonista»; en el del padre de Rosa, para «Todo sobre mi madre» (1999), de Pedro Almodóvar; en el de don Gregorio, para «La lengua de las mariposas» (1999), de José Luis Cuerda; o el papel del capitán Blay, para «El embrujo de Shanghái» (2002), de Fernando Trueba.

En sus últimos años, fue miembro de la Real Academia Española de la Lengua, ocupando el “sillón B”, desde el año 2000 hasta su fallecimiento, el miércoles, 21 de noviembre 2007, a los 86 años de edad, en la planta de Oncología del madrileño “Hospital La Paz”, de una parada cardiorrespiratoria. Sus restos mortales fueron velados en el “Teatro Español”, sito en la Plaza de Santa Ana de Madrid y, posteriormente, incinerados en el cementerio de la Almudena. El madrileño “Café Gijón” se puso “de luto”, por quien en 1949 ideó el Premio de Novela de este célebre local de tertulias literarias. (YouTube: Fernán Gómez: querido cómico. Informe semanal 24/11/07 (Crónica semanal).

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