TRES FÁBRICAS DE AZÚCAR EN EL MOTRIL DE LA EDAD MODERNA
La finalidad de este artículo es la de seguir profundizando en la larga historia de la caña de azúcar y la industria azucarera en Motril. Extensa actividad económica que se remonta a la época del al-Ándalus musulmán y que durante casi mil años continuó, más o menos ininterrumpidamente, hasta el último tercio del siglo XX.
Por esta razón la historia del azúcar es consustancial con la historia de esta ciudad y sería difícil comprenderla o interpretarla si no hacemos expresa referencia a la historia de la producción azucarera, en torno a la cual han girado, sin lugar a dudas, sus relaciones políticas, sociales y económicas durante siglos.
En este contexto se enmarca este artículo sobre algunos de las antiguas aduanas, ingenios y trapiches que produjeron azúcar en Motril desde fines del siglo XV al XVIII y lo hacemos contado un poco la historia de tres de las más emblemáticas y antiguas fábricas de azúcar motrileñas que a lo largo de trescientos de continuada labor manufacturera debieron moler miles de toneladas de cañas y producir millones de kilos de azúcar.
En los años finales del siglo XV y primera mitad de siglo XVI, los datos ofrecidos con respecto a la industria azucarera motrileña por los cronistas del siglo XIX y principios del XX, apuntan a la existencia de catorce fábricas de azúcar en Motril y una en la alquería de Pataura.
Si realmente hubo tantas industrias manufactureras de azúcar, está aún por contrastar documentalmente, pero lo que debe ser cierto es que, hasta la huida de los mudéjares motrileños de 1507 o la venta en pública subasta de los bienes expropiados a los moriscos tras la Guerra de Granada a partir de 1575, muchas de estas instalaciones fabriles debieron ser de propietarios musulmanes que conocían muy bien las técnicas del cultivo cañero y las de la producción azucarera; aunque se puede afirmar que lo que tendríamos en la vega motrileña en la época final del reino nazarí de Granada, sería un policultivo con tierras dedicadas efectivamente a la caña de azúcar, pero también a viñas, cereales, morales, huerta y pastos; sin que la caña fuese, todavía, el cultivo preponderante como lo será a partir del último tercio del siglo XVI.
Producción de azúcar en Motril por supuesto que había y conocemos, al menos a fines del siglo XV y años iniciales del XVI, la presencia de seis instalaciones fabriles que, en esta época, se conocían con el nombre de aduanas azucareras. La reina nazarí Al Horra tuvo una de su propiedad en la calle de la Carrera, otra estuvo en al arrabal del Manjón en la calle de la Cantarería, otra aduana de Abul Uçey también en la calle de la Carrera, otra de la misma familia musulmana en la calle Curucho, una aduana en el pago de los Bates, otra que perteneció a la mezquita mayor en la plaza Pública y la de Ali Alazaraque a las afueras de la villa en el camino de Salobreña.
Todas estas fábricas azucareras de origen musulmán, como decía, se denominaban con el nombre de aduanas y molían las cañas utilizando atahonas o alfarjes, es decir molinos de piedra corredera vertical, movidos generalmente por tracción animal, aunque no se puede descartar que alguno usase la fuerza del agua de la acequia. Indudablemente esas aduanas musulmanas usaban para moler las cañas, técnicas muy parecidas a las almazaras de aceite. El término aduana de azúcar dejaría de usarse en Motril cuando se introduce para moler las cañas el molino de dos rodillos de madera chapados y claveteados, dispuestos horizontalmente a modo de laminador; cosa que debió ocurrir en las últimas décadas del siglo XVI. Ahora, a las fábricas azucareras, se les llamarían ingenios.
De todas estas primeras aduanas musulmanas, la que mejor conocemos es la nombrada como Aduana Nueva. En 1493 Ali Alazaraque, moro vecino de Motril pero de origen valenciano, vendió a Fernando de Jiménez, criado de Francisco Ramírez de Madrid, secretario de los Reyes Católicos, dos tercios y un sexto de la aduana de azúcar que tenía en la villa y que había sido de otro musulmán apellidado Lecuny. Esta fábrica de azúcar estaba situada “al cabo” de la villa, en el camino de Salobreña, lindando con un corral que era de Romayní, el citado camino y unos solares ruinosos. El precio estipulado de fue de 22.500 maravedíes. En 1495, el alaqueque, oficio dedicado a rescatar cautivos, Hamet Abenfoto que había recibido un tercio de la propiedad de la aduana en 1492 como merced de los Reyes Católicos; lo vende a Ramírez de Madrid por 6.200 maravedíes, con lo que el secretario se convierte en el único propietario de la Aduana Nueva.
En 1504 por la muerte de Francisco Ramírez de Madrid, se hace escritura de partición de sus bienes entre su viuda, Beatriz Galindo, y sus hijos Fernando y Nuflo. En esta escritura se cita que la aduana tenía cinco piedras para moler, tres asentadas en los molinos y dos por asentar. Tenía tres prensas de viga con sus husillos correspondientes para prensar el bagazo después de los molinos, siete calderas de cobre para cocer el azúcar, otras dos calderas de cobre para refinar el azúcar; además de una serie de instrumentos de cobre para el avío de la fábrica como tangiles, peroles, espumaderas, cazos para batir el caldo, coladores, instrumentos para los hornos y 550 formas de barro para el azúcar y 875 porrones para la miel.
En 1557 la Aduana Nueva aún funcionaba y era de propiedad de Diego Ramírez de Haro, señor de Bornos y alcaide de Salobreña. Se conservan parte de la cuentas de la molienda de ese año, lo que nos permite conocer algo más de esta antigua fábrica de azúcar. No parece que fuese una instalación muy pequeña como algunos autores han creído que eran las aduanas. Tenía patio, donde las cañas se troceaban en unos bancos de madera antes de llevarlas en espuertas a los alfarjes o molinos de piedra. El edificio tenia salas bajas y altas. En las bajas, perfectamente diferenciadas, estarían la sala de los molinos, cocina donde estaba los hornos y las calderas, la fogata, sala de las prensas de vigas, un cuarto para los tinajones donde se trasvasaba el azúcar después de cocerla; tenía banco, es decir una sala o palacio donde se colocaban las formas cónicas de barro sobre porrones para ser llenadas con melaza en punto de azúcar y efectuar después el blanqueo. Tenía, también, un aljibe que se llenaba con agua de la acequia. Los molinos se movían con animales ya que se citan timones y teleras, elementos característicos de un molino de ese tipo.
Para 1580 la Aduana Nueva ya no trabajaba y parte del edifico se hallaba caído. Estaba situado fuera de las murallas, alindando con la calle que va a Salobreña y con otra que atraviesa lindando con la fogata y casa de Juan García de Mesones, Por la parte alta, el edificio de la aduana lindaba con casas que fueron de los moriscos García el Harda y Lorenzo Zeina. Conservaba la sala de la cocina donde había seis calderas de cobre.
El apeo de las propiedades de Diego Ramírez de Haro y Gaitán de Ayala en Motril en 1604, sitúa el edificio que había sido la Aduana Nueva en el arrabal del Manjón, estaba ruinoso y solo se conservaba enhiesto y techado el cuarto de vigas, que servía en ese año como almacén de sal. Este apeo lo situaba lindando con la calle que sale de esta villa para Salobreña, hoy calle San Francisco, y por la banda donde estaba la fogata lindaba con una calle que lo separaba de las casas de los herederos de Juan García de Mesones, seguramente la actual calle Rambla del Cenador. Por lo alto de esta calle hay otra calle que va de San Roque a San Sebastián, actual Camino de las Cañas. La aduana estaba prácticamente destruida y casi todo hecho un solar, excepto el citado cuarto de vigas. No había calderas, ni vigas, ni ningunos otros instrumentos para fabricar azúcar. Según el Catastro de Ensenada de 1752, el conde de Bornos poseía una casa arruinada de unos 500 metros cuadrados, lindando con casas propias y con la calle de San Francisco.
Por último, otro apeo de las propiedades de los Bornos en Motril fechado en 1777, dice que tenían un sitio con algunas oficinas y un solar de un ingenio que ya no existe y en su lugar se hallan construidas algunas casas. En la parte del solar que miraba al norte hay un cuarto grande que parece que fue el de vigas. Lo poseía una mujer apellidada Piñanes, que aseguraba que era de su propiedad, porque a su madre o a su abuela se lo dio Antonio de Córdoba Ramírez de Haro, como agradecimiento por haber sido ama de leche de su hijo Ignacio.
Y aquí terminan todos los datos que tenemos por ahora de los que fue el Aduana Nueva, una de las fábricas de azúcar conocidas más antiguas de Motril. Todos las referencias parecen señalar que estuvo situada en la zona de la plaza Panaderos y el cuarto de vigas que quedaba en pie a fines del siglo XVIII, se parece mucho en localización y dimensiones al antiguo edificio que se conservó hasta hace no mucho tiempo en el lateral norte de la plaza y que muchos conocimos como la “Fábrica de Fideos”. Si fuese así, parte de la Aduana Nueva del siglo XV se conservó hasta casi finales del XX.
El Ingenio Viejo estaba situado en la actual plaza de Tranvía y sus instalaciones debían extenderse hasta la calle de la Muralla a poniente y hasta la acequia por el sur, ocupando prácticamente unos 9.000 metros cuadrados de extensión, donde se incluirían la plaza de cañas, el peso, palacio de batalla, nave de molinos, cocina, cuarto de prensas, granero, gabacero, banco y almacén de formas, albercas, cuadras, etc.
El principio de la construcción de este ingenio manufacturero de azúcar es bastante problemático porque la documentación más antigua que conocemos hasta ahora no lo deja claro y se puede prestar a confusiones. Por un lado, su origen pudo estar en una antigua aduana azucarera musulmana propiedad de la reina granadina Aixa al-Horra, que tras la conquista del reino de Granada había sido entregada por los Reyes Católicos al escudero Aparicio de Cieza, vecino de Salobreña desde 1501. Este la habría vendido a Alonso Román en 1496, que a su vez la revende a Francisco Ramírez de Madrid en 1497 en 348 ducados. La escritura de venta dice eran unas casas que solían ser aduana de azúcar, y que lindaban con la cárcel pública, muralla de la villa y una calle principal que va a Castil de Ferro. No tenemos más datos para seguir la historia de esta fábrica ni para asegurar que sería, después, el llamado Ingenio Viejo.
La otra posibilidad está en que el origen del ingenio estuviese en otra aduana de azúcar morisca propiedad de Luis Abul Uçey situada junto a la puerta de Castil de Ferro, actual entrada de la calle Zapateros, y que tras la sublevación morisca de 1569 le fue expropiada. Sabemos que en 1571 esta aduana fue arrendada por la Corona al jurado granadino Cristóbal de la Fuente que se comprometió a dejarlo “corriente y moliente” al final del arrendamiento en 1575. Convertido por estas fechas en ingenio, lo que consistió en sustituir el molino de piedra por un molino de dos rodillos de madera horizontales cubiertos de chapas y claveteados, fue vendido por la Corona en 1589 a Toribio Vázquez en 440 ducados, estaba en ruinas y no funcionaba. Lindaba con la casa de Pierre y Antón García, con la calle que iba a la puerta de Castil de Ferro y con otras dos calles. Tampoco podemos afirmar documentalmente que sobre este edificio se construyese el posterior Ingenio Viejo.
Si conocemos en la última de cada del siglo XVI un ingenio de fabricar azúcar situado al final de una calleja transversal a la calle de la Carrera y que, alindada por el sur con la acequia y haza de Salitre, hoy Explanadas, cuyos propietarios eran los granadinos Diego Pérez de Cáceres y Cristóbal de la Fuente, a los que Luis Abul Uçey les había vendido un solar de casa con su corral, trascorral y un haza para sitio de leñas de su ingenio. Esta propiedad se partiría entre el citado ingenio de Pérez de Cáceres y el de Fernández de Baena, que eran contiguos, y serviría como plaza de cañas para las dos fábricas. Este lugar sería el origen de la actual plaza de Tranvía.
En 1597 en ingenio fue comprado por Alonso de Contreras y su mujer Ana Gutiérrez y lo sitúan frontero a la plaza del Salitre, lindado con un haza del Luis Ramírez y con la calle de la Carrera. En la escritura de transacción dicen que el ingenio había pertenecido a los citados Diego Pérez de Cáceres y Cristóbal de la Fuente, que habían fallecido y por herencia lo tenían la mujer del primero, Juana del Castillo y el sobrino del segundo, el licenciado Miguel de la Fuente Cerrato. El licenciado había vendido su mitad a Mateo Jaraba del Castillo, regidor de Motril que a su vez la vendió a doña Juana y a su hijo, que son los que lo transfieren definitivamente a Alonso de Contreras en el precio estipulado de 5.800 ducados. El espacio que ocupaba el ingenio fue ampliado por Contreras en 1599 intercambiando con el nuevo poblador Juan Fernández, un haza de tres marjales de secano que lindaban con el ingenio y la acequia por 4 marjales de regadío que le dio a cambio.
En 1621 en el informe presentado a la Real Hacienda por el alcalde mayor de la villa se dice que el ingenio de Contreras tiene 23,5 metros de fachada y una plaza de cañas de 30,5 metros de ancho que compartía con el ingenio de Jerónimo de Hurtado.
En 1638, Ana Gutiérrez ya viuda de Alonso de Contreras, vende el Ingenio Viejo a Bartolomé del Campo en 9.500 ducados. En 1642 lo poseían su viuda, Ana de la Peña, y su hijo Juan del Campo, quienes seguramente lo vendieron en 1644 al comerciante granadino afincado en Motril Lucas de Herrera Méndez.
El Ingenio Viejo siguió produciendo azúcar a todo lo largo del siglo XVII hasta la segunda mitad del siglo XVIII, variando de propietarios o de arrendadores. Por ejemplo, en 1684 lo había comprado Mateo Fernández de la Guardia y en 1724 era propiedad de Melchor Herrera y Flores que lo había adquirido de los hermanos Luis y Antonio López. Se arrendó en diversas ocasiones. En 1685 lo trabajó una sociedad compuesta por Martin de Salinas y Joseph Shiafino, en 1723 lo fue por Francisco Antonio de Franquís y Pablo Victoria y en 1733 por Antonio Ruiz de Olivares.
En el Catastro de Ensenada en 1752 se dice que el Ingenio Viejo estaba aún en funcionamiento y que era ingenio real, es decir molía la caña con molino de rodillos horizontales. Estaba situado en la calle de la Carrera y lindada con la calleja del Colegio de los Jesuitas. Tenía 100 metros de fachada y 88,5 metros de fondo. Por arriba lindaba con la calle de la Carrera y por el sur con la acequia. En esta época era del mayorazgo de María Antonia Ruiz Zarreta, fundado por Cecilio Ruiz Jiménez.
Con la crisis del azúcar motrileño del siglo XVIII, el ingenio debió de dejar de ser rentable y en 1761 se estaban demoliendo sus edificios. Por último, en 1768 el propietario del solar donde estuvo la fábrica, Cecilio Ruiz Zarreta, puso en cultivo los terrenos y por parte del Ayuntamiento se le autorizó hacer una noria para sacar agua de la acequia y convertirlos en regadío.
Así terminaba una de las primeras fábricas manufactureras de azúcar motrileñas de la Edad Moderna. El Ingenio Viejo pasaba a la historia y pronto su memoria sería olvidada tras, al menos, tres siglos de actividad azucarera en nuestra ciudad.
Otra de las fábricas importantes en la historia azucarera de Motril es el Ingenio Nuevo del que hoy solo quedan algunos documentos sobre su existencia en varios archivos históricos y que nos aportan algunos datos sobre su historia.
Fue construido inicialmente por Francisco Navarro, vecino y regidor de Motril, en 1573 en un haza de tierra situada por encima de la rambla de Castil de Ferro, lindaba por el sur con la acequia principal, por el norte con un ejido despoblado y por levante con tierras de Jerónimo de la Peña. En la actualidad ese antiguo ingenio estaría situado aproximadamente entre las calles Marjalillo Bajo, Huerta de Estévez y Avenida de Andalucía.
El citado terreno había pertenecido a Juan Cordero que en testamento fechado en 1540 dejó una memoria de misas perpetuas por su alma y la de su mujer que se deberían decir “por siempre jamás” en la Iglesia Mayor. Para pagar las misas determinó que se hiciera sobre la renta de esta haza de su propiedad plantada con morales y otros árboles. Pasado el tiempo y olvidada por los beneficiados eclesiásticos la cláusula testamentaria de Cordero, decidieron venderla por 80 ducados al regidor Navarro que labró en ella, como decíamos, un ingenio azucarero.
El regidor muere en 1575 y nombró como heredero universal de todos sus bienes en Motril al comerciante genovés afincado en Zaragoza Francisco Osago que, también, tenía algunos intereses económicos y tierras en la villa motrileña y del que Navarro había sido su administrador. La herencia estaba constituida por una casa principal, otros inmuebles, el ingenio de azúcar y 700 marjales de tierra en el pago de Trafarramal, hoy la zona de Playa Granada.
Osago tomó posesión de los bienes en 1576 y mantuvo el ingenio funcionando, unas veces aviado por él directamente y otras lo arrendó a diversos comerciantes genoveses y españoles afincados en Granada y Motril. En 1578 hipotecó el ingenio y todos sus pertrechos y máquinas a Jacomo y Jerónimo de Espínola y en su nombre y como fiador, puso al, también, genovés Juan María de Sauli. Osago no pagó la hipoteca y los Espínola ejecutaron la deuda y tomaron posesión de ingenio, cediéndolo para su gestión y funcionamiento en 1583 a Enrique Salvago.
Por escritura fechada en Génova en 1596, los Espínola y Salvago cedieron el ingenio y las tierras a su primo Juan María Espínola a cambio de que pagara toda la deuda que Osago les había dejado a deber. Este Espínola también lo mantuvo en funcionamiento arrendándolo a diversos aviadores.
La fábrica sufrió un importante incendio en la temporada de 1599-1600 y desde entonces quedó abandonado y sus edificios casi en ruinas, siendo conocido desde entonces por los motrileños como el “Ingenio Quemado”.
Y así estuvo desmantelado hasta que en 1614 es comprado con todos sus pertrechos y junto con los 700 marjales de Trafarramal, por el motrileño Alonso de Contreras en 4.000 ducados a Isabel de Pinelo, vecina de Madrid y viuda de Juan María Sauli, que había sido finalmente cesionario de las propiedades motrileñas de la familia Spínola. Cuando lo compra Contreras el ingenio estaba “maltratado y abierto por el fuego”, cayéndose sus paredes y tejados. Para que no se terminase de perder Contreras, con acuerdo del Concejo de Motril, lo reparó completamente, reconstruyendo lo que había quedado del edificio de la antigua fábrica y reponiendo todas las maquinas, hornos, calderas, molinos, prensas, etc.; hasta dejarlo, como se indicaba en aquella época, “corriente y moliente”, es decir listo para empezar a moler cañas y producir azúcar. Para ello, el empresario motrileño, tuvo que gastar 66.135 reales, según las tasaciones que habían hecho carpinteros, albañiles, canteros, caldereros, herreros y otros oficiales en 1617.
Aparte del edificio propio del ingenio que sería de grandes proporciones, la fábrica tenía caballerizas, corrales, una casa accesoria que le servía de apero y una noria para sacar agua de la acequia.
El ingenio tenía un “cuarto de molienda” donde se molían las cañas con cuatro molinos de rodillos horizontales de madera cubiertos con planchas de hierro y claveteados, movidos por revezos de mulos; un “cuarto de vigas” con cuatro prensas de viga para el bagazo, un aljibe hecho de cobre para el caldo de las cañas y en la “cocina” sentadas en sus respectivos hornos para cuajar el azúcar: dos calderas de jarope, cuatro calderas de melar y cuatro calderas tachas. Los hornos eran alimentados con leña durante las 24 horas del día desde la “fogata”.
En 1627 la viuda de Alonso de Contreras, Ana Gutiérrez, lo vendió al genovés avecindado en Granada Rolando Levanto en 9.000 ducados. Levanto lo arrendó en diversas ocasiones a genoveses como es el caso de la familia Veneroso, Franquís, Osago y Nasso. Tras la quiebra de Rolando Levanto, el ingenio es vendido en 1643 a Juan de Mestanza Pizarro. En 1656 el ingenio produciría unos 100.000 kilos de azúcar. A mediados del siglo XVII estaría en bastantes ocasiones arrendado por la familia Ruiz de Castro.
En el último tercio del siglo XVII fue embargado por la Real Hacienda por una hipoteca que habían hecho varios regidores de Motril a principios de la centuria, para poder comprar a la Corona las rentas de la ciudad y que fueran propias del Ayuntamiento. Alonso de Contreras, que en esa época era regidor de Motril, puso como aval de la hipoteca, entre otras cosas, el ingenio Nuevo. Como la hipoteca no se pagó el ingenio fue embargado a Juan de Mestanza y para 1688 estaba de nuevo en ruinas y muchos de sus pertrechos habían sido robados.
Desaparecería así otro de los tradicionales ingenios azucareros motrileños, que durante años molió grandes cantidades de tareas de cañas y produjo ingentes cantidades de azúcar. Finalmente, casi todos los edificios del ingenio fueron demolidos a mediados del siglo XVIII para poner en cultivo su solar, que volvería ser lo que había sido al principio, una huerta, llamada de Villalba en el siglo XIX y parte del XX.
Esta es, sucintamente, la historia de tres de las seis o siete fábricas de azúcar motrileñas que durante siglos conformaron parte del paisaje urbano de la ciudad y algunos de sus edificios, prácticamente, llegaron hasta la segunda mitad de siglo XX, aunque ya los motrileños habían olvidado que habían formado parte de las instalaciones de aquellos antiguos y grandes ingenios azucareros de la Edad Moderna, por los que Motril se conocía y fue famoso en toda España.
Fuentes:
Manuel Domínguez García: Aproximación a la historia de la caña de azúcar y la industria azucarera en Motril en la Edad Moderna (1570-1800). Motril, 1995.
Manuel Domínguez García: Ingenios y trapiches azucareros en Motril. Motril. 1991