ANGUSTIOSO AMOR
Mi querido Carlos.
Hoy, escribiendo a un viejo amigo, al encabezar la carta me acordé de ti. Esas tres primeras palabras me han devuelto tu sonrisa.
Escudriñabas cada una de mis palabras como quien analiza las pruebas de un juicio sumarísimo. Cuando en alguna ocasión olvidaba el «mi», ya apenas si leías lo que ponía detrás. Tu respuesta aparecía cargada de reproches en los que inventabas imaginarias razones por las que yo lo había omitido.
Muchas veces hablamos de tu muerte, la diferencia de edad entre nosotros, ese abismo insalvable que tanto te atormentaba, invitaba a ello. Y ahora que ya te has ido, ahora que ya no puedes juzgar mis palabras o la falta de ellas, ahora, tras ese largo silencio que se levantó como un muro entre nosotros, te escribo. Y ya ves, estarás contento, comienza esta misiva con ese pronombre posesivo que tanto te gustaba.
Cuántas veces te dije que sentiría tu marcha… te puedo asegurar que así ha sido. Te aseguro que la primera semana la pasé llorando por los rincones. Sin embargo, el paso de los días me ha ido devolviendo una paz que de alguna manera había perdido contigo.
Nuestra historia se podría definir como la de una huida, la mía. Y una eterna persecución, la tuya.
Hasta el día antes de tu muerte el teléfono siguió sonando. No dejaste de llamar ni un solo día de ese último año. No te puedes imaginar la angustia que sentía cuando veía tu número en el visor.
Ese amor tuyo por mi, esa obsesión enfermiza que te ataba a mi persona, llegó en ocasiones a ahogarme hasta casi no poder respirar.
No descolgué nunca. ¿Para qué?. Ya estaba todo dicho entre nosotros y dar paso a la palabra hubiese sido volver a abrir las puertas de ese apego enfermizo que nos unía. No entro en detalles colaterales porque prefiero obviarlos. Esta carta es solo para ti… de mi.
Es cierto que hubo momentos sublimes. Creaste para mi un mundo de fantasía e ilusiones que dio sus frutos, como no podía ser de otra manera. Incluso en algún momento llegué a creer que podría llegar a amarte… pero no pudo ser. Tampoco sé ese amor que tu me tenías hasta que punto lo era. Porque en realidad tu lo que querías era poseerme, ser mi dueño… me parece estar escuchándote para repróchame… ¿Cómo puedes decir eso, sabiendo cómo te quiero?…
Me dolía tu amor, créeme. Aún me duele.
También me halagaba. Si yo lo contara, te decía a veces, no lo creería nadie. Es cierto. Me regalaste una historia única, un cuento de hadas en el que la lámpara de Aladino concedía todos los deseos que salieran de mi boca… todos menos el que tú hubieses querido, que yo te amara.
Si yo fuese mujer me gustaría ser como tú, me decías a veces… ¡me decías tantas cosas!. Solo con tus chascarrillos podría escribir un libro.. y fíjate, al recodarlos las lágrimas llenan mis ojos.
Siempre estarás en mi corazón… también te lo dije mil veces. Y es cierto.
Pero ahora, ahora que ya no estás, ahora que te acabas de ir y que empiezo a darme cuenta de que ya nunca más veré tu número en la pantalla de mi teléfono asediándome, acosándome, agobiándome, acusándome de cosas que nunca dije ni hice… Ahora no puedo evitar sentirme liberada de ti. De tu amor, de tu anhelo infinito de mi, de mi persona entera que intentaste abducir y anular.
No sé cómo hubiese sido de haberte correspondido. Quizás, como buen cazador, al obtener la presa hubieses perdido el interés en ella… nunca lo sabremos. Al menos no en esta vida, porque si algo tuve claro siempre, es que nosotros nos conocíamos de antes, de mucho antes de nacer tu ni yo. Solo así puede explicarse ese amor angustioso, doloroso, frustrante, limitante que te llevaba a mi.
¡Ay mi querido Carlos!… supongo que el paso del tiempo hará que la ternura, el cariño y el agradecimiento que siempre te tuve preponderen, pero ahora necesito sentir esta liberación que tu muerte me ha dado. Hasta siempre amor.