CON CALIMA EN EL CORAZÓN
Si aún no han conseguido librarse de la calima que hace una semana se apoderó de Granada, si no han sido capaces de recuperar el color de su coche, de su fachada, o de sus plantas, no se preocupen, hay a quienes el polvo sahariano les ha nublado tanto la sesera, que han perdido el oremus hasta extremos insospechados.
Es el caso del presidente del Gobierno, quien amparado por el polvo sahariano, comunicaba al sátrapa Mohamed VI, con nocturnidad y alevosía, que España aceptaba sus pretensiones sobre nuestra antigua colonia, borrando de un plumazo 47 años de una posición clara e inequívoca, que no es otra que la marcada por Naciones Unidas y que se resume, en que los saharauis tienen derecho a celebrar un referéndum de autodeterminación, en el que decidir si el Sahara Occidental se convierte en una nación independiente.
El descubrimiento de la pólvora de Pedro Sánchez, se ha adoptado sin comunicarlo a los españoles, que nos hemos enterado porque la casa real marroquí lo ha hecho público; sin trasladárselo a los argelinos, enemigos acérrimos de Marruecos y principales proveedores de gas de nuestro país, en este momento tan delicado; sin hablarlo con sus socios de Gobierno, ni con la oposición y sin dar la cara en ningún momento, mandando a su ministro Albares a que se la partan en el Senado, en el Congreso y en los medios de comunicación.
La decisión de aurora boreal del presidente del Gobierno, se intenta justificar alegando que está dentro de los acuerdos de Naciones Unidas y que preserva la integridad territorial de España, la cual, por cierto, no sabíamos que estuviera amenazada. Lo cierto es que tan vergonzosa claudicación, en el fondo y en la forma, no es más que la enésima cesión al chantaje permanente que Marruecos le viene haciendo a este país, con asuntos tan sensibles como la inmigración, o la soberanía sobre Ceuta y Melilla, aunque solo alguien de una candidez extraordinaria, puede pensar que el sátrapa alauita, va a dejar de reclamar la marroquinidad de ambas ciudades, por mucho que ahora Pedro Sánchez haya querido jugar a gran estadista de Monopoly.
Como amante de Marruecos que soy, nunca olvidaré la recomendación que un día le escuche a Jorge Dezcallar, ex embajador de España en Rabat y ex director del CNI, quien me dijo que «A Marruecos hay que tratarlo con mucho cariño, pero también hay que demostrarle nuestra determinación». Con esta decisión, lo que muestra Pedro Sánchez, es una debilidad impropia de un país como el nuestro, en una relación bilateral, en la que nuestro vecino del sur nos lleva dando sopas con ondas, desde hace muchos años.
Pero con ser grave todo lo anterior, lo que de verdad no tiene perdón de Dios, o de Alá, es el abandono en que dejamos a los casi 200.000 saharauis, que desde hace 47 años malviven en los campamentos de refugiados de Tindouf, esperando a que se cumplan las resoluciones de la ONU, para poder volver a su tierra.
¿Qué le vamos a decir a los miles de niños y niñas saharauis, que desde hace más de tres décadas han pasado sus veranos con familias españolas? Pedro Sánchez debería responder a esa pregunta, porque es la que esos niños y niñas, hoy hombres y mujeres y sus respectivas familias, nos van a demandar. ¿Qué le vamos a decir a los miles de saharauis, que aún hoy nos enseñaban sus DNI españoles, como ciudadanos que fueron de la quincuagésimo tercera provincia de nuestro país? ¿De verdad nuestro presidente cree que Marruecos va a favorecer una «autonomía» mínimamente real, en un territorio que desde hace casi medio siglo controla a sangre y fuego?
He tenido el privilegio de visitar profesionalmente en tres ocasiones, esos campamentos que llevan los nombres de las principales ciudades del Sahara, de las que sus ciudadanos tuvieron que huir perseguidos por el ejército marroquí por tierra y por aire. Bojador, Dajla, El Aaiún, Auserd y Esmara. No se imaginen las preciosas imágenes que del desierto nos transmiten las películas, porque esos campamentos son lo más parecido a un infierno que puedan imaginar. Dice una vieja maldición beduina: “Que Alá te condene a vivir en la hamada”. Pues en ella malviven, desde hace casi medio siglo, aquellos a quienes la entonces España franquista, abandonó cobardemente a su suerte, cediendo al chantaje del padre del actual monarca.
A pesar de que España sigue siendo la Potencia Administradora, según contempla la ONU, tampoco es que en estos 47 años, nuestros sucesivos gobiernos hayan tenido la gallardía, de intentar hacer la vida algo más llevadera, a quienes no hace tanto tiempo, eran tan españoles como si hubieran nacido en Granada. Pero lo que no hicieron nuestros gobiernos, lo cubrió con creces la generosidad de centenares ayuntamientos de nuestro país y de miles de familias, que verano tras verano han ido acogiendo a niños y niñas, muchos de ellos ya adultos, a quienes ahora, además del cariño de siempre, tendremos que explicarles que nuestro presidente no nos representa, que ha tomado esa decisión sin consultarnos y que estamos avergonzados.
No sé si Pedro Sánchez sabe que centenares de sanitarios de este país, dedicaban sus vacaciones, año tras año, a operar de sol a sol, en condiciones tercermundistas, a quienes allí lo necesitaban; no sé si nuestro presidente conoce que el único pabellón quirúrgico que es digno de ese nombre en todos los campamentos, fue construido por trabajadores del Hospital Universitario Virgen de las Nieves, empleando para ello también sus vacaciones y gracias a la generosidad de la empresa granadina «Hermanos Plata»; no sé si alguien le ha dicho al inquilino de La Moncloa, que la única red de emisoras de radio con las que los campamentos pueden comunicarse entre sí, fue tejida por la Asociación de la Prensa de Granada, en un proyecto que se llamó Radio Solidaria, cuyos profesionales fueron formados en esta ciudad… En definitiva, no sé si Pedro Sánchez sabe de la importancia de la palabra dada.
Y es que la lluvia de barro que la pasada semana empapó nuestras ciudades, bien pudieran las lágrimas de los saharauis, por el enésimo abandono de que han sido víctimas por un gobierno español, porque como ha dejado escrito el poeta saharaui, Ebnu:
«Muchos años después,
mi madre me dijo,
en un susurro de voz,
que la libertad nos iba a costar la vida».