DESEQUILIBRIOS
Cuando nació Clara, los ojos de su padre no vieron más que por las pupilas de su niña, todo lo demás pasó a un segundo plano, fue como si con ella hubiese encontrado su lugar en la tierra. Nunca pensó que pudiese llegar a amar a alguien de esa manera, más que a sí mismo. Hombre emprendedor, amplió con creces la inmensa fortuna que heredó de la familia, se casó con quien debía, sin pararse a pensar en nada más que el interés de los suyos. Educado y correcto, vivió la vida tal cual se esperaba de él.
Su esposa, débil y frágil, quedó impedida tras el parto para traer más hijos al mundo y por eso Clara se convirtió en la niña de los ojos de ambos, pero sobre todo de él, de su padre, que la contemplaba como a su obra maestra, orgulloso y satisfecho.
Cuando él murió, Clarita contaba ya 16 años, hacía dos que al igual que hicieron sus padres, fue comprometida con un primo tercero, con buena planta y mejor fortuna, así todo el patrimonio familiar no solo se mantendría intacto, sino que crecería. Y al igual que ocurrió con sus progenitores, como si de un karma familiar se tratara, ella se entregó a su primo en cuerpo y alma apenas supo la decisión de sus padres, mientras que él aceptó la decisión de los suyos como una obligación más, grata, pero poco más.
Ella andaba locamente enamorada de Luís desde que sus ojos se cruzaron con los suyos, y por encima de su pena, en ese día en el que velaban al que le dio la vida, estaba la mirada de su amor, por quien perdió el sentido y la razón.
Pasó la noche del duelo agasajándolo para que no se cansara de estar allí, y no derramó una sola lágrima para que él no viera sus ojos enrojecidos.
Pasaron la vida como debían pasarla, sin salirse de un guión que nadie había escrito pero que no se saltaron nunca. Tuvieron cinco hijos, todos decentes y cabales que continuarían incrementando la hacienda a la par que la gastaban, que para eso los tiempos habían cambiado. Ella fue siempre la perfecta esposa y madre que debía ser. Entregada a la familia, silenciosa y sumisa.
Él arriesgó la hacienda y extendió sus tentáculos en negocios nuevos, que como si de un rey midas se tratase, convertía en oro apenas ponía su interés en ellos. Dio a su familia posición y riquezas, más de las que ya tenían por apellido y herencia, y poco más.
Crear tanta abundancia conlleva un tiempo infinito en el que no había cabida para otra cosa que no fuese eso.
Sus afectos los enfocó en sus triunfos. De amores apenas supo, hasta que cuando ya no lo esperaba, tuvo que aprender de golpe lo que las lides de esos menesteres precisan. Pero continuando con ese desequilibrio kármico de amores no correspondidos, fue a fijar sus ojos, su corazón y su alma, en alguien que se dejó apenas querer, como él había hecho siempre.
Por eso el día que murió Clara, años después, Luís eterno amor infinito que la que ahora yacía inerte le profirió desde que eran unos niños, llamó a su amante por quien había perdido la cabeza hacía más de 10 años, pensando que al fin era libre, sin caer en la cuenta de que el único que había puesto amor en esa historia, era él.