PONGAMOS QUE HABLO DE MADRID
No sé si a ustedes les pasa que los despropósitos y excesos reiterados de un determinado personaje, les hacen aborrecer las señas de identidad más vinculadas con él. Me explico, hace tiempo que me propuse «olvidarme» de Isabel Díaz Ayuso, para evitar así sacar lo peor de mí y que se me revolviera la bilis, que al fin y a la postre, creo que es lo que esta señora pretende, o quizás mejor, quien mueve los hilos de la marioneta en que se ha convertido, con cada salida de pata de banco, propia de un personaje de los esperpentos de Valle Inclán, con los que el genial escritor sentenciaba: «deformemos la expresión en el mismo espejo (cóncavo) que nos deforma las caras y toda la vida miserable de España».
Esa «deformidad», envuelta en simplezas impropias de quien gobierna la comunidad de Madrid, trufada de falsedades, bronca permanente, lenguaje poligonero, insultos inaceptables y una clamorosa ausencia de cualquier tipo de discurso inteligente, moderado, constructivo, integrador y de concordia, es la que me empujó a hacer ese propósito de olvidarme de semejante calamidad, porque eso y no otra cosa, es Isabel Díaz Ayuso para la vida pública y para Madrid.
Esa actitud chulesca e insolidaria que lleva a gala la inquilina de la Puerta del Sol, propia de una egoísta que solo vela por sus intereses y de los de sus amigos, me resulta insoportable. Creo que Madrid no es eso, aunque le haya dado a la falangista confesa una mayoría casi absoluta, pero al mismo tiempo, tanto esperpento ayusiano, me está haciendo aborrecer a esa ciudad tan querida para mí en la que estudie, trabajé y fui feliz, pero a la que ya no reconozco.
Una ciudad en la que bajo el mandato de Ayuso y su alter ego Almeida, se hace más cierta que nunca aquella estrofa de Joaquín Sabina en la que «los pájaros visitan al psiquiatra, las estrellas se olvidan de salir, la muerte pasa en ambulancias blancas… Pongamos que hablo de Madrid».
Creo que, clínicamente hablando, cualquier persona socialmente disfuncional, y estoy convencido de que el tándem Ayuso&Almeida lo son, se siente autorizada a usar su poder para controlar a otras personas por las que se siente amenazada, viviendo en una fantasía pretenciosa, en lugar de en la realidad, y viéndose a sí misma como un ser superior, anhelando ser reconocido como tal. En resumen, la presidenta madrileña y su adláter alcalde, reúnen los requisitos del denominado trastorno narcisista de la personalidad que tanto daño le está haciendo a la ciudad y la comunidad que Gobiernan y de paso a la convivencia en este país. Y es que volviendo a Sabina, el Madrid de A&A, es «El sol es una estufa de butano la vida un metro a punto de partir, hay una jeringuilla en el lavabo… Pongamos que hablo de Madrid».
La gota que ha colmado el vaso de mi propósito, ha sido la de la oposición, expresada vía tuiter, a adoptar cualquier medida tendente a ahorrar energía. Lo que todas las ciudades de Europa están haciendo como consecuencia de la guerra de Putin, lo niega esta irredenta filibustera, aunque su propio jefe de filas (por el momento), Núñez Feijóo, lo exigiera al Gobierno hace solo unos días. Así es ella, si el consejo de ministros del lunes hubiera prohibido ingerir lejía, estoy convencido que ella hubiera invitado a los madrileños a beberla en chupitos en la mismísima Puerta del Sol.
Comprenderán que ante semejante personaje, vuelva una y otra vez al maestro Sabina, sobre todo en esa estrofa magistral que retrata a la capital que nos deja el duo Ayuso-Almeida: «Cuando la muerte venga a visitarme, que me lleven al sur donde nací, aquí no queda sitio para nadie, pongamos que hablo de Madrid».
A Isabel le gusta ese Madrid con pobres por las aceras pidiendo una limosna, chabolas en el extrarradio, atascos a las entradas y salidas de trabajar, el de la boina de contaminación, el de las becas Cayetanas para ricos y millones para la enseñanza concertada mientras se fulmina la enseñanza infantil; el de las caceroladas Núñez de Balboa en lo peor del confinamiento por la Covid; el Madrid de los casi 8000 ancianos muertos abandonados a su suerte en las residencias, el del disparate del Zendal, de la sanidad pública destrozada; la ciudad de la Cañada Real a oscuras; la de los insultos a las 13 rosas y placas en homenaje a Largo Caballero e Indalecio Prieto destrozadas a martillazos, la de los desprecios a Almudena Grandes tras su muerte. El Madrid de «seremos fascistas pero sabemos gobernar» que decía Almeida mientras su primo metía en el ayuntamiento a comisionistas que se forraban con el dinero de las mascarillas; el mismo Madrid de Ayuso, diciendo sin que se le cayera la cara de vergüenza que «cuando te llaman fascista es que estás en el lado bueno de la historia», mientras su hermano se lo llevaba calentito en mitad de una pandemia y el crédito público concedido a sus padres sigue sin ser devuelto. Es de suponer que a los madrileños que les votan también les gusta ver un Madrid así ¡Qué mundo más surrealista es este!.
Isabel se ha definido como «callejera, tabernaria y pandillera”; considera que el concebido no nacido debe ser considerado un miembro más de la unidad familiar, de manera que se le tenga en cuenta a la hora de solicitar plaza o tramitar un título de familia numerosa, mientras miles de niños ya nacidos, bordean el umbral de la pobreza en la ciudad más rica de España.
Dice Isabel que un atasco a las 3 de la mañana un sábado en Madrid le parece una enseña de la capital; que la libertad es no encontrarte con tu ex, o tomar cañitas por encima de tus posibilidades; que la izquierda utiliza el aborto y la eutanasia cada vez que «algo les sobra». Una presidenta dispuesta a eliminar toda aquella financiación que ayude a proteger los derechos de los colectivos vulnerables, como las víctimas de violencia machista, las personas migrantes o el colectivo LGTB, asegurando que los contagios del COVID se debían “al modo de vida de nuestra inmigración”, mientras ella se aislaba en un apartamento de lujo gratis total, que le cedió un empresario que acabó en suspensión de pagos.
Si todas esas barbaridades han sido recompensadas por los madrileños y madrileñas con una mayoría casi absoluta, yo no puedo, ni quiero identificarme con esa ciudad, otrora ciudad abierta, acogedora, referente de la libertad -la de verdad y no la ayusiana- de la cultura y de la diversidad.
Decía Jesús Quintero que «los analfabetos de hoy son los peores, porque en la mayoría de los casos han tenido acceso a la educación, saben leer y escribir y manejan la tecnología, pero no ejercen; cada día son más y cada día el mercado los cuida más… El mundo entero se está creando a la medida de esa nueva mayoría. Son socialmente la nueva clase dominante, aunque siempre serán la clase dominada, precisamente por su analfabetismo elegido y su incultura. Y así nos va a la minoría que no nos conformamos con eso, a los que aspiramos a un poquito más de solidez, de silencio, de pensamiento, o de arte»… ¡Pongamos que hablo de Madrid!.